SAN EDMUNDO
Patrono de la Schola Cantorum
I
La Iglesia romana honra
el 20 de noviembre a San Edmundo, rey Inglaterra y mártir. En efecto, el
20 de noviembre de 870 los daneses idólatras lo decapitaron, luego de una serie
de suplicios horrorosos. Esto es historia antigua.
En esa época el imperio
de Carlomagno, ya herido de muerte por esos mismos bárbaros de Noruega y
Jutlandia que saqueaban Inglaterra, comenzó con Carlos el Calvo y
Luis el Germánico la inmensa voltereta que debía durar cien años,
hasta Hugo Capeto, "rey de hecho y por los hechos", según la
expresión del célebre papa Gerbert.
En el otro extremo de
Europa, el asesino Basilio acababa de instaurar, sobre el más viejo
trono cristiano, esa deslumbrante y formidable dinastía de Macedonia, que hizo
temblar a Oriente y Occidente por espacio de medio siglo.
En Roma había uno de
esos innumerables Juanes que con tanta frecuencia alteraron la Santa Paz de la
Pasión, en la tribulación inexpresable y romano-bizantina de lo que había sido
la Cabeza del mundo.
El resto de la tierra
era como un bosque salvaje, donde sólo se internaban, lentamente, los mártires.
La historia de la
Heptarquía sajona es indescifrable. ¿Cómo reconocerse en medio de esos reyes
bárbaros de Kent, de Northumbrie, de Estanglie, de Mercie, de Essex, de Sussex
y de Wessex, cada uno de los cuales reinaba en un territorio apenas más grande
que uno de los departamentos de Francia, entre un torbellino de batallas
continuas, derrocados todos los días por competidores más o menos atroces, que
al día siguiente eran expulsados, amenazados constantemente, además, por los Gaëls,
los Pictos y los escoceses, hasta el día en que los conquistadores escandinavos,
más feroces todavía, lo ahogaron todo en sangre?
El Cristianismo, sin
embargo, desde fines del siglo VI había podido arraigarse en ese caos. Un
mísero cristianismo injertado en un árbol silvestre como ocurrió siempre entre
los bárbaros, mezcla de tradiciones idólatras y de costumbres demoníacas, tal como
se viera durante tres siglos en la Francia merovingia, o como se vio más tarde
en Alemania del Norte y en Rusia, penumbra y oscuridad pobladas de fantasmas,
bruma de sangre y de pecado, que apenas desgarraba el esplendor de algunos
apóstoles.
Edmundo, rey de
Estanglia o Inglaterra oriental, consagrado y coronado en 855, el día de la
Natividad de Jesús, a la edad de trece años, por Humberto, obispo de Elmaham,
en la ciudad de Bures, sucedió, según parece, a una serie de príncipes piadosos,
entre los cuales hubo santos.
"Sigberto
—cuenta Pedro de Caseneuve[1]—
hermano y sucesor de Eorpenwald, que había sometido su entendimiento
a la Fe de Jesucristo y obligado a su pueblo, con su ejemplo, a abjurar los
errores de su antigua idolatría, habiéndose despojado de su Reino en favor de
su primo Egric, ingresó monje en un convento que había hecho edificar, de
donde, habiendo sido arrancado por la fuerza y constreñido a aparecer a la
cabeza de un ejército contra Penda, rey de Mercie, pagano, no pudo nunca ser
llevado a cometer la más leve acción contra la institución de su Orden, de
manera que armado solamente con una varilla, fué muerto en el combate con el
rey Egric. Arme, su primo, que le sucedió, tuvo cuatro hijas santas: Sexburge,
Ethelburge, Etheldrithe y Whitberge. Habiendo sido martirizado
inocentemente, por mandato de Quendrithe, esposa de Offa, Rey de
Mercie, el rey de Estangle, San Ethelbert, Dios posteriormente hizo
brillar el mérito de su santidad, con un gran número de milagros en la iglesia
de Hereford, donde son muy veneradas sus reliquias."
II
Este Edmundo,
dice el impío Carlyle[2],
debió ser un hombre y un señor bien raro. Pues sus vasallos, a lo que parece,
no tenían quejas de él; aquellos a quienes hacía trabajar no pensaban en causar
el menor daño sus intereses; por el contrario, se tiene la prueba más evidente
de que súbditos honraban, amaban y admiraban a su señor en grado sorprendente,
y hasta desmedida e inexplicablemente; porque no encontrando límite al
sentimiento que tenían de su valer, ni palabras para expresarlo, llegaron a
beatificar y adorar a este Edmundo. Sería indudablemente interesante saber
cuáles fueron sus deberes propios, sobre todo, su método para cumplirlos con
semejante resultado, pero esto no es fácil descubrirlo en la actualidad. La
vida de este Edmundo se ha convertido en un mito poético, y hasta
religioso. El señor Edmundo iba y venía con calzado de cuero, usaba femoralia
y una cota cualquiera; era menester que todos los días se procurara el
sustento; y cada día debía granjearse las simpatías de gentes que le eran
contrarias, y por hechos igualmente adversos, siempre frecuentes. Nadie se hace
santo mientras duerme...
"Ese hombre, según
parece, andaba humildemente por la senda de Dios luchando por purificar a la
tierra hasta donde es posible, en lugar de marchar con Mammon, en la pompa y el
orgullo, dejándola que se hiciera tan infernal como quisiese...
"Cuando los
daneses le propusieron el Paganismo, bajo todas sus formas —confiscación,
expoliación, sangre y fuego— Edmundo respondió que él se opondría tanto como le
fuera posible a semejantes salvajismos. Le apresaron y nuevamente le preguntaron
si daba su adhesión. De nuevo se rehusó Edmundo. - ¿Es acaso que no podremos
matarte?, le gritaron ellos. — ¿Es acaso que yo no puedo morir?, replicóles. Mi
vida, así creo, me pertenece en propiedad, y yo puedo disponer de ella como me
agradé—. Y murió en medio de los más bárbaros suplicios, negándose hasta el
último suspiro a hacer lo que se le exigía. Los daneses fracasaron en
sus propósitos. Fuéronse, es lógico suponerlo, con sus picas y hachas de guerra
y el resto de su aparato, a reunirse con el Diablo, su digno padre. Habiendo
Edmundo dispuesto de su vida según su entendimiento, la tierra se vio liberada
de aquéllos...
"En esa ocasión, y
en otras parecidas, mostróse fiel servidor de la orden a la cual pertenecía, la
más antigua y, en verdad, la única verdadera orden de Nobleza que haya bajo el
sol de los Hombres Justos, Hijos de Dios, por oposición a los Injustos e hijos
de Belial cuales son, en realidad, los segundos en antigüedad, aunque no
constituyen sino una orden muy poco venerable... Todos los hombres pudieron ver
y sentir que el señor Edmundo había tenido una verdadera actitud de
hombre en esa peregrinación que fué su existencia; de manera que las
bendiciones, en un desborde general de amor y de admiración, fueron su recompensa.
“¡Ha procedido bien! ¡Ha obrado bien!", fué la exclamación de corazón de
todos los hombres. Ellos recogieron su cuerpo lacerado, martirizado; lavaron
sus heridas arrasados en copioso llanto todos los ojos, lágrimas que expresaban
al mismo tiempo que una piedad infinita y una alegría, un triunfo sagrado. La
clase más bella de lágrimas, tal vez la más bella de las cosas, semejante a un
cielo irradiando diamantes y prismas fulgurantes, en completo llanto a la vez
que iluminado por el sol eterno; y no se trata aquí de un cielo sino de un Alma
y de un Rostro vivos. No puede verse nada en este mundo que se asemeje más al Templo
del Altísimo, que esté más nítidamente señalado por la verdadera efigie del
Altísimo...
"Y mientras los
hombres de los Condados del Este, recogían en el pueblo de Hoxne los fragmentos
del cuerpo mutilado de Edmundo, hallaron la cabeza que habíale sido
cortada, y piadosamente la unieron al resto del cuerpo. Embalsamaron al héroe
con mirra y aromas, cumpliendo esos deberes piadosos con amor, con piedad,
plenos de tan elevados como sombríos pensamientos; hiciéronle una apoteosis
derramando sobre él las torrentes de su admiración apasionada. Y sentíanse
jubilosos, aunque no sin terror (porque toda alegría profunda encierra en sí
algo de terrible), evocando las nobles acciones de Edmundo, su actitud y
sus palabras divinas...".
III
Evidentemente Carlyle
ha dicho todo lo que podía decir, todo lo que podía ver y saber, que era, en
resumen, bastante poco. Su testimonio debería ser escuchado; pero si un
puritano de Escocia, admirador de Cromwell considerado por él un amigo
de Dios, pudo comprender o siquiera entrever qué es el Martirio, ¿de qué sirve
ser católico? ¿Quién, entre los mismos católicos, puede comprenderlo hoy?
En la época, no muy
lejana todavía, de las expulsiones religiosas a quienes no quiero nombrar, ¿no
tuvieron la idea verdaderamente prodigiosa de hacerse fotografiar, antes de la
partida, en el patio interior de su casa, cada uno con una palma en a mano?
La palabra Martirio
se ha prostituído exactamente lo mismo que la palabra Caridad, lo que es de sentir
o de temer. Ello depende del nivel de las almas.
"Yo sufro el
martirio”, dice un enfermo imbécil que no recuerda ni siquiera su bautismo. En
tiempos de las Diez persecuciones colosales, que duraron cerca de tres siglos
que cambiaron la faz del mundo, se iba al suplicio cantando. El caballete, las
uñas de hierro, el látigo de plomo, los escorpiones, las antorchas, los grilletes,
las calderas, el aceite hirviente, la cal viva, el plomo derretido, los tizones,
las sierras, las ruedas y los colmillos de las bestias eran cosas nupciales
infinitamente deseadas, pedidas con lágrimas muchas veces y de las que uno no
se creía digno. Era la concupiscencia universal de los tormentos.
Cuando llovían los
golpes atroces, el torturado ascendía, enardecido de amor, la escala de los
cielos, en medio de los astros, y a las vociferaciones demoníacas, el ruido de
huesos que se quebraban, el chirrido de la carne abrasada, parecíanle una
música de Querubines, de Tronos, de Dominaciones, tal como la que escucharan
nuestros primeros Padres en su Jardín inimaginable cuando el tiempo y la
medida de la Desobediencia no habían llegado aun.
Dar su vida por
Dios, sufrir por Dios por el amor de Jesucristo, ser su testigo en los
suplicios, he aquí el Martirio, el rudimento de la noción de Martirio. Así
es como puede explicarse a los niños, a las ancianas, a lo labradores. Claro
está que no hablo de los burgueses que nada de esto pueden comprender. Pero ello
no es más que una necesidad, una cosa inevitable, puesto que no se la
puede rechazar sin apostasía.
En su esencia, el
Martirio, lejos de ser un efecto, una consecuencia, es precisamente una causa,
un estado de fecundidad, el "semen christianorum" de Tertuliano, a
punto tal que es imposible ser cristiano si no se lo desea, y la ausencia de
persecuciones sanguinarias debería producir una insoportable y mortal nostalgia.
Un pez privado de agua es la imagen exacta del cristianismo que no este rodeado
por el aparato de los más espantosos suplicios y llego a creer que esa es la
razón, o una de las razones, de la simbólica representación del pez en los antiguos
monumentos cristianos.
El Salvador del
mundo, que quería que su Madre sufriera con El más que todos los hombres
juntos, no inventó para Ella nada mejor que la privación de ser degollada cruelmente.
Él mismo la degolló de Compasión, con
una mayor crueldad, al pie de su Cruz, y por eso Ella es llamada la Reina de los
Mártires.
IV
En su calidad de
rey, san Edmundo tuvo con Jesucristo la analogía de morir por la salvación de
su pueblo, Expedit unum hominem mori pro populo. Su historiador afirma que no había nada que él
deseara con más ardor. Una guerra encarnizada hubiera podido salvarlo, a él y a
su reino, habiendo, por otra parte, combatido ya valerosamente. Pero tuvo
horror del torrente de sangre, y quiso algo mejor. Sabía, sin lugar a dudas,
que inmediatamente después de su sacrificio, los daneses desaparecerían. Su
último suspiro fué el ite missa est para
esos diabólicos asistentes. Ellos
se alejaron, como lobos intimidados por una piadosa lámpara votiva en la
campaña, una noche de invierno, y fué precisamente otro lobo, un lobo fiel del
país, un bravo lobo sajón, el escogido para depositario de la más preciosa de
las reliquias del mártir.
"La venganza de Hinguar
no quiso detenerse en la muerte de san Edmundo. Llegó hasta los miserables
despojos de ese cuerpo, al que sólo podía ya afectar la denegación de sepultura.
"Esa pobre
Cabeza, en los delineamientos de cuyo rostro descolorido y exhausto parecía
vivir algo de san Edmundo, todavía podía ofrecer motivos de nueva
satisfacción al resentimiento del tirano. Fué condenada a ser arrojada al
muladar. El infortunado halconero Berne, al llegar allá, propuso que la cabeza
fuera llevada al bosque vecino de Heglesdune, donde Lothobroch fuera asesinado.
Aceptada con júbilo la proposición, la cabeza fué arrojada en el sitio más
apartado de ese bosque, y expuesta a las aves y bestias salvajes.
"... Los
habitantes de la región, que para escapar al furor de los bárbaros habíanse
refugiado en los bosques y en las montañas, salieron de sus escondites para ir
a repoblar los pueblos y ciudades abandonados. La memoria del buen rey san
Edmundo, que el sentimiento de su propia miseria no había podido borrar,
solicitó primero la caridad de ir en busca de su Cabeza, que se sabía fuera
arrojada en el bosque de Heglesdune. Esa buena gente se puso, pues, en procura
de la preciosa Reliquia y, desparramándose por toda la extensión del bosque, se
empeñó en registrar lo más espeso de la arboleda, hasta los lugares accesibles
solamente a las bestias salvajes.
"La mayor parte se
servía del ruido de cuernos y trompetas de caza para hacer saber el lugar en
que se hallaba, a objeto de que los que llegaran en pos de ellos no perdieran
tiempo en buscar donde ya lo habían hecho. Más felices en la búsqueda fueron
precisamente aquellos que sólo se sirvieron de su voz para dar a conocer su
posición. Algunos de ellos, que en cierto momento se encontraron extraviados
salieron del laberinto dando voces a sus compañeros.
"Habiendo
gritado una voz: ¡Her, her!, o sea, en el idioma de la región ¡Aquí, aquí!,
todos acudieron al lugar de donde partía ella, y encontraron entre las patas de
un lobo la Cabeza de san Edmundo, cuya boca abierta aún, acababa de formular el
grito que habían escuchado. Las exclamaciones de alegría que se hicieron oír
ante el feliz hallazgo, atrajeron a la totalidad de los buscadores, y con toda
veneración transportaron la sagrada reliquia hasta la sepultura donde habían
depositado el cuerpo, en un lugar llamado Suithune, a escasa distancia de donde
había tenido lugar su martirio.
"El lobo, que
hasta entonces había sido su guardián, siguió al convoy fúnebre, y luego de
haber visto cubrir de tierra el precioso tesoro que cuidara tan fielmente,
volvióse al bosque de Heglesdune.
"Dios, que es
admirable en esos Santos, comenzó entonces a inundar de santidad ese lugar, con
la realización de múltiples milagros. Esa Cabeza, que la crueldad de los
bárbaros desprendiera del tronco, cuarenta días más tarde habíase unido
nuevamente al cuerpo, y durante los muchos siglos que el cadáver se mantuvo
incorruptible, esa maravilla fué testimoniada por una huella rojiza que
señalaba el lugar donde había cortado la afilada espada”.
V
San Edmundo es el
patrono de la Schola Cantorum. Así lo dispuso la Providencia infalible, que ha
querido que la residencia actual de aquélla fuera antes una casa religiosa
donde se honraba particularmente al mártir. No existiendo el azar, dios de los
imbéciles, es indispensable que haya conexión misteriosa entre la gloria de san
Edmundo, muerto hace mil años, y este esfuerzo, manifiestamente bendito, de un
retorno a las tradiciones de la música sagrada.
Yo no me encargaré de
explicar esa concordancia. Bástame saber que Dios la conoce y la realiza por la
vocación del gran artista, suave y profundo, que ha emprendido semejante obra
de renacimiento cristiano.
Si me fuera permitido
un poco, después de esto, me aventuraría a hablar de ese pobre lobo del siglo
IX, que en cierto modo, y según su naturaleza de bestia elegida, tiene una
parte considerable en el patrocinio magnifico de la Schola.
Homines et
jumenta salvabis, dice el Salmo. ¿Quién
dirá cuál es el lugar de las bestias? Había en Belén un buey y un asno
profetizados por Isaías setecientos años antes de Jesucristo. Yo haría
observar que ese gran Vidente tuvo una verdadera ansiedad por anunciar a esos
inestimables animales, que aparecen mencionados en el comienzo de su libro.
Jesús en el desierto
vivía con las bestias, nos lo dice el Evangelio, y la mayor parte de los
grandes santos nos son mostrados por la tradición en compañía de cuadrúpedos o
de aves. Honor, pues, al lobo de san
Edmundo, que protege la Schola Cantorum y que tuvo la cabeza del mártir
entre sus venerables patas.
No se me enseñará
que el lobo tiene una mala reputación. Pocos animales feroces inspiran un
terror tan generalizado. Sin embargo, el mismo Isaías nos lo dice dos veces: el
lobo y el cordero terminarán viviendo juntos, en completa armonía. La Fontaine, que no leyó más que a Baruch,
ha ignorado esa profecía, que explica, hasta cierto punto, el patrocinio de la
Schola con la cual he querido terminar.
LEÓN BLOY
(El Viejo de la Montaña
13 de Noviembre de 1908)
[1] Historia de la Vida y de los Milagros de San Edmundo, Rey de Estangle o
Inglaterra oriental, por Pierre
de Caseneuve. Tolosa, 1644.
[2] Carlyle, Pasado y Presente. Libro II, capítulo
III.