C) Las Profecías anuncian una gran
Diáspora y un gran Retorno, que no son ninguno de los realizados en el A. T.
No es
de este lugar repetir lo que ya se nos dice en todos los manuales referente a
la índole de las profecías. El profeta cuando anuncia lo futuro, mezcla
distintos acontecimientos que, quizá en el orden cronológico estén muy
distanciados entre sí, pero que tienen una estrecha conexión en el orden que pudiéramos
llamar tipológico. Un ejemplo más reciente lo tenemos en el mismo discurso
escatológico de Jesucristo: allí se habla de dos acontecimientos[1]:
la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo. Ambos están separados por una distancia
multisecular pero están unidos por la tipología: la destrucción de Jerusalén es
tipo de la destrucción del mundo. Por eso se sobreponen ambos planos; a veces
la amplitud de la visión profética rebasa las fronteras del tipo y se echa a volar
espaciosamente a campo traviesa por entre las propias zonas del suceso pleno.
Es el
caso de los profetas, cuando anuncian la Diáspora del pueblo de Israel. En primer
lugar, se refieren a un hecho contingente e inmediato cuya realización nos la
evidencia la misma historia bíblica de la cautividad; pero a veces, es tal la
magnificencia de la visión profética, que rebasa por completo los estrechos
límites de un acontecimiento, como fué la deportación de los judíos a
Babilonia, y su restauración inmediata.
Bástenos
la cita de los lugares más sobresalientes.
Por lo
que hace a la Diáspora, son muy significativos ciertos textos del
profeta Oseas (III, 4-5):
“Porque
los hijos de Israel permanecerán muchos días sin rey ni príncipe, sin
sacrificio ni massebáh, sin efod ni terafín. Después, los israelitas, volverán
a buscar a Yahvéh, su Dios, y acudirán temerosos a Yahvéh y su bondad al cabo
de los días”.
Hay
una verdadera exégesis tradicional alrededor de este texto profético. Unos
creen que se refiere abiertamente a la era mesiánica, o sea, a la condición
actual del pueblo judío y que la vuelta a Yahvéh, de que se habla en la
profecía, se refiere a la futura conversión cristiana de Israel. Otros adoptan
una postura rígida, aplicando el vaticinio exclusivamente a la cautividad babilónica
y a la restauración de Zorobabel. Finalmente, hay una tercera opinión
conciliadora, que ve en el destierro babilónico la figura o tipo de esa otra
gran Diáspora que aún padecen los judíos, y en la restauración zorobabeliana el
símbolo de la conversión de Israel[2].
No es
nuestra intención hacer aquí una menuda discusión del texto; solamente nos
interesa consignar este dato: que el texto de Oseas se refiere a una
Diáspora y a un Retorno, cuya descripción sobrepasa con mucho los datos de
la historia pre-cristiana de Israel. Así lo han entendido la mayoría de los
intérpretes católicos, aunque hayan dado diversas interpretaciones concretas
del vaticinio.
Gemelo
del citado texto de Oseas es el que transcribimos a continuación del profeta Amós:
“He
aquí que yo daré orden, y zarandearé por todas las naciones a la casa de Israel,
como se zarandea el trigo en el harnero y ni una chinita caerá en la
tierra. A espada perecerán todos los pecadores de mi pueblo, los que dicen: “No
nos alcanzará ni sorprenderá la desventura”. En aquel día levantaré la
cabaña de David, que habrá caído,
repararé los portillos de sus muros, y sus edificios destruidos alzaré,
y la reconstruiré como en los tiempos antiguos, a fin de poseer el resto de Edom
y todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre; afírmalo Yahvéh
que tal hace. He aquí que llegan días —dice Yahvéh—en que quien ara seguirá
inmediatamente al segador, y el que pisa la uva al que esparce a boleo la
semilla; y cuando las montañas destilarán mosto y todas las colinas se derretirán.
Y repatriaré a mi pueblo Israel, y reconstruirán las ciudades derruidas y
las habitarán, y plantarán viñas y beberán su vino, harán huertos y comerán sus
frutos. Y los plantaré en su tierra, y ya no serán arrancados de su territorio,
que yo les he dado, dice Yahvéh, tu Dios”.
(Amós, IX, 9-15)
Un
proceso exegético parecido al del texto de Oseas se ha seguido en el comentario
del presente de Amos.
Siempre
sacamos la misma conclusión: la cautividad babilónica y el subsiguiente
retorno no agotan ni con mucho la grandiosidad del cuadro profético.
De la
segunda parte de Isaías entresacamos los párrafos más vibrantes de su descripción
pormenorizada de la futura grandeza del pueblo restaurado:
“Levántate,
resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria de Yahvéh ha brillado sobre
ti; pues he aquí que tinieblas cubren la tierra y obscuros nubarrones los pueblos,
mas sobre ti brilla Yahvéh y su gloria aparece sobre ti. Y las gentes caminarán
a tu luz, y los reyes al fulgor de tu astro naciente. Alza en torno tus ojos y
mira: todos estos reunidos vienen a ti; tus hijos vienen de lejos y tus
hijas son llevadas sobre la cadera. Entonces mirarás y estarás radiante, temblarás
y se ensanchará tu corazón, pues a ti se volverá la riqueza del mar, la
opulencia de las naciones vendrá a ti. Muchedumbre de camellos te cubrirá,
camellos jóvenes de Madián y Efá todos vienen de Sabá, oro e incienso traen, y
anuncian las glorias de Yahvéh”.
(Is. LX, 1-6)
“E inclinados,
se irán hacia ti las hijos de tus opresores, y se prosternarán a tus pies los
que te ultrajaban, y te apellidarán “ciudad de Yahvéh”, “Sión del Santo de Israel”. En lugar de ser una abandonada, una
odiada sin viandantes, te haré motivo de gloria eterna, alegría de todas las
generaciones”.
(Is. LX, 14-15)
“A
causa de Sión no puedo callar y a causa de Jerusalén no reposaré, hasta que surja
su derecho como esplendente luz y arda su salvación como una antorcha. Y las
naciones verán tu derecho y los reyes tu magnificencia, y se te llamará con
nombre nuevo que determinará la boca de Yahvéh. Y serás en mano de Yahvéh
corona magnífica, diadema real en la palma de tu Dios. Ya no se te denominará
más “abandonada”, ni a tu tierra se la llamará ya “desolada”, sino que te apellidarán
“mi complacencia en ella”, y “desposada” a tu tierra; pues Yahvéh se ha complacido
en ti y tu tierra será desposada”.
(Is. LXII, 1-4)
“Y
vendré para congregar a todos los pueblos y lenguas, que llegarán y contemplarán
mi gloria. Y pondrán ellos un signo, y mandaré supervivientes de ellos a los pueblos,
a Tarsis, Put y Lud, Mésef y Ros, Tubal y Javán, a las costas lejanas que no
han tenido noticia de Mí, ni han visto mi gloria y anunciarán mi gloria entre
los pueblos. Y traerán entonces a todos vuestros hermanos, de todos los pueblos,
como ofrenda a Yahvéh, en corceles y carros, y coches cubiertos, y mulos y
dromedarios, a mi santa montaña, a Jerusalén, dice Yahvéh, de igual suerte que
los hijos de Israel traen la oblación en vasijas puras a la casa de Yahvéh. Y
también de entre ellos tomaré algunos sacerdotes y levitas, afirma Yahvéh. Pues
así como el nuevo cielo y la nueva tierra que Yo creo, permanecerán ante Mí,
declara Yahvéh, así estarán vuestra simiente y vuestro nombre”.
(Is. LXVI, 18-22)
La profecía
de Ezequiel está toda ella penetrada de la cegadora luminosidad que la
gloria maravillosa del futuro Israel proyecta en la imaginación extática del
profeta. Entresacamos tan sólo estos párrafos altamente significativos:
“Así
habla el Señor Yahvéh: He aquí que Yo tomaré a los hijos de Israel de entre
las naciones a donde emigraron, y los congregare de todo alrededor, y los
introduciré en su territorio. Y haré de ellos una sola nación en mi tierra
y en las montanas de Israel, y un solo rey tendrán todos ellos, y ya no
constituirán dos naciones ni se dividirá en dos reinos. No se contaminarán más
con sus ídolos y sus abominaciones ni con ninguna de sus apostasías, y los
salvaré de todas sus residencias en las cuales pecaron, y lo purificaré, y
constituirán mi pueblo y yo seré su[3]
Dios. Mi siervo David será rey sobre ellos, y un solo pastor tendrán
todos ellos, y caminarán con arreglo a mis preceptos, y mis estatutos
observarán y los practicarán. Y habitarán sobre la tierra que di a mi siervo
Jacob, donde moraron sus padres, y habitarán sobre ella ellos, sus hijos, y los
hijos de sus hijos por siempre, y David, mi siervo, será su príncipe perpetuamente.
Y pactaré con ellos una alianza de paz, alianza eterna con ellos será. Y los estableceré
y multiplicaré y colocaré mi santuario en medio de ellos para siempre. Sobre
ellos estará mi morada, y constituiré su Dios y ellos serán mi pueblo, y
conocerán las naciones que yo Yahvéh, soy quien santifico a Israel, cuando mi
Santuario esté en medio de ellos por siempre”.
(Ez. XXXVII, 21.27)
Continuabitur.
[1] Nota del blog: En nuestra serie de artículos sobre El Discurso Parusíaco nos hemos opuesto a esta
interpretación. Nos parece que en los profetas no existe el uso del Tipo y
Antitipo, por lo menos, no en el sentido que le dan usualmente; pero sobre esto
volveremos en otra oportunidad, por ahora nos basta con negar el uso de la
figura del Tipo tanto para el Discurso Parusíaco como para el Apocalipsis.
[2]
Cfr. Knabenbauer, h. l.:
«Verum interpretes hoc loco minime
consentiunt, utrum generatim periodus
messianica intelligatur, vel hujus
periodi tempus extremum. Sunt enim non pauci iique graves, qui v. 4 et 5, non de babylonico exilio et de
instauratione messianica verum de Judaeorum conditione tempore messianico et de
eorum ad Christum conversione in consummatione saeculi explicent (cfr. Hier.,
Cyr., Rib., Lap., Estius., Mar., Men., Tir., Gord., Scholz.); alii tamen
ibi cernunt figuram populi in captivitate babylonica pressi et tempus
reversionis tempus post primum Christi adventum agnoscunt; ita Ps. Ruf.
qui aliam sententiam acerbe carpit: «hunc locum Judaei vel eos secuti ad
praesentis temporis judicium, pertinere contendunt», quae Rib. multis in
eum invehitur ; ita explicant Theod. M., Theod., Ephr., Theoph., Trochon.:
immo Theod. M., etiam v. 5
iam tempore Zorobabelis impletum volunt, quod concedi nulla ratione potes.
Alii demum, uti Alb., et Sanct., mediam quamdam viam ingressi
utramque sententiam conjungere student; fuisse sc. exilium babylonicum typum et
vivum quoddam status posterioris post urbis Jerosolymitanae destructionem
simulacrum et exemplar, et prophetam utriusque descripsisse, ita tamen ut plena
ac perfecta impletio non habeatur, nisi in Judaeorum conditione praesenti et in
communi illa post Antichristum ad Messiam conversione, de qua Rom. XI, 25».
[3] Nota del Blog: el texto que trae González Ruiz dice “con”.