Continuemos con la(s) profecía(s) de Nuestro Señor.
Primero veamos, como de costumbre, los textos:
Mateo XXIV
6 Oiréis hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Mirad que no os
turbéis! Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin.
7 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino, y habrá
en diversos lugares hambres y pestes y terremotos.
8 Todo esto es (sólo) el comienzo de los dolores (de parto)”.
Marco XIII
7 Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os
turbéis. Esto debe suceder, pero no es todavía el fin.
8 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino. Habrá terremotos
en diversos lugares, habrá hambres. Esto es (sólo) el comienzo de los dolores
(de parto).”
Lucas XXI
9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterroricéis;
esto debe suceder primero, pero no es enseguida el fin."
10 Entonces les dijo: "nación se levantará contra nación, reino
contra reino.
11 Habrá grandes terremotos y en diversos lugares hambres y pestes;
habrá también prodigios aterradores y grandes señales del cielo.
Continúan las diferencias entre los evangelistas.
La primera es que donde Mc indica que ha de haber “rumores
de guerra” Lc habla de “revoluciones”; tal vez los términos sean
sinónimos o por lo menos puedan tomarse como tal; la segunda es también
menor y se refiere a los “grandes” terremotos en Lc; la tercera
es que Mt y Mc hablan de turbación mientras Lc trae
un verbo más fuerte: “aterroricéis”; en cuarto lugar Mt y Mc
dicen que las guerras deben suceder, mientras que Lc agrega “esto debe
suceder primero” y es interesante notar que el verbo usado en Lc
(a diferencia de Mt y Mc, como ya lo dijimos) es “suceder”, que
es como si dijera: “me preguntáis cuándo debe suceder la destrucción del
Templo, pues bien: esto debe suceder antes”; dejando de lado estas
pequeñas diferencias, creemos que la quinta es decisiva: Mt y Mc
traen la metáfora de los dolores mientras que Lc habla de “prodigios aterradores
y grandes señales en el cielo”. La exégesis de Lc ya la hemos dado
AQUI, con lo cual es
preciso ocuparnos de los dolores.
No es extraña a los judíos la imagen de los dolores de parto, de hecho
es usada en tres sentidos diferentes[1]:
a) Para significar el miedo de los enemigos de Dios en los últimos
tiempos: Sal. XLVII (XLVIII), 7;
Is. XIII, 8; Jer. IV, 31; Ez. XXX, 16.
b) Como amenaza a Israel de la Cautividad a Babilonia: Jer.
XIII, 21.
c) Relativo a Israel en los últimos tiempos previo a su conversión: Jer.
VI, 24; Miq. IV, 9-10. ¿Oseas XIII, 13?
Ahora bien, ¿qué hay del Nuevo Testamento?
El texto principal sobre los dolores de parto en el NT tal vez sea el capítulo
XII del Apocalipsis. Es digna de atención y muy pertinente la extensa nota
al versículo 1 que trae el docto Obispo alemán Mons. Straubinger:
“La mujer de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es
decir una realidad prodigiosa y misteriosa… Esta personificación de la
comunidad teocrática era como tradicional (Os. 2, 19-20; Jer. 3, 6-10; Ez. 16,
8) y la imagen de Sión en trance de alumbramiento no era desconocida del judaísmo
(Is. 66, 8). La maternidad mesiánica afirmada aquí (vv. 2 y 5) lo es también en
IV Esdras 9, 43 ss.; 10, 44 ss)” (Pirot). Sobre su frecuente aplicación a la
Iglesia, dice Sales que en tal caso “la palabra Iglesia debe ser tomada en su
sentido más lato, de modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo
Testamento”. Algunos restringen este simbolismo a Israel que se salva según el
capítulo anterior (11, 1.13.19; cf. 7, 2 ss y nota), considerando que las doce
estrellas son las doce tribus, según Gen. 37, 9. Gelin dice a este respecto que
“en cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino
la mujer judeo-cristiana”, pero no precisa si es la que se convierte al
principio de nuestra era (cf. Rom. 9, 27; Gal 6, 16) o al fin de ella (Rom. 11,
25 ss.). Cfr. Miq. 5, 3 ss. En cuanto a la Iglesia en el sentido de Cuerpo
Místico de Cristo, ¿cómo explicar que ella diese a luz al que es su Cabeza
(Col. 1, 18), cuando, a la inversa, se dice nacida del costado del nuevo Adán
(Jn. 19, 34; Rom. 5, 14) como Eva del antiguo (Gen. 3, 20)? Ni
siquiera podría decirse de ella como se
dice de Israel, que convirtiéndose a Cristo podría darlo a luz
“espiritualmente” como antes lo dio a luz según la carne (Rom. 9, 5), pues la
Iglesia es Cuerpo de Cristo precisamente por la fe con que está unida a El.
Por otra parte, el misterio es más complejo aún si consideramos que empieza
como una señal en el cielo[2] (v.
1), o sea fuera del espacio y también del tiempo (lo cual parece brindar
amplio horizonte a la interpretación), mas luego vemos que el dragón, que
también estaba en el cielo (vv. 3 y 7), es precipitado a la
tierra (vv. 9, 10 y 12) y sin embargo aún persigue a la Mujer (v.
13) y ella huye al desierto (v. 14), dándose así a entender que también
ella estaba entonces en la tierra, y aún que el parto había sido ya aquí, pues
que el Hijo es arrebatado, hacia Dios (v. 5) y ella había huido al
desierto ya en v. 6. La Liturgia y muchos escritores patrísticos emplean
este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero es sólo en sentido
acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto se opone a que
se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin
detrimento de su virginidad. Puede recordarse también la misteriosa profecía
del Protoevangelio (Gen. III, 15 s.), donde se muestra ya el conflicto de este
capítulo entre ambas descendencias (cf. Mat III, 7; XIII, 38; VIII, 44; Miq. V,
3; Rom. XVI, 20; Col II, 15; Hebr. II, 14) y se anuncian dolores de parto como
aquí (v. 2; Gen. III, 16), lo cual parecería extender el símbolo de esta mujer
a toda la humanidad redimida por Cristo, concepto que algunos aplican también a
las Bodas de XIX, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando derribado
el muro de separación con Israel (Ef. II, 14)”.
Hasta aquí Straubinger y es curioso que no hiciera referencia a
Jn. XVI, 21.
“La Mujer, en el momento de dar a
luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido,
no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al
mundo.”
Y como observa Castellani, la exégesis desta parábola puede venir
del hecho que a la mujer le nace un hombre y no un niño como sería lo lógico
suponer.
Además en ningún momento dice el capítulo XII del Apocalipsis que
lo que nace de la Mujer es un niño sino un “hijo varón”, todo lo cual concuerda
con el bellísimo texto de Isaías, que en su cap. IX, 6 s dice:
“Porque un Niño nos ha nacido (primera Venida), un Hijo
nos ha sido dado (segunda Venida), que lleva el imperio sobre sus
hombros. Se llamará Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la
eternidad, Príncipe de la Paz[3].
Se dilatará su imperio, y de su paz no habrá fin. (Sentaráse) sobre el
trono de David y sobre su reino, para establecerlo y consolidarlo mediante el
juicio y la justicia, desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de
los ejércitos hará esto.”
Puesto que el texto de Mc
(y Mt) se refiere a un suceso posterior a la cautividad de Babilonia es
fácil desechar la opción “b”, y con respecto a la opción “a” parecería muy
improbable que los dolores de parto se refieran al miedo de los enemigos de
Dios en la Parusía puesto que este suceso al que alude Nuestro Señor tiene
lugar antes de la Abominación de la Desolación en el lugar Santo, es decir,
antes del Anticristo y, consiguientemente, antes de la Parusía.
Parecería, pues, que no queda sino aplicar esta imagen al pueblo de
Israel en su próxima conversión. De hecho esto parece ser lo que está
profetizado en el último capítulo de Isaías, citado por Straubinger:
7. Antes de estar de parto ella ha dado a luz; antes que le
sobreviniesen dolores a dado a luz a un hijo varón.
8. ¿Quién oyó jamás cosa tal? ¿Quién vio cosa semejante? ¿Un país se
hace acaso en un día? ¿O nace una nación de una vez?
Antes de sentir los dolores Sión dio a luz a sus hijos.
¡Bellísima profecía! El versículo 7 se refiere a la primera Venida
del Mesías, como lo indica Lacunza, Fenómeno VIII, art. III, párrafo
V, cuando dice: “Este parece que es según todas las contraseñas aquel
prodigio grande e inaudito del que habla Isaías (LXVI, 7), de modo que la mujer
de que hablamos[4] parió ciertamente a su
Mesías muchos siglos ha; ¿más cómo? Antes de estar de parto ella ha dado a luz;
lo dio a luz antes de parturirlo: lo parió sin dolor, antes de parirlo con
dolor: es decir lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu, sin
fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes fue por
esto mismo, lapis offensionis et petra scandali. “¿Por qué?
Porque no (la buscó) por la fe, sino como por obras, y así tropezaron en la
piedra de tropiezo como está escrito” (Rom IX, 32). Mas cuando Dios use con
esta mujer de aquellas grandes misericordias que le tiene prometidas; cuando la
llame “como mujer abandonada, como esposa rechazada desde la adolescencia”,
cuando la recoja “con gran misericordia”, cuando la ilumine, cuando le abra los
ojos y los oídos, cuando le envíe lengua erudita o maestros o ministros de la
palabra, especialmente a Elías “que en efecto ha de venir y restaurarlo todo”
(Mt. XVII, 11); entonces entrándole por los ojos la luz y por los oídos la fe
de su Mesías, lo concebirá al punto en espíritu, es a saber, con conocimiento,
con fe, con estimación, con un entrañable y ardentísimo amor y también con
aquellas angustias y dolores por dentro y por fuera, que en aquel tiempo y
circunstancias serán inevitables. Este parto espiritual de Sión, esta fe y
confesión de fe, este reconocer y confesar públicamente y a todo riesgo que
aquel mismo Jesús, a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz,
a quien siempre había detestado y aborrecido, etc. es su verdadero Mesías “la
morada de la justicia, la esperanza de sus padres” (Jer. L, 7); esto parece que
es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran consejo y formar aquel
majestuoso tribunal de que tanto se habla en los capítulos IV y V del mismo
Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima alusión del capítulo VII de
Daniel, como luego veremos…”[5].
En cambio el versículo 8 trae a colación dos hechos:
El primero nos parece que es la fundación del Estado de Israel
cuando dice: “¿Quién oyó jamás cosa tal? ¿Quién vio cosa semejante? ¿Un país se
hace acaso en un día? ¿O nace una nación de una vez?”.
¡Sí, un país se hace en un día! ¡Una nación nace de una sola vez! El 14
de mayo de 1948, día de la finalización del mandato británico sobre la
Palestina, fue fundado el pequeño estado de Israel contra la oposición interna
y externa de muchos y para sorpresa de todos. Oposición de muchos países, oposición,
incluso, de muchos judíos, amenazas de guerra (que se hicieron efectivas al día
siguiente mismo) etc. Contra todos los pronósticos una nación se hizo en un
día.
Por su parte el segundo hecho, todavía futuro para nosotros,
es la conversión parcial de los judíos con la venida de Elías cuando el
texto dice: “antes de sentir los dolores Sión dio a luz a sus hijos”, esto
es: antes del “comienzo de los dolores[6]”
(Mt XXIV, 8 y Mc XIII, 8), o sea antes de la apertura de
los sellos “Sión dará a luz a sus hijos”, lo cual quiere decir que la
conversión parcial de los judíos ocurrirá al comienzo de la septuagésima
semana, como es obvio por el texto del profeta Daniel, y puesto que esto será
obra del Profeta Elías entonces tenemos aquí otro argumento para afirmar que la
prédica de los dos Testigos y el reinado del Anticristo no han de ser
simultáneos sino que juntos sumarán siete años, es decir la septuagésima semana
de Daniel[7].
Por último nótese aquí el plural a diferencia del vers. 7 donde
habla en singular y se predice la primera venida del Mesías.
En conclusión: vemos una vez más que los dos discursos van por
caminos diferentes. El de San Lucas nos lleva a los sucesos previos a la
destrucción del Templo el año 70, mientras que San Mateo y San Marcos
nos llevan a los últimos tiempos[8].
Vale!
[1] Tomamos estas citas bíblicas de Oñate que son
meramente ejemplificativas.
[2] Nos parece que la frase “Y una gran señal fue vista en el cielo, etc.” (y
lo mismo el v. 3) no quiere decir que la Mujer “aparece” en el cielo,
sino que ese signo es visto “desde el cielo”. No hay dudas que el signo
tiene lugar en la tierra, como consta por el v. 5 donde se dice que la
Mujer da a luz en la tierra, que su Hijo es arrebatado al cielo, y que luego
huye al desierto, etc. Nos parece que de otra forma es difícil explicar bien
todas las imágenes.
[3] Es decir, todos estos nombres de Cristo
corresponden a su reyecía durante el Milenio.
[4] Lacunza se refiere a la Mujer
del capítulo XII del Apocalipsis.
[6] El texto distingue bien los “comienzos de los
dolores” de los “dolores de parto” de los que habla Apoc. XII. De hecho Joüon
afirma que esta frase debe ser traducida “estas cosas son (tan sólo) el
principio de los dolores”, es decir, no los dolores de parto mismo. Lo mismo afirma Zerwick.
[7] No debe confundirse la conversión parcial de los judíos que marca el
comienzo de la Septuagésima semana de Daniel
con la profesión pública de Israel en
cuanto nación hacia el final de la primera mitad y que trae como
consecuencia inmediata la aparición del Anticristo.
Creemos que por acá puede venir la respuesta al famoso y tan controvertido κατέχον del que habla S.
Pablo. Sobre este tema ver lo que
ya publicamos AQUI y AQUI.
[8] Notemos AQUI lo que ya dijimos en relación al
discurso Parusíaco y los primeros cinco sellos del Apocalipsis.