jueves, 5 de septiembre de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (VI de VI)

Nota del Blog: tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo VIII

Resumen o conclusión

En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Éufrates, ya no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que resucite jamás[1]: “nec exstruetur usque ad generationem et generationem… non habitabit ibi vir, et non incolet eam filius hominis” (Jer. L, 39). Con todo eso, las profecías que hay contra Babilonia no se han verificado hasta ahora plenamente. Digo plenamente, porque aunque Babilonia se destruyó (que es una de las cosas que anuncian claramente los Profetas) mas no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias particulares que se leen expresas en sus profecías[2].
Muchos autores (no solamente de los intérpretes de la Escritura, mas también de los historiadores, entre ellos el sabio y pío M. Rollin, en su Historia Antigua), hablan de la destrucción de Babilonia, y citan las profecías con una especie de confianza y seguridad, como si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen perfectamente de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad, de qué monumentos, de qué archivos o de qué fuentes han sacado unas noticias tan singulares, nos hallamos con la extraña y gran novedad, de que realmente no han tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos sino las mismas profecías, las cuales han suplido por todo. Bien, y si hay monumentos en contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la historia profana (que esto importa poco), sino mucho más en la historia sagrada; en este caso, ¿no sería cosa justísima no hacernos desentendidos de dichos monumentos? Pues amigo, así es.
Por lo que toca a la historia sagrada, os he hecho ya notar en varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias ciertas, del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras muchas más con poco trabajo material; mas ¿para qué? ¿No bastan y aún sobran las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia profana, me parece que bastará deciros o acordaros, que Alejandro Magno murió en Babilona doscientos años después que Babilonia debía estar enteramente destruida, si los Profetas hubiesen hablado de ella directa o inmediatamente.

Fuera de esto, también os he hecho notar (y debéis notarlo con especial cuidado y exactitud), que todas aquellas cosas y circunstancias más graves, que miradas las profecías, ciertamente faltaron en la destrucción de la antigua Babilonia, se ven aparecer y como resucitar después de algunos siglos en el Apocalipsis de San Juan; y esto como unas cosas propias y peculiares, no de aquella antigua y difunta Babilonia, sino de otra nueva que todavía vive, para cuando llegue para ella aquel tiempo y momentos, quae Pater posuit in sua potestate (Hech. I, 7).
Del mismo modo discurrimos de los cautivos de Babilonia, según las profecías. Muchos días, o muchos siglos ha que salieron de aquella antigua Babilonia algunos cautivos de Judá; muchos siglos ha que se establecieron de nuevo en la Judea; muchos siglos ha que edificaron de nuevo su templo y ciudad de Jerusalén. Mas con todo, es cierto e innegable (cuanto puede extenderse esta palabra certeza en asuntos semejantes), que las profecías innumerables que hablan en general de la vuelta de los cautivos a su tierra, no se han verificado, ni una entre mil. No hay duda que algunos de los cautivos, “quos transtulerat Nabuchodonosor rex Babylonis in Babylonem, et reversi sunt in Jerusalem et Judam” (Esd. II, 1); mas ni aquella salida de Babilonia, ni aquella vuelta, ni aquel nuevo establecimiento en Jerusalén y Judea, sucedió entonces de aquel modo y con aquellas circunstancias gravísimas, que anuncian clara y distintamente las profecías.
Pues a todo esto, ¿qué podremos decir? ¿Que las profecías se han falsificado? ¿Que los Profetas erraron, o el Espíritu Santo qui locutus est per prophetas? ¿Que los Profetas fingieron aquellas cosas per tumorem animi sui? ¿Que Dios ha faltado a su palabra, etc.? Todos estos despropósitos se presentan naturalmente y como de tropel o es muy fácil que se presenten a cualquier hombre reflexivo, por pío que sea, si por otra parte no tiene ni admite otras ideas, que las que pueda dar el sistema ordinario.[3] Mas estos mismos despropósitos u otros semejantes se desvanecen al punto, si dejado por un momento el sistema ordinario de los intérpretes, nos atenemos al sistema ordinario de la Escritura. En este sistema (si es lícito darle este nombre) todo se compone sin la menor dificultad. Es cierto que las profecías no se han cumplido hasta la presente; mas también es cierto que todavía no se ha acabado el mundo[4]. También es cierto que los cautivos, de quienes se habla, existen todavía en el mundo, y existen en calidad de cautivos. También es cierto que no ha sido posible exterminarlos, ni confundirlos con las otras naciones, ni iluminarlos, ni abrirles el oído interno, ni quitarles el corazón de piedra, ni el velo del corazón, etc., cosas todas que están clarísimamente anunciadas en las profecías. ¿Quién, pues, nos impide el pensar y decir libremente lo que de suyo se presenta a la razón ilustrada con la lumbre de la fe? ¿Quién nos impide el pensar y decir libremente, que así como ya se han cumplido muchas profecías, de las que se leen en las Escrituras, así se cumplirán a su tiempo otras muchas que todavía quedan? ¿Hay cosa más conforme a razón, ni más digna de Dios? Piensen, pues, los hombres como pensaren, y acomoden como les fuere posible o imposible, siempre será verdadera aquella sentencia del Apóstol: “Est autem Deus verax: omnis autem homo mendax, sicut scriptum est” (Rom. III, 4).
De todo lo que hemos observado en estos dos últimos fenómenos, la conclusión sea: que aquellas dos grandes fortalezas donde se acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura (es a saber, Babilonia y sus cautivos, tomados en cuanto se puede y en cuanto no se puede, que es casi todo por la Iglesia Cristiana, compuesta de las gentes que entraron en lugar de los judíos) son en realidad dos fortalezas que tienen mucho de perspectiva. No hay duda que, miradas desde cierta distancia, muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas la apariencia y el pavor van desapareciendo al paso que los ojos o la reflexión se van acercando.
Lo primero: la iglesia Cristiana no puede faltar. Es un edificio tan indestructible y eterno, como lo es el fundamento sobre que estriba, quod est Christus Jesus. Pero sin faltar la iglesia Cristiana, puede muy bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse el candelero de una parte a otra, o inclinarse el calix ex hoc in hoc, porque como está escrito, fæx ejus non est exinanita: bibent omnes peccatores terræ (Sal. LXXIV); y como nos advierte el Apóstol (Rom. XI, 32): “Conclusit enim Deus omnia in incredulitate, ut omnium misereatur.

Lo segundo: salieron de Babilonia algunos cautivos; mas no salieron como anuncian las profecías claramente; pues no salieron libres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón circuncidado, ni salieron de todos los países y naciones de la tierra, ni salieron todos sin quedar alguno, ni salieron filii Israel ipsi et filii Juda simul  (Jer. L, 4) ni salieron para vivir en quietud y seguridad en la tierra prometida a sus padres, ni salieron, en suma, para no ser otra vez movidos y desterrados de aquella tierra. Cosas todas anunciadas y repetidas de mil maneras en toda la Escritura. Luego lo que entonces no sucedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte “jota unum aut unus apex… donec omnia fiant” (Mt. V, 18)[5].


Apéndice[6]

Las cosas que acabamos de observar en este fenómeno forman en sustancia la dificultad más grave de todas cuantas han opuesto, y oponen hasta ahora los Judíos, a los que les hablan de la venida del Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con sus mismas escrituras; después que ya no hallan qué responder a los argumentos clarísimos y eficacísimos que les hacen los doctores cristianos; después que se ven convencidos y concluidos con suma evidencia; se acogen, al fin a aquella última fortaleza, que sin razón han tenido en todos los tiempos por inexpugnable; se acogen, quiero decir, a las profecías. Su modo de discurrir, reducido a cuatro palabras, es el siguiente: las profecías (digan lo que dijeren los Cristianos e interpreten, y acomoden como mejor les pareciere), las profecías es cierto que no se han cumplido; luego el Mesías no ha venido. El antecedente lo prueban, mostrando una por una (con grande y molestísima prolijidad) no solamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino otras muchas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen a su parecer clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil notar que unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente, que toda visión y profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Mesías, o se  acabará de cumplir plena y perfectamente en su venida. Basta leer el capítulo IX de Daniel, en donde (v. 24) se hallan juntas, y unidas, y como inseparables estas dos cosas entre otras: es a saber, el cumplimiento pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo de los santos: “ut impleatur visio et prophetia, et ungatur Sanctus sanctorum”. Con que si el Mesías ha venido, deberá ya haber sucedido la unción del Santo de los santos. Si ésta ha sucedido deberá ya haberse cumplido plena y perfectamente toda visión y profecía. Esto último es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no hay más razón para lo uno, que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor no ha venido, etc.
Este argumento de los doctores judíos es el único entre todos al que no han podido responder hasta ahora los doctores cristianos, a lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a quien desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás tengo por cierto e indubitable, que convencen evidentemente a los doctores Judíos, los confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta eficacia y evidencia, que algunos rabinos más modernos (y sin duda más doctos y sinceros que los antiguos) se han visto precisados a decir en fuerza de los argumentos, que el Mesías debía ya haber venido muchos siglos ha, según las Escrituras; mas que ha dilatado su venida por los pecados de su pueblo. Otros todavía más doctos y más sinceros han dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin entenderla) que el Mesías ya vino; pero que está oculto por la misma razón, esto es, por los pecados de su pueblo (Pinamonti, La sinagoga disinganata).
Mas aunque en todo lo demás convencen los doctores Cristianos, y confunden a los Judíos, en el punto particular que ahora tratamos, parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que hablar en tono decisivo, ponderar y suponer mucho, y al fin dejar intacta la dificultad, o por mejor decir, dejarla más visible y más indisoluble. Ved aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima dificultad.

Lo primero: saludan a los doctores Judíos con la salutación acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han imaginado que las profecías dictadas por el Espíritu Santo, se habían de cumplir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto último no dejan de tener razón, y gran razón).

Lo segundo: les añaden, que han entendido las Escrituras “juxta literam occidentem, et non juxta spiritum vivificantem” (lo cual también puede ser verdad, y lo es en gran parte, mas en su verdadero sentido).

Lo tercero: les enseñan, como si fueran capaces de admitir, o de entender una doctrina tan extraña, y tan repugnante al sentido común, que las profecías se deben entender, no como suenan, o según el sentido que aparece; pues en este sentido, añaden, sería necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y oídos materiales, todo lo cual se lee frecuentemente en las profecías, sino que se deben entender solamente en aquel sentido verdadero en que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es, dicen, el sentido espiritual y figurado y en este verdadero sentido se han verificado ya en la Iglesia presente casi todas aquellas profecías, que no pudieron verificarse, ni tener lugar en los Judíos; exceptuando algunas pocas, cuyo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra judicare voivos et mortuos, esto es, a todo entero el linaje humano, que lo espera en el gran Valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc. ¿Y no hay más respuesta que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No, amigo, no hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego la posibilidad absoluta de alguna solución más perceptible; mas en el sistema ordinario no comprendo cómo pueda ser.

¡Oh verdaderamente pobres e infelices judíos! Por todas partes os sigue y acompaña el reato de vuestros delitos, y la justa indignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos funesto y perjudicial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente vuestros doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la esperanza de Israel, y os redujo, por buena consecuencia, al estado miserable en que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras profecías; y este otro sistema en que os quieren hacer entrar con una violencia tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vuestros doctores es evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la mitad del Mesías mismo; y a este segundo sistema es no menos evidente, que le falta la otra mitad. Una y otra falta ha recaído sobre vosotros, y ha completado vuestra infelicidad. ¡Oh, si fuese posible unir entre sí estas dos mitades, secundum Scripturas! Con esto sólo parece que estaba todo remediado por una y otra parte. Ni era menester otra cosa, así para el verdadero y sólido bien de las gentes Cristianas, como para remedio de los infelices Judíos; sed hoc opus, hic labor est. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿cómo pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo que se lee en contra de los Judíos, y en favor de las gentes que ocuparon su puesto? ¿Cómo pudiera asimismo cumplirse lo que se lee para otros tiempos en contra de las gentes y en favor de los Judíos? Todo se lograría con que los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por consiguiente la creyeran; y los primeros, que creen la primera y esperan la segunda, hiciesen reflexión sobre tantas profecías, que hablan manifiestamente de ésta, y no de la primera, y por tanto entonces sólo tendrán su entero cumplimiento.



[1] ¡Oh, Señor! ¿Cómo es posible que después de tanto barajar nos toquen las mismas cartas… y encima cuando el que reparte es el mismo Lacunza? ¿Cómo es posible que después de haber escrito más de mil páginas para refutar esta idea que subyace a través de la gran mayoría de exégetas, cómo es posible, decimos, que Lacunza escriba esto? Sin dudas la tentación ha de ser muy grande.
Creemos, salvo meliori judicio, que Lacunza se equivoca en varios puntos:

1) No es cierto que Babilonia ya no exista, como así tampoco es cierto que haya dejado de ser habitada desde los tiempos de Alejandro Magno.

2) Hoy mismo, ante nuestros ojos, se está reconstruyendo Babilonia. Primero fue Saddam Hussein, y hoy en día son los mismísimos EEUU los que están levantando sus muros. Este ARTICULO del New York Times de 2009 confirma lo que decimos.

Que la Babilonia de los Profetas no sea la de Nabucodonosor está claro, pero que la Babilonia de los Profetas no sea Babilonia… lo mínimo que hay que hacer es intentar probarlo y no darlo por supuesto.

[2] Ergo, resta esperar un tiempo en el cual Babilonia sea destruida “de aquel modo y aquellas circunstancias particulares que se leen expresas en sus profecías”.

[3] Presten mucha atención hoy más que nunca a este peligro que señala Lacunza quienes siguen el sistema impugnado por el exégeta chileno.

[4] ¿Por qué no darle a Babilonia esta respuesta…?

[5] Y esta segunda conclusión nos lleva a negar categóricamente que la vuelta de los Judíos en el siglo XX a la tierra de sus padres haya sido el fin del cautiverio, o el fin del tiempo de los gentiles.
Los Judíos en 1948 no volvieron:

a) Libres: a pesar de la libertad política, se trata de una libertad bastante precaria pues Israel depende económica y militarmente de la ayuda de otras naciones, principalmente de los Estados Unidos, incluso hasta el día de hoy.

b) Santos y con el corazón circuncidado: ut patet.

c) Todos: ut patet.

d) Para vivir en quietud y seguridad: ut patet.

e) Para no ser otra vez movidos y desterrados de aquella tierra: como se ve por el Capítulo XII del Apocalipsis y concordantes.

Sí puede decirse, en cambio, que volvieron:

a) De todos los países y naciones de la tierra.

b) De las doce Tribus: “filii Israel ipsi et filii Juda simul”.

Terminemos con dos argumentos más que prueban que todavía no se han cumplido las profecías:

1) Israel no conquistó Jerusalén sino en la guerra de los Seis Días en 1967 y esto en forma más bien precaria como se puede ver por el hecho de que el lugar más sagrado para ellos permanece en poder de los musulmanes, y por lo tanto no se ha reconstruido el Templo.

2) Jesucristo indica que Jerusalén va a ser pisoteada por los gentiles “hasta que el tiempo de los gentiles se cumpla” (Lc. XXI, 24), y por otra parte Apoc. XI, 2 dice que los gentiles “pisotearán la Ciudad, la santa durante cuarenta y dos meses”. Ahora bien estos cuarenta y dos meses o son los de Elías (es lo que creemos) o son los del Anticristo. En ambos casos es futura para nosotros. Ergo el tiempo de las naciones no ha acabado todavía.

[6] Exquisito apéndice que tal vez hubiera merecido un post aparte. Por acá pasa toda la dificultad en la apologética con los pobres Judíos. Hasta que los Católicos no entendamos esto, poco podremos hacer por ellos.