Nota del Blog: tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.
Párrafo VIII
Resumen o conclusión
En suma, aquella antigua Babilonia situada en
el Éufrates, ya no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza
alguna que resucite jamás[1]:
“nec exstruetur usque ad generationem et generationem… non
habitabit ibi vir, et non incolet eam filius hominis” (Jer. L, 39). Con todo eso, las profecías que hay contra
Babilonia no se han verificado hasta ahora plenamente. Digo plenamente, porque
aunque Babilonia se destruyó (que es una de las cosas que anuncian claramente
los Profetas) mas no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias
particulares que se leen expresas en sus profecías[2].
Muchos autores (no solamente de los
intérpretes de la Escritura, mas también de los historiadores, entre ellos el
sabio y pío M. Rollin, en su Historia Antigua), hablan de la
destrucción de Babilonia, y citan las profecías con una especie de confianza y
seguridad, como si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen
perfectamente de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad, de
qué monumentos, de qué archivos o de qué fuentes han sacado unas noticias tan
singulares, nos hallamos con la extraña y gran novedad, de que realmente no han
tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos sino las mismas
profecías, las cuales han suplido por todo. Bien, y si hay monumentos en
contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la historia profana (que esto
importa poco), sino mucho más en la historia sagrada; en este caso, ¿no sería
cosa justísima no hacernos desentendidos de dichos monumentos? Pues amigo, así
es.
Por lo que toca a la historia sagrada, os he
hecho ya notar en varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias
ciertas, del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras
muchas más con poco trabajo material; mas ¿para qué? ¿No bastan y aún sobran
las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia profana, me parece que
bastará deciros o acordaros, que Alejandro Magno murió en Babilona doscientos
años después que Babilonia debía estar enteramente destruida, si los Profetas
hubiesen hablado de ella directa o inmediatamente.
Fuera de esto, también os he hecho notar (y
debéis notarlo con especial cuidado y exactitud), que todas aquellas cosas y
circunstancias más graves, que miradas las profecías, ciertamente faltaron en
la destrucción de la antigua Babilonia, se ven aparecer y como resucitar después
de algunos siglos en el Apocalipsis de San Juan; y esto como unas cosas propias
y peculiares, no de aquella antigua y difunta Babilonia, sino de otra nueva que
todavía vive, para cuando llegue para ella aquel tiempo y momentos, quae
Pater posuit in sua potestate (Hech. I, 7).
Del mismo modo discurrimos de los cautivos de
Babilonia, según las profecías. Muchos días, o muchos
siglos ha que salieron de aquella antigua Babilonia algunos cautivos de Judá; muchos
siglos ha que se establecieron de nuevo en la Judea; muchos siglos ha que
edificaron de nuevo su templo y ciudad de Jerusalén. Mas con todo, es cierto
e innegable (cuanto puede extenderse esta palabra certeza en asuntos semejantes),
que las profecías innumerables que hablan en general de la vuelta de los cautivos
a su tierra, no se han verificado, ni una entre mil. No hay duda que
algunos de los cautivos, “quos transtulerat
Nabuchodonosor rex Babylonis in Babylonem, et reversi sunt in Jerusalem et
Judam” (Esd. II, 1); mas ni aquella salida
de Babilonia, ni aquella vuelta, ni aquel nuevo establecimiento en Jerusalén y
Judea, sucedió entonces de aquel modo y con aquellas circunstancias gravísimas,
que anuncian clara y distintamente las profecías.
Pues a todo esto, ¿qué podremos decir? ¿Que
las profecías se han falsificado? ¿Que los Profetas erraron, o el Espíritu
Santo qui locutus est per prophetas? ¿Que los Profetas fingieron
aquellas cosas per tumorem animi sui? ¿Que Dios ha faltado a su palabra, etc.? Todos estos
despropósitos se presentan naturalmente y como de tropel o es muy fácil que se
presenten a cualquier hombre reflexivo, por pío que sea, si por otra parte no
tiene ni admite otras ideas, que las que pueda dar el sistema ordinario.[3]
Mas estos mismos despropósitos u otros semejantes se desvanecen al punto, si
dejado por un momento el sistema ordinario de los intérpretes, nos atenemos al
sistema ordinario de la Escritura. En este sistema (si es lícito darle este
nombre) todo se compone sin la menor dificultad. Es cierto que las profecías no
se han cumplido hasta la presente; mas también es cierto que todavía no se ha
acabado el mundo[4].
También es cierto que los cautivos, de quienes se habla, existen todavía en
el mundo, y existen en calidad de cautivos. También es cierto que no ha sido
posible exterminarlos, ni confundirlos con las otras naciones, ni iluminarlos,
ni abrirles el oído interno, ni quitarles el corazón de piedra, ni el velo del
corazón, etc., cosas todas que están clarísimamente anunciadas en las
profecías. ¿Quién, pues, nos impide el pensar y decir libremente lo que de
suyo se presenta a la razón ilustrada con la lumbre de la fe? ¿Quién nos impide
el pensar y decir libremente, que así como ya se han cumplido muchas profecías,
de las que se leen en las Escrituras, así se cumplirán a su tiempo otras muchas
que todavía quedan? ¿Hay cosa más conforme a razón, ni más digna de Dios?
Piensen, pues, los hombres como pensaren, y acomoden como les fuere posible o
imposible, siempre será verdadera aquella sentencia del Apóstol: “Est autem Deus verax: omnis autem homo mendax, sicut scriptum est” (Rom. III, 4).
De todo lo que hemos observado en estos dos
últimos fenómenos, la conclusión sea: que aquellas dos grandes
fortalezas donde se acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura
(es a saber, Babilonia y sus cautivos, tomados en cuanto se puede y en
cuanto no se puede, que es casi todo por la Iglesia Cristiana, compuesta de las
gentes que entraron en lugar de los judíos) son en realidad dos fortalezas que
tienen mucho de perspectiva. No hay duda que, miradas desde cierta distancia,
muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas la apariencia
y el pavor van desapareciendo al paso que los ojos o la reflexión se van
acercando.
Lo primero: la iglesia Cristiana no
puede faltar. Es un edificio tan indestructible y eterno, como lo es el
fundamento sobre que estriba, quod est Christus Jesus. Pero sin faltar
la iglesia Cristiana, puede muy bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse
el candelero de una parte a otra, o inclinarse el calix ex hoc in hoc, porque
como está escrito, fæx ejus non est exinanita:
bibent omnes peccatores terræ
(Sal.
LXXIV); y como nos advierte el Apóstol (Rom. XI,
32): “Conclusit enim Deus omnia in incredulitate, ut
omnium misereatur”.
Lo segundo: salieron de Babilonia
algunos cautivos; mas no salieron como anuncian las profecías claramente; pues
no salieron libres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón
circuncidado, ni salieron de todos los países y naciones de la tierra, ni
salieron todos sin quedar alguno, ni salieron filii
Israel ipsi et filii Juda simul (Jer. L, 4) ni salieron
para vivir en quietud y seguridad en la tierra prometida a sus padres, ni
salieron, en suma, para no ser otra vez movidos y desterrados de aquella tierra.
Cosas todas anunciadas y repetidas de mil maneras en toda la Escritura. Luego
lo que entonces no sucedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte “jota unum aut unus apex…
donec omnia fiant” (Mt. V, 18)[5].
Apéndice[6]
Las cosas que acabamos de observar en este
fenómeno forman en sustancia la dificultad más grave de todas cuantas han
opuesto, y oponen hasta ahora los Judíos, a los que les hablan de la venida del
Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con sus
mismas escrituras; después que ya no hallan qué responder a los argumentos
clarísimos y eficacísimos que les hacen los doctores cristianos; después que se
ven convencidos y concluidos con suma evidencia; se acogen, al fin a aquella
última fortaleza, que sin razón han tenido en todos los tiempos por
inexpugnable; se acogen, quiero decir, a las profecías. Su modo de discurrir,
reducido a cuatro palabras, es el siguiente: las profecías (digan lo que
dijeren los Cristianos e interpreten, y acomoden como mejor les pareciere), las
profecías es cierto que no se han cumplido; luego el Mesías no ha venido. El
antecedente lo prueban, mostrando una por una (con grande y molestísima
prolijidad) no solamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino
otras muchas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen a su parecer
clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil notar que
unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente, que toda visión y
profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Mesías, o se acabará de cumplir plena y perfectamente en
su venida. Basta leer el capítulo IX de Daniel, en donde (v. 24) se hallan juntas,
y unidas, y como inseparables estas dos cosas entre otras: es a saber, el
cumplimiento pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo
de los santos: “ut impleatur visio et prophetia, et ungatur
Sanctus sanctorum”. Con que si el Mesías
ha venido, deberá ya haber sucedido la unción del Santo de los santos. Si ésta
ha sucedido deberá ya haberse cumplido plena y perfectamente toda visión y
profecía. Esto último es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no
hay más razón para lo uno, que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor
no ha venido, etc.
Este argumento de los
doctores judíos es el único entre todos al que no han podido responder hasta
ahora los doctores cristianos,
a lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a quien
desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás tengo por
cierto e indubitable, que convencen evidentemente a los doctores Judíos, los
confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta eficacia y evidencia, que
algunos rabinos más modernos (y sin duda más doctos y sinceros que los
antiguos) se han visto precisados a decir en fuerza de los argumentos, que el
Mesías debía ya haber venido muchos siglos ha, según las Escrituras; mas que ha
dilatado su venida por los pecados de su pueblo. Otros todavía más doctos y
más sinceros han dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin
entenderla) que el Mesías ya vino; pero que está oculto por la misma razón,
esto es, por los pecados de su pueblo (Pinamonti, La sinagoga
disinganata).
Mas aunque en todo lo demás convencen los
doctores Cristianos, y confunden a los Judíos, en el punto particular que ahora
tratamos, parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que hablar
en tono decisivo, ponderar y suponer mucho, y al fin dejar intacta la
dificultad, o por mejor decir, dejarla más visible y más indisoluble. Ved
aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima dificultad.
Lo primero: saludan a los doctores Judíos
con la salutación acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han
imaginado que las profecías dictadas por el Espíritu Santo, se habían de
cumplir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto último no
dejan de tener razón, y gran razón).
Lo segundo: les añaden, que han
entendido las Escrituras “juxta literam occidentem, et
non juxta spiritum vivificantem” (lo cual
también puede ser verdad, y lo es en gran parte, mas en su verdadero sentido).
Lo tercero: les enseñan, como si
fueran capaces de admitir, o de entender una doctrina tan extraña, y tan
repugnante al sentido común, que las profecías se deben entender, no como
suenan, o según el sentido que aparece; pues en este sentido, añaden, sería
necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y oídos materiales, todo lo cual se
lee frecuentemente en las profecías, sino que se deben entender solamente en
aquel sentido verdadero en que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es,
dicen, el sentido espiritual y figurado y en este verdadero sentido se han
verificado ya en la Iglesia presente casi todas aquellas profecías, que no
pudieron verificarse, ni tener lugar en los Judíos; exceptuando algunas pocas,
cuyo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando vuelva el
Señor del cielo a la tierra judicare voivos et
mortuos, esto es, a todo entero el linaje humano,
que lo espera en el gran Valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc. ¿Y no
hay más respuesta que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No,
amigo, no hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego
la posibilidad absoluta de alguna solución más perceptible; mas en el sistema
ordinario no comprendo cómo pueda ser.
¡Oh verdaderamente
pobres e infelices judíos! Por todas partes os sigue y acompaña el reato de
vuestros delitos, y la justa indignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos
funesto y perjudicial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente
vuestros doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la
esperanza de Israel, y os redujo, por buena consecuencia, al estado miserable
en que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras
profecías; y este otro sistema en que os quieren hacer entrar con una violencia
tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vuestros doctores es
evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la mitad del Mesías mismo;
y a este segundo sistema es no menos evidente, que le falta la otra mitad. Una
y otra falta ha recaído sobre vosotros, y ha completado vuestra infelicidad. ¡Oh, si fuese posible unir entre sí estas dos mitades, secundum
Scripturas! Con esto sólo parece que estaba todo remediado por una y otra
parte. Ni era menester otra cosa, así para el verdadero y sólido bien de las
gentes Cristianas, como para remedio de los infelices Judíos; sed hoc opus,
hic labor est. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿cómo
pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo que se lee en
contra de los Judíos, y en favor de las gentes que ocuparon su puesto? ¿Cómo
pudiera asimismo cumplirse lo que se lee para otros tiempos en contra de las
gentes y en favor de los Judíos? Todo se lograría con que los segundos se
hicieran cargo de las circunstancias que habían de acompañar la primera venida
del Mesías, según las Escrituras, y por consiguiente la creyeran; y los
primeros, que creen la primera y esperan la segunda, hiciesen reflexión sobre
tantas profecías, que hablan manifiestamente de ésta, y no de la primera, y por
tanto entonces sólo tendrán su entero cumplimiento.
[1] ¡Oh, Señor! ¿Cómo es posible que después de tanto barajar nos
toquen las mismas cartas… y encima cuando el que reparte es el mismo Lacunza?
¿Cómo es posible que después de haber escrito más de mil páginas para refutar
esta idea que subyace a través de la gran mayoría de exégetas, cómo es posible,
decimos, que Lacunza escriba esto? Sin dudas la tentación ha de
ser muy grande.
Creemos, salvo
meliori judicio, que Lacunza se equivoca en varios puntos:
1) No es cierto que Babilonia ya no
exista, como así tampoco es cierto que haya dejado de ser habitada desde los
tiempos de Alejandro Magno.
2) Hoy mismo, ante nuestros
ojos, se está reconstruyendo Babilonia. Primero fue Saddam Hussein,
y hoy en día son los mismísimos EEUU los que están levantando sus muros. Este
ARTICULO del New York Times de 2009 confirma lo que decimos.
Que la Babilonia de los
Profetas no sea la de Nabucodonosor está claro, pero que la Babilonia
de los Profetas no sea Babilonia… lo mínimo que hay que hacer es
intentar probarlo y no darlo por supuesto.
[5] Y esta segunda conclusión nos lleva a negar
categóricamente que la vuelta de los Judíos en el siglo XX a la tierra de sus
padres haya sido el fin del cautiverio, o el fin del tiempo de los gentiles.
Los Judíos
en 1948 no volvieron:
a)
Libres: a pesar de
la libertad política, se trata de una libertad bastante precaria
pues Israel depende económica y militarmente de la ayuda de otras naciones,
principalmente de los Estados Unidos, incluso hasta el día de hoy.
b)
Santos y con el corazón circuncidado: ut patet.
c) Todos: ut patet.
d) Para
vivir en quietud y seguridad: ut patet.
e) Para
no ser otra vez movidos y desterrados de aquella tierra: como se ve por el Capítulo XII
del Apocalipsis y concordantes.
Sí puede
decirse, en cambio, que volvieron:
a) De
todos los países y naciones de la tierra.
b) De
las doce Tribus: “filii Israel ipsi et filii Juda simul”.
Terminemos
con dos argumentos más que prueban que todavía no se han cumplido las profecías:
1)
Israel no conquistó Jerusalén sino en la guerra de los Seis Días en 1967 y esto
en forma más bien precaria como se puede ver por el hecho de que el lugar más sagrado
para ellos permanece en poder de los musulmanes, y por lo tanto no se ha
reconstruido el Templo.
2)
Jesucristo indica que Jerusalén va a ser pisoteada por los gentiles “hasta que
el tiempo de los gentiles se cumpla” (Lc. XXI, 24), y por otra parte Apoc. XI,
2 dice que los gentiles “pisotearán la Ciudad, la santa durante cuarenta y dos
meses”. Ahora bien estos cuarenta y dos meses o son los de Elías (es lo que
creemos) o son los del Anticristo. En ambos casos es futura para nosotros. Ergo
el tiempo de las naciones no ha acabado todavía.
[6] Exquisito apéndice que tal vez hubiera merecido
un post aparte. Por acá pasa toda la dificultad en la apologética con los
pobres Judíos. Hasta que los Católicos no entendamos esto, poco podremos hacer
por ellos.