XVII
La
Madre de los fieles, helada de horror, continúa, en la imperturbable serenidad
de su Liturgia, las Lamentaciones sublimes;
"¡Cómo
se ha tornado solitaria la ciudad antes tan populosa! La Dominadora de las
naciones ha quedado como viuda; la Soberana de las provincias es ahora
tributaria.
"Ella
llora inconsolable en la noche, y corren las lágrimas por sus mejillas; entre
los que fueron sus amigos no hay quien la consuele; todas las que la amaban la
desprecian y se han convertido en enemigos suyos.
"Emigró
Judá, por verse oprimido con muchas maneras de esclavitud. Fijó su morada entre
los gentiles, mas no halló reposo; todos sus peregrinos lo oprimieron con angustias.
"Lloran
los caminos de Sión, porque no hay quien vaya a su Solemnidad; destruidas están
todas sus puertas, gimiendo sus sacerdotes, tristes sus vírgenes y ella
oprimida de amargura.
"Los
extranjeros se han enseñoreado de ella y los que la odiaban se han enriquecido,
porque el Señor habló contra ella a causa de la muchedumbre de sus iniquidades;
sus pequeñuelos han sido llevados al cautiverio en presencia del que los oprimía.
“Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios”
"La
hija de Sión ha perdido toda su hermosura; sus príncipes han venido a ser como carneros que
no hallan pasto, y han marchado desfallecidos delante del que los conduce.
"Jerusalén
ha recordado los días de su aflicción y la inconstancia de todos aquellos
bienes de que gozó desde los tiempos antiguos, cuando su pueblo se arruinaba
por obra de sus perseguidores, sin que nadie acudiese a socorrerlo; la vieron
sus enemigos, y se burlaron de sus solemnidades.
"Enorme
pecado fue el de Jerusalén; por eso ha perdido su estabilidad. Todos aquellos que la
glorificaban la han despreciado, por haber visto su ignominia; y ella misma, sollozando,
ha vuelto hacia atrás su mirada.
“Hasta
sus pies llegaron sus inmundicias, y ella no pensó en su fin. Está profundamente
abatida y no tiene quien la consuele. Considerad, Señor, mi aflicción, porque
el enemigo se ha envanecido.
¡Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios!
"El
enemigo se adueñó de cuanto Jerusalén más apreciaba, y ella vio que su santuario
era invadido por los gentiles, que tenían prohibido entrar en tu iglesia.
"Todo
su pueblo está gimiendo y anda en busca de pan; todo cuanto tenía de precioso
lo ha dado para conseguir un mendrugo a fin de reanimar sus fuerzas. Considera,
Señor, cuánto estoy envilecida.
—"¡Oh,
vosotros, cuanto pasáis por este camino, atended y considerad si hay dolor como
mi dolor! Porque el Señor, según anunció el día de su gran furor, me ha despojado
de todo.
"Desde
lo alto envió fuego dentro de mis huesos y me hizo comprender; tendió una red a
mis pies, y me hizo retroceder. Me ha dejado desolada, consumida todo el día
por la tristeza.
"Vio
el yugo de mis iniquidades y las arrolló con su mano alrededor de mi cuello. Mi
vigor se ha debilitado extremadamente y el Señor me ha abandonado a una fuerza
de la que no podré desasirme[1].
"¡Jerusalén,
Jerusalén, enmiéndate, por el amor de tu pobre Dios que te implora!"
[1] Oficio de Tinieblas, primer nocturno del Jueves
Santo.