jueves, 29 de mayo de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. La Iglesia Particular. Cap. V (II de IV)

Cura de almas.

Pero esto no es todo. Al lado de estas instituciones que daban al presbiterio su organización y reglamentación interna, desde los primeros tiempos se produjo en las Iglesias principales otra repartición del ejercicio de la jurisdicción entre los presbíteros, que es necesario exponer aquí.
En fecha temprana se sintió en las Iglesias más considerables la utilidad o más bien la necesidad de dividir entre los presbíteros el cuidado de un pueblo demasiado numeroso y de asignar distintamente a cada uno de ellos una porción de la grey. Esto fueron los títulos de los presbíteros en una misma Iglesia.
La Iglesia romana fue la primera en dar el ejemplo[1], como convenía a la maestra de todas las demás. La Iglesia de Alejandría siguió esta disciplina. Poco a poco, a medida que aumentaba el número de cristianos, análogas necesidades dieron lugar en otras partes a la misma organización. Finalmente vino a ser uso general en todas las grandes Iglesias, y un concilio de Meaux, prescribiendo a todos los obispos que provean canónicamente los «títulos cardinales establecidos en las ciudades y en los arrabales», habla de ello como de una institución notoriamente recibida en todas partes[2].
Al mismo tiempo fueron cobrando insensiblemente mayor importancia las atribuciones reservadas a los presbíteros en sus títulos y hubo que extenderlas a medida que la multitud de los asuntos eclesiásticos hacía más necesaria esta distribución en el seno del colegio presbiteral. Así la designación de los presbíteros titulares en la Iglesia romana no está en un principio acompañada de ningún indicio preciso sobre sus atribuciones; luego parecen estar aplicados a los auxilios urgentes por prestar a las almas, «el bautismo y la penitencia», seguramente en los casos que no permitían aguardar las épocas solemnes y la intervención del pontífice y de todo el presbiterio, y entonces se designan los títulos como «diócesis» o circunscripciones administrativas concretas.
Finalmente, entre estos títulos hubo algunos que adquirieron tan gran importancia que hubo que aplicarles diversos presbíteros y formar en ellos como colegios parciales, miembros del colegio total del clero de la Iglesia. Así en Roma, en el siglo V, vemos a varios presbíteros titulares o cardinales en cierto número de títulos[3] y vemos que en Alejandría había un segundo presbítero aplicado al título de Bancal, título del desventurado Arrio[4]. Otros títulos, por el contrario, quedan reducidos a un solo presbítero, dependiendo enteramente de las circunstancias locales aquel desarrollo desigual del clero de los títulos.
Y todo lo que decimos aquí de los títulos propiamente dicho, establecidos para el servicio ordinario de las poblaciones, debe entenderse igualmente de la institución de los presbíteros de los cementerios, martyria o lugares sagrados, dedicados a honrar con el culto divino los oratorios de los mártires y a recibir allí a los fieles que los visitaban. Tales martyria son verdaderos títulos en el sentido amplio del término, puesto que pertenecen igualmente a la distribución local de los sacerdotes del presbiterio en el seno de una misma Iglesia[5].

En esta repartición, en la creación de los títulos y oratorios, y en los desarrollos diversos de que fue objeto en cada ciudad según las circunstancias, reconocerá el lector el origen del moderno estado de cosas que se nos ofrece a la vista en todas partes, y cuyas raíces profundas conviene descubrir en la historia.
Los títulos con cura de almas fueron el origen de las parroquias de las ciudades y de sus suburbios, y los títulos que fueron provistos de mayor número de sacerdotes dieron lugar a las colegiatas establecidas en las mismas Iglesias.
Y si más tarde se erigieron en las ciudades parroquias y colegiatas sin asociarlas a los títulos primitivos y sin preocuparse por este origen, no por ello deja de ser ésta la razón de ser de tales instituciones, que basta para explicar su valor jerárquico[6].

Salvaguardia de la unidad.

Conviene, en efecto, recordarlo: con la creación de los títulos y su desarrollo, el presbiterio, conservando su unidad y siendo el único cuerpo en torno a la cátedra episcopal, veía útilmente distribuido, sin cisma ni división, el ejercicio de los poderes que le pertenecían; y, a su vez, el pueblo fuel, sin cesar de formar todo entero una misma Iglesia y de pertenecer indivisiblemente al obispo y al presbiterio de tal Iglesia, hallaba en dicha distribución el socorro de una actividad pastoral más atenta y puesta más eficazmente a su alcance.
En estas reparticiones y en sus consecuencias no se rompió en el fondo la unidad de las Iglesias: los títulos, los colegios, los oratorios de los mártires y las mismas parroquias urbanas no cesaron de pertenecer al mismo cuerpo de la Iglesia particular y de formar en sustancia la corona del trono episcopal y del pontífice que desde él presidía.
La Iglesia romana, como conviene a la maestra de todas las otras, nos da solemnemente esta enseñanza. Hasta nuestros días conserva las designaciones antiguas, tiene sus cardenales presbíteros repartidos entre los muros de la ciudad.
A todos ellos se llama en común cardenales presbíteros de la santa Iglesia romana, a pesar de la diversidad de sus títulos.
Todos le pertenecen igualmente; las distintas circunscripciones que les están asignadas no escinden su augusto colegio. La Iglesia romana forma con ellos su único senado; reúne en ellos y por ellos en un solo cuerpo y, por decirlo así, en un único gran colegio a todos los clérigos y a todos los colegios parciales que hay bajo su dependencia en cada título.
Por ellos, como por sus miembros principales y sus cabezas secundarias, todo el clero de los beneficios inferiores, todos los capítulos, todas las parroquias y todo el pueblo fiel de Roma constituyen la única e indivisible iglesia romana.
Tal es la noción sagrada de la Iglesia particular que no hay que perder nunca de vista a través de todas las modificaciones exteriores y accidentales que lleva consigo el tiempo.
La entera Iglesia particular siempre semejante a sí misma en la sustancia del misterio de la jerarquía al que pertenece y cuya última expresión es, se adhiere a su obispo y al colegio de sus sacerdotes en un íntimo sentimiento de unidad, «con indivisible pensamiento»[7], y siempre se verifica la bella comparación del mártir san Ignacio: el presbiterio es siempre, en la armonía de todas sus partes, esa lira sagrada a cuyo son no cesa el Espíritu Santo de cantar a Jesucristo, y aunque, por la distribución de las funciones entre sus miembros, cada uno de los presbíteros, como otras tantas cuerdas distintas de esta lira mística dé un sonido diferente y propio  de él, no por ello la divina melodía deja de guardar su continuidad y su unidad a través de las edades.



[1] Liber Pontificalis, ed. Duchesne, 1886, t. I, p. 126, a propósito del Papa san Evaristo (100-110): "Dividió entre los sacerdotes los títulos de la ciudad de Roma.» Es poco probable la organización de las iglesias parroquiales ya a comienzos del siglo II. Ibid. Dz. 164, a propósito del Papa Marcelo (307-308): «Instituyó veinticinco títulos en  Roma".

[2] Concilio de Meaux (845), can. 54; Labbe 7, 1836; Mansi, 14, 831; Hefele 4, 124. El presbítero cardenal de Saint-Martin-des-Champs era el duodécimo cardenal de la Iglesia de París: Pastoral de la Iglesia de París, l. 19, c. 78-79 (manuscrito de los archivos nacionales de París). El ordinario de la Iglesia de Sens (1306) llama a "todos los presbíteros cardenales y a todos los arciprestes" de la diócesis a la consagración del santo crisma (Biblioteca nacional de París, manuscrito 1206). Los primeros son cabezas de parroquias urbanas y pertenecen al presbiterio de la ciudad; los segundos son cabezas de los presbiterios diocesanos de que hablaremos más adelante.

[3] Concilio de Roma (499); Labbe 4, 1313; Mansi 8, 231. Cf. A.I. Schuster, O.S.B., Liber sacramentorum, Herder, Barcelona 1956, t. 2, p. 6: «Verosímilmente destináronse en un principio dos presbíteros a cada título, uno de ellos como titular y el otro en funciones de coadjutor. Cierto que en un epígrafe de 521-525 del cementerio de San Pancracio, se hace mención de un sacerdote primero, prior; otro segundo, secundus; otro tercero, tertius, y otro cuarto, quartus

[4] San Epifanio, Contra las herejías, l. 2, her. 68, n.° 4; PG 42, 190: "A cada una de las Iglesias, entonces numerosas, se le daba su presbítero — hoy, cierto, más numerosas —; por esta razón había recibido Arrio aquella Iglesia que estaba por proveer y se habla vinculado a ella otro sacerdote."

[5] Sobre el misterio presbiteral en los martyria de la campiña romana, véase A.I. Schuster, loc. cit., 1947, t. 6, p. 20-43.

[6] Sólo poco a poco y desigualmente se fueron diversificando de la iglesia catedral las iglesias urbanas en el ejercicio de los ministerios eclesiásticos. Hasta el siglo XVII, en las importantes ciudades de Otranto, Tarento, Brindisi, Cosenza y Bari la cura de almas pertenecía a la sola iglesia catedral; cf. Ughelli, Italia sacra, Venecia 1721. t, 4, col. 6.19.54.186; t. 7, col. 188.287. En otras iglesias no se podía administrar el bautismo, por lo menos en tiempo pascual, fuera del baptisterio de la catedral, finalmente, en otras muchas, los párrocos y los clérigos de las iglesias urbanas debían asistir, ciertos días, al oficio de la iglesia catedral y unirse al obispo y a su colegio a la manera de los antiguos cardenales de los títulos, cuyos sucesores son. Cf. Christian Wolf, Des cures..., Bérgamo 1788, P. 333.

[7] San Ignacio, Carta a los Efesios, 20; PG 5, 661: «En unánime fe y en Jesucristo os congregáis... para mostrar vuestra obediencia al obispo y al presbiterio, con indivisible pensamientos.