IX
¡Paciencia!
Escuchad esto, vosotros, pobres seres por quienes Jesús quiso sufrir. Si
existiera un día algún fanático de mi prosa, acaso el desdichado podría
descubrir, con la ayuda del cielo, las siguientes líneas, tan perfectamente
ignoradas, creo, como la página que citara más arriba:
"Se
ha escrito mucho sobre el dinero. Los políticos, los economistas, los
moralistas, los psicólogos, los mistagogos se han extenuado en la empresa. Pero
ninguno de ellos, que yo sepa, ha expresado jamás la sensación de misterio
que implica esa asombrosa palabra.
"La
exégesis bíblica ha señalado la particularidad notable de que en los Libros
Sagrados, la palabra Dinero es sinónima y figurativa de la Palabra de
Dios. De ahí que los Judíos antiguos depositarios de esta Palabra, a la q terminaron
por crucificar cuando se convirtió en Carne del Hombre, hayan retenido posteriormente
el simulacro de ella, a fin de cumplir su destino y no errar sin vocación sobre
la tierra.
"Es,
pues, en virtud de un decreto divino que poseen, no importa cómo, la parte más
importante de las riquezas de este mundo. ¡Gran satisfacción para ellos!
Pero, ¿qué hacen con ellas?"[1]
¿Qué
hacen con el dinero? Os lo diré yo: lo crucifican. Que se me excuse la inusitada
expresión, pero creo que no es más extravagante, si bien se mira, que esta
otra: "comer dinero", cuya monstruosidad real, si se
divulgara, haría morir de espanto al incalculable número de humanos que le
emplean.
He
dicho exactamente lo que quería decir. Lo crucifican, porque ésa es la manera
judía de exterminar lo que es divino.
Los
símbolos y las parábolas del Libro Santo subsisten siempre, puesto que la infalible
Iglesia no ha borrado las figuras ni ha cancelado las profecías. Sólo la
eternidad posee la medida de ellas, y los judíos, sacrificadores del Verbo
hecho carne después de haberlo guardado celosamente mientras no resplandecía a
sus ojos carnales, se desposaron en secreto con la horrible penitencia de estar
para siempre amarrados a su sacrilegio y de continuar haciendo furiosamente con
el indestructible Símbolo lo que habían hecho con la carne pasible del
verdadero Dios.
¿Crucificar
el dinero? ¡Sí! Subirlo al patíbulo, como a un ladrón, exaltarlo, ponerlo arriba,
distarlo del Pobre, de quien es precisamente la substancia...
El
Verbo, la Carne, el Dinero, el Pobre… Ideas análogas, palabras consubstanciales
que designan en común a Nuestro Señor Jesucristo en el lenguaje hablado
por el Espíritu Santo.
Porque
tan pronto como se toca a una u otra de esas aterradoras Imágenes, acuden todas
a la vez presurosas y mugiendo, como torrentes que se precipitan hacia un
abismo único y central.
— ¡Soy
yo! —grita cada una de ellas.
— ¡Soy
yo, el Dinero, el Verbo de Dios, el Salvador del mundo! ¡Soy yo, la Senda, la
Verdad, la Vida, el Padre de los futuros siglos…!
— Soy
yo, que soy el Verbo, que soy el Dinero, la Resurrección, el Dios fuerte, el
buen Vino, el Pan viviente, la Piedra angular!...
— ¡Soy
yo, la Carne débil!... ¡La Carne débil, y no obstante, la alegría de los Ángeles,
la Pureza de las Vírgenes, el Cordero de los agonizantes y el Buen Pastor de
los muertos!...
— ¡Soy
yo, siempre yo, el Pobre, el Padre de los Pobres! ¡Yo, el Tesoro de miseria y
de ignominia, al mismo tiempo que el Rey de los Patriarcas y la Fuerza de los
Mártires! ¡Yo, el Esclavo, el Perseguido, el Humillado, el Leproso, el horrible
Mendigo de quien todos los Profetas han hablado... y por encima de todo, el
Creador de las vías lácteas y de las nebulosas…!
Pero,
¿quién tendría pensamientos dignos de tales objetos?
[1] Léon Bloy: Christophe Colomb devant
les Taureaux.