VII
Porque,
en efecto, en el espíritu de esta visión, que parecerá sin duda insensata,
aquellos tres seres horrendos realzaban perfectamente el arquetipo y el
fenómeno primordial de la Raza indestructible, que cumplió durante cerca de dos
mil años el prodigio sin par de sobrevivir, ella misma, a sus exterminadores y
eternamente a todos los infiernos por su substancial revocación.
Pero, ¡qué
espantosos antepasados, santo Dios!
Eran
verdaderamente demasiado clásicos para no mostrarse tan abominables como
sublimes. Desde Shakespeare hasta Balzac se ha repetido
terriblemente el tipo del viejo hebreo sórdido y encorvado, revolviendo las inmundicias
y los tumores de la humanidad en busca del oro y adorándolo como a un sol de
dolores y un Paráclito de amor, co-eterno y co-igual a su Jehová solitario.
Realizaban
por triplicado ese monstruo en sus idénticas personas, agregando al horror
corriente de ese viejo mito literario el tremendo espanto de su verídica presencia...
¡Abrahán,
Isaac y Jacob descendiendo hasta esos limbos nefastos! Porque mi imaginación,
desarbolada por el estupor, les acordaba instintivamente los Nombres divinos.
Renuncio
a pintarlos, dejando ese décimotercer trabajo de Hércules a los documentadores
de la carroña y a los cosmógrafos de las fermentaciones verminosas. Durante
largo tiempo me acordaré, sin embargo, de aquellos tres incomparables desechos,
a los que veo todavía con sus inmundos guiñapos, inclinados, frente contra
frente, sobre la abertura de una fétida bolsa que hubiera espantado a las
estrellas, donde se amontonaban, para la exportación del tifus, los innombrables
objetos de algún negocio archisemita.
Les
debo el homenaje de un recuerdo casi afectuoso, por haber evocado en mi
espíritu las imágenes más grandiosas que puedan tener cabida en el habitáculo
sin magnificencia de un espíritu mortal.
Voy
a rendírselo de inmediato y tan claramente como me sea posible expresarlo.
Entretanto,
afirmo, con toda la energía de mi alma, que una síntesis de la cuestión judía es
el absurdo mismo, sin la previa aceptación del prejuicio de una salvedad
esencial, del secuestro de Jacob en la más abyecta decrepitud,
sin ninguna esperanza de avenencia o
de arrepentimiento hasta tanto su, “Mesías"
abrasado de gloria, no haya caído sobre la tierra.