miércoles, 27 de marzo de 2013

Nuestra Señora de los Siete Dolores y la Madre de los Macabeos. VI Dolor


SEXTO DOLOR

"Si tú das tu alma como pasto a los hambrientos, dice Isaías, el vidente de labios consumidos, y si tú sacias al alma afligida, la luz se levantará en las tinieblas y las tinieblas serán como el medio día; y el señor te dará el reposo para siempre y llenará tu alma de esplendor, y libertará tus huesos y serás como el jardín regado y como la fuente de aguas inextinguibles y en ti serán edificados los desiertos de los siglos y suscitarás el fundamento de una y otra generación". Esta visión tan claramente aplicable a Jesucristo traspasa tan bien para allegar al corazón de su Madre, que se diría que el profeta ha contemplado a su Redentor a través de los ojos en lágrimas de María. Se ve en la Escritura un Ángel encargado por Dios de cada uno de los acontecimientos de la historia de su pueblo elegido. ¿No podemos suponer, como la Iglesia, por otra parte, nos lo permite, que cada uno de estos acontecimientos prodigiosos que se llaman los siete Dolores de la Reina de los Ángeles debiese tener por ministro y por ordenador a uno de esos espíritus celestes y tal vez a cada uno de esos siete Ángeles que están delante del Señor?[1].
Representaos esta escena única: Jesús muerto, desclavado de la Cruz y puesto por las manos eminentemente sacerdotales de José de Arimatea sobre el altar sublime  de las rodillas de María y sobre el corporal muy puro preparado por el consejo de sus manos[2]; y pasada la hora nona y disipadas las tinieblas, en el silencio adorante de todos los testigos terrestres del descendimiento de la Cruz alrededor de esta Reliquia inefable, al Serafín del sexto Dolor hundiendo como una espada en el corazón de la Inmaculada Concepción las palabras sagradas del divino profeta.

En el sentido místico, la Madre de los Dolores se ha ofrecido realmente a Jesús, el hambriento divino, y Él devora en el fuego de su celo esta tierra sacerdotal[3]. Los judíos lo llamaban el Hombre "devorador", Él mismo nos lo dice[4]. La que llamamos la Estrella matutina es esa gran luz que el pueblo ha visto cuando caminaba en las tinieblas a la sombra de la muerte[5], es esa Luz, candor de la luz eterna, espejo sin mancha de la Majestad de Dios, imagen de su bondad[6]. El Señor le dará el reposo, pero un reposa como no se habrá visto jamás, un reposo parecido al suyo cuando hubo concluido la obra fatigante de la creación, que empieza con la luz y termina con su Imagen; llenará su alma de esplendores para alumbrar la marcha de los reyes[7]; destrozará sus huesos, los huesos de María, es decir, el auditorio árido de Ezequiel, auditorio innumerable que debe ser libertado de la primera muerte[8] el día de la gran conmoción del soplo de Dios[9], y ella será el Jardín regado y la Fuente de las aguas inextinguibles. ¡Qué promesa! Ella misma será ese Paraíso de voluptuosidad regado por los cuatro ríos de las manos y los pies del Redentor crucificado, del que el Edén perdido no era más que una imagen; Jardín cerrado y Fuente sellada[10] hasta que Aquel de quien Ella es al mismo tiempo la Madre, la Hermana y la Esposa, venga a su reino y haga santificar su Nombre en la tierra como en el Cielo. Y entonces serán edificados en Ella los desiertos de los siglos, y no sabremos ni aún lo que son los siglos, porque el Espíritu del Altísimo se habrá esparcido sobre nosotros y todo desierto vendrá a ser un Carmelo[11]. María restablecerá esas bellezas del desierto sobre las ruinas de las cuales el Dios de Jeremías se lamenta y llora[12]. Allí se sacrificará al Señor cuando el corazón del Faraón ya no esté endurecido y haya consentido en dejar marcharse al pueblo de Dios, como Moisés se lo pide desde hace cuatro mil años; el Señor alimentará con el maná escondido los rebaños victoriosos del pastor de Horeb[13]; el trono de María estará en la columna de nubes[14] y el Amor divino, más excelente que la Esperanza y la Fe, les hablará desde el medio de la columna de fuego[15]. En esos desiertos recién edificados, los tabernáculos de Jacob y las tiendas de Israel brillarán con una belleza tan grande que abrirán en éxtasis los ojos de los que venían para maldecirlos[16] y harán profetizar la vejez del pueblo[17]. María, en fin, esa Ciudad Santa fundada por Dios y esperada por Abraham[18], suscitará una generación y una generación, es decir, los dos hombres que David veía nacer de Ella[19] y los dos Adanes enemigos que con tan mortales angustias San Pablo sentía militar en él[20]. Ella suscitará los fundamentos eternos, de los dos hijos pródigos, el pródigo de la substancia y el pródigo de la justicia, y será esa Madre que queda escondida en la parábola evangélica, tal vez a causa del gran número de mercenarios que está encargada de alimentar en la Casa del Padre pródigo de las misericordias[21].
El sexto hijo de los Macabeos, empezando a morir, habló así: "No os equivoquéis en vano, pues si nosotros sufrimos estos tormentos es porque los hemos merecido, por haber pecado contra Dios. Pero no penséis quedar impunes, porque habéis tentado combatir contra Dios"[22].
María tiene sobre sus rodillas la Cabeza del Maldito[23], la Cabeza infinitamente adorable del Pecado[24].
Todas las torturas precedentes: la Profecía de las contradicciones, la Huida, la Ausencia, el Encuentro y la Estación de las tinieblas, todo esto no era más que para preparar a la Virgen purísima para esta silenciosa contemplación de la Hostia santa bajo las especies de la Muerte. En el plan de la Redención, el Verbo del Padre, habiendo sido substituido al Demonio mismo, debía necesariamente, después de haber asumido, por la más sabia locura, toda maldición, ser convertido, por una divina mentira, en el pecado mismo. En consecuencia, la maldición contra la Serpiente debía cumplirse en él en toda la medida de la Encarnación y hasta el punto en que la Divinidad, cansada de este disfraz de infamia, intervendrá para hacer estallar los sepulcros de los pecadores por la sola Resurrección de ese Cristo glorificado que San Pablo llama las primicias de los durmientes[25].
San Mateo y San Lucas cuentan esta misteriosa profecía del Salvador poco tiempo antes de su Pasión: "He aquí que vuestra Casa va a quedar desierta, pues, os lo digo no me veréis más desde ahora, hasta que digáis: Bendito aquel que viene en nombre del Señor"[26]. Hasta ese momento, que será sin duda el de la universal y temible subsanación divina, Maria, la Casa humana por excelencia, quedará desierta y viuda de una multitud de pueblos robados a su imperio, como la Ciudad desierta de las Lamentaciones. Y la Maldición contra la Serpiente continuará su acción sobre el cuerpo místico del Hombre de los dolores, maldecido entre todos los animales y todas las bestias de la tierra, puesto que no existe ser inmundo que no sea preferido a El, condenado a marchar sobre su pecho, es decir, a arrastrarse en la impotencia de todo apostolado digno de su divino Corazón, destrozado, humillado y, en fin, reducido a comer la tierra todos los días de su vida, como si no hubiera otro alimento para la Sabiduría eterna encarnada que este horrible osario de la Desobediencia, de donde el hombre ha sido sacado y a donde vuelve sin cesar en un polvo de Maldición.
Otra amenaza todavía más terrible pesa sobre la Serpiente. La mujer será su enemiga. Ella le aplastará la cabeza. Y esta Mujer, es María. Ella ha sido verdaderamente la Enemiga de la serpiente, puesto que no fué creada sino para eso. Era necesario que fuese también la Enemiga de Aquel con quien la terrible Justicia había substituido a este perverso. Ella ha sacrificado, en el sentido de una sobreabundante y sublime aceptación, el Fruto de  sus Entrañas, a la más abominable de todas las inmolaciones[27].  En su calidad de Madre de todos los hombres, le ha sido necesario consentir, en la clarividente compasión de su alma saturada de horror, esas enemistades predichas entre la multitud de sus hijos infieles y el pequeño número de los elegidos del Redentor. En ese sentido se osa decir que Ella ha aplastado la cabeza de Aquél. Y eso debe continuar necesariamente hasta el día profundamente ignorado en que la Estrella de Jacob, surja de las tinieblas y el pie divino de la Paloma reconciliadora encuentre al fin dónde posarse para siempre en la alegría y el esplendor. Hasta entonces, María sufre y llora a causa del pecado contra Dios. El sexto hijo de los Macabeos no tiene otra cosa que ofrecerle más que esta necesidad, más evidente para Ella en el sexto dolor a causa del silencio del Cordero divino. El Patriarca de los agonizantes, de los flagelados y de los crucificados no tiene para hablar, más que la boca muda y sangrienta de sus llagas, innumerables como la posteridad prometida a Abraham. Ellas cuentan sin duda la enorme injusticia de este pueblo desobediente, infiel a esa ley en nombre de la cual ha querido condenarlo. Esa ley no permitía que el número de las llagas por las cuales un pecador fuera castigado sobrepasara jamás el número de cuarenta, “de miedo, había dicho Moisés, que vuestro hermano, horriblemente destrozado, no se vaya de vuestros ojos"[28]. Las revelaciones de los santos mencionan más de cinco mil, por la flagelación solamente; una llaga por cada uno de los cinco mil hombres que Jesús había alimentado en el desierto.
Un hombre penetrará en un corazón profundo, canta el Salmista, y Dios será exaltado[29]. ¡A qué profundidad desconocida del Corazón maternal debía descender esta voz dulce y lamentable de las heridas abiertas del Abel divino extendido sobre esta tierra ebria de su sangre, la cabeza apoyada sobre las rodillas de la Eva sin mancha y pálida, cuyas manos destilan a esta hora vesperal la mirra de su sepultura[30]. Toda esta naturaleza simbólica hecha para esperar y para profetizar a su Dios, estos hombres y estas mujeres testigos temblorosos del sexto dolor y esos ángeles invisibles, más temblorosos todavía, escuchan silenciosamente el coloquio místico del Cordero sin vida y de la Madre de los dolores.
"Oh Madre, mira lo que tus hijos me han hecho sufrir. ¿No crees que me han ultrajado y atormentado bastante? ¿No he cumplido fielmente toda la voluntad de mi Padre, y no he merecido que Él me diga: Hijo mío, tú estás siempre conmigo y todo lo que poseo es tuyo?[31] Y sin embargo, mi Pasión apenas comienza; en vano mi Padre ha ordenado inmolar el Buey Gordo. Mi hermano no ha vuelto. Está aún en esa región lejana donde las cortesanas han consumido su sustancia. Ha podido vivir algún tiempo en las delicias a causa de asombrosa riqueza de su parte, pero a esta hora todo está verdaderamente consumado y su indigencia es extrema, porque un hambre devorador ha sobrevenido en esa región. Él ha venido a ser el pastor hambriento de un inmundo rebaño y el hombre del deseo..."[32].



[1] Tobías, XII, 15.
[2] Prov., XXXI, 13.
[3] Sof. I, 18; III, 8.
[4] Lucas, VII, 34.
[5] Isaías, IX, 2.
[6] Sab. VII, 26. Estamos advertidos por el salmista que es inútil levantarnos antes de esa luz (Sal CXXVI) que no debe surgir sino después de la exposición de sus tribulaciones y el banquete de su dolor. El Santo Rey agrega que el Señor dará entonces sueño a sus bienamados, y ésta es precisamente la continuación del texto de Isaías.
[7] Isaías, LX, 3.
[8] Apoc., XX, 5, 6.
[9] Ezeq. XXXVII.
[10] Cant. IV, 12.
[11] Isaías, XXXII, 15.
[12] Jerem., IX. 30.
[13] Apoc., II, 17.
[14] Ecl., XXIV, 7.
[15] Deut., IV, 12, etc.
[16] Núm., XXIV, 4, 5.
[17] Balaam. Id est vetustes populi.
[18] Hebr., XI, 10.
[19] Salm. LXXXVI, 5.
[20] Rom., VII, 24; I Cor., XV, 45.
[21] Lucas, XV, 17.
[22] II Mach., VII, 18, 19.
[23] Gál., III, 13.
[24] II Cor., V. 21.
[25] I Cor.. XV, 20.
[26] Mat., XXIII, 39; Lc., XIII 35.
[27] María de Agreda.
[28] Deut., XXV, 3.
[29] Salm. LXIII, 7.
[30] Cant., V, 5.
[31] Lucas, XV, 31.
[32] Este capítulo quedó sin concluir. — (N. del E.).