V
LA ENCÍCLICA QUANTO
CONFICIAMUR MOERORE
La
enseñanza desta encíclica es paralela a la alocución Singulari quadam.
En ambos documentos Pío IX insistió en el hecho de que nadie puede
salvarse fuera de la Iglesia Católica es un dogma de fe. De hecho el lenguaje
desta encíclica sobre este punto es incluso más enérgico y explícito que el de
la alocución. De la misma manera en ambos documentos está claramente implicado
la verdad de que el hombre puede estar “dentro” de la Iglesia de forma tal de
salvarse sin ser miembro desta sociedad y, de hecho, careciendo en absoluto un
conocimiento explícito délla. Además ambos documentos insisten sobre la natura
misional de la Iglesia y utilizan este punto a fin de explicar el dogma. De
todas formas, la encíclica trae algunos aspectos de la doctrina no tratados
previamente en la alocución que tuvo lugar casi nueve años antes. Los dos
siguientes párrafos de la Quanto conficiamur moerore están relacionados
con el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación.
“Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables
Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que
míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el
error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la
eterna salvación [v. 1717]. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la
doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren
ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente
guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de
todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta,
pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina
y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente,
ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según
su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si
no es reo de culpa voluntaria. Pero bien conocido es también el dogma católico,
a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los
contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los
pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice,
sucesor de Pedro, "a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la
viña", no pueden alcanzar la eterna salvación.
Lejos, sin embargo, de los hijos de la
Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están
unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquéllos son
pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias,
esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad
cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de
las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad
católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles
sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y
firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando
en toda obra buena [Col. 1, 10], consigan la eterna salvación.[1]
Hay tres enseñanzas importantes contenidas en esta sección de
la Quanto conficiamur moerore: la insistencia del Santo Padre sobre
la necesidad real de la Iglesia para la salvación, la implícita indicación de
la distinción entre la necesidad de medios y la necesidad de precepto, y su
enseñanza sobre la posibilidad de salvación de aquel que es invenciblemente
ignorante de la vera religión pero que observa fielmente la ley natural. Todas
estas lecciones deben ser estudiadas con cuidado por aquel que quiera conocer
la genuina doctrina de la Iglesia Católica sobre la necesidad de la Iglesia
para la obtención de la salvación eterna. La enseñanza de la Quanto
conficiamur moerore tiene una importancia especial porque ha sido
malinterpretada más de una vez por aquellos que ofrecen explicaciones
inadecuadas o imprecisas del dogma “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Antes que nada debe notarse que la afirmación de que no hay
salvación fuera de la Iglesia es más enérgica y explícita en esta encíclica que
en cualquier otro documento previo, excepto tal vez la Cantate Domino.
Pío IX condenó como un error muy serio (gravissimum errorem) la noción “hombres que viven en el error y ajenos a la
verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación”. Denunció esta falsa enseñanza como algo
completamente opuesto a la doctrina Católica.
Además dedujo con especial claridad la importancia práctica desta
enseñanza. Le recordó a los Obispos de Italia, y a través déllos a todo el
mundo cristiano, que los miembros de la Iglesia Católica tienen determinadas
obligaciones de caridad para con los no-Católicos. No solo que los Católicos
tienen prohibido ser enemigos de los que no son miembros, sino que están
obligados a ejercer obras de misericordia corporales y espirituales en
beneficio de los no-Católicos. Pío IX recalcó la importancia de las obras de
misericordia corporales. Afirmó que los Católicos están obligados a ser celosos
en cuidar de los no-miembros de la Iglesia “si son pobres o están
enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias”. Pero también insistió
sobre el hecho de que su obligación más importante con respecto a la caridad
era el esfuerzo por librar a estas personas de sus errores y conducirlas a la
vera Iglesia para que allí dentro “puedan obtener la salvación eterna”.
En otras palabras, según la Quanto conficiamur moerore, los
Católicos están obligados en conciencia en ser realistas en sus oraciones y
obras de caridad en beneficio de los no-Católicos. Pío IX no quería que su
pueblo olvidara que la caridad para con el prójimo es parte esencial de la
caridad hacia Dios. No es la obra de un humanitarismo meramente
secularista. El amor del prójimo que forma veramente parte de la caridad
divina es esencialmente un deseo de darle a nuestro prójimo, en la medida que
esté a nuestro alcance, lo que necesita o le va a ser de provecho para la
obtención de la Visión Beatífica. El deseo fundamental de caridad para con el
prójimo es el deseo de intención que este prójimo tenga la vida de la gracia y,
si ya la posee, que crezca y persevere en ella. Así está en línea con el
motivo de la Encarnación, el motivo que guió a Nuestro Señor, al cual expresó
diciendo: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.[2]
De aquí que cuando la vera caridad Católica toma el cuidado de un
hombre que está enfermo o afligido de alguna manera, no ve en él a alguien cuyo
destino está limitado a este mundo y a esta vida. Por el contrario, tiene en
cuenta explícitamente que la persona a la que está tratando de ayudar, es una
por la cual murió Nuestro Señor en la Cruz, a quien Dios quiere tener consigo
por siempre en la gloria de la Visión Beatífica. En la encíclica quanto
conficiamur moerore, Pío IX les recordó a los Católicos de todo el
mundo que este conocimiento explícito debe ser eminentemente práctico. La
obra de la caridad Católica no está para nada acabada a menos que se haya
agotado hasta el último esfuerzo para librar a los hombres de sus errores que
les impide la posesión eterna de Dios, que es su único fin último. Y puesto que
por institución divina, la vera Iglesia de Jesucristo es realmente necesaria
para la obtención de la salvación sobrenatural y eterna del hombre, la obra de
la caridad Católica lamentablemente es incompleta a menos que se haya hecho
todo esfuerzo razonable para persuadir a los no-Católicos a que entren en esta
sociedad.
La Quanto conficiamur moerore es súmamente realista en el
sentido en que reconoce al error religioso como un mal, y como una evidente
y seria desgracia para las personas afligidas por él. Su objetividad y
franqueza debió ser tan sorprendente para las personas de hace casi un siglo
como lo es para algunos de los hombres de nuestros días. Algunas personas del
siglo XIX y del XX han sido propensas a olvidar el hecho que la vida del
hombre se corrompe por un error sobre su destino eterno o sobre los medios que
Dios ha establecido para la obtención dese destino. Así pues, no hay nada más
catastrófico en la vida humana que aceptar los errores del ateísmo o
agnosticismo, o errores sobre el Divino Redentor, Su Iglesia, Su religión, y
sus Sacramentos. Es extraño que algunas personas que reconocerían
inmediatamente la natura calamitosa de un error en ingeniería aérea, que
tendría como consecuencia la pérdida del avión, no estén dispuestos a reconocer
el mal inherente del error sobre Cristo y Su Iglesia, que traería como
resultado el fracaso eterno del hombre.
Pío IX incorporó en esta sección de la encíclica una
enseñanza básica sobre la natura o actividad misionaria de la Iglesia Católica.
Además de hablar del hecho que la Iglesia espera que sus hijos cumplan sus
obligaciones de caridad para con aquellos fuera del rebaño empeñándose en
traerlos al Cuerpo Místico de Cristo, la encíclica explica que la Iglesia
invita a los no-Católicos a entrar en ella “a
fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena,
consigan la eterna salvación.” La razón última y básica por la cual la
Iglesia Católica siempre ha buscado y siempre debe buscar convertir es que los
conversos puedan obtener la Visión Beatífica. La Iglesia es esencial y
necesariamente una sociedad misionaria solo por el hecho de que Dios mismo la
ha establecido como un medio necesario para la obtención de la salvación
eterna.
Además, la Quanto conficiamur moerore es lo suficientemente
realista para reconocer el hecho de que la fe misma viene de y por medio de
la Iglesia. No debemos perder de vista que la fórmula para la
administración del bautismo en el Rituale Romanum, contiene este
diálogo:
“¿Qué pides a la Iglesia de Dios?”.
“La Fe”.
“¿Qué te da la fe?”.
“La vida eterna”.
La fe divina definitivamente es algo que los hombres deben buscar y encontrar
en la Iglesia Católica. La vera Iglesia es y ha sido siempre, esencialmente, la
congregación de los fieles, la congregatio fidelium. El hombre
pide a la Iglesia la fe razonable y prudentemente puesto que la Iglesia es la sociedad
autorizada y facultada por Nuestro Señor mismo para que enseñe Su mensaje, la
doctrina que aceptamos con asentimiento de fe Cristiana. Y la Iglesia es mucho
más que una mera sociedad autorizada por Nuestro Señor a enseñar en su nombre.
De hecho es Su Cuerpo Místico, la congregación dentro de la cual actúa como
Soberano Maestro, de forma tal que los miembros de la jerarquía, la ecclesia
docens, son Sus instrumentos o embajadores en la presentación del mensaje
de Su Padre.
Así la enseñanza de la Quanto conficiamur moerore es muy precisa
al describir a la Iglesia como a la unidad social dentro de la cual las
personas se consolidan y fortalecen en la fe. La epístola a los Hebreos
describe a Nuestro Señor como “el autor y consumador de la fe”[3]. La
Iglesia Católica es Su Cuerpo Místico. Al buscar la fe en la Iglesia, la
buscamos en Él.
La fe, esperanza y caridad, junto con las otras cualidades que nos
posibilitan vivir la vida sobrenatural, nos vienen por Nuestro Señor. Él es en
realidad la cabeza de Su Cuerpo Místico e invita a todos aquellos que todavía
no pertenecen a ella a unirse a la Iglesia para que puedan consolidarse y
fortalecerse en estas virtudes a través de Nuestro Señor, la Cabeza de la
Iglesia. No hay otra fuente por la cual puedan venir estos beneficios.
Además, la fe, esperanza y caridad, y las otras virtudes, constituyen lo
que los antiguos teólogos solían llamar los lazos de unión internos o
espirituales de la Iglesia Católica. Si el hombre cree en Dios sosteniendo como
cierto, por la autoridad que Dios revelante, el contenido de ese mensaje que
Nuestro Señor predicó y continúa predicando en medio de la sociedad de Sus
discípulos, y si, a la luz desa fe, y movido por la gracia de Dios, el hombre
espera en Dios como a su Bien eterno y lo ama con amistad de caridad
sobrenatural, está por ese mismo hecho unido a Nuestro Señor y a Sus discípulos
dentro del reino sobrenatural de Dios.
[1] Dz. 1677 y ss: “Notum Nobis vobisque est, eos, qui invincibili circa sanctissimam
nostram religionem ignorantia laborant, quique naturalem legem eiusque
praecepta in omnium cordibus a Deo insculpta sedulo servantes ac Deo oboedire
parati, honestam rectamque vitam agunt, posse, divinae lucis et gratiae
operante virtute, aeternam consequi vitam, cum Deus, qui omnium mentes, animos,
cogitationes habitusque plane intuetur, scrutatur et noscit, pro summa sua
bonitate et clementia minime patiatur, quempiam aeternis puniri suppliciis, qui
voluntariae culpae reatum non habeat.
Sed notissimum quoque est catholicum dogma,
neminem scilicet extra catholicam Ecclesiam posse salvari, et contumaces
adversus eiusdem Ecclesiae auctoritatem, definitiones, et ab ipsius Ecclesiae
unitate atque a Petri successore Romano Pontifice, cui vineae custodia a
Salvatore est commissa, pertinaciter divisos aeternam non posse obtinere
salutem. Absit vero, ut catholicae Ecclesiae filii ullo unquam modo inimici
sint iis, qui eisdem fidei caritatisque vinculis nobiscum minime sunt
coniuncti, quin immo illos sive pauperes sive aegrotantes sive aliis quibusque
aerumnis afflictos omnibus christianae caritatis officiis prosequi et adiuvare
semper studeant, et in primis ab errorum tenebris, in quibus misere iacent,
eripere atque ad catholicam veritatem et ad amantissimam matrem Ecclesiam
reducere contendant, quae maternas suas manus ad illos amanter tendere eosque
ad suum sinum revocare nunquam desinit, ut in fide, spe et caritate fundati ac
stabiles et 'in omni opere bono fuctificantes' (Col 1, 10) aeternam assequantur
salutem.”