sábado, 23 de febrero de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. V (I de IV)


V

LA ENCÍCLICA QUANTO CONFICIAMUR MOERORE


La enseñanza desta encíclica es paralela a la alocución Singulari quadam. En ambos documentos Pío IX insistió en el hecho de que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica es un dogma de fe. De hecho el lenguaje desta encíclica sobre este punto es incluso más enérgico y explícito que el de la alocución. De la misma manera en ambos documentos está claramente implicado la verdad de que el hombre puede estar “dentro” de la Iglesia de forma tal de salvarse sin ser miembro desta sociedad y, de hecho, careciendo en absoluto un conocimiento explícito délla. Además ambos documentos insisten sobre la natura misional de la Iglesia y utilizan este punto a fin de explicar el dogma. De todas formas, la encíclica trae algunos aspectos de la doctrina no tratados previamente en la alocución que tuvo lugar casi nueve años antes. Los dos siguientes párrafos de la Quanto conficiamur moerore están relacionados con el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación.


Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación [v. 1717]. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria. Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, "a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña", no pueden alcanzar la eterna salvación.
Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquéllos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena [Col. 1, 10], consigan la eterna salvación.[1]
Hay tres enseñanzas importantes contenidas en esta sección de la Quanto conficiamur moerore: la insistencia del Santo Padre sobre la necesidad real de la Iglesia para la salvación, la implícita indicación de la distinción entre la necesidad de medios y la necesidad de precepto, y su enseñanza sobre la posibilidad de salvación de aquel que es invenciblemente ignorante de la vera religión pero que observa fielmente la ley natural. Todas estas lecciones deben ser estudiadas con cuidado por aquel que quiera conocer la genuina doctrina de la Iglesia Católica sobre la necesidad de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna. La enseñanza de la Quanto conficiamur moerore tiene una importancia especial porque ha sido malinterpretada más de una vez por aquellos que ofrecen explicaciones inadecuadas o imprecisas del dogma “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Antes que nada debe notarse que la afirmación de que no hay salvación fuera de la Iglesia es más enérgica y explícita en esta encíclica que en cualquier otro documento previo, excepto tal vez la Cantate Domino. Pío IX condenó como un error muy serio (gravissimum errorem) la noción “hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación”. Denunció esta falsa enseñanza como algo completamente opuesto a la doctrina Católica.   
Además dedujo con especial claridad la importancia práctica desta enseñanza. Le recordó a los Obispos de Italia, y a través déllos a todo el mundo cristiano, que los miembros de la Iglesia Católica tienen determinadas obligaciones de caridad para con los no-Católicos. No solo que los Católicos tienen prohibido ser enemigos de los que no son miembros, sino que están obligados a ejercer obras de misericordia corporales y espirituales en beneficio de los no-Católicos. Pío IX recalcó la importancia de las obras de misericordia corporales. Afirmó que los Católicos están obligados a ser celosos en cuidar de los no-miembros de la Iglesia “si son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias”. Pero también insistió sobre el hecho de que su obligación más importante con respecto a la caridad era el esfuerzo por librar a estas personas de sus errores y conducirlas a la vera Iglesia para que allí dentro “puedan obtener la salvación eterna”.
En otras palabras, según la Quanto conficiamur moerore, los Católicos están obligados en conciencia en ser realistas en sus oraciones y obras de caridad en beneficio de los no-Católicos. Pío IX no quería que su pueblo olvidara que la caridad para con el prójimo es parte esencial de la caridad hacia Dios. No es la obra de un humanitarismo meramente secularista. El amor del prójimo que forma veramente parte de la caridad divina es esencialmente un deseo de darle a nuestro prójimo, en la medida que esté a nuestro alcance, lo que necesita o le va a ser de provecho para la obtención de la Visión Beatífica. El deseo fundamental de caridad para con el prójimo es el deseo de intención que este prójimo tenga la vida de la gracia y, si ya la posee, que crezca y persevere en ella. Así está en línea con el motivo de la Encarnación, el motivo que guió a Nuestro Señor, al cual expresó diciendo: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.[2] 
De aquí que cuando la vera caridad Católica toma el cuidado de un hombre que está enfermo o afligido de alguna manera, no ve en él a alguien cuyo destino está limitado a este mundo y a esta vida. Por el contrario, tiene en cuenta explícitamente que la persona a la que está tratando de ayudar, es una por la cual murió Nuestro Señor en la Cruz, a quien Dios quiere tener consigo por siempre en la gloria de la Visión Beatífica. En la encíclica quanto conficiamur moerore, Pío IX les recordó a los Católicos de todo el mundo que este conocimiento explícito debe ser eminentemente práctico. La obra de la caridad Católica no está para nada acabada a menos que se haya agotado hasta el último esfuerzo para librar a los hombres de sus errores que les impide la posesión eterna de Dios, que es su único fin último. Y puesto que por institución divina, la vera Iglesia de Jesucristo es realmente necesaria para la obtención de la salvación sobrenatural y eterna del hombre, la obra de la caridad Católica lamentablemente es incompleta a menos que se haya hecho todo esfuerzo razonable para persuadir a los no-Católicos a que entren en esta sociedad.
La Quanto conficiamur moerore es súmamente realista en el sentido en que reconoce al error religioso como un mal, y como una evidente y seria desgracia para las personas afligidas por él. Su objetividad y franqueza debió ser tan sorprendente para las personas de hace casi un siglo como lo es para algunos de los hombres de nuestros días. Algunas personas del siglo XIX y del XX han sido propensas a olvidar el hecho que la vida del hombre se corrompe por un error sobre su destino eterno o sobre los medios que Dios ha establecido para la obtención dese destino. Así pues, no hay nada más catastrófico en la vida humana que aceptar los errores del ateísmo o agnosticismo, o errores sobre el Divino Redentor, Su Iglesia, Su religión, y sus Sacramentos. Es extraño que algunas personas que reconocerían inmediatamente la natura calamitosa de un error en ingeniería aérea, que tendría como consecuencia la pérdida del avión, no estén dispuestos a reconocer el mal inherente del error sobre Cristo y Su Iglesia, que traería como resultado el fracaso eterno del hombre.
Pío IX incorporó en esta sección de la encíclica una enseñanza básica sobre la natura o actividad misionaria de la Iglesia Católica. Además de hablar del hecho que la Iglesia espera que sus hijos cumplan sus obligaciones de caridad para con aquellos fuera del rebaño empeñándose en traerlos al Cuerpo Místico de Cristo, la encíclica explica que la Iglesia invita a los no-Católicos a entrar en ella “a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena, consigan la eterna salvación.” La razón última y básica por la cual la Iglesia Católica siempre ha buscado y siempre debe buscar convertir es que los conversos puedan obtener la Visión Beatífica. La Iglesia es esencial y necesariamente una sociedad misionaria solo por el hecho de que Dios mismo la ha establecido como un medio necesario para la obtención de la salvación eterna.
Además, la Quanto conficiamur moerore es lo suficientemente realista para reconocer el hecho de que la fe misma viene de y por medio de la Iglesia. No debemos perder de vista que la fórmula para la administración del bautismo en el Rituale Romanum, contiene este diálogo:

“¿Qué pides a la Iglesia de Dios?”.
“La Fe”.
“¿Qué te da la fe?”.
“La vida eterna”.

La fe divina definitivamente es algo que los hombres deben buscar y encontrar en la Iglesia Católica. La vera Iglesia es y ha sido siempre, esencialmente, la congregación de los fieles, la congregatio fidelium. El hombre pide a la Iglesia la fe razonable y prudentemente puesto que la Iglesia es la sociedad autorizada y facultada por Nuestro Señor mismo para que enseñe Su mensaje, la doctrina que aceptamos con asentimiento de fe Cristiana. Y la Iglesia es mucho más que una mera sociedad autorizada por Nuestro Señor a enseñar en su nombre. De hecho es Su Cuerpo Místico, la congregación dentro de la cual actúa como Soberano Maestro, de forma tal que los miembros de la jerarquía, la ecclesia docens, son Sus instrumentos o embajadores en la presentación del mensaje de Su Padre.
Así la enseñanza de la Quanto conficiamur moerore es muy precisa al describir a la Iglesia como a la unidad social dentro de la cual las personas se consolidan y fortalecen en la fe. La epístola a los Hebreos describe a Nuestro Señor como “el autor y consumador de la fe”[3]. La Iglesia Católica es Su Cuerpo Místico. Al buscar la fe en la Iglesia, la buscamos en Él.
La fe, esperanza y caridad, junto con las otras cualidades que nos posibilitan vivir la vida sobrenatural, nos vienen por Nuestro Señor. Él es en realidad la cabeza de Su Cuerpo Místico e invita a todos aquellos que todavía no pertenecen a ella a unirse a la Iglesia para que puedan consolidarse y fortalecerse en estas virtudes a través de Nuestro Señor, la Cabeza de la Iglesia. No hay otra fuente por la cual puedan venir estos beneficios.
Además, la fe, esperanza y caridad, y las otras virtudes, constituyen lo que los antiguos teólogos solían llamar los lazos de unión internos o espirituales de la Iglesia Católica. Si el hombre cree en Dios sosteniendo como cierto, por la autoridad que Dios revelante, el contenido de ese mensaje que Nuestro Señor predicó y continúa predicando en medio de la sociedad de Sus discípulos, y si, a la luz desa fe, y movido por la gracia de Dios, el hombre espera en Dios como a su Bien eterno y lo ama con amistad de caridad sobrenatural, está por ese mismo hecho unido a Nuestro Señor y a Sus discípulos dentro del reino sobrenatural de Dios.


[1] Dz. 1677 y ss: “Notum Nobis vobisque est, eos, qui invincibili circa sanctissimam nostram religionem ignorantia laborant, quique naturalem legem eiusque praecepta in omnium cordibus a Deo insculpta sedulo servantes ac Deo oboedire parati, honestam rectamque vitam agunt, posse, divinae lucis et gratiae operante virtute, aeternam consequi vitam, cum Deus, qui omnium mentes, animos, cogitationes habitusque plane intuetur, scrutatur et noscit, pro summa sua bonitate et clementia minime patiatur, quempiam aeternis puniri suppliciis, qui voluntariae culpae reatum non habeat.
 Sed notissimum quoque est catholicum dogma, neminem scilicet extra catholicam Ecclesiam posse salvari, et contumaces adversus eiusdem Ecclesiae auctoritatem, definitiones, et ab ipsius Ecclesiae unitate atque a Petri successore Romano Pontifice, cui vineae custodia a Salvatore est commissa, pertinaciter divisos aeternam non posse obtinere salutem. Absit vero, ut catholicae Ecclesiae filii ullo unquam modo inimici sint iis, qui eisdem fidei caritatisque vinculis nobiscum minime sunt coniuncti, quin immo illos sive pauperes sive aegrotantes sive aliis quibusque aerumnis afflictos omnibus christianae caritatis officiis prosequi et adiuvare semper studeant, et in primis ab errorum tenebris, in quibus misere iacent, eripere atque ad catholicam veritatem et ad amantissimam matrem Ecclesiam reducere contendant, quae maternas suas manus ad illos amanter tendere eosque ad suum sinum revocare nunquam desinit, ut in fide, spe et caritate fundati ac stabiles et 'in omni opere bono fuctificantes' (Col 1, 10) aeternam assequantur salutem.”

[2] Jn. X, 10.

[3] Heb. 12, 12.