El acto de fe divina es completamente necesario a fin de
que el hombre pueda convertirse a Nuestro Señor, en quien solamente se
encuentra la salvación. De “Nuestro Señor Jesucristo” fue que San
Pedro dijo: “Y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no
hay otro nombre dado a los hombres por medio del cual podemos salvarnos”[1].
Pío IX propuso esta oración y esta obra que
compete a los Obispos de la Iglesia Católica como algo que tenía que ser hecho
por caridad. En efecto, es esencialmente obra desta virtud. La caridad es el
amor de amistad sobrenatural hacia Dios, un amor que necesariamente lleva con
él el amor por nuestro prójimo basado sobre este afecto para con Dios. El amor
de amistad hacia Dios incluye necesariamente un sincero deseo de hacer su
voluntad. Ahora bien, la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven.
En la Primer Epístola a Timoteo leemos de Dios nuestro Salvador que “quiere que
todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad”[2].
Objetivamente, pues, una persona está haciendo la obra de
caridad cuando trabaja y reza para que sus prójimos acepten la revelación
pública divina, entren y permanezcan en el vero reino sobrenatural de Dios
sobre la tierra, y lo prepara para la posesión y goce de la Visión Beatífica. Esta
obligación es mayor en aquellos a quienes Nuestro Señor ha hecho responsables
por el bienestar espiritual de sus prójimos, los miembros del colegio
apostólico. Los Obispos de la Iglesia Católica, bajo la dirección del Obispo de
Roma, el sucesor de San Pedro, constituyen este colegio apostólico.
Tanto la justicia como la caridad exigen que estos hombres trabajen y rueguen
tanto como puedan por el cumplimiento deste fin. Esta es la obligación de la
que habló Pío IX en la Singulari quadam.
Es esencial a esta tarea el esfuerzo de traer a los
hombres dentro de la Iglesia y a que permanezcan dentro délla. El Santo Padre
ya había recordado el hecho de que es un dogma que nadie puede salvarse fuera
de la Iglesia Católica. Sería peor que un sinsentido imaginarse que uno puede
trabajar por la salvación de los hombres sin intentar influenciarlos a fin de
que entren y permanezcan dentro del Cuerpo Místico de Cristo.
Así, pues, en el último párrafo de la sección de la Singulari
quadam que trata de la necesidad de la Iglesia Católica, el Santo Padre
trae a la memoria la íntima conexión entre este dogma y la natura misionaria de
la Iglesia. La Iglesia Católica, en razón de la caridad que forma la parte más
importante de lo que los antiguos teólogos llamaban los lazos internos o
espirituales de unión dentro délla, no tiene otra opción más que trabajar con
toda sus fuerzas a fin de influir en los hombres para que vengan y permanezcan
dentro délla, de forma tal que dentro délla puedan alcanzar las eternas
alegrías de la Visión Beatífica. La Santa Iglesia trabaja siempre y
necesariamente por la gloria de Dios, que se ha de alcanzar con la salvación de
aquellas almas por quienes murió Nuestro Señor en la Cruz. Por divina
institución, y definitivamente no en razón de algún movimiento de la Iglesia en
cuanto tal, la salvación eterna es posible sólo para aquellos que mueren de
alguna forma “dentro” de la Iglesia Católica. De aquí que al trabajar para
adquirir su último fin, la Iglesia necesariamente y siempre busca los medios
necesarios para la obtención dese objetivo.
En este mismo párrafo se encuentra una de las
observaciones más profundas, en lo que respecta a la necesidad de la Iglesia
para la salvación, que pueda verse en cualquier otro documento pontificio.
Después de insistir en el deber de los Obispos de la Iglesia para hacer todo lo
que está a su alcance a fin de traer la salvación a los hombres, el Soberano
Pontífice recordó a sus oyentes que “no se ha
acortado la mano del Señor [Is. 59, 1] y en modo alguno han de
faltar los dones de la gracia celeste a aquellos que con ánimo sincero quieran
y pidan ser recreados por esta luz”. Así pues, enseñó que la obra de
la salvación y de la conversión a la Iglesia Católica corresponden
definitivamente a la gracia divina. Aquel que trabaja para Nuestro Señor no
debe imaginarse que los efectos de su trabajo dependen en última instancia, o
incluso principalmente, de sus propias fuerzas e iniciativa.
Los que son llamados a la Iglesia sólamente dentro de la cual
se encuentra la salvación son llamados, en primer lugar, por la gracia divina.
Si corresponden a ella, y sinceramente desean (aunque sea sólo implícitamente)
entrar en la Iglesia, y si expresan ese deseo o intención en el acto efecto e infalible
de la oración cristiana, Dios le va a conceder tanto la entrada en la Iglesia
como la salvación que desean.
Debe tenerse presente que la influencia de la gracia
actual que Dios en su misericordia concede a los hombres está dirigida siempre
hacia la obtención de la Visión Beatífica. Aquel que no posee la virtud de la
fe y que está en estado de pecado es conducido por fuerza de la gracia a hacer
un acto de fe, a temer de Dios, a esperar en Él como a su propio bien del que
gozará por siempre, a comenzar a amarlo, y así alejarse del pecado por medio
desa penitencia que viene antes del bautismo, a decidirse a enmendar su vida, y
a ser bautizado, y así entrar en la vera Iglesia. Una vez que el hombre está
dentro de la Iglesia y en estado de gracia, la fuerza de la gracia divina lo
obliga a una perfección cada vez más intensa. Si el hombre continúa a corresponder
a estas gracias, va a alcanzar, en última instancia, la salvación.
Si llegara a pecar después de recibir el bautismo, la
dirección de la fuerza de la gracia es hacia la recepción de la absolución en
el sacramento de la penitencia, y, por supuesto, a la contrición, confesión y
satisfacción que pertenecen al sacramento. En todo caso el impulso de la gracia
actual lo conduce a la salvación y a los medios necesarios para la obtención de
la salvación que el hombre sobre el cual trabaja la gracia no ha usado o
poseído hasta entonces. Para aquel que está completa y esencialmente “fuera” de
la Iglesia, la fuerza de la gracia va a influenciarlo para que entre en esta
sociedad.
La correspondencia a la gracia, que hizo que el hombre
creyera en Dios y esperara en Él, lo llevará a pedir a Dios el don de la
salvación y de los medios necesarios de los que todavía carece. Ahora bien, la
oración ofrecida por la salvación de uno mismo y por los dones necesarios para
la obtención de la salvación es infaliblemente eficaz cuando es sincera,
piadosa y perseverante. Así, cuando la persona muere sin poder ser miembro de
la Iglesia por medio de la recepción del bautismo o una reconciliación canónica
con la Iglesia, su oración sincera, perseverante, y piadosa por su salvación y
por la entrada a esta sociedad va a ser atendida por Dios. Contrariamente a las
insinuaciones y afirmaciones de los indiferentistas contra los cuales se
dirigió la Singulari quadam, ninguna de sus creaturas puede superar a Dios en
generosidad. Los que corresponden a las gracias que les ofrece, han de recibir
la respuesta a sus oraciones.
Esta es, pues, la enseñanza que Pío IX exigió a
los Obispos de la Iglesia Católica para que dieran a su pueblo, a fin de
mantener lejos de las mentes desos pueblos las falsas doctrinas que pueden
arruinar sus vidas espirituales.
La Singulari quadam da las siguientes enseñanzas
en forma mucho más clara y explícita que las declaraciones eclesiásticas
previas sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación:
1) Es un funesto error imaginarse que pueda
haber esperanza de salvación para las personas que están muertas y que no
han entrado en modo alguno a la Iglesia durante sus vidas.
2) El dogma de que no hay salvación fuera de
la Iglesia Católica no se opone en modo alguno a la verdad de que Dios es
completamente misericordioso y justo.
3) La doctrina de que nadie puede salvarse fuera
de la Iglesia Católica es una verdad revelada por Dios por medio de
Jesucristo, y es una verdad que todos los hombres deben creer con asentimiento
de fe divina. Es un dogma Católico.
4) La ignorancia invencible, de la vera Iglesia o de
cualquier otra cosa, no es considerado por Dios como pecado. El dogma de
que fuera de la Iglesia no hay salvación no implica en modo alguno que la
ignorancia invencible es un pecado.
5) Es un error impío y mortífero sostener que la
salvación puede obtenerse en cualquier religión.
6) No cae dentro de nuestra competencia o de
nuestros derechos indagar los modos en que la misericordia y justicia divinas
operan en un caso particular de una persona que ignora la vera Iglesia o la
vera religión. Veremos cómo han operado estos divinos atributos a la luz de
la Visión Beatífica.
7) Es obligación de la Iglesia trabajar y rezar
para que todos los hombres obtengan la salvación dentro de la Iglesia.
8) Dios nunca se deja vencer en generosidad. Quien
se acerca a Él nunca será abandonado. De hecho el movimiento hacia Dios, al
igual que todas las cosas buenas, vienen de Dios mismo.