domingo, 12 de julio de 2020

La identidad de los Dos Testigos (III de IV)

 Es preciso tener presente que esa predicación de la proximidad del Reino fue ofrecida en dos oportunidades a los judíos: una por medio de Nuestro Señor y la otra por los Apóstoles en el período de gracia que Jesús les obtuvo, pero en ambos casos, Israel rechazó al Mesías, posponiendo todo para el fin.

Los dos Testigos vendrían, pues, a renovar esa prédica que había sido rechazada[1] y de hecho la proclamación del “Evangelio (lit. “buena nueva”) del Reino en todo el mundo habitado” de la que habla Jesús en el Discurso Parusíaco, será precisamente eso: el anuncio a todo el mundo de la próxima venida de Jesucristo[2]; en eso consistirá, pues, la buena nueva, el Evangelio.

Y no es una mera casualidad que la misma palabra la encontramos ya en Isaías, casi como si fuera un término técnico, en un bellísimo pasaje (que se debe ubicar sin dudas en el milenio) donde el profeta se dirige a su pueblo para consolarlo con una “buena nueva”:

“Cuan hermosos sobre los montes
Los pies del mensajero de albricias,
Que trae la buena nueva (el Evangelio) de la paz,
Que anuncia felicidad y pregona la salvación;
Diciendo a Sión: “Reina tu Dios”.
(Se oye) la voz de tus atalayas;
Alzan el grito y prorrumpen en cánticos todos,
Porque con sus propios ojos
Ven el retorno de Yahvé a Sión.
Saltad de júbilo, cantad a una,
Ruinas de Jerusalén;
Pues Yahvé ha consolado a su pueblo,
Ha rescatado a Jerusalén.
Yahvé ha revelado su santo brazo
A la vista de todas las naciones,
Y todos los confines de la tierra
Verán la salvación obrada por nuestro Dios”
(Is. LII, 7-10).

Si esto es así, la gran pregunta es ¿cuál de los dos vio la Parusía de Nuestro Señor y cuándo?

Si nos atenemos a los únicos datos que poseemos de cierto, que son los de las Escrituras, dado que no hay nada en la tradición al respecto, la respuesta salta a la vista: no hay nada que nos diga que Henoc vio la Parusía, mientras que de Moisés se afirma en términos expresos.

¿Cuándo?, se preguntará el lector.


Pues en la Transfiguración.

Que Moisés y Elías, al igual que los Apóstoles, vieron allí la segunda Venida de Nuestro Señor, se colige de al menos dos textos bíblicos:

I) Por el contexto, ya que antes de la descripción de la escena de la Transfiguración, el Evangelio nos dice:

Mc. IX, 1: “Y les dijo: “En verdad, os digo, entre los que están aquí, algunos no gustarán la muerte sin que hayan visto el reino de Dios venido con poder

Y para mostrar la relación con lo que sigue, agrega inmediatamente después:

Y seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó solos, aparte, a un alto monte, y se transfiguró a su vista…”[3].

Es decir, tanto los tres Apóstoles como también Elías y Moisés vieron el reino de Dios viniendo con poder.

II) Nuestro Señor les encargó a los discípulos, cuando bajaban del Tabor, que a nadie dijeran lo que habían visto hasta que hubiera resucitado, cosa que los Apóstoles cumplieron fielmente:

San Pedro en su segunda carta es más que explícito al respecto:

II Ped. I, 16-18: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de nuestro Señor Jesucristo según fábulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su majestad. Pues Él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue enviada aquella voz: “Éste es mi Hijo amado en quien Yo me complazco”; y esta voz enviada del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”.

La alusión a la Parusía y a la escena de la Transfiguración salta a la vista.

San Juan no es menos claro cuando afirma:

Jn. I, 14: “Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros —y nosotros vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre— lleno de gracia y de verdad.

Sobre lo cual Straubinger comenta:

“Los apóstoles vieron la gloria de Dios manifestada en las obras todas de Cristo. Juan, con Pedro y Santiago, vio a Jesús resplandeciente de gloria en el monte de la Transfiguración”.

Sobre Santiago no hay nada en las Escrituras, ni que sepamos, en la tradición, pero no se puede negar que cumplió fielmente el mandato de Jesús cuando bajaban del monte.

En conclusión, aquí tenemos con palabras claras y expresas, la prueba de que Moisés vio la Parusía de Nuestro Señor, sobre la cual podrá testimoniar.

Esta es también la opinión, por ejemplo, del gran Maldonado al comentar Mt. XVII, 3:

“¿Por qué quiso Cristo tener testigos del otro mundo para su transfiguración? (…) Yo creo que por dos motivos intervinieron aquellos personajes (…) y otro, para que se representase al vivo el futuro reino de Cristo cuando haya de venir (Apoc. XI, 3), el cual se anunciará por estos dos testigos”.

Bien. Otros argumentos se han dado en favor de Moisés, que será bueno repasar.

b) Era la opinión de la tradición judía.

c) Los primeros dos prodigios de los vv. 5-6 (fuego del cielo y falta de lluvias), aluden manifiestamente a Elías (IV Rey. I, 10.12 y III Rey. XVII, 1), mientras que los otros dos: convertir las aguas en sangre y herir la tierra con toda suerte de plagas, aluden a Moisés (Ex. VII, 19, primera plaga de Egipto y luego todo lo que sigue hasta el capítulo XII, el resto de las plagas).

d) Moisés es nombrado junto con Elías al final de Malaquías, justo cuando profetiza sobre los últimos tiempos:

“Pues mirad que viene aquel día que arderá como un horno. Todos los soberbios, y todos los obradores de iniquidad, serán como paja; porque aquel día que viene los abrasará, dice Yahvé de los ejércitos, sin dejar de ellos ni raíz ni rama.

Mas para vosotros que teméis mi Nombre, se levantará el Sol de justicia, que en sus alas traerá la salvación; y saldréis vosotros, y saltaréis como terneros (que salen) del establo. Y pisotearéis a los impíos, pues serán como ceniza debajo de las plantas de vuestros pies, en aquel día que Yo preparo, dice Yahvé de los ejércitos.

Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien intimé en el Horeb mandamientos y preceptos para todo Israel.

He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Yahvé. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo hiera la tierra con el anatema” (Mal. IV, 1-6).

Una sola objeción, y no menor, se presenta inmediatamente al espíritu y es que Moisés murió, pero la verdad es que, mirada de cerca, esta objeción se vuelve fácilmente a favor de la identidad de Moisés.

El hecho de la muerte es innegable; lo dice claramente la Biblia e incluso indica que los hijos de Israel hicieron duelo por él durante treinta días.

Sin embargo, la muerte de Moisés, y así lo reconocen todos, está rodeada de misterios.

a) Nunca fue conocido su sepulcro (Deut. XXXIV, 6).

b) Existe una tradición judía (e incluso hay apócrifos al respecto, como La Asunción de Moisés) recogida por Josefo, que dice que Moisés fue arrebatado en una nube en el monte Abar.

c) La muerte de Moisés y lo que acaeció después posee algunas características únicas: recordemos el altercado entre San Miguel y Satanás sobre el cuerpo de Moisés, ¿a qué obedece todo este episodio?

d) Un nuevo argumento, y no menor, lo vemos de nuevo en la Transfiguración, donde San Pedro dijo:

“Señor, bueno es que nos quedemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tiendas, una para Ti, una para Moisés, y otra para Elías” (Mt. XVII, 3).

De donde parece inferirse que San Pedro estaba convencido que estaba ante tres cuerpos reales (el de Nuestro Señor, Elías y Moisés), pues de lo contrario no hubiera tenido sentido hablar de “una tienda para Moisés”.

Sed contra es que Santo Tomás enseña (III, q. 45, a. 3, ad 3), expressis verbis, que el cuerpo de Moisés no era suyo:

“En cambio, dice Jerónimo In Matth.Debe observarse que no quiso acceder a dar una señal del cielo a los escribas y fariseos, que se la pedían; sin embargo, en este caso, para aumentar la fe de los Apóstoles, les da una señal del cielo, bajando Elías de donde había subido y levantándose Moisés de la morada de los muertos. Esto no debe entenderse como si Moisés hubiera reasumido su cuerpo, sino que su alma se apareció mediante algún cuerpo que tomó, como se aparecen los ángeles. Elías, en cambio, se apareció con su propio cuerpo, no traído del cielo empíreo, sino de algún lugar alto al que hubiera sido arrebatado en el carro de fuego (cf. II Rey. II, 11)”

A decir verdad, Santo Tomás está prácticamente sólo en esta exégesis, así que no es necesario seguirlo aquí.

Maldonado, in loco, dice:

“Suele preguntarse si aparecieron de verdad. Así lo interpretan todos los autores que recuerdo haber leído, menos Estrabón y Santo Tomás. El primero cree que no aparecieron en su realidad, sino en imagen y figura; y el segundo, que ciertamente Elías apareció en su propia real substancia, porque aún vive, pero Moisés, que ya había muerto, no apareció íntegro y totalmente, sino en alma; no en su propio cuerpo sino en otro aparente y ficticio. Es más probable lo que piensan los demás autores: que ambos se presentaron verdadera e íntegramente, pues no convenía que la verdad se probase con una ficción, y parecía razonable que, así como Cristo ostentaba no falsa y fingida gloria, así la probase con no falsos y fingidos testigos”.

En conclusión, a fin de probar la realidad de su gloriosa Venida, Nuestro Señor se valió de los dos mejores Testigos del Antiguo y de los tres mejores del Nuevo Testamento pues:

“Por el testimonio de dos testigos, o por el testimonio de tres testigos, se decide la causa (Deut. XIX, 15)”.

Por último, como decíamos más arriba, este argumento se vuelve en contra de nuestros adversarios porque notemos que fácilmente se puede ver en Moisés y Elías a las dos clases de hombres que va a encontrar Jesús cuando venga y que tendrán parte en el reino milenario: por un lado, los muertos resucitados, que estarían representados en Moisés y por el otro, los arrebatados vivos, representados por Elías.

A estos dos grupos, como lo indica agudamente Van Rixtel, parece referirse Nuestro Señor cuando dice:

“Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque muera, revivirá (los que tienen parte en la primera resurrección, figurados por Moisés) y todo viviente y creyente en Mí, no morirá jamás (los arrebatados vivos cuyos cuerpos serán transformados, simbolizados por Elías)” (Jn. XI, 25-26).



[1] Ya habíamos dedicado todo un artículo al contenido de la predicación de Elías. Ver aquí: I Parte - II Parte - III Parte y IV Parte.

[2] Algo habíamos comentado en su momento sobre este tema: ver AQUI.

Por lo demás, que los dos Testigos anunciarán la inminente venida de Cristo se vé muy claro si se piensa que Elías, que es el precursor, tiene por misión preparar los corazones de los judíos para cuando vuelva el Mesías y, además, si San Juan Bautista venía con el espíritu de Elías y predicó la inminencia de la (primera) venida de Jesús, pues entonces otro tanto cabe decir de Elías.

[3] Segarra trae un completísimo análisis de este texto: “Algunas observaciones sobre los principales textos escatológicos de Nuestro Señor”, Estudios Eclesiásticos, 10 (1931), pp. 475-499, 11 (1932), pp. 83-94 y 12 (1932), pp. 345-367.