viernes, 24 de julio de 2020

Un reciente comentario al libro del Génesis, por Ramos García (I de XI)


Un reciente comentario al libro del Génesis,
por Ramos García

Nota del Blog: El siguiente trabajo está tomado de la revista Estudios Bíblicos 12 (1953), pag. 227-255; damos antes la reseña que hizo el sabio sacerdote español a este libro.

Típico ejemplo de un comentario bíblico de pleno siglo XX imbuido de un espíritu racionalista y modernista que el P. Ramos García refuta como corresponde, con su conocida competencia.


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J. CHAINE: Le livre de la Genèse (Lectio divina, Paris. Editions du Cerf, 1949. 23 x 14 cms., 525 pag.

Causas ajenas a nuestra voluntad nos han impedido hasta ahora dar nuestro juicio, siquiera sea sumario, acerca de esta obra meritísima, aunque discutible en varios puntos, del malogrado Prof. Chaine, tan ventajosamente conocido de las letras bíblicas.

Según se nos dice en la presentación preliminar, la colección “Lectio divina” se propone servir lealmente al afán creciente de estudiar la Biblia en sus fuentes, ayudando a una inteligencia total de la Escritura, bien con obras exegéticas, elaboradas a la luz de nuestros más exactos conocimientos históricos, bien con trabajos de Teología bíblica, o de una exegesis “espiritual” renovada.

La presente obra de Chaine pertenece a esa exegesis histórica tan prometedora, y ni qué decir tiene que el autor realiza su propósito con gran desembarazo y competencia, pues no parece ignorar nada de cuanto en la historia, la mitología y el folklore puede ilustrar el sagrado texto.

No obstante, una tal exegesis bíblica, basada principalmente en recursos profanos, no llega a convencernos del todo, pues trae fácilmente aparejada la desnaturalización y rebajamiento de la palabra divina a un nivel puramente humano. Con tal método exegético, no ya los cinco o diez primeros capítulos, sino el libro entero del Génesis parece no rebasar los límites de la llamada leyenda histórica, si es que a tanto llega algunas veces. Vaya un ejemplo para muestra: El misterioso personaje que luchó con Jacob en la margen del Jaboc, es —dice— et genio tutelar del vado. Y trae en confirmación pasajes de Plutarco y Herodoto. Estaríamos así en presencia de un tema de folklore, transformado y aplicado a Jacob (p. 347).

Nos parece que esto es demasiado, y no hay razón ninguna que lo abone. Ni vale aquí lo de aliquando bonus dormitat Homerus, porque el autor parece estar bien despierto, pues nos ofrece otros varios casos de aproximaciones e identificaciones semejantes. Con el aprovechamiento de la historia y erudición profana, corre parejas el de la crítica de las fuentes. Descubre el autor en el Génesis varias fuentes o documentos de que se formó, y que por orden de antigüedad son los siguientes: el yahvista (J), el elohísta (E), y el códice sacerdotal (P), con pocos pasajes más de otras fuentes anónimas (X), ciertos aditamentos del redactor (R) del libro, y algunas glosas.


En esto no tenemos nada que oponer: es libre el autor en seguir esa opinión, aunque no la compartimos muchas veces, máxime en lo que supuesta mayor antigüedad de J, a ciertos aditamentos redaccionales primeros y postreros y a algunas características de las fuentes, como el que las cifras son propias de P, etc. etc. Mas lo que no estamos dispuestos a conceder fácilmente a la crítica independiente, y con ella al autor que en esto la sigue de cerca, es que los relatos parecidos sean réplicas (doublets) unos de otros, tomados de fuente diversas, entre las cuales habría una gama indefinida de divergencias y contrastes, que llegan frecuentemente a la contradicción, lo cual, de ser verdad, que no se prueba eficazmente, nos parece sumamente aventurado, porque si bien el autor sagrado  no se hace necesariamente solidario de cuanto explícitamente cita en su relato, sino sólo de lo que dice bien con su fin y objeto; todavía, cuando las citas son implícitas, y esto de suerte que el autor parezca limitarse a hablar por ellas, en una taracea perenne de fragmentos, que  sería lo normal en el Génesis (p. 494), el autor no parece poder dejar de apropiarse cuanto cita, y en este supuesto no nos place, por subjetivo y apriorístico, el dictado contrario de la crítica de que “hasta prueba en contrario el autor no afirma en todos sus detalles los documentos que acopla y reproduce” (p. 511).

¿Razón de esta restricción? Como siempre, el fin u objeto que el autor persigue. Mas ¿cómo atinar en el caso con el propósito del autor? La norma orientadora, se nos dice, es la idea general que del uso de las citas se desprende (lb.). A nosotros, en cambio, nos parece que todo este razonamiento, fundado en la crítica de las fuentes, es demasiado alambicado y sutil, y el producto difiere desde luego en cada ensayo según el alambique que se emplee. El que emplea nuestro autor, de fabricación asaz moderna, no nos ofrece entera confianza.

Añadamos algunas palabras, no más, en torno al Género literario, que tanto se invoca hoy, y no siempre, tal vez, con la debida ponderación. Así, al restar historicidad, y aun verdad, a tantos pormenores —cuando no a relatos enteros, como el de la lucha con el ángel—, nuestro autor se apoya decididamente sobre el Género literario del Génesis, que sería en buena parte un intermedio entre la historia parabólica y la historia propiamente dicha. Y añade luego, como a explicación de su pensamiento, que la falta de historicidad plena en el Génesis es una secuela de la manera de escribir de los semitas (p. 510 ss.) tan diferente de la de los clásicos; como si aquéllos, por hacer obra de taracea y de paciencia, no pudieran escribir historia verdadera, y éstos con su manera más unitaria y desenvuelta no estamparan a menudo muchas fábulas. Aquí se subordina el Género literario al método o manera de escribir, cuando la tal subordinación no existe.

Del método, por sí sólo, no se puede concluir nada contra la historicidad de una relación. ¿Acaso la armonía evangélica de Taciano pierde nada de su historicidad por el hecho de ser una armonía? Pues así tampoco el Génesis pierde necesariamente de la suya, por ser una armonía de varias fuentes. Que las fuentes de que bebió Taciano eran inspiradas y las del Génesis no consta que lo fueran (p. 511) eso no importa para el caso, porque si no eran inspiradas las fuentes, lo era su compilador y la compilación, y esa inspiración guiaba al compilador en el uso de los documentos, de tal suerte que pudiendo dejar correr en ellos todas las peculiaridades, y aun defectos humanos de que tal vez adolecían, no pudo pasar el error de cualquiera clase que fuera. No entendemos pues, eso de admitir la contradicción entre los varios documentos lo cual implicaría el error de la palabra divina cuantas veces el autor no habla por sí, sino por los documentos que compila, que es lo normal en el Génesis, y en todo el Pentateuco.

Para ver, pues, hasta qué pormenores llega la exención de error, o sea la verdad divina en la Escritura, en caso de ser documentada, hay que ver hasta qué punto se asimila el autor los documentos que cita, y hasta ahí, y no más, llega la inerrancia bíblica. Mas si se los cita sólo implícitamente, y el autor se limita a hablar por ellos, creemos, hasta prueba en contrario, que se los asimila enteramente, es decir, en todos sus detalles, bien que no siempre en sentido propio.

Para medir, en cambio el arado de historicidad —que es sólo una manera de la verdad— en un libro sagrado, se habría de seguir este camino: Después de distinguir bien entre el método o modo de componer, y el Género literario o carácter del contenido como tal, no insistir en el método, que no va ni viene de suyo, sino en el Género literario, investigado como fuere —no siempre tan hacedero—, y no usar sin mucha cautela de la expresión “Procedimiento literario”, por ser equívoca, como expresiva que es a la vez del método y del Genero. El autor parece usarla como un sinónimo más (p. 512).

Con esto hemos querido señalar tres o cuatro puntos débiles en la obra del Prof. Chaine, que nos parecieron más notables por su importancia deductiva. Indicar por menor los inconvenientes, que se pueden seguir y de hecho parece deducir el autor de sus principios crítico-exegéticos, demasiado avanzados, a nuestro entender, nos llevaría muy lejos. Volveremos, tal vez, sobre ello en un artículo ad hoc más detallado.

Conste entre tanto nuestra admiración por el autor y por su obra, que siendo bajo otros muchos aspectos meritísima, puede ser de no poco provecho a los estudiosos, ya curtidos en estas lides, no así a los principiantes.

JOSÉ RAMOS, C. M. J.