jueves, 30 de julio de 2020

Un reciente comentario al libro del Génesis, por Ramos García (II de XI)

En el volumen X (año 1951) de “Estudios Bíblicos”, páginas 255-257, pudieron ver mis avisados lectores una nota bibliográfica sobre Le livre de la Genèse del profesor J. Chaine, en el que a vueltas de muchas excelencias descubrimos por todo él una exégesis demasiado desenfada junto con una crítica literaria de las fuentes, que no acertamos fácilmente a concertar con la inerrancia bíblica.

 

En esa exégesis dicha espiritualista, y que se diría mejor humanista, tanto por el objeto que se propone, como por el método que emplea, el elemento divino parece quedar a menudo sofocado por el elemento humano, con todas sus deficiencias, errores, prejuicios y aun contradicciones.

 

Dejando para un estudio más detenido lo relativo a la crítica literaria, queremos en el presente ensayo atraer la atención de los lectores hacia el campo de la exégesis, donde se asientan o insinúan afirmaciones muy problemáticas, y aun erróneas a nuestro modo de ver. No intentamos, sin embargo, darles por tales sin distinción y a carga cerrada, sino informar de ellas a nuestros lectores, indicando al mismo tiempo las razones que a nosotros nos hacen desconfiar de su exactitud exegética.

 

 

PARTE I. - LAS DEFICIENCIAS

 

Según el autor del comentario, ni la creación ex nihilo (pág. 21 nota), ni el monogenismo (pág. 54-55) estaría contenido con certeza en el Génesis; habría ciertas discrepancias del sagrado texto con la ciencia; la ignorancia del autor sagrado en punto a geografía (pág. 36) y cronología sería notoria; la alimentación, no sólo de los hombres, sino también de los animales, sería vegetariana antes del Diluvio (págs. 44 y 123); el salvajismo de los animales sería, según la Biblia, posterior a la cautividad (pág. 27); los 120 años que el Señor concede a la Humanidad prediluviana, significarían una disminución en la vida media del hombre (pag. 99); el nombre de Noé (“el consolador”) tendría su motivación en la invención del vino (pág. 84); la catástrofe del Diluvio sería uno de tantos desbordamientos fluviales (pág. 141); ni tendría mayor importancia el hecho de la torre de Babel (pág. 166).

 

Se repite con Lagrange que estos relatos primitivos no carecen de valor histórico, mas por los razonamientos que sobre ellos se hacen, si ya no se los traduce inadecuadamente, ese valor histórico parece tantas veces esfumarse.

 

Así, la creación ex nihilo, que en términos formales no está contenida en el Génesis, pero sí en términos equivalentes, al hablar de:

 

“El día en que Yahvé Elohim hizo la tierra y los cielos y (sic) las varias plantas del campo, antes que existiesen (térem yihvé), etc.”,

 

parece esfumarse en esta traducción del autor:

 

“El día que Yahvé Elohim hizo una tierra y unos cielos ningún árbol del campo existía aún” (tout arbre des champs n'était pas encore) etc. (Gen. II, 5),

 

Mas para darnos esa traducción ha tenido que saltar por encima de aquella conjuntiva (y) embarazosa, y ha traducido por perfecto el imperfecto. ¿De cuándo acá térem yihvé significa “aún no existía”? Ni es ésta la única traducción que incurre aquí en semejante incorrección.

 

Contra el monogenismo, fuera de afirmar que no está formalmente contenido en el Génesis, arroja inconsideradamente una chinita, que tendería a suprimirlo de raíz, y es la significación genérica del nombre de Adam, que vale tanto como hombre (pag. 54) ¿Qué, por ventura nombre de su compañera Hawwá (Eva) es también un nombre genérico?

 

Sobre discrepancias entre la Biblia y la ciencia sólo una palabra, y es que nos parece tan improcedente y anacrónico el aireo de las discrepancias como el concordismo de otros tiempos.

 

Admitiendo como admite el autor del comentario, la fantasía de los cuatro efluentes de una fuente común, en vez de los cuatro afluentes de un solo río en el Paraíso, ya se puede acusar al autor del Génesis de ignorancia en matera geográfica (págs. 36 y 155).

 

Y por lo que hace a la cronología, endosando como endosa la crítica todas las cifras, cronológicas y no cronológicas, al documento más reciente, es decir al códice sacerdotal (P), se comprende que se les dé poca o ninguna autoridad, pero la crítica da por supuesto lo que debería probar, es a saber, que todas las cifras son de P.

 

Harto más inciertas que las noticias del autor sagrado, nos parecen las nociones del comentarista, al atribuir a Kanaán un origen semita, por razones meramente filológicas (pág. 154), y al ver en la antigua Palestina un país casi tan desértico como el actual, con otras apreciaciones de este género. La frecuente mención del león, del oso y otros animales salvajes, en la literatura bíblica, junto con las varias representaciones de escenas de caza mayor en los bajorrelieves del período cuneiforme, al par que la existencia de antiguos imperios florecientes en toda el Asia anterior, nos persuaden lo contrario. No creemos en la tantas veces alegada inmutabilidad del Oriente medio, y menos de Palestina, que no en vano han pasado por su suelo las simbólicas langostas de Joel, I, 4:

 

“Lo que dejó la (langosta) gazam, lo devoró la arbeh, y lo que dejó la arbeh, lo devoró la yélek, y lo que dejó la yélek, lo devoró la chasil”.

 

Sobre que en la mente del autor sagrado la alimentación, no sólo de los hombres, sino también de los animales, fuese exclusivamente vegetariana antes del Diluvio, es flaco fundamento Gen. I, 30; IX, 3, y más flaco todavía Is. XI, 6-8, que no pasa de una alegoría[1], casi tan flaco como lo que en Job. XXXIX, 8 se dice del asno montés, para concluir que la domesticidad de los brutos se tenía por anterior a su libertad. Y el autor que en consonancia con esto traduce constantemente behémá por “animales domésticos”, olvida que hay behémá de la selva y behémá del campo y behémá de la tierra. De por sí behémá no significa determinadamente animal doméstico, sino bestia o animal en general, que puede ser doméstico o salvaje.

 

¿A qué proseguir? No será difícil al lector avisado el hacer tácitamente las observaciones oportunas a las demás apreciaciones del autor arriba apuntadas, y a otras parecidas que se podrían apuntar, y en consecuencia las sobreseemos, para tocar siquiera algunos otros puntos exegéticos que más nos han llamado la atención en este novísimo Comentario.



 

[1] Nota del Blog: Bastaba afirmar que Is. XI, 6-8 es una profecía literal sobre los tiempos del Milenio en los cuales habrá como una vuelta a la situación anterior a la caída. Entre esas similitudes estaría aquí la de que los animales van a vivir en perfecta concordia entre ellos, lo cual supondría que van a volver a ser vegetarianos.