miércoles, 15 de julio de 2020

La Disputa de Tortosa (V de XXXVIII)


V. Análisis de los argumentos.

1) Fuentes

La fuente principal de donde tomó Jerónimo sus argumentos fue la obra verdaderamente monumental de Ramón Martí llamada Pugio Fidei[1].

En su argumentación, Jerónimo prescindió casi por completo del Nuevo Testamento, mientras que hizo mucho uso del Antiguo Testamento y sobre todo de los escritos talmúdicos y midrásicos y de citas de Rabinos famosos, sobre todo de Maimónides y Rashi.

El P. Pacios no parece del todo convencido en que haya sido la mejor vía, pero en lo personal nos parece irreprochable. Sea de esto lo que sea, adentrémonos un poco más en la discusión.

Señala Pacios tres defectos en la argumentación de Jerónimo:

a) El primero tiene que ver con el valor probatorio de algunos argumentos aducidos. Nos parece correcta la siguiente apreciación.

“Es el primero empeñarse en probar con textos que no prueban, sin distinguir debidamente los verdaderamente eficaces de aquellos que, a lo más, aportarían una prueba de mera congruencia para corroborar una conclusión por otra parte debidamente demostrada. Ello hace que el lector fácilmente se sienta inclinado a desconfiar de las razones sólidas, al verlas colocadas en el mismo plano que aquellas otras cuya insuficiencia ve claramente. Por eso es defecto grave, aunque psicológicamente sea el más difícil de evitar. La mejor cautela contra esto es no olvidar nunca que, para demostrar debidamente una verdad, basta una razón sólida, aunque todas las demás sean ineficaces”[2].

b) El segundo, y sobre el cual tendremos oportunidad de volver en más de una oportunidad, tiene que ver con no concederles nada a los judíos.

Con gran tino, nos dice el P. Pacios:


El segundo defecto es cierta intransigencia tenaz en cosas en que convendría ceder, aunque sólo fuera por diplomacia. En una discusión tan larga como ésta, es muy difícil no excederse alguna vez en puntos secundarios, sobre todo siendo por vía oral, en la que por necesidad se lanzan afirmaciones que uno no se ha parado antes a considerar debidamente. Sin embargo, Jerónimo jamás retrocede ni rectifica, sino es muy veladamente. Parece olvidar que las oportunas retiradas contribuyen tanto a la victoria de un ejército como sus avances. Sin duda, juega en esto un papel importante el amor propio…”[3].

c) Trato duro a los judíos.

Una vez más, totalmente de acuerdo con el P. Pacios:

“El tercer defecto es la falta de cordialidad y el exceso de crudeza con que trata a los judíos. Preocupado de la verdad, se preocupa muy poco de las razones del corazón, tan importantes sin embargo para disponer las almas a que acepten sin resistencia la verdad, ya que es de todos bien sabido que el mayor obstáculo a esta aceptación es el orgullo herido. Para no ser demasiado severos con este defecto, no se olvide que Jerónimo era un recién convertido: por lo mismo, distaba mucho de ser santo…”[4].


2) Valor de las pruebas alegadas por Jerónimo

a) Talmud

Son muy pertinentes las palabras de Pacios cuando le reconoce un lugar muy importante al Talmud.

“Prescindiendo de su valor ad hominem, como se ve, un tanto discutible, no puede negárseles cierto valor absoluto, aunque naturalmente muy inferior al de las pruebas sacadas de la Sagrada Escritura.

En efecto, siendo de origen anterior o simultáneo al mismo Cristo, aunque escritas mucho después, muestran la expectación mesiánica general en aquel tiempo, expectación que nos da a conocer la interpretación que entonces daban a las profecías, cuando todavía no había motivos para investigar caminos torcidos con que interpretarlas, y vienen así a confirmar que la Tradición cristiana es la legítima heredera de la judía antigua, habiéndose en cambio apartado los judíos de su propia tradición. De este modo son un poderoso medio de acercamiento, haciendo ver al judío que, lejos de tener que renunciar a su tradición haciéndose cristiano, más bien obra de conformidad con ella. Y así vemos que las primeras conversiones que se observan en la Disputa vienen provocadas, no por las pruebas escriturarias, sino por las talmúdicas[5].

Esto no quiere decir que Jerónimo creía todo cuanto se hallaba en el Talmud; es más, expresamente dice que no cree en absoluto y que lo usa sólo en tanto y en cuanto le favorece para probar su tesis.

b) Autoridades Midráshicas y Rabínicas

La autoridad de los Midrashim es equiparable a los Santos Padres para los católicos, mientras que los Rabinos que más citó Jerónimo fueron Maimónides y Rashi, que tenían una altísima reputación entre los judíos, algo así como Santo Tomás para nosotros.

Como se ve, estas autoridades debían tener, y de hecho lo tuvieron, un gran peso entre los Rabinos durante la disputa, pues si bien no eran argumentos perentorios, sin embargo, eran aptísimos para provocar en los judíos una favorable acogida de la exégesis cristiana cuando eran concordes.

Distinto es el caso de los Targum de Onkelós y el de Jonatán, alegados con frecuencia, pues para los Rabinos gozaban casi de la misma autoridad que las Escrituras.



[1] Menéndez Pelayo, citado por Pacios, I.28, dice:

“En el siglo XIII la portentosa y nunca igualada erudición rabínica del dominico Ramón Martí, el cual hoy mismo confiesan los judíos más doctos que ninguno de los nacidos fuera de la Sinagoga ha llegado a penetrar tan hondamente los arcanos de la ciencia talmúdica como el autor del Pugio fidei”. Menéndez Pelayo, (La Iglesia y las Escuelas teológicas, en "Ensayos de Crítica filosófica", Madrid, 1918, p. 239).

[2] I.91.

[3] I.93.

[4] I.93-94.

[5] I.105-106.