miércoles, 17 de abril de 2019

Algunas Notas a Apocalipsis VI, 16-17


16. Y dicen a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del sentado sobre el trono y de la ira del Cordero;

Citas Bíblicas :

Is. II, 17-21: “…Yahvé solo será ensalzado en aquel día; y todos los ídolos desaparecerán. Se esconderán en las cuevas de las peñas y en los hoyos de la tierra ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare para causar espanto en la tierra. En aquel día el hombre arrojará sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que se hizo para adorarlos, a los topos y a los murciélagos, para esconderse en las cavernas de las peñas, y en las hendiduras de las rocas, ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare para causar espanto en la tierra”.    

La expresión “caed sobre nosotros y ocultadnos” no necesariamente se refiere a los últimos tiempos:

Lc. XXIII, 30: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vienen días, en que se dirá: ¡Felices las estériles, las entrañas que no engendraron, y los pechos que no amamantaron!”. Entonces se pondrán a decir a las montañas: “Caed sobre nosotros, y a las colinas: ocultadnos”. Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué será del seco?”.

Destrucción de Jerusalén

Os. X, 7-8: “Destruída será Samaría, quedando su rey como un pedazo de madera sobre las aguas. Serán destruídos los altos de Aven, el pecado de Israel; espinos y abrojos crecerán sobre sus altares. Entonces dirán a las montañas: ¡Cubridnos!; y a las colinas: ¡Caed sobre nosotros!”.

Destrucción del reino del norte (10 tribus).

Cfr. también Josué X; Lc. XXI, 26.


Comentario:

Fillion: “Es el lenguaje de hombres desesperados, que desean una pronta muerte, a fin de que su angustia finalice…”.


17. porque ha llegado el día, el grande, de la ira de ellos y ¿quién puede estar de pie?”.

Comentario:

Straubinger: “En cuanto al gran día del furor algunos suponen que es contra Israel como en Amos V, 18[1], porque en VII, 1-8 se trata de sellar a aquellos de las doce tribus que habrían de librarse de ese día. Sin embargo, en el v. 15 se ve que se trata más bien de reyes de todas las naciones como en el Salmo CIX (CX), 5s. ¿Quién puede estar en pie? cfr. Sal. I, 5 y nota".

Allo: "El gran día, dies irae, cfr. Is. LXIII, 4; Joel II, 11.31; Sof. I, 14 ss; II, 3; Cfr. Rom. II, 5; Jud. 6".

Bover: “¿Quién puede sostenerse? A esta pregunta se contesta inmediatamente”.

Sobre el Día del Señor hay mucho para decir:


Apocalipsis I, 10: “Fui en espíritu en el día del Señor y oí detrás de mí una voz grande, como de trompeta…”.

Apocalipsis VI, 12-17: “Y vi cuando abrió el sello, el sexto y un terremoto grande se produjo y el sol se puso negro como un saco de crin y la luna toda se puso como sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la higuera sacudida por un fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un libro que se arrolla y todo monte e isla de sus lugares se movieron. Y los reyes de la tierra, y los magnates y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos de las montañas. Y decían a las montañas y a los peñascos: “caed sobre nosotros y escondednos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el gran día de la ira de ellos y ¿quién podrá estar en pie?”.

Salmo CXVII, 24: “Este es el día que hizo Yahvé, alegrémonos por él y celebrémoslo”.

Isaías II, 10-22:Métete en la peña y escóndete en el polvo ante el terror de Yahvé, y ante la gloria de su majestad. Entonces serán abatidos los ojos altivos del hombre, y su soberbia quedará humillada; sólo Yahvé será ensalzado en aquel día. Pues Yahvé de los ejércitos ha fijado un día contra todos los soberbios y altivos, contra todos los que se ensalzan para humillarlos… será abatida la altivez de los hombres, y humillada la soberbia humana; Yahvé sólo será ensalzado en aquel día; se esconderán en las cuevas y en los hoyos de la tierra ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare para causar espanto en la tierra…”

Isaías XIII, 6-13: “¡Aullad que cercano está el día de Yahvé! Vendrá como ruina de parte del Todopoderoso. Por tanto, todos los brazos perderán su vigor, y todos los corazones de los hombres se derretirán. Temblarán; convulsiones y dolores se apoderarán de ellos; se lamentarán como mujer parturienta. Cada uno mirará con estupor a su vecino, sus rostros serán rostros de llamas. He aquí que ha llegado el día de Yahvé, el inexorable, con furor e ira ardiente, para convertir la tierra en desierto y exterminar en ella a los pecadores. Pues las estrellas del cielo y sus constelaciones no darán más su luz, el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no hará resplandecer su luz. Entonces castigaré al mundo por su malicia, y a los impíos por su iniquidad; acabaré con la arrogancia de los soberbios y abatiré la altivez de los opresores. Haré que los hombres sean más escasos que el oro fino, y los hijos de Adán más raros que el oro de Ofir. Por eso sacudiré los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, por el furor de Yahvé de los ejércitos, en el día de su ardiente ira.” (Léase todo el capítulo XIII que todo él va enderezado al mismo suceso).

Isaías XXIV, 16-23: “Mas yo dije: “¡Estoy perdido! ¡Perdido estoy! ¡Ay de mí!” Los prevaricadores prevarican, los prevaricadores siguen prevaricando. El espanto, la fosa, y el lazo están sobre ti, oh morador de la tierra. El que huyere del grito del espanto, caerá en la fosa, y el que subiere de la fosa, será preso en el lazo; porque se abrirán las cataratas de lo alto y se conmoverán los cimientos de la tierra. La tierra se rompe con gran estruendo, la tierra se parte con estrépito, la tierra es sacudida con violencia, la tierra tambalea como un borracho; vacila como una choza; pesan sobre ella las prevaricaciones; caerá y no volverá a levantarse. En aquel día Yahvé juzgará a la milicia del cielo en lo alto, y aquí abajo a los reyes de la tierra. Serán juntados como se junta a los presos en la mazmorra, quedarán encerrados en el calabozo, y después de muchos días serán juzgados. La luna se enrojecerá y el sol se oscurecerá, porque Yahvé de los ejércitos reinará en el monté Sión y en Jerusalén, y delante de sus ancianos (resplandecerá) su gloria.

Isaías XXXIV, 1-4: “Acercáos, naciones, para oír; pueblos escuchad. Oiga la tierra y cuanto se contiene en ella, el orbe y cuanto en él tiene vida. Pues Yahvé está indignado contra todas las naciones, e irritado contra todo su ejército; las ha destinado al exterminio, las ha entregado al matadero. Sus muertos serán arrojados, sus cadáveres exhalarán hedor, y los montes se derretirán en su sangre. Se disolverá toda la milicia celestial; se arrollarán como un libro los cielos, y todo su ejército cae como la hoja de la vid, cual hoja de la higuera”. (Léase todo el capítulo)

Ezequiel XXX, 2-3: “Así habla Yahvé: ¡prorrumpid en aullidos! ¡Ay de aquel día! Porque cercano está el día, se ha acercado el día de las tinieblas que será el tiempo de los gentiles.

Joel II, 30-32: “Haré prodigios en el cielo y en la tierra; sangre y fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el grande y terrible día de Yahvé. Y sucederá que todo aquel que invocare el Nombre de Yahvé será salvo. Porque como dijo Yahvé, habrá salvación en el monte Sión y en Jerusalén, y entre los restos que habrá llamado Yahvé.”

Joel III, 12-16: “¡Levántense y asciendan los gentiles al Valle de Josafat! Porque allí me sentaré para juzgar a todos los gentiles a la redonda. Echad la hoz, porque la mies está ya madura; venid y pisad porque lleno está el lagar; se desbordan las tinas; pues su iniquidad es grande. Muchedumbres, muchedumbres hay en el valle de la Sedición, porque se acerca el día de Yahvé en el valle de la Sedición. El sol y la luna se oscurecen, y las estrellas pierden su resplandor. Yahvé ruge desde Sión, y desde Jerusalén hace oír su voz; y tiemblan el cielo y la tierra. Más Yahvé es el refugio de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.” Cfr. Apoc. XIV, 14 ss.

II Tes. II, 1-2: “Pero con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común unión a Él, os rogamos hermanos que no os apartéis con ligereza del buen sentir y no os dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por pretendida carta nuestra en el sentido de que el día del Señor ya llega…”.

Otros textos podrían agregarse pero preferimos cerrar la idea citando aquí al genial exégeta chileno Manuel Lacunza[2]:

“Este día se llama en las Escrituras “día grande y tremendo” (Malaquías IV, 5), “día de confusión… no será ni de día ni de noche” (Zac. XIV, 6.13), “día de la venganza del Señor… el día de su ardiente ira” (Is. XXXIV, 8 y XIII, 13), “día de Madián” aludiendo a la célebre batalla de Gedeón (Is. IX, 4 y X, 26) se llama “día de ira, de angustia y aflicción, día de devastación y de ruina, día de tinieblas y oscuridad, día de nubes y densas tinieblas, día de trompeta y alarma” (Sof. I, 15), se llama “día grande que no tiene otro igual” (Jer. XXX, 7), se llama “día repentino” el cual “caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra” (Lc. XXI, 34), se llama “día de su gran ira” (Apoc. VI, 17), se llama en suma, por abreviar “día del Señor” (Is. II, 12), todo lo cual comprehende Daniel en estas breves palabras: “se desgajó una piedra, no desprendida por mano de hombre, e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro y los destrozó (II, 34)”.[3]

Y después de hablar magistralmente por largo tiempo sobre los “cielos nuevos y tierra nueva” (II Ped. III, 13) pasa a explicar en una adición el tiempo de duración:

“Aunque dije al principio del párrafo IV que es incierto cuánto tiempo durará el día del Señor, o lo que es lo mismo, la conmoción, conturbación, contrición y agitación de nuestro globo (palabras todas de que usa Isaías XXIV), más habiendo ahora leído con mayor reflexión el cap. XII de Daniel, me parece cierto que no puede durar menos que el espacio de cuarenta y cinco días naturales. Cualesquiera que lea este capítulo conoce al punto sin poder dudarlo que todo es una profecía enderezada a los últimos tiempos, bien inmediatos a la venida del Señor, pues en él se anuncian únicamente estos dos sucesos capitales: primero la vocación y conversión de los Judíos y segundo la tentación y tribulación anticristiana entre las gentes. De ésta dice el profeta o el ángel que habla con él, que durará en toda su fuerza mil doscientos y noventa días, que hacen cuarenta y tres meses (XII, 11), los cuales días concluidos (sin duda con el principio del día del Señor), añade estas palabras que siempre se han mirado como enigma insoluble: “¡Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días!”. El residuo entre estos dos números es puntualmente cuarenta y cinco.

Se pregunta ahora: estos cuarenta y cinco residuos ¿qué uso tienen? ¿En qué se emplean? ¿Qué se hace en ellos? ¿No lo veis amigo con vuestros ojos? De manera que, concluidos con la venida del Señor los tiempos de la tribulación Anticristiana; concluidos con ella el día de los hombres; destruido con el esplendor de su parusía el hombre de pecado con todo su misterio de iniquidad, etc. será dichoso el que esperare o permaneciere vivo cuarenta y cinco días más. ¿Por qué dichoso? Porque será uno de los pocos a quienes no tocará la espada de dos filos que trae en su boca el Rey de reyes; porque será uno de los pocos racimos que restarán en la grande viña después de acabada la vendimia (Is. XXIV, 13); porque será uno de los pocos que no será hallado digno de la ira de Dios omnipotente, ni de la ira del Cordero; porque será uno de los pocos que, habiendo visto esta tierra y cielos presentes, merecerá ver también el cielo nuevo y nueva tierra, que esperamos según su promesa, etc.”[4]

Y un poco antes había dicho:

“Y veis aquí concluido el siglo presente, y llegado á su fin el día de los hombres. Veis aquí la consumación y fin del siglo, de que se habla tanto en las escrituras, especialmente en los evangelios. Veis aquí amanecido el día claro del Señor, y con él, el principio del siglo venturo, del cual se habla mucho más, y con igual ó mayor claridad: aquí empieza ya á manifestarse en nuestra tierra aquel reino de Dios, que tantas veces pedimos que venga: Adveniat regnum tuum; aquí empieza la revelación o manifestación de Jesucristo, y el día de su virtud en los esplendores de los santos. Aquí empieza la revelación de los hijos de Dios, que no son otros sino los santos, que vienen con Cristo resucitados, ó los co-reinantes, sobre cuyo gran misterio se puede consultar al apóstol san Pablo (y sería bien consultarlo luego) en todo el capítulo VIII de la epístola ad Romanos. Aquí empiezan los mil años de san Juan, en cuyo principio debe suceder, en primer lugar, la prisión del diablo, con todas las circunstancias que se leen expresas en todo el capítulo XX del Apocalipsis. Aquí abierto ya el testamento nuevo y eterno del padre, en que constituye al Hijo, en cuanto hombre, heredero universal, evacuado todo principado, potestad y virtud, y sujetas a este hombre Dios todas las cosas, empieza a reinar verdaderamente o a ejercitar su juicio y su potestad absoluta, mas llena de sabiduría, de equidad y bondad; lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la Paz, etc. (Is, IX, 6), Aquí empieza á manifestarse más de cerca el misterio grande e incomprensible de haberse hecho hombre el mismo Verbo de Dios, el mismo Unigénito de Dios, el mismo Dios. Aquí, en suma, se empieza a ver y conocer con mayor claridad, el fin y término a donde se enderezaba toda visión y profecía (Dan. IX, 24).”[5]

Por lo dicho hasta acá no debemos perder de vista que todo esto tiene lugar después de la muerte del Anticristo y así, se le pide a la Mujer que cuando comiencen a suceder los signos en la tierra y en el cielo, (signos que durarán cuarenta y cinco días y que se identifican con el juicio de las naciones: Mt. XXV, 31 ss; Ag. III, 1 ss; Apoc. XIV, 14 ss) que entonces se prepare para su futura liberación.

Teniendo esto en mente, creemos que es fácil entender los últimos versículos del capítulo VI y comienzo del VII del Apocalipsis.

Después de narrar la apertura de los cinco primeros sellos el vidente dice[6]:

Apoc. VI, 12 ss: “y vi cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto, y el sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre; y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la higuera sacudida por un fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un libro que se arrolla y todo monte e isla de sus lugares se movieron. Y los reyes de la tierra y los magnates, y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos de las montañas. Y decían a las montañas y a los peñascos: “caed sobre nosotros y escondednos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el gran día de la ira de ellos y ¿quién podrá estar en pie?”.

Bien, hasta aquí la primera parte. Como ya quedó dicho más arriba este no puede ser el sexto sello, sino sólo una visión anticipatoria que lo prepara. Es decir que a la pregunta “¿quién podrá estar en pie?” San Juan responde con el sexto sello:

Apoc. VII, 1 ss: “Después de esto vi cuatro ángeles que estaban de pie en los cuatro ángulos de la tierra y detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno. Y vi otro ángel que subía del oriente y tenía el sello del Dios vivo y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes había sido dado hacer daño a la tierra y al mar, y dijo: “No hagáis daño a la tierra ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes.” Y oí el número de los que fueron sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel…

Aquí tenemos, pues el sexto sello: la signación de los 144.000 que forman la Mujer del capítulo XII, es decir, estos serían los mismos a quienes irían dirigidas las palabras de Nuestro Señor que trae Lucas XXI, y que van a poder estar en pie cuando vuelva en Gloria y Majestad.

De ahí que el Salmista profetice I, 5: “Por eso en el juicio no estarán en pie los malvados, ni los pecadores en la reunión de los justos”

En el Salmo XIX, 7-10 se lee: “Ahora ya sé que Yahvé dará el triunfo a su ungido, respondiéndole desde su santo cielo con la potencia victoriosa de su diestra. Aquellos en sus carros, estos en sus caballos; mas nosotros seremos fuertes en el nombre de nuestro Dios. Ellos se doblegarán y caerán; mas nosotros estaremos erguidos, y nos mantendremos. Oh Yahvé salva al rey y escúchanos en este día en que apelamos a Ti”.

El Salmo XXXV, termina diciendo: “He aquí derribados a los obradores de iniquidad, caídos para no levantarse más”.

Y por eso en el Salmo XLV, 1-4.7 la Mujer que huye al desierto dice: “Dios es para nosotros refugio y fortaleza; mucho ha probado ser nuestro auxiliador en las tribulaciones. Por eso no tememos si la tierra vacila y los montes son precipitados al mar. Bramen y espumen sus aguas, sacúdanse a su ímpetu los montes. Yahvé de los ejércitos está con nosotros; nuestro alcázar es el Dios de Jacobagítanse las naciones, caen los reinos; Él hace oír su voz, la tierra tiembla.

En el Salmo LXV la Mujer pide a los pueblos que alaben a Dios que “reina con su poderío para siempre” (v. 7), “porque Él mantuvo en vida nuestra alma, y no dejó que vacilara nuestro pie”.

Salmo LXXIV, 10-11: “Mas yo me gozaré eternamente, cantando salmos al Dios de Jacob. Y yo quebrantaré la cerviz de todos los impíos, y alzarán su cerviz los justos”.

El Salmo LXXV, 8-9, después de narrar la destrucción de los ejércitos enemigos, y particularmente de “el Asirio”, es decir del Anticristo[7], como lo nota el epígrafe según los LXX, dice: “Terrible eres Tú y ¿quién podrá estar de pie ante Ti cuando se encienda tu ira? Desde el cielo hiciste oír tu juicio; la tierra tembló y quedó en silencio, al levantarse Dios a juicio, para salvar a todos los humildes de la tierra”.

Nahúm I, 5-6: “Delante de Él se estremecen los montes, se derriten los collados. Ante su faz se conmueve la tierra, el orbe y cuantos en él habitan. ¿Quién podrá subsistir ante su ira? ¿Quién resistir el ardor de su cólera? Derrámase como fuego su indignación, y ante Él se hienden las rocas”.

Casi las mismas palabras se encuentran en el famoso pasaje de Malaquías III, 1-2:

“He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí, y de repente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis; y el ángel de la Alianza (διαθήκης)[8] a quien deseáis. He aquí que viene dice Yahvé de los ejércitos”.

Hasta aquí la primera Venida, luego el profeta pasa a la segunda Venida cuando agrega:

“¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá mantenerse en pie en su epifanía?...”.

Y es a ellos a los cuales Nuestro Señor les pide que levanten la cabeza cuando vean que suceden estas cosas, ya que es exactamente lo mismo que Él hará en su Parusía según el bellísimo Salmo CIX, 7: “Beberá del torrente en el camino; por eso erguirá la cabeza”.

A lo cual comenta Straubinger: “… los modernos tienden a interpretar este pasaje en el sentido de que el Héroe divino, como los guerreros de Gedeón (Juec. VII, 5 s.), apenas beberá un sorbo de agua al pasar, no dándose tregua ni retirándose a descansar hasta el completo aniquilamiento de los enemigos. Entonces, cuando no existan ya los que dijeron como en la parábola: “no queremos que este reine sobre nosotros” (Lc. XIX, 14 y 27), lo veremos a nuestro amable Rey, que tiene “un Nombre sobre todo nombre” (Fil. II, 9), levantar triunfante para siempre la sagrada Cabeza que nosotros coronamos de espinas (Juan XIX, 2 s.) y que los ángeles adoraron (Juan XX, 7). Lo veremos y lo verán todos (Apoc. I, 7), aún los que le traspasaron (Zac. XII, 10; Juan XIX, 37) y celebrarán su triunfo los ángeles, que están deseando ver aquel día (I Ped. I, 7-12)”.

En conclusión: toda esta perícopa (v. 12-17) no se refiere al sexto sello sino a una visión anticipatoria del mismo que consiste en la signación de los 144.000 judíos. La clave de estos versículos está en la pregunta final, ya que la respuesta a ella es doble: por un lado, en la tierra, los que estarán de pie serán los 144.000 judíos, es decir la Mujer que huye al desierto (VII, 1-8) y este es propiamente hablando el sexto sello, y por el otro, en el cielo, los mártires del Anticristo que estarán de pie ante el Trono (VII, 9-17).



[1] Este pasaje no parece referirse a un juicio particular sobre Israel sino que se trataría del mismo suceso narrado en este versículo del Apocalipsis.

[2] Op. cit. Tercera parte, cap. I.

[3] Straubinger in Mt. XXIV, 4 ss dice:

“Para comprender este discurso… hay que tener presente que según los profetas los “últimos tiempos” y los acontecimientos relacionados con ellos que solemos designar con el término griego escatológicos, no se refieren solamente al último día de la historia humana, sino a un período más largo que Santo Tomás llama de preámbulos para el juicio o “día del Señor”, que aquel considera también inseparable de sus acontecimientos concomitantes”.

Y luego in VII, 22 cita Sal. CXVII (CXVIII), 24: el día que hizo Yahvé; Is. II, 12: día de juicio; Ez. XXX, 3 día de Yahvé, día de tinieblas; Joel I, 15: día de Yahvé; Abd. 15: día de Yahvé; Sof. I, 7: día de Yahvé; Rom. II, 5: día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios; I Cor. III, 13: el día; II Cor. I, 14: día de Nuestro Señor Jesús; Fil. I, 6.10: día de Cristo Jesús, día de Cristo; II Ped. III, 12: Parusía del día de Dios; Jud. 6: juicio del gran día.  

[4] Es esta una de las tantas genialidades del gran exégeta chileno. Deshace aquí, como por encanto, numerosas oscuridades que se presentan en el Texto sacro. El famoso juicio a las naciones, se identifica con estos 45 días, terminados los cuales, los que quedaren vivos serán llamados bienaventurados porque participarán del Reino Milenario (como viadores); tras esos misteriosos 45 días tendrá lugar la aparición de Jesucristo en gloria y majestad, y es a esa manifestación a la cual alude Nuestro Señor cuando dice que nadie sabe el día, “ni siquiera el Hijo”.

[5] No debe perderse de vista que Lacunza extiende la profecía de las Setenta Semanas al fin de los tiempos, es decir a la segunda Venida. Este no es un dato menor.

[6] Sobre el sexto Sello puede verse AQUI en Apoc. VI, 12-17.

[7]El Asirio” es uno de los tantos nombres del Anticristo en las SSEE, cfr. Is. X, 12.24; XXX, 31; Miq. V, 6. También es llamado “Rey del Norte” (Dn, XI, 45), “Rey de Babilonia” (Jer. L, 43; LI, 31) y “El que viene del Norte” (Jl II, 20), etc.

[8] Inmediatamente viene a la mente Daniel IX, 27: “y él confirmará el pacto ( διαθήκην) con muchos…”.