miércoles, 1 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Las dos Descendencias

 2) Las dos Descendencias 

Después de haber contemplado los misteriosos cara a cara del Eterno Dios y de Adán en el jardín de delicias; después de haber temblado con el segundo cara a cara del ángel caído y del hombre dudando de la palabra de su Creador, henos aquí ante el cara a cara de dos colectividades que se van a enfrentar en el curso de los siglos. Estos dos grupos han sido designados por Dios mismo: la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente (Gén. III, 15). 

Lucha tenaz que vamos a atravesar donde, por turnos, las victorias serán alcanzadas por un campo o por el otro, hasta la derrota final de la descendencia del diablo. 

En medio de la tiniebla que envuelve a Adán y Eva, doblegados bajo el dolor profundo, subsisten una gran esperanza, una paz resplandeciente: un día, una mujer dará a luz al mundo a un hijo que será el mediador entre Dios y el hombre pecador. 

Sin embargo, si el jardín de delicias está cerrado, si el contacto espiritual con Dios se ha perdido, cuando Adán y Eva se alejan del lugar del que fueron expulsados, ¿no perciben a seres luminosos, seres vivos que empuñan espadas de fuego? Los Querubines son los testigos de la unión primigenia del Creador y la creatura. Su presencia en el jardín es una garantía: la unión no está rota, está como suspendida, pues el restablecimiento de la gloriosa presencia es un hecho cierto. Los querubines son los depositarios de la “bienaventurada esperanza”, así como más tarde el arco iris será para Noé el signo de una nueva alianza entre Dios y el hombre. 

¿Quiénes son estos Querubines? Aquí no nos son descriptos (Gén. III, 24), pero podemos concebirlos por los detalles que Ezequiel y Juan, en Patmos, han dado en sus respectivas visiones (Ez. I, 4-14; 10, 1-22; Apoc. IV, 6-8). 

Estos seres vivos están siempre asociados a la gloria de Dios y al trono del Eterno. 

Por una serie de deformaciones pasaron a ser divinidades babilonias y persas, guardianes de los palacios imperiales y preservadores contra los malos espíritus, los genios del mal. 

Pero los Querubines de la Biblia, a pesar de su carácter misterioso, por esa mezcla de cuerpos de león, toro, hombre y alas de águila, rodeados de ojos, fuego, ruedas, y claridad, son el resumen del mundo astronómico y zoológico, una síntesis del cosmos. 

Al momento de la creación, el hombre y el animal estuvieron estrechamente unidos. El hombre era rey. ¿Pero en cada rama de la zoología no hay también “reyes”? 

El rey de los animales salvajes o bestias de los campos es el león. 

El rey de los animales domésticos es el becerro. 

El rey de las aves es el águila. 

Pero, cada uno de estos reyezuelos debía someterse al rey de la tierra, el hombre; y él mismo, el hombre, tendría que haber aceptado la sumisión al Rey de reyes, al Señor de los señores. 

Misteriosa escalera de Jacob apoyada sobre la obediencia, la deferencia y la adoración, cubierta del amor. 

Pero el orden fue roto por la falta del hombre. El desorden entró en el mundo junto con la revuelta, el odio, el temor, bien pronto la muerte. ¡Entonces los Querubines permanecerán como los testigos de la tranquilidad del orden primitivo, de esa paz que será el deseo de los siglos, pero sin futuro hasta el restablecimiento de todas las cosas, hasta el día en que “se darán el ósculo la justicia y la paz” (Sal. LXXXV, 11), cuando las espadas de la justicia divina hayan vuelto a la funda! 

Eva concibió y dio a luz a Caín. Dijo: “He adquirido un varón con el favor de Yahvé” (Gén. IV, 1). 

Esta exclamación de Eva es la expresión de una gran fe, que se une a la de Adán. ¿Lo hemos remarcado? Cuando Dios pronunció la sentencia de muerte, Adán creyó a la muerte, pero también escuchó el anuncio de la gran promesa acordada a la descendencia de la mujer; entonces, pero sin querer revelarse contra la sentencia divina, cambió el nombre de su esposa, Isha, la “mujer”, para llamarla Khavah[1], “la viviente”, la que produce la vida, la madre de los vivientes (Gén. III, 20). 

Eva entendió, con el nacimiento de Caín, que es portadora de vida gracias al Eterno, que posee ahora ese hijo misterioso, ese vencedor. Así clama en su alegría: “¡He adquirido, poseo, tengo...!”. Sí, he adquirido el hijo de la promesa, pensó la primera madre, cuando dio a luz su primer hijo. Entonces proclama que ese don le viene del auxilio del Eterno, más que de la carne de Adán. 

Eva dio a luz de nuevo, pero parece que la esperanza exultante del nacimiento de Caín dio lugar ya a la decepción, a la incertidumbre, a la tristeza. 

El nombre del segundo hijo es Abel, que quiere decir “aliento” o “vanidad”, o incluso “duelo”. ¿Acaso previó la madre intuitiva la suerte a la que estaba destinado Abel?


 [1] De donde tenemos el nombre “Eva”.