martes, 27 de julio de 2021

El Juicio de las Ovejas y los Cabritos en Mt. XXV (IV de IV)

    Pero esto no es todo. Vayamos al texto del Apocalipsis y veremos una relación muy interesante con el pasaje de Mt. XXV. 

Al describir la gran muchedumbre de entre todas las naciones que ha sufrido el martirio a manos del Anticristo, uno de los Ancianos le dice (VII, 15-17): 

A causa de esto, están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su santuario y el sentado sobre el trono tenderá su tabernáculo sobre ellos. No tendrán hambre ya, ni tendrán sed ya ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno. Porque el Cordero, el (que está) en medio del trono los apacentará y los guiará a fuentes de aguas vivas y borrará Dios toda lágrima de sus ojos”. 

Si ya no sufren todos esos males, quiere decir que alguna vez los sufrieron, y como estos mártires son los que se negaron a colocarse la marca del número de la Bestia (XV, 2), entonces podemos apreciar sin mayores dificultades sus privaciones de toda clase, enumeradas aquí.

 Pero no hace falta demasiada perspicacia para darse cuenta que esta enumeración coincide exactamente con la que leemos en San Mateo. Coloquemos una vez más los textos. 

Mt. XXV: 

31. “Pero cuando venga el Hijo de Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él, entonces se sentará sobre su trono de gloria,

32. y se congregarán delante de Él todas las naciones y los (a los hombres) separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.

33. Y estará de pie: las ovejas a su derecha; los cabritos, a la izquierda.

34. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, los benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde (la) fundación del mundo.

35. En efecto, tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; forastero era y me congregasteis;

36. desnudo y me vestisteis; enfermé y me visitasteis; en prisión estuve y vinisteis a mí”.

 

Apoc. VII: 

15. A causa de esto, están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su santuario y el sentado sobre el trono tenderá su tabernáculo sobre ellos.

16. No tendrán hambre ya, ni tendrán sed ya ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno.

17. Porque el Cordero, el (que está) en medio del trono los apacentará y los guiará a fuentes de aguas vivas y borrará Dios toda lágrima de sus ojos. 

Como se ve, la aplicación no es para nada forzada, pues aparecen los mismos elementos[1], pero antes de pasar a la conclusión, recapitulemos antes un poco todo cuanto hemos dicho. 

Los Mártires del Anticristo son aquellos que no se han de dejar colocar la marca del número de la Bestia y, por lo tanto, se verán imposibilitados de comprar y vender. Quedarán literal y completamente fuera del sistema. 

Por otro lado, si son ciertas nuestras sospechas sobre el doble sentido del verbo adorar y de la doble clase de marcas de la Bestia (ver AQUI y AQUI), entonces se desprende que la marca de la Bestia no va a implicar necesariamente apostasía, aunque ciertamente va a ser moralmente reprensible. Ahora bien, así como los que no se colocan la marca quedan fuera del sistema, contrario sensu, los que se la ponen, van a poder comprar y vender. 

Y aquí llegamos a nuestra conclusión: 

Estos que son juzgados en el cap. XXV de san Mateo van a ser los Católicos que se hayan colocado la marca y que estén vivos al momento de la segunda Venida y van a ser juzgados según que hayan auxiliado o no a los mártires del Anticristo que se negaron a ponerse la marca. 

En confirmación de lo dicho, se podría agregar que los Católicos saben bien que el prójimo es otro Cristo y que lo hecho a sus miembros es hecho a Él en persona (ver Hech. IX, 4), pero difícilmente se pueda extender ese mandato a los no-Católicos: tuve hambre y me disteis de comer, etc. 

Y no se objete que entonces va a ser mejor dejarse marcar y luego ayudar a los Católicos que no se colocaron la marca o que no va a ser tan grave ponérsela, pues, además de que el fin no justifica los medios, ese auxilio al resto de los Católicos no va a ser fácil de lograr, ya que (y dejando de lado que se trata de una gracia) sin dudas correrán el riesgo de ser considerados cómplices o algo por el estilo, con lo cual el miedo jugará un papel no menor en todos estos acontecimientos (si es que no va a existir, en el común de los Católicos que se la colocan, una suerte de desprecio por los que no lo hicieron por considerarlos rigoristas, locos, etc. etc. you name it). 

Con estos textos parece estar relacionado otro del mismo San Mateo: 

Mt. X, 40-42: “Quien a vosotros recibe, a Mí me recibe, y quien me recibe a Mí, recibe a Aquel que me envió. Quien recibe a un profeta a título de profeta, recibirá la recompensa de profeta; quien recibe a un justo a título de justo, recibirá la recompensa del justo y quienquiera diere de beber tan sólo un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, a título de discípulo, en verdad os digo, no perderá su recompensa[2]”. 

La Iglesia ha hecho bien (agregando a esta lista de seis, el “enterrar a los muertos”, a fin de completar el septenario) en ver aquí las obras de misericordia corporales a las que estamos obligados para poder así aliviar las miserias y necesidades de nuestro prójimo, pero no debemos perder de vista que estas palabras tienen una aplicación literal en los tiempos del fin. 

Hablando los otros días con un amigo sobre todas estas cosas, le decía que muchas páginas del Evangelio había que leerlas así, con un ojo en los últimos tiempos y en un momento dado me dijo, palabras más, palabras menos, y con ésto cerramos:

Si esto es así, entonces no es, como uno siempre ha creído, que muchas de las palabras de Nuestro Señor fueron dichas literalmente para todos los cristianos y, por lo tanto, también incluye a los de los últimos tiempos, sino que, estas palabras, dichas literalmente para los católicos de los últimos tiempos, son tan eficaces y abarcadoras (¿cuál es la palabra exacta?) que también se las pueden aplicar a sí mismos los cristianos de todas las épocas”.

 ¿Qué más se puede agregar? 

Vale!



 

[1] Tal vez se puede ir todavía más lejos y citar las bienaventuranzas que trae San Lucas en VI, 20 ss: 

1) “Bienaventurados los pobres, porque es vuestro el reino de Dios” = ¿Ardor del sol? 

2) “Bienaventurados los hambrientos porque os hartaréis” = Hambre y sed. 

3) “Bienaventurados los que lloráis porque reiréis” = Enjugará toda lágrima de sus ojos. 

4) “Bienaventurados cuando los hombres os odiaren, os excluyeren, os insultaren y prescribieren vuestro nombre, como pernicioso, por causa del Hijo del hombre” = “Son los que vienen de la tribulación, la grande; y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero”. 

 

[2] Sobre este pasaje escribíamos lo siguiente hace tiempo (ver AQUI): 

“Sobre estos versículos, relativos exclusivamente a los tiempos del fin, se pueden notar un par de cosas: 

a) El contexto inmediato: los vv. 16-23 se refieren a los últimos tiempos, como se ve por el hecho de que los vv. 17-22 fueron pronunciados el Martes Santo en el Discurso Parusíaco y traídos aquí por el Evangelista en razón de la materia y lo mismo dígase de los versículos 24-39 que forman un todo lógico, pues allí encontramos, una vez más, a los “temerosos” (vv. 26.28.31) y la alusión a la espada seguida de los enfrentamientos en una misma casa nos lleva como de la mano, una vez más, al Discurso Escatológico (cfr. Mt. X, 21 y Mc. XIII, 12, que coincide con el quinto Sello: Apoc. VI, 9-11). 

b) Lugares paralelos: ¿quiénes son los “profetas”, los “justos” y los “pequeños”? 

La respuesta parece estar en Apoc. XI, 18 donde, después de la séptima Trompeta, los Ancianos dicen: 

Y las naciones se airaron y vino tu ira y el tiempo para que los muertos sean juzgados; y para dar la recompensa a tus siervos: los profetas y los santos; y a los que temen tu Nombre: los pequeños y los grandes; y para destruir a los que destruyen la tierra”. 

Donde vemos, por un lado, una vez más, la alusión a la recompensa y, por el otro, a los profetas, a los santos o justos (Cfr. Mt. XIII, 43.49; XXV, 37.46; Lc. XIV, 14) y a los pequeños. 

A su vez, el vaso de agua dado a los pequeños nos lleva al juicio a la Iglesia en Mt. XXV, 35.40. Cfr. Mc. IX, 40; Heb. VI, 10”. 

Con lo cual vemos que la recompensa para los que ayudan a los “profetas”, a los “justos” o a los “pequeños” va a ser la misma para todos, ¿y cuál ha de ser si no es participar de las Bodas del Cordero con la Iglesia en la Jerusalén Celestial?