viernes, 9 de julio de 2021

El Juicio de las Ovejas y los Cabritos en Mt. XXV (I de IV)

 

El Juicio de las Ovejas y los Cabritos en Mt. XXV 

Nota del Blog: Sirvan estas páginas como una retractatio por lo que escribimos en su momento AQUI. 


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La hermosa escena que cierra el capítulo XXV de San Mateo ha sido interpretada las más de las veces como si estuviéramos en presencia del Juicio Final en el cual todos los hombres han de ser juzgados al mismo tiempo y recibirán, en cuerpo y alma, el premio o castigo eternos conforme a sus obras. Lógica exégesis, sin dudas, en todos cuantos no ven un tiempo en la tierra más allá de la segunda Venida de Nuestro Señor. 

Straubinger, por su parte, ve aquí el Juicio de las Naciones y remite a Joel III y Zac. XIV y, a decir verdad, el v. 32 de Mt. parecería darle la razón. 

¿Se nos permitirá disentir con tantos autores y no ver en ese suceso ni un juicio a todas las personas individuales ni tampoco a las naciones? 

¿Pues a quién si no?, se preguntará el lector, pues parecería que tertium non datur. Pues, para decirlo sin mayores preámbulos, creemos que se trata un juicio a la Iglesia o, si se quiere, a los miembros de la Iglesia. Creemos que tanto el texto como el contexto nos llevan por esta senda. 

Veamos. 

I. Contexto. - 

Sabido es que San Mateo escribió su Evangelio agrupándolo por temas, es decir, siguió el orden más bien lógico que el cronológico, con lo cual vemos que reunió las diversas perícopas según la afinidad de materia. Citemos un autor entre tantos: 

“Los discursos en el primer evangelio: Hemos subrayado los cinco más notables, que forman el núcleo principal del evangelio. Todos ellos giran en torno a un mismo tema: el reino de los cielos. La frase con que pone fin a todos ellos: Cuando Jesús hubo terminado estos discursos o equivalente (VII,28; XI, 1; XIII, 53; XIX, 1; XXVI, 1), es indicio manifiesto del artificio literario con que San Mateo los ha dispuesto. Las secciones narrativas que los separan están escogidas intencionadamente para ilustrar las enseñanzas de Cristo o preparar el ánimo de los lectores. Por lo demás, el análisis y comentario mismo del texto hará ver al lector la marcha siempre progresiva que el evangelista sigue: el pregón inaugural del reino de los cielos; su extensión por medio de la predicación de los apóstoles; su naturaleza humilde, desconcertante para los judíos; su constitución, jerarquizada ya de alguna manera en un pequeño grupo de fieles, primer núcleo de la futura Iglesia y, por fin, su crisis dentro del judaísmo y su propagación por el mundo con la admisión en su seno de los pueblos gentiles. 

Esta misma sistematización de todo el material evangélico explica el que San Mateo no siga un orden estrictamente cronológico en la exposición de los hechos de la vida de Cristo, como se deduce principalmente de su comparación con el evangelio de San Marcos. Las secciones narrativas están subordinadas a los discursos y coordinadas en un orden más bien lógico que cronológico. Con todo, no se puede negar que la disposición general del evangelio obedece a un orden cronológico de conjunto”[1]. 

Ya en otra oportunidad habíamos analizado con algún detenimiento algunos ejemplos al respecto y tomados incluso del Discurso Parusíaco pero, a fin de no repetirnos, lo mejor será remitir allí al lector (ver AQUI). Lo importante para nuestro propósito es que, si el Discurso de San Mateo trata exclusivamente de los signos que anteceden a la segunda Venida y nada más, entonces es lógico pensar que el Evangelista agrupó en esos dos capítulos diferentes discursos pronunciados en diversas ocasiones sobre el tema. 

San Marcos nos es de gran utilidad para nuestro propósito dado que este Evangelista está lejos de los artificios de San Mateo (tanto por sus cualidades como escritor, por ser más bien de carácter simple, como por el hecho de no haber sido testigo presencial). Ahora bien, dejando de lado algunas diferencias menores, podemos ver que los dos Evangelistas corren parejo hasta llegar a la sentencia: 

“Pero acerca del día aquel o la hora, nadie sabe, ni los ángeles en (el) cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Mt. XXIV, 36 y Mc. XIII, 32). 

Tras este versículo, Mc. continúa: 

33. "¡Ved! ¡Estad alertas! En efecto, no sabéis cuándo el tiempo es;

34. como un hombre que, partiendo, dejó su casa y habiendo dado a sus siervos la autoridad, a cada uno su obra y al portero encomendó que velase.

35. ¡Velad, pues! No sabéis, en efecto, cuándo el Señor de la casa viene: si a la tarde, o a la medianoche, o al canto de gallo, o a la mañana,

36. no sea que, viniendo de repente, os halle durmiendo.

37. Pero lo que a vosotros digo, a todos digo: ¡Velad!". 

Mientras que San Mateo trae dos imágenes: por un lado, la relación con los días de Noé, seguido de la suerte de las diversas clases de personas donde una es dejada y la otra tomada (y que vemos replicado en Lc. XVII), tras lo cual (v. 42), inserta una frase parecida al v. 33 de Mc. 

Velad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene”. 

Y tras este v. 42, San Mateo, en lugar de continuar con la parábola de Mc., inserta otras parábolas: primero, la del dueño de casa que vigila para que no le roben (y que vemos de nuevo en Lc. XII, 39-40), y en los vv. 45-51, San Mateo agrega la parábola del siervo fiel y prudente, que es un eco del v. 34 de Mc. (y de Lc. XII, 35 ss), mientras que el cap. XXV comienza con las parábolas de las diez vírgenes, que no es más que un reflejo de los vv. 35-36 de Mc.; luego, Mt. continúa con las parábolas de los talentos, que tiene reminiscencia con el v. 34 de Mc., pero que se encuentra, algo cambiada, en Lc. XIX, 11-26; tras todos esos discursos, Mateo termina con la escena que estamos analizando. 

Como se ve, San Mateo no hace más que tratar de la Segunda Venida de Jesucristo, y así como Nuestro Señor no hace, en la primera parte de su discurso, más que hablar a los fieles para advertirles de las dificultades de los tiempos del fin, lo mismo vemos que sigue haciendo en todas las parábolas que tiene San Mateo como propias, lo cual nos lleva a analizar más detalladamente el juicio de las ovejas y los cabritos.


 [1] Severiano del Páramo, La Sagrada Escritura, BAC, 1964, Vol. 1, pag. 13 y sig.