miércoles, 21 de julio de 2021

El Juicio de las Ovejas y los Cabritos en Mt. XXV (III de IV)

  Además, Nuestro Señor nos da en el mismísimo Discurso escatológico el orden de los acontecimientos, lo cual nos confirma en nuestra opinión. 

Veamos el texto de Mt. XXIV: 

1. Y saliendo Jesús del Templo, se iba y vinieron sus discípulos a mostrarle los edificios del Templo.

2. Y Él respondiendo les dijo: "¿No veis todo esto? En verdad, os digo, no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada".

3. Y estando sentado Él en el Monte de los Olivos, vinieron a Él los discípulos en privado, diciendo: "Dinos ¿cuándo será esto y cuál la señal de tu parusía y consumación del siglo?”.

4. Y respondiendo Jesús les dijo: "Ved que nadie os engañe.

5. Muchos, en efecto, vendrán en mi nombre, diciendo: "Yo soy el Cristo", y a muchos engañarán (primer Sello del Apoc.).

6. Y habéis de oír guerras y oídas de guerras. ¡Ved que no os turbéis! En efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin.

7. Se levantará, en efecto, nación contra nación y reino contra reino (segundo Sello del Apoc.) y habrá hambres (tercer Sello del Apoc.) y pestes (cuarto Sello del Apoc.) y terremotos en diversos lugares.

8. Pero todo esto es (sólo) (el) principio de los dolores (de parto).”

9. "Entonces os entregarán a tribulación y os matarán y seréis odiados por todas las naciones a causa de mi nombre.

10. Y entonces se escandalizarán muchos, y unos a otros se entregarán y se odiarán unos a otros (quinto Sello del Apoc.).

11. Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos.

12. Y por multiplicarse la iniquidad, se enfriará la caridad de los muchos.

13. Pero el perseverante hasta el fin, éste será salvo.

14. Y será proclamado este Evangelio del Reino en todo el mundo habitado, en testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin.

15. "Cuando, pues, viereis “la abominación de la desolación”, de la que habló Daniel, el profeta, estando de pie en lugar santo -el que lee, entienda-, (Aparición del Anticristo)

16. entonces, los que estén en la Judea, huyan a las montañas;

17. el que (esté) en la azotea, no baje a alzar las cosas de su casa;

18. y el que (esté) en el campo, no vuelva a alzar su manto.

19. Pero ¡Ay de las preñadas y de las lactantes en los días aquellos!

20. Y rogad que vuestra huida no suceda en invierno ni en sábado.

21. Habrá, en efecto, entonces, tribulación grande, cual no ha sucedido desde el principio del mundo hasta ahora ni sucederá más (Persecución del Anticristo).

22. Y si no hubiesen sido acortados los días aquellos, no sería salva toda carne; más a causa de los elegidos serán acortados los días aquellos.

23. "Entonces si alguien os dice: "Ved, aquí (está) el Cristo” o “aquí”, no creáis.

24. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios, hasta el punto de engañar, si fuera posible, aún a los elegidos (Aparición y seducción del Falso Profeta).

25. ¡Ved que os he predicho!

26. Si, pues, os dicen: "¡Ved!, en el desierto está", no salgáis; "¡Ved!, en las alcobas (está)", no lo creáis.

27. En efecto, como el relámpago sale del oriente y aparece hasta occidente, así será la Parusía del Hijo del hombre.

28. Donde esté el cadáver, allí se congregarán las águilas.

29. "E inmediatamente después de la tribulación de los días aquellos (es decir, del reinado del Anticristo), el sol se obscurecerá y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos serán sacudidas (Juicio de las Naciones. Ver Apoc. VI, 12-17; y concordantes: Is. XIII, 6-13; XXIV, 16-23; Ez. XXX, 2-3; Jl. II, 30-32; III, 12-16, etc.).

30. Y entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces harán luto todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con virtud y gloria mucha (Parusía).

31. Y enviará sus ángeles con trompeta grande y congregarán a sus elegidos de los cuatro vientos, de extremos del cielo a extremos de ellos. 

Es decir, después de hablar de los 5 primeros Sellos del Apocalipsis, Nuestro Señor pasa directamente a la aparición del Anticristo y de su persecución cruenta, junto con la aparición del Falso Profeta; de allí nos dice que inmediatamente después de la destrucción del Anticristo tendrán lugar los fenómenos en los astros, y que corresponden al Juicio de las Naciones (ver Apoc. VI, 12-17)[1]; es recién después de todos estos acontecimientos que tiene lugar la segunda Venida, y es ese el día que nadie conoce. 

Para decirlo con otras palabras, este texto prueba que, para cuando venga Nuestro Señor, las naciones[2] ya van a haber sido juzgadas y es por eso que Daniel dice: 

“Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días” (Dan. XII, 12). 

Es decir, todos aquellos que sobrevivan al juicio de las Naciones van a ser bienaventurados porque formarán parte de los viadores durante el Milenio. 

Para recapitular: al momento de la Parusía ya van a haber sido juzgados Babilonia, el Anticristo y el Falso Profeta, las Naciones y Satanás (Apoc. XX, 3). Sólo restará la Iglesia. 

 

*** 

Se podría plantear la cuestión de otra manera y preguntar ¿a qué viene Cristo? Por un lado, como ya hemos visto, el castigo (los juicios, de los que tanto habla el Apocalipsis) es anterior a la Parusía, pero por el otro, vemos que Nuestro Señor viene a reinar y a celebrar sus bodas con la Iglesia (Mt. XXII; Apoc. XXI-XXII, etc.). 

Y aquí será bueno traer a colación algo muy interesante. El matrimonio judío constaba de dos partes: los esponsales y la celebración del matrimonio, pero, a diferencia de cualquier otro pueblo en la historia (e incluso de los mismos judíos actuales), los esponsales ya eran, propiamente hablando, matrimonio. Ahora bien, entre los esponsales y la celebración de la fiesta transcurría un tiempo en el cual el esposo debía ir a la casa paterna a preparar la fiesta y la casa para la Esposa[3]. 

La aplicación (o, mejor dicho, la tipología) a Nuestro Señor y a la Iglesia se desprende sin mayores dificultades: Nuestro Señor vino a la tierra y celebró los esponsales con la Iglesia, pero faltan celebrarse las bodas, la solemnidad del matrimonio, a las que alude el Apocalipsis: 

XIX, 7: “Ha llegado la boda del Cordero y su mujer se ha preparado”. 

A estas bodas somos invitados desde hace dos mil años por la predicación de la Iglesia y a ella se aplican las parábolas del Evangelio, como aquella con la cual San Mateo comienza su cap. XXII: 

El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo…”. 

Pero volvamos a la imagen del matrimonio y releamos con estos ojos el discurso de despedida del Evangelio de San Juan: 

XIV, 2-3. 18-21.23-24: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; y si no, os lo habría dicho, puesto que voy a preparar lugar para vosotros. Y cuando me haya ido y os haya preparado el lugar, vendré otra vez y os tomaré junto a Mí, a fin de que donde Yo estoy, estéis vosotros también (…) No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más, pero vosotros me volveréis a ver, porque Yo vivo, y vosotros viviréis. En aquel día conoceréis que Yo soy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los conserva, ése es el que me ama; y quien me ama, será amado de mi Padre, y Yo también lo amaré, y me manifestaré a él (…) Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. El que no me ama no guardará mis palabras; y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”[4]. 

Lo mismo se ve, pero con otras palabras, en la parábolas de las Vírgenes prudentes y necias.


 

[1] Notar que en la batalla del Harmagedón de Apoc. XIX, donde son reunidas todas las naciones (ver XVI, 14) para luchar contra el Cordero, vemos claramente los mismos acontecimientos: primero es destruido el Anticristo y a renglón seguido Nuestro Señor se encarga del resto de los reyes con sus ejércitos. Por Dan. XII, 12 sabemos que ese juicio dura 45 días y allí seguramente, durante este tiempo, el castigo se extenderá físicamente a todas las naciones, tal como lo indica Lc. XXI, 25-26: 

"Y habrá señales en sol y luna y estrellas y sobre la tierra, ansiedad de naciones, en confusión de ruido de mar y agitación (de sus olas) desfalleciendo (los) hombres de temor y expectación de lo sobreviniente al mundo habitado; en efecto, las virtudes de los cielos serán sacudidas”. 

[2] Y no se objete que las naciones son nombradas en el v. 32 pues antes que nada habría que demostrar que son nombradas porque son juzgadas. De hecho, quienes son juzgados son los hombres pues en el griego se ve muy claro el cambio de sujeto, tal como notan los comentadores. 

¿Qué impide ver aquí a las naciones como simples testigos del juicio? Un texto paralelo se encuentra en Apoc. I, 7: 

He aquí, viene con las nubes y verále todo ojo y los que le traspasaron y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, Amén”. 

Pues ese luto, como se ve por el pasaje paralelo de Zac. XII, 10, es un luto de arrepentimiento y no de condena. 

[3] Dicho sea al pasar, notan los exégetas que Nuestra Señora, al momento de la Anunciación, había celebrado los esponsales con San José pero no la solemnidad, y si los esponsales no hubieran sido considerados verdadero matrimonio, entonces hubiera sido acusada fácilmente de pecado. 

[4] Se nos dirá que aquí se habla de la inhabitación divina en el alma del justo. Sea. ¿Pero sólo de eso? Entre otras razones, notemos que los que guardan la Palabra de Dios son un grupo muy específico del Apocalipsis y, por otra parte, el venir Dios y hacer morada es una imagen que se lee allí, donde se describe el Milenio. 

XXI, 3: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres y fijará su tabernáculo con ellos y ellos sus pueblos serán y Él “el Dios con ellos” será”.