PRIMER DOLOR
El
historiador sagrado no nos da sus nombres, pero cada uno de ellos habla a su
turno, y el Espíritu Santo que los llenaba ha querido que sus palabras fuesen
conservadas. ¿Qué pedís, dijo el mayor, y que queréis aprender de nosotros?....
Estamos prontos a morir antes que violar las Leyes paternales de nuestro
Dios"[1].
Hubiera podido agregar: "Está escrito en la ley de Moisés que todo
niño varón, primogénito, sea consagrado al Señor y por esto, cumpliendo el tiempo
de la Purificación de mi Madre, he sido llevado a Jerusalén para ser expuesto a
la vista de todos los pueblos, como una luz que alumbra a las naciones y como
la gloria de Israel. Porque soy la figura de otro primogénito que el Señor
hará nacer en el tiempo predicho, como un signo de contradicción para consumar
vuestra ruina y para resucitar a los débiles y a los indigentes, que aplastáis
en este día bajo el peso de vuestro trono de iniquidad. Esto es todo lo que
tenemos que deciros mis hermanos y yo. Si necesitáis otra cosa que no podamos
enseñaros, pedidlo a esta Mujer más alta que toda alabanza, que va a mirarme
sufrir y a quien mi muerte atravesara el corazón como una espada, a fin de que
lo que haya de mas ignorado en vosotros, y de más íntimo, es decir, los
pensamientos secretos de vuestro miserable corazón, sea manifestado a la claridad
de la ley divina, según la cual seréis juzgados[2]. ¡En
cuanto a nosotros, estamos dispuestos a morir por esa misma ley que nos prohíbe
las carnes impuras y las voluptuosas abominaciones de vuestro reino, que es de
este mundo y cuya participación con otros no igualaría en seducción a la
magnificencia de vuestros suplicios!"
He ahí
lo que hubiera podido decir, si el Espíritu Santo, quisiera que las palabras explícitas
de este primogénito de la Mujer Fuerte brillasen en su esplendor implícito como
el Nunc Dimittis de los mártires de la ley antigua. Más tarde el viejo Simeón
hará oír en toda la tierra el Nunc Dimittis de la ley nueva y éste será
el primero de los siete Dolores de la Reina de los Mártires. Este feliz
sacerdote dirá, también, que no tiene ya nada que pedir, que todos los testigos
de Israel no tienen nada que enseñarles y se declarará dispuesto a morir, puesto
que sus ojos habrán visto el Oriente de la Luz indefectible[3],
por la cual todas las leyes figurativas de Israel deben ser absorbidas, como
los rayos brillantes del sol hacen extinguir la claridad nocturna de las
antorchas de una gran ciudad.
"Y
durante todo el tiempo que ese niño fué atormentado, los otros se exhortaban
entre ellos y su madre a morir valientemente, diciendo: “El Señor
considerará la verdad y será consolado en sus servidores”[4]. Esos
niños mueren con su madre para consolar al Señor Dios. El Señor
Dios está triste hasta la muerte porque sus servidores lo han abandonado y porque
es necesario que Él muera para que el Consolador llegue y reanime el corazón
helado de los infieles. Él, el Maestro de cólera y el Maestro del perdón, la
Resurrección de todos los Vivos y el Hermano mayor de todos los muertos; Él, a
quien Isaías llama el Admirable, el Consejero, el Dios fuerte, el Padre del
siglo futuro y el Príncipe de la paz, agoniza en medio de la noche en un jardín
solitario plantado de olivos, que no tienen por qué llevar frutos, puesto que
la Lámpara de los mundos va a apagarse. La angustia de ese Dios sin consuelo es
una cosa tan terrible, que los Ángeles, que, se llaman las columnas del cielo,
caerían en racimos innumerables sobre la tierra si el traidor tardara un poco
más en venir. La Fuerza de los Mártires es uno de los nombres de este
Agonizante divino, y si no hay martirios, ¿dónde está su fuerza, de que siglo será
Él, el Padre, de que paz será Él, el príncipe y cómo el Consolador podrá venir?
Todos estos nombres temibles, toda esa majestad que llenaba a los profetas y
a sus profecías, todo precipita sobre Él para aplastarlo; la tristeza y el
miedo humano amorosamente enlazados: hacen su entrada en el dominio de Dios y la antigua amenaza del
Sudor se cumple por fin sobre la faz del nuevo Adán, desde el principio de este
festín de torturas, donde empieza por embriagarse con el mejor vino, según el
precepto del intendente de las bodas de Caná[5].
El Ángel
venido del cielo para contemplar su embriaguez puede sin duda confortarlo, pero
no conviene más que a sus servidores el consolarlo. Por esto los siete
hermanos de Israel se animan a sufrir y su Madre consiente en ser por su muerte
siete veces apuñalada. El consuelo del Señor cuesta ese precio y la fuerza de
dieciocho millones de mártires desfallecería tal vez sin el heroísmo de esos
niños.
[1] II Mac., VII, 2.
[2] Lc II, 35.
[3] Ecl. XXIV,
6.
[4] II Mac.
VII, 6; Deut. XXXII, 36.
[5] Jn. II, 10.