lunes, 18 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (III de V)

 La conclusión del Sacrorum Antistitum 

La conclusión de este documento, la última de las tres grandes declaraciones antimodernistas emitidas por la Santa Sede durante el reinado de San Pío X, es aún más esclarecedora que la introducción. En ella vemos cómo San Pío X enunció, más claramente que en ningún otro documento, la posición más fundamental de los modernistas. A continuación, el texto de esta conclusión: 

Hemos creído conveniente prescribir y recordar todo ésto, mandando que se observe religiosamente; Nos vemos movidos a ello por la gravedad del mal que aumenta día a día, y al que hay que salir al paso con toda energía. Ya no tenemos que vernos, como en un primer momento, con adversarios disfrazados de ovejas, sino con enemigos abiertos y descarados, dentro mismo de casa, que, puestos de acuerdo con los principales adversarios de la Iglesia, tienen el propósito de destruir la fe. Se trata de hombres cuya arrogancia frente a la sabiduría del cielo se renueva todos los días, y se adjudican el derecho de rectificarla, como si se estuviese corrompiendo; quieren renovarla, como si la vejez la hubiese consumido; darle nuevo impulso y adaptarla a los gustos del mundo, al progreso, a los caprichos, como si se opusiese no a la ligereza de unos pocos sino al bien de la sociedad. 

Nunca serán demasiadas la vigilancia y firmeza con que se opongan a estas acometidas contra la doctrina evangélica y contra la tradición eclesiástica, quienes tienen la responsabilidad de custodiar fielmente su sagrado depósito”[1]. 

En esta conclusión del Sacrorum antistitum, San Pío X reconoce expresamente el hecho de que los modernistas y sus simpatizantes, los anti anti-modernistas, trabajaban en realidad en conformidad con los enemigos más acérrimos de la Iglesia católica, para la destrucción de la fe católica. Es interesante y muy importante observar exactamente lo que dijo San Pío X. Definitivamente, no afirmó que estos hombres estuvieran trabajando directamente para destruir la Iglesia como sociedad. Es bastante obvio que, dada la íntima conexión entre la Iglesia y la fe, una conexión tan estrecha y perfecta que la propia Iglesia puede definirse como la congregatio fidelium, el repudio de la fe católica llevaría inevitablemente a la disolución de la Iglesia. Sin embargo, para los modernistas y para quienes cooperaron en su obra, el objeto inmediato de ataque fue siempre la propia fe. Estos individuos estaban perfectamente dispuestos a que la Iglesia católica siguiera existiendo como sociedad religiosa, mientras no insistiera en la aceptación de ese mensaje que, durante todo el curso de los siglos anteriores de su existencia, había propuesto como un mensaje sobrenaturalmente revelado por el Señor y Creador del cielo y de la tierra. Estaban dispuestos, e incluso ansiosos, a mantener su pertenencia a la Iglesia católica, mientras no se vieran obligados a aceptar, basado en la autoridad de la fe divina, dogmas tan pasados de moda como, por ejemplo, la verdad de que no hay realmente salvación fuera de la Iglesia. 

Lo que estos hombres perseguían en realidad era la transformación de la Iglesia católica en un organismo religioso esencialmente no doctrinal. Consideraban que su época estaría dispuesta a aceptar a la Iglesia como una especie de institución humanitaria, vagamente religiosa, de buen gusto patriota y eminentemente cultural. Y definitivamente pretendían adaptar la Iglesia a las necesidades y los gustos de su época. 

Debe entenderse, por supuesto, que los modernistas y los hombres que ayudaron a sus esfuerzos, no esperaban que la Iglesia Católica repudiara sus antiguas fórmulas de creencia. No querían que la Iglesia rechazara o abandonara los antiguos credos, ni siquiera ninguna de las colecciones de fórmulas en los que la necesidad de la fe y la necesidad de la Iglesia están tan firme y decisivamente establecidas. Lo que buscaban era una declaración por parte del magisterium de la Iglesia de que estas antiguas fórmulas no tenían, durante la primera década del siglo XX, el mismo significado para el católico creyente del que tenían cuando estas fórmulas fueron redactadas por primera vez. O, en otras palabras, trataron de forzar o engañar a la autoridad docente de la Iglesia de Cristo para que saliera con la propuesta fatalmente errónea de que lo que es aceptado por fe divina en este siglo es objetivamente algo diferente de lo que se creía en la Iglesia católica con la autoridad de Dios reveladora en tiempos anteriores. 

Así, el objetivo fundamental del Modernismo era rechazar el hecho de que, cuando expone el dogma católico, el doctor católico está actuando precisamente como embajador de Cristo. Los modernistas fueron hombres que nunca fueron capaces de captar o aceptar la verdad de que la enseñanza de la Iglesia católica es, como designó el Concilio Vaticano I el contenido de la Constitución Dei Filius, realmente "la saludable doctrina de Cristo", y no simplemente una especie de doctrina, que se ha desarrollado a partir de esa enseñanza. Y, en última instancia, la posición de los modernistas constituyó el repudio definitivo de la fe católica. Si la enseñanza propuesta por la Iglesia como dogma no es real y verdaderamente la doctrina revelada sobrenaturalmente por Dios a través de Jesucristo Nuestro Señor, a través de los Profetas del Antiguo Testamento, que fueron sus heraldos, o a través de los Apóstoles, que fueron sus testigos, entonces no podría haber nada más lastimosamente vacío que la obra del magisterio católico. 

Es interesante notar el paralelismo entre lo que San Pío X dice sobre las intenciones de los modernistas y lo que su gran predecesor, el Papa León XIII, dijo sobre la premisa fundamental de los errores que señaló y condenó en su famosa carta, la Testem benevolentiae. San Pío X declara que los modernistas 

Se adjudican el derecho de rectificar la sabiduría revelada, como si se estuviese corrompiendo; quieren renovarla, como si la vejez la hubiese consumido; darle nuevo impulso y adaptarla a los gustos del mundo, al progreso, a los caprichos, como si se opusiese no a la ligereza de unos pocos sino al bien de la sociedad”. 

Y el Papa León XIII afirma: 

El fundamento sobre que, en definitiva, se fundan las nuevas ideas que dijimos, es el siguiente: con el fin de atraer más fácilmente a los disidentes a la doctrina católica, debe acercarse la Iglesia algo más a la cultura de este siglo ya adulto y, aflojando la antigua severidad, condescender con los principios y modos recientemente introducidos entre los pueblos. Y muchos piensan que ello ha de entenderse no sólo de la disciplina de la vida, sino también de las enseñanzas en que se contiene el depósito de la fe. Pretenden, en efecto, que es oportuno para atraer las voluntades de los discordes, omitir ciertos puntos de doctrina, como si fueran de menor importancia, o mitigarlos de manera que no conserven el mismo sentido que constantemente mantuvo la Iglesia[2]. 

Así, cuando examinamos los textos reales del Testem benevolentiae y del Sacrorum antistitum, resulta bastante evidente que los Papas León XIII y San Pío X se dedicaron a combatir las desviaciones doctrinales que en realidad surgían de un principio idéntico, la suposición fantásticamente errónea de que la comunicación sobrenatural del Dios Trino podía y debía ser actualizada y dotada de cierta respetabilidad ante la sociedad moderna. Los hombres que sostenían las extrañas enseñanzas condenadas por el Papa León XIII, documento que, por cierto, no denunciaba ningún mero cuerpo doctrinal fantasma, y los hombres que enseñaban y protegían las monstruosidades doctrinales estigmatizadas en el Lamentabili sane exitu y en la Pascendi dominici gregis, basaban sus errores en un fundamento común. El falso americanismo y la herejía del Modernismo fueron ambos vástagos del catolicismo liberal doctrinal. 

Esta creencia de que el significado del mensaje dogmático de la Iglesia estaba de alguna manera sujeto a cambios y era susceptible de ser mejorado y actualizado, no formaba parte explícita en modo alguno de la etapa original o más ingenua del movimiento católico liberal. Los primeros componentes del catolicismo liberal, durante los primeros días del desafortunado Félicité De Lamennais, fueron el indiferentismo religioso, algunos falsos conceptos de libertad humana y la defensa de la separación de la Iglesia y el Estado como la situación ideal en una nación formada por miembros de la verdadera Iglesia. Pero, después de que estas enseñanzas fueran repudiadas enérgicamente por el Papa Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos arbitramur, un nuevo conjunto de factores entró en este sistema. Estos se insertaron en el tejido del catolicismo liberal porque los líderes de este movimiento persistieron en defender como doctrina católica legítima esta enseñanza, que había sido clara y vigorosamente condenada por el poder supremo del magisterio católico. Entre estos nuevos componentes del catolicismo liberal destacan el minimismo, el subjetivismo doctrinal y la insistencia en que ha habido y tiene que haber al menos algún tipo de cambio en el significado objetivo del mensaje dogmático de la Iglesia a lo largo de los siglos[3]. 

El católico liberal, desde la época de Montalembert, es muy consciente de que las tesis fundamentales que propone como doctrina católica aceptable han sido específica y vehementemente repudiadas por la autoridad doctrinal de la Iglesia romana. Si quiere seguir proponiendo estas enseñanzas como miembro de la Iglesia, está obligado, por la propia fuerza de la coherencia, a afirmar que las declaraciones del magisterio que condenaron sus tesis favoritas no significan en este momento, objetivamente, lo que significaban en el momento en que fueron emitidas. Y, si tal afirmación se presenta sobre la Mirari vos arbitramur, hay muy poco que impida que se diga lo mismo sobre el Credo Atanasiano. El Papa León XIII y San Pío X eran muy conscientes de que los defensores del falso americanismo y los maestros y protectores de la herejía modernista empleaban esta misma táctica desacreditada. 

Esta base común del falso americanismo doctrinal y de la herejía modernista es, como el propio indiferentismo doctrinal, en última instancia, un rechazo del dogma católico como auténtico mensaje o comunicación sobrenatural del Dios vivo. Parece imposible que alguien sea lo suficientemente blasfemo o tonto como para convencerse, por un lado, de que el mensaje dogmático de la Iglesia católica es realmente una locutio Dei ad homines, e imaginar, por otro lado, que él, mera criatura, podría mejorar de algún modo esa enseñanza o hacerla más respetable. El mero hecho de que un hombre sea tan imprudente como para intentar actualizar el dogma de la Iglesia, o hacerlo más aceptable para aquellos que no tienen el privilegio de ser miembros de la verdadera Iglesia, indica que este individuo no está real y profundamente convencido de que esta enseñanza dogmática de la Iglesia Católica es una comunicación sobrenatural del Dios vivo y Trino, el Señor y Creador del cielo y de la tierra. Sería el colmo de la blasfemia proponerse, a sabiendas, mejorar o actualizar lo que uno consideraría seriamente un mensaje genuino de la Causa Primera del universo. 

La conclusión del Sacrorum antistitum pone de manifiesto más claramente que cualquier otra declaración de la Santa Sede el hecho de que el Modernismo surgió del mismo principio fundamental, al igual que el falso americanismo señalado y proscrito en la Testem benevolentiae del Papa León XIII.


 [1] El texto está en Codicis iuris canonici fontes. III, 789 f.  

[2] Dz. n. 1967. 

[3] Cf. Fenton, "The Components of Liberal Catholicism", en The American Ecclesiastical Review, CXXXIX, 1 (July, 1958), 36-53. 

Nota del Blog: Primera parte de la traducción castellana AQUI (el resto de las entradas siguen cronológicamente).