jueves, 4 de agosto de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (VII de X)

VII

DEGOLLADLOS EN MI PRESENCIA

Lc. XIX, 27

No pretendemos explicarlo todo con las poderosas imágenes orientales citadas más arriba. Es preciso dejar su fuerza de expresión a los que han vivido en los países de las grandes luces solares. Lo que queremos mostrar es la trágica lección moral que se desprende de estos textos que, a primera vista, pudiesen parecer menos atendibles por causa de su misma exageración aparente, o dar tal vez, motivo de rebelión a ciertos espíritus poco dispuestos a concebir la hora de "la cólera por venir".

Es preciso afirmar, por el contrario, de acuerdo con el crédito que debemos dar a la Palabra de Dios, que tales textos son grandiosas profecías de los últimos tiempos y no han perdido nada de su valor y eficacia. Delante de estos cuadros de sangre y de matanza hay que considerar el sentido del misterio de la Encarnación: "La Palabra se hizo carne". Jesús que no desdeñó la carne pecadora, al revestirse con una carne semejante a ella, le impartió una dignidad eminente.

¡Regeneró la carne! "Fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (I Cor. VI, 20).

Por obra de Jesús, el cuerpo tiene derecho a la resurrección, a la ascensión, a una regia glorificación. Al encarnarse el Verbo, nos mereció todo esto. Pero entonces… los que desprecian su propio cuerpo y espíritu, y se entregan al fuego de todas las pasiones, ¿qué pueden esperar sino la "segunda muerte" en lugar de la resurrección triunfante; la precipitación al "estanque de fuego", abismos de tinieblas, en lugar de la luz de la gloria?

¿Y qué decir de aquéllos que más particularmente atacan, niegan a Cristo y blasfeman contra Él? "Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es el espíritu del Anticristo" (I Jn. IV, 2-3).


En la epístola a los Hebreos: "¿De cuánto más severo castigo pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? Pues sabemos quién dijo: “Mía es la venganza; Yo daré el merecido” (Heb. X, 29-30).

Tan justa y santa venganza comenzó a ejercerse desde el diluvio. La ley de la remuneración, o pago según las obras, se manifestó desde la salida del arca. He aquí la sentencia recaída en el hombre culpable: "Cualquiera que derramare sangre humana, por mano de hombre será derramada su sangre; porque a imagen de Dios hizo Él al hombre" (Gén. IX, 6). Dios considera el mal hecho al hombre como hecho a sí mismo, porque somos semejantes a Él.

Veremos, por lo demás, que el divino Juez establecerá la sentencia de gloria o condenación sobre este mismo principio: "Lo que habéis hecho al menor de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho".

Tomemos nuevamente la proposición: "Cualquiera que derramare sangre humana  por mano de hombre será derramada su sangre" y hagamos actual la sentencia, diciendo: "¡El que derramare la sangre del Hombre-Dios, por el Hombre-Dios su sangre será derramada!". Ya sea que se trate de los judíos deicidas de otro tiempo, o de todos los malos cristianos que pisotean al Hijo de Dios y rechazan la sangre de la Alianza, todos esos serán muertos, como lo anuncian los profetas.

Ahí está la justa remuneración.

Si consideramos, pues, la Pasión de Jesucristo —dilatando el cuadro hasta más allá de sus contemporáneos los judíos, — ¿acaso no es cosa absolutamente razonable y justa que los que flagelaron al Salvador sean heridos por la vara de hierro? ¿Y los que le coronaron de espinas, sean heridos en sus cabezas?

¿Y los que le traspasaron, sean traspasados con los dardos del Todopoderoso?

¿Y los que gritaron: "¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" sean bañados en la sangre de la gran matanza?

Hay paralelismo entre los tremendos textos de los profetas y las atrocidades de la Pasión.

¡Ya no es la sangre de Jesús, sino la del lagar de la ira!

¡Ya no es la carne de Jesús, sino la carne de los reyes, carne de los príncipes!

¡Ya no son los llantos de Jesús, sino los llantos y rechinar de dientes de los rebeldes!

¿No es verdad que es asombroso el paralelismo?


***

Una parábola que dijo Jesús al subir por última vez a Jerusalén, puede alumbrar a los espíritus que fuesen aún capaces de poner en duda la realidad de aquellos oráculos y de los textos apocalípticos.

Nuestro Salvador, siempre tan manso y paciente, podrá parecer duro en la sanción que aquí anuncia; pero no hace otra cosa que continuar la tradición de los profetas sobre el "día de la venganza":

"Un hombre de noble linaje SE FUÉ A UN PAÍS LEJANO a tomar para sí posesión de un reino y volver " (Lc. XIX, 12).

Este hombre de ilustre nacimiento es Jesús; El va a un país lejano, al cielo donde sube al lado del Padre, para hacerse investir de la realeza y volver en seguida; aunque "DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO" dice San Mateo (XXV, 19)[1].

Antes de su partida, este hombre de ilustre nacimiento llamó a diez de sus servidores y les dió diez minas, una a cada uno[2].

"Negociad HASTA QUE YO VUELVA". Y les dejó. Pero he aquí que en su ausencia se forma una cábala contra EL. "Sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron una embajada detrás de él diciendo: “NO QUEREMOS QUE ÉSE REINE SOBRE NOSOTROS”.

Este odio que fué el de los conciudadanos de Jesús ha continuado en todos los tiempos. Los espíritus rebeldes y las voluntades perversas no han cesado de repetir:

"NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS".

"ESTE HOMBRE". Es la expresión de Pedro renegando a su maestro, la de Pilatos presentándole a la multitud: "¡He aquí al Hombre!" Y cuando añade: "HE AQUÍ A VUESTRO REY", los gritos se redoblan: ¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!(Jn. XIX, 14-15).

"¡NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS!" El mismo grito resuena desde hace diecinueve siglos. Y, sin embargo: "ES NECESARIO QUE EL REINE" (I Cor. XV, 25).

¡Qué discordancia entre estos dos gritos que se reparten la humanidad! Los unos dicen: "¡NO QUEREMOS QUE REINE!" Los otros: "¡VENGA TU REINO!".

La disputa sobre la tierra es animada. El odio y el amor libran un combate violento en torno al futuro rey:

"¡NO QUEREMOS!"… "¡ES NECESARIO!"…[3].

"Al retornar él, DESPUÉS DE HABER RECIBIDO EL REINADO, dijo que le llamasen a aquellos servidores a quienes había entregado el dinero, a fin de saber lo que había negociado cada uno". Entonces el amo recompensó a algunos y castigó a otros, según cómo hubiesen administrado, bien o mal, el dinero que les había confiado, y añadió: "En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia" (Lc. XIX, 12-28).

Esta actitud del rey oriental que Jesús presenta en la parábola es la figura de su propia actitud en el último día; queda en la estela profética preparando el Apocalipsis.

Recordemos todavía que el servidor infiel que no ha esperado a su maestro "ES CORTADO EN DOS" a la orden suya (Mt. XXIV, 51).

Tal es la suerte de los que se han opuesto al reino de Cristo: irán a reunirse con aquéllos que se acogieron al reino de la Bestia. “Si alguno adora a la Bestia y a su imagen y recibe una marca en su frente o en su mano, también éste beberá del vino del furor de Dios, del mezclado puro en el cáliz de su ira y será atormentado con fuego y azufre delante de los ángeles santos y delante del Cordero" (Apoc. XIV, 9-10).




[1] Jesús dió esta prueba para destruir en los espíritus la idea de que el reino de Dios estaba por aparecer. Notemos que aquí Jesús no habla de su vuelta sino para "mucho tiempo después" de su partida. Esta parábola está en correlación con la de las vírgenes en que el "esposo tarda" y aquella del mal servidor que dice: Se demora mi Señor en venir.

[2] La mina tenía un valor aproximado de 100 unidades de nuestra moneda. Una mina griega valía 100 dracmas.

[3] A los exégetas que dicen que estamos bajo el reino efectivo de Cristo, el reino pacífico de mil años con Satanás encadenado (Apoc. XX, 1-7) querríamos preguntar si no oyen como nosotros estos dos gritos que se oponen. Hay una incomprensión que no puede explicarse sino por el hábito que señala Bossuet: "¡Se pasan las ideas de mano en mano!" o más sencillamente: Nos copiamos unos a otros. ¡Y esto desde hace siglos!