C) Por si fuera poco, la construcción en el v. 8 es bastante extraña, pues tenemos
que notar que el énfasis no está puesto en la “parusía”, sino en la
“manifestación”.
Zorell, al analizar esta palabra dice[1]:
“Ἐπιφανείᾳ:
1) Es aquella cualidad por
la cual la cosa es ilustre, célebre y conspicua; esplendor, majestad: τῇ ἐπιφανείᾳ τῆς παρουσίας αὐτοῦ “con
el esplendor (Vulgata con la ilustración)
de su venida”, II Tes. II, 8.
2) Como nombre de la acción
del verbo precedente: aparición, salida repentina… b) venida de alguien, principalmente la manifestación (…) de Dios que ayuda a los hombres (II Mac. III, 24; XII, 22, etc.); de la
venida de un príncipe a la ciudad o al pueblo (…) en el NT sobre la primera (II Tim. I, 10) o segunda (I Tim. VI, 14; II Tim. IV, 1.8; Tito II, 13)
venida de Cristo”.
Si bien es cierto que San
Pablo usa el término manifestación
para hablar casi siempre de la Segunda Venida y de hecho los términos manifestación y parusía se encuentran juntos en el discurso Parusíaco en Mt. XXIV, 27:
“Pues
como el relámpago sale del oriente y aparece
hasta occidente, así será la Parusía
del Hijo del hombre”.
tampoco se puede pasar por
alto la similitud que este versículo presenta con algunos pasajes del Antiguo
Testamento:
II Mac. III, 23-25: “Heliodoro
no pensaba en otra cosa que en ejecutar su designio; y para ello se había
presentado ya él mismo con sus guardias a la puerta del erario. Mas el espíritu del Dios todopoderoso se
hizo allí manifiesto (ἐπιφάνειαν) con señales bien patentes, en tal
conformidad, que derribados en tierra por una virtud divina cuantos habían
osado obedecer a Heliodoro, quedaron como yertos y despavoridos. Porque se les
apareció montado en un caballo un personaje de fulminante aspecto, y
magníficamente vestido, cuyas armas parecían de oro, el cual acometiendo con
ímpetu a Heliodoro le pateó con los pies delanteros del caballo”.
II Mac. V, 1-4: “Pero,
alrededor de este tiempo, la segunda expedición de Antíoco a Egipto previno. Y
aconteció, por toda la ciudad, casi por cuarenta días, aparecer al través del
aire corredores jinetes, doradas estolas teniendo, y de lanzas, a modo de
cohortes, armados; y escuadras de bridones ordenadas, y arremetidas hechas y
carreras de acá y allá, y de broqueles movimientos y multitud de astas, y de
cuchillas alzadas, y de dardos lanzamientos y de áureos ornatos refulgencias, y
toda suerte de corazas. Por lo cual
todos rogaban que en bien la manifestación (ἐπιφάνειαν) se convirtiese”.
II Mac. XII, 17-23: “Partieron
de allí, y después de andados setecientos cincuenta estadios, llegaron a
Caraca, donde habitaban los judíos llamados tubianeos. Mas tampoco pudieron
venir allí a las manos con Timoteo, quien se había vuelto sin poder hacer nada,
dejando en cierto lugar una guarnición muy fuerte. Pero Dositeo y Sosípatro que
mandaban las tropas en compañía del Macabeo, pasaron a cuchillo a diez mil
hombres que Timoteo había dejado en aquella plaza. Entretanto el Macabeo,
tomando consigo seis mil hombres, y distribuyéndolos en batallones, marchó
contra Timoteo, que traía ciento veinte mil hombres de a pie, y dos mil
quinientos de a caballo. Luego que éste supo la llegada de Judas, envió delante
las mujeres, los niños y el resto del bagaje a una fortaleza llamada Carnión,
que era inexpugnable, y de difícil entrada, a causa de los desfiladeros que era
necesario pasar. Mas al dejarse ver el
primer batallón de Judas, se apoderó el terror de los enemigos, a causa de la
manifestación (ἐπιφανείας) de Dios, que todo lo ve, y se pusieron en
fuga uno tras de otro, de manera que el mayor daño lo recibían de su propia
gente, y quedaban heridos por sus propias espadas. Judas los cargaba de
recio, castigando a aquellos profanos; habiendo dejado tendidos a treinta mil
de ellos”.
II Mac. XIX, 12-16: “Así
es que al punto envió el rey a la Judea por general a Nicanor, comandante de
los elefantes, con orden de que capturase vivo a Judas, dispersase sus tropas,
y pusiese a Alcimo en posesión del Sumo Sacerdocio del gran Templo. Entonces
los gentiles que habían huido de Judea por temor de Judas, vinieron a bandadas
a juntarse con Nicanor, mirando como prosperidad propia las miserias y calamidades
de los judíos. Luego que éstos supieron la llegada de Nicanor, y la reunión de
los gentiles con él; esparciendo polvo
sobre sus cabezas, dirigieron sus plegarias a Aquel que se había formado un
pueblo suyo para conservarle eternamente, y, que con manifestación (ἐπιφανείας) acoge a su herencia. E inmediatamente, por orden del comandante,
partieron de allí, y fueron a acampar junto al castillo de Desau”.
II Mac. XV, 25-29: “Entretanto,
venía Nicanor marchando con su ejército al son de trompetas y de canciones. Mas
Judas y su gente, habiendo invocado a Dios por medio de sus oraciones,
acometieron al enemigo; y orando al
Señor en lo interior de sus corazones, al mismo tiempo que, espada en mano,
cargaban sobre sus enemigos, mataron no menos de treinta y cinco mil, sintiéndose
sumamente llenos de gozo por la manifestación de Dios. Concluído el combate,
al tiempo que alegres se volvían ya, supieron que Nicanor con sus armas yacía
tendido en el suelo. Por lo que alzándose al instante una gritería y estrépito,
bendecían al Señor Todopoderoso en su nativo idioma”.
Sobre este último pasaje Straubinger comenta:
“El
griego usa (…) la palabra epifanía
que parece aludir a una aparición milagrosa
vista por todo el ejército”.
Si San Pablo hubiera
querido hablar no de la segunda Venida sino de una aparición de Nuestro Señor
que viene a fin de guerrear contra su principal enemigo, y también ¿por qué no?
para defender a los 144.000 sellados del capítulo XIV del Apocalipsis (ver AQUI
una hipótesis), entonces, siguiendo el uso del Antiguo Testamento, parecería
que ningún otro término era más apropiado que el de manifestación.
D) Por último, y como ya lo dijimos, hay autores que
expresamente niegan que San Pablo hable aquí de la segunda Venida de Nuestro
Señor.
Alápide, por caso, comenta el v. 8 diciendo:
“Cristo matará al Anticristo con el espíritu
de su boca, es decir, con su mandato, su orden, su palabra, su sentencia, como
si lo soplara y matara con un soplo mortífero. Pablo alude o más bien cita
a Isaías XI, 4: “Herirá (Cristo)
a la tierra (los pecadores de la tierra) con la vara de su boca, y con el
aliento de sus labios matará al impío”, donde en lugar de vara el hebreo dice cetro.
Llama cetro de su boca al
imperio, orden y sentencia predominante, potentísima y eficacísima con el cual
Cristo matará al Anticristo y a todos los impíos”.
Y más adelante:
“Advierte
aquí: el Anticristo será muerto antes
del día del juicio, pues después de su muerte se darán a los hombres por lo
menos 45 días para la penitencia, como consta en Dn. XII, 12…”.
Y por último, hacia el
final del v. 7, después de citar los
45 días de Dn. XII, 12 agrega:
“(…)
para que puedan hacer penitencia los que cayeron bajo el Anticristo, y entonces
la Iglesia será restaurada y reflorecerá. Se dará un poco más de tiempo y espacio,
y por lo tanto el día del juicio no
seguirá inmediatamente después de los 45 días, e incluso Ezequiel (XXXIX,
9.14-15) parece decir que habrá todavía 7 años antes del fin del mundo (…)”.
Hasta aquí Alápide.
No hace falta aclarar que no
estamos de acuerdo con las razones
que invoca, pero es obvio que lo importante acá no son las mismas sino las afirmaciones categóricas que niegan expresamente
que San Pablo esté describiendo la segunda Venida.
A este autor podrían
agregarse también todos aquellos que ven a San Miguel en la batalla del Harmagedón.
El lector tal vez podrá
encontrar un par de objeciones más pero nos parece que con lo dicho se podrán
contestar sin mayores dificultades y no es necesario alargar este pequeño
ensayo más de la cuenta.
Para terminar, será bueno
citar estas esclarecedoras palabras del P.
Rigaux O.F.M. en su completísimo comentario a las epístolas a los
Tesalonicenses[2]:
“La
segunda parte de esta frase con ritmo se explica por la primera: el Señor Jesús
lo matará por el soplo de su boca y lo aniquilará por la “sola” manifestación
de su parusía. El Señor no tendrá más
que aparecer. No habrá combate ni resistencia de aquel que parecía tan fuerte y
poderoso. El Apocalipsis del Señor combate el apocalipsis del impío con su sola
presencia. Implícitamente, Pablo afirma que la destrucción del anticristo es la
primer obra de la parusía de Cristo”.
Como conclusión creemos, pues, y por las razones expuestas, que:
Es necesario distinguir la batalla donde se destruye
al Anticristo, de la segunda Venida de Nuestro Señor en Gloria y Majestad.
[1] Lexicon Graecum Novi Testamenti, Lethielleux, segunda edición, 1931, col.
502-503.
[2] Les Épitres aux
Thessaloniciens, Gabalda,
1956, pag. 204.