martes, 9 de agosto de 2016

Apocalipsis XIX y la Parusía (II de VI)

2) FINALIDAD DE LA PARUSÍA

Además del momento en que viene, tenemos que preguntarnos también por la finalidad de ambos sucesos, y así veremos una nueva diferencia.

En el capítulo XIX el Mesías tiene como objetivo inmediato guerrear contra las dos Bestias y su ejército[1].

Por otra parte, Nuestro Señor en su Parusía viene a buscar a la Iglesia, su prometida, para las bodas. No hay, en los pasajes alusivos a la Parusía, mención alguna a la guerra sino a la vigilancia.

¿Hará falta citarlo todo?

Mateo XXII, 2-14: “El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas ellos no quisieron venir. Entonces envió a otros siervos, a los cuales dijo: “Decid a los convidados: Tengo preparado mi banquete; mis toros y animales cebados han sido sacrificados ya, y todo está a punto: venid a las bodas”. Pero, sin hacerle caso, se fueron el uno a su granja, el otro a sus negocios. Y los restantes agarraron a los siervos, los ultrajaron y los mataron. El rey, encolerizado, envió sus soldados, hizo perecer a aquellos homicidas, y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: “Las bodas están preparadas, mas los convidados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas”. Salieron aquellos siervos a los caminos, y reunieron a todos cuantos hallaron, malos y buenos, y la sala de las bodas quedó llena de convidados. Mas cuando el rey entró para ver a los comensales, notó a un hombre que no estaba vestido con el traje de boda. Díjole: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener el traje de boda?” Y él enmudeció. Entonces el rey dijo a los siervos: “Atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”.

Mateo XXV, 1-13: “En aquel entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de entre ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, al tomar sus lámparas, no tomaron aceite consigo, mientras que las prudentes tomaron aceite en sus frascos, además de sus lámparas. Como el esposo tardaba, todas sintieron sueño y se durmieran. Mas a medianoche se oyó un grito: “¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!”. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Mas las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan”. Replicaron las prudentes y dijeron: “No sea que no alcance para nosotras y para vosotras; id más bien a los vendedores y comprad para vosotras”. Mientras ellas iban a comprar, llegó el esposo; y las que estaban prontas, entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta. Después llegaron las otras vírgenes y dijeron: “¡Señor, señor, ábrenos!”. Pero él respondió y dijo: “En verdad, os digo, no os conozco”. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”.


Jn. XIV, 2-4: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; y si no, os lo habría dicho, puesto que voy a preparar lugar para vosotros. Y cuando me haya ido y os haya preparado el lugar, vendré otra vez y os tomaré junto a Mí, a fin de que donde Yo estoy, estéis vosotros también. Y del lugar adonde Yo voy, vosotros sabéis el camino”[2].

Apoc. XIX, 6-9: “Y oí como voz de copiosa multitud y como voz de aguas muchas y como voz de truenos fuertes que decían: “¡Aleluya! Porque ha comenzado a reinar Yahvé, el Dios nuestro, el Todopoderoso. Regocijémonos y exultemos y le daremos la gloria, porque han llegado las Bodas del Cordero y su Mujer se ha preparado. Y se le dio vestirse de lino fino, resplandeciente y puro; porque el lino fino las justicias de los santos es”. Y díceme: “Escribe: Bienaventurados los al banquete de las bodas del Cordero llamados”. Y díceme: “Estas las palabras verdaderas de Dios son”.

Apoc. XXI, 9-11. “Y vino uno de los siete ángeles, de los que tienen las siete copas, las llenas de las siete plagas, las postreras, y habló conmigo diciendo: “Ven, te mostraré la Novia, la Esposa del Cordero”. Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad, la santa Jerusalén, descendiendo del cielo desde Dios, teniendo la Gloria de Dios; su luminar semejante a piedra preciosísima, como piedra jaspe cristalina”.

A estas bodas todos somos invitados por medio de la predicación de los Apóstoles y sus sucesores, pero solamente asistirán los Santos. Esta es la razón de ser de la primera resurrección y es el premio especial prometido para todos aquellos que se configuren perfectamente con la Cabeza[3].




[1] Dicho sea de paso, esta guerra del Mesías es la respuesta a la blasfemia de los habitantes de la tierra en Apoc. XIII, 4:

Y se postraron ante el Dragón porque había dado la autoridad a la Bestia y se postraron ante la Bestia diciendo: “¿Quién es semejante a la Bestia?” y “¿Quién puede guerrear contra ella?”.

Es por eso que San Juan introduce a Jesucristo en Apoc. XIX, 11 con estas palabras:

Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él llamado “Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea.

[2] Esto no se entiende si no se tienen en cuenta las costumbres matrimoniales exclusiva de los judíos: en primer lugar tenían lugar los esponsales que, a diferencia de la usanza actual e incluso del resto de los pueblos contemporáneos de Israel, ya implicaba verdadero matrimonio. Luego, el esposo iba a la casa de su padre a preparar un lugar para su esposa, y cuando ya todo estaba listo, iba en gran comitiva a buscar a la esposa a su casa para introducirla en la de su padre y celebrar allí las solemnidades de las bodas por medio de un gran banquete.

La tipología con la Iglesia salta a la vista.

[3] Sirva esto como respuesta a una de las dudas de Bover, y léanse AQUI (la larga cita hacia el final) las magistrales palabras de Lacunza al respecto.