miércoles, 20 de abril de 2016

El Pelícano, por Charbonneau-Lassay (II de VI)

II. EL PELÍCANO, EMBLEMA DEL CRISTO PURIFICADOR,
AUTOR DE NUESTRA VIVIFICACIÓN

Desde el segundo siglo de nuestra era, el autor cristiano del Physiologus recogía la fábula del pelícano que vivifica a sus polluelos, y en el siglo siguiente los alfareros de Cartago pusieron su imagen entre los emblemas del Redentor con los que adornaban las lámparas cristianas[1].

La Llave, llamada de san Melitón, nos precisa que el pelícano representa a Cristo en su Pasión, D. C. in Passione[2].

A finales del siglo XV, Jehan de Cuba citaba así a algunos autores antiguos:

Según Isidoro:

Pelícano es un ave de Egipto que habita en la soledad del río del Nilo, del que tomó el nombre: porque Egipto es llamado Canapos. Dicen que mata a sus polluelos y que los llora tres días. Y luego se hace una herida y con la aspersión de su sangre reviven sus polluelos (Fig. II).
Fig. II.- El Pelícano resucitando a sus polluelos. Según un
grabado de madera del Hortus Sanitatis de Jehan DE CUBA.

Según el Physiologus:

El pelícano ama excesivamente a sus polluelos, los cuales, cuando comienzan a crecer, golpean a sus padres en la cara. Y entonces éstos, muy enfadados, les devuelven los golpes y los matan. Los lloran tres días, y al tercer día la madre se golpea en un costado y abriéndose el costado, se hecha sobre sus polluelos y derrama su sangre sobre los cuerpos de ellos y los arranca de la muerte.

Del Libro de la naturaleza de las cosas.

Esa ave vivifica a sus polluelos con la sangre de su costado después de que, por su inoportunidad, los habrá matado o los habrá encontrado muertos por una serpiente que los espía. Tras la efusión de su sangre, queda tan debilitado que no puede salir de su martirio…”[3].

En el siglo siguiente, Du Bartas, recogiendo el tema de la serpiente asesina de los polluelos de pelícano, resume así a los autores que habían comentado esta particularidad antes de él:


El Pelícano, dice, llega junto a sus pequeños y,

“Tan pronto como los ve muertos por la serpiente,
Se desgarra el pecho y sobre ellos derrama
Tanto humor vital que, entibiecidos por ella,
Sacan de su muerte una vida nueva:
Imagen de tu Cristo que se hizo cautivo,
Para liberar a los siervos; que sobre el árbol extendido
Inocente derramó la sangre por sus heridas
Para sanar de la serpiente las mortales picaduras
Y que voluntariamente de inmortal se hizo mortal
Para que Adán se convirtiese en el mortal inmortal...[4]”.

Encontramos por otra parte el tema de los polluelos de pelícano casi nacidos muertos, que nacen, decía Brunetto Latini a finales del siglo XIII, “a veces pasmados también como sin vida, y sus padres los curan con su sangre…”[5] (Fig. III).

Fig. III.- El Pelícano hiriéndose
el costado derecho.
Ese es en efecto el sentido que le dio en primer lugar la simbología cristiana: como los polluelos del pelícano, la raza de los hombres había muerto para la vida espiritual, para la vida del cielo, y estaba manchada a causa de los pecados con los que había abofeteado a su Dios. El Salvador, desde la cruz en la que fueron atravesados sus miembros y su corazón, derramó sobre ella su sangre y, mediante su sacrificio, la purificó y le devolvió la verdadera vida. Ese es el tema que expusieron con mayor o menor fortuna todos los Bestiarios de la Edad Media; citemos parcialmente la más conocida de estas obras, la del clérigo Guillermo de Normandía, del siglo XIII:

Del pelícano es grande la maravilla
Pues nunca una madre oveja
Amó tanto a su corderito
Como el pelícano a su pajarito.
Cuando ha hecho salir a sus polluelos,
En alimentarlos en carne y hueso
Pone todo su trabajo y esfuerzo.
……………………………………………….
Luego, ya alimentados y grandes
Con un poco de saber y de poder
Golpean con el pico a su padre
Y para entonces son traidores y malvados.
Tanto que su padre, con justa ira
Los golpea de muerte y los mata a todos.
Al tercer día regresa a ellos el padre
Los reconoce, se apiada de ellos
De tanto que los ama con amor perfecto.
Acude pues y los visita;
Luego, con el pico se atraviesa el costado
Hasta que hace salir sangre;
Con esa sangre que sale de él,
Devuelve la vida a los cuerpos
De sus polluelos, no tengáis la menor duda.
Y de esta forma los vivifica (Fig. IV).


Fig. IV.- El Pelícano resucitando
a su nidada.
Y no se trata, añade Guillermo, de un cuento de Arturo, Carlomagno ni Ogier, sino…

Dios es el verdadero pelícano,
Que por nosotros soportó pena y fatiga.
Escuchad lo que dice la profecía
Del buen profeta Isaías:
Engendré hijos, dice el Señor Dios,
Cuando los hube alimentado,
Me despreciaron y me odiaron
Y violaron mis mandamientos.

Y nosotros, prosigue Guillermo, somos los polluelos de Dios, a quien golpeamos en el rostro con nuestros pecados; por eso se encolerizó y nos castigó con la muerte espiritual de nuestras almas…

Por nuestros pecados estábamos muertos
Cuando el Padre se apiadó de nosotros.
A nuestro verdadero Dios Jesucristo,
Su querido Hijo, envió a la tierra,
Para apaciguar nuestra rebelión.
Dios se hizo hombre por nuestros pecados,
Fue circuncidado y bautizado,
Y por nuestra salvación
Sufrió los tormentos de su Pasión.
Se dejó coger prisionero.
…………………………………………..
Y clavar por pies y manos.
Y el Salvador, lleno de piedad
Se dejó herir en el costado;
Y sabemos, en verdad,
Que de él salió sangre y agua.
Por medio de esta sangre todos somos curados;
Esa santa sangre salvó nuestra vida
Y nos arrancó del poder
Del traidor llamado Satán.
Dios, que es el verdadero pelícano,
Nos salvó de esta manera,
Como familia por él muy querida[6].


Fig. V.- El Pelícano y su nidada
en el árbol de la vida. Sello de
Fray Guillaume d´Augenac, siglo XIII.
Así, ni en este texto ni en casi ningún otro texto de la Edad Media se dice que el ave simbólica alimente a sus polluelos con su sangre, puesto que están muertos cuando los riega, sino que, al hacerlo, los absuelve, los purifica de su culpa (Fig. V) y les devuelve la vida. Así lo comprendieron y dijeron todos los grandes místicos de aquel tiempo, Vincent de Beauvais, Alberto Magno, santo Tomás de Aquino…

Alberto Magno incluso se alza terminantemente contra quienes cuentan que el pelícano alimenta a sus polluelos con su sangre[7]; y en otro pasaje lo explica así:

El pelícano es bastante obstinado y es llamado Voltri por los caldeos, e Yphilati por los griegos. Su virtud es admirable: mata curiosamente a sus polluelos, sin romper su corazón, se extrae su propia sangre y se la pone tibia en los picos, y viven como antes[8].

Así, el alumno eminente de Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, en el himno Adoro te, que compuso para el Oficio del Santo Sacramento, le da al pelícano únicamente la idea de rescate del alma humana mediante la ablución de la sangre divina, y en modo alguno la idea de vivificación mediante el acto de nutrición eucarística:

Pie Pelicane,
Jesu Domine,
Me immundum munda tuo sanguine,
Cujus una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere[9].

Pelícano lleno de bondad,
oh Señor Jesús
Lava en tu sangre nuestras manchas
Una gota basta para borrar
Todas las maldades de este mundo.


El sentido de purificación del mundo suele ser el único que expresa el pelícano místico. Tal es el caso del pelícano que corona la fuente pública de Saint-Lazare, en Autun, que data de 1543[10]; del que un artista ceramista puso en la panza de la célebre jarra de agua de Oiron[11]; del que un artesano del estaño modeló en la cúspide de una fuente que cita Germain Bapst[12], etc. 
Fig. VII.- El Pelícano
en lo alto de la Cruz.

Fig. VIII.- El Pelícano sobre
el título 
de la Cruz.
Durante los tres últimos siglos de la Edad Media, los artistas representan bastante a menudo al pelícano y su nidada en lo alto de la cruz[13], generalmente sobre la placa con las siglas I. N. R. I. (Fig. VII); a veces incluso hicieron crecer en el árbol salvador una inesperada rama que encierra el nido en su follaje (Fig. VIII). Tengo ante mí unas treinta de estas representaciones: todas muestran al pelícano sobre la cruz hiriéndose en medio del pecho o en el costado derecho. En este tema del pelícano sobre la cruz, pues, el ave representa únicamente el efecto a la vez purificador y vivificador de la sangre que Cristo derramó sobre el mundo, convirtiéndose con ello en el autor de nuestra salvación y de nuestra resurrección.

Se diría que Dante pensaba en el Pelícano situado sobre Cristo crucificado por sus contemporáneos cuando escribía, hablando de san Juan:

He aquí a aquel que descansó sobre el seno de nuestro Pelícano; fue a él a quien, desde lo alto de la cruz, eligió Jesús para el gran deber[14].

Los antiguos alquimistas consideraban al pelícano en el sentido de “purificación” integral cuando designaban con el nombre de “Sangre de Pelícano” el estado de los elementos destinados a la gran obra tras una purificación inicial[15]. De sus trabajos nos ha quedado, en la actual química, un instrumento que lleva el nombre de “pelícano”, especie de alambique de una sola pieza, con dos picos que salen de una montera tubulada.






[1] Cf. L. DELATTRE, Carthage, Symboles eucharistiques, p. 91.

[2] Spicilège de Solesmes, T. II, p. LXXX.

[3] Jehan DE CUBA, Hortus Sanitatis, parte II, XCVII. Traducción de Philippe Le Noir, 1539.

[4] Guillaume DE SALUSTE DU BARTAS, Œuvres, Le Cinquiésme iour de la sepmaine, p. 247.

[5] Brunetto LATINI, Li livres dou Trésor, L. I, CLXVIII.

[6] C. HIPPEAU, Le Bestiaire divin de Guillaume, clerc de Normandie, Caen, Hardel, 1852, pp. 207-210.

[7] Alberto MAGNO, Opus, T. XII, De animalibus, p. 504.

[8] lbíd., Des vertus des Herbes, Pierres, Bestes et Oyseaux, L. III.

[9] Santo TOMAS DE AQUINO, himno Adoro te, 6.

[10] Cf. Magasin pittoresque, año 1860, p. 300.

[11] Cf. B. FILLON y O. DE ROCHEBRUNE, Poitou- Vendée, lib. XI. — L CHARBONNEAU- LASSAY, en Regnabit, marzo 1923, p. 288.

[12] G. BÁPST, L'Étain, p. 251.

[13] Véase GRIMOUARD DE SAINT-LÁURENT, Guide de l'art chrétien, T. II, pp. 354, 365, 372 y L. XIX; T IV, p. 324.

[14] DANTE, La Divina Comedia — El Paraíso, cap. XXV. 

[15] Cf. Le Triomphe Hermétiste de la pierre philosophale. Edición de Desbordes, 1704, p. 129.