sábado, 23 de abril de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (X de XVI)

X

ESPERABA LA CONSOLACION DE ISRAEL

Lc. II, 25

Simeón y la profetisa Ana aparecen como el tipo perfecto de "los que esperaban". Encontrando al Niño Dios recibieron la recompensa de su fe y de su invencible esperanza, toda de amor y de confianza en el Eterno.

"Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo era sobre él" (Lc. II, 25). Esperar, como Simeón — él, la primera venida — nosotros, la segunda — es por lo tanto, tener el Espíritu Santo consigo, "sobre sí".

Simeón impulsado por el Espíritu de Dios fué al Templo. El, ciertamente tenía conocimiento de la profecía de Malaquías, que la liturgia nos hace leer el 2 de Febrero:

"He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí; y de repente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la Alianza a quien deseáis. He aquí que viene, dice Yahvé de los ejércitos”.

Estas palabras se refieren a la primera venida, pero luego el profeta agrega:

“¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá mantenerse en pie en su epifanía? Pues será como fuego de acrisolador, y como lejía de batanero. Se sentará para acrisolar y limpiar la plata; purificará a los hijos de Leví, y los limpiará como el oro y la plata” (Mal. III, 1-3).

Este segundo pasaje evidentemente no puede referirse más que a la Vuelta de Jesús. Las expresiones son absolutamente claras, relacionadlas con aquéllas de los otros profetas. "He aquí que viene" es colocada en el texto como refiriéndose a la vez a las dos venidas. En el pasaje citado hallamos el doble: Ecce venio. Es bastante frecuente en la Escritura encontrar un texto único como aquel de Malaquías, agrupando a la vez las dos venidas del Salvador[1].


Simeón deseaba ver al Mesías Rey, al "Caudillo", así como sus contemporáneos, pero Dios le abrió los ojos y supo reconocerlo bajo los rasgos de un niño pequeñuelo llevado por unos pobres.

Jesús y María hacían la ofrenda de los pobres: "dos pichones" en lugar del cordero y de la paloma de los sacrificios ordinarios del rescate (Lev. XII, 6-8).

Simeón supo descubrir por la fe, no a aquél que viene en gloria. "¿Quién es el que podrá mantenerse en pie en su epifanía?" sino a aquél que viene primero para obedecer, sufrir y redimir.

Dura fué la contradicción para la fe y la esperanza de Simeón. Pero, habiendo atravesado incólume la prueba, pudo mejor que nadie reconocer el carácter del Niño: "está para ser una señal de contradicción". Y cuando hubo recibido a Jesús niño en sus brazos, sus ojos se abrieron del todo.

El vigilante se volvió vidente:

"Porque han visto mis ojos tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos. Luz para revelarse a los gentiles, y para gloria de Israel, tu pueblo (Lc. II, 30-32).

Ana la profetisa también reconoció al Niño bajo el aspecto de la pobreza y hablaba "de aquel (niño) a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén" (Lc. II, 38).

Había pues, en Jerusalén, un grupo de "personas que velaban". Pero, ¿por qué fué Ana oráculo de la Redención? Porque había guardado las vigilias de la noche. "No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc. II, 37).

Yo nunca había pensado en la misión de apóstol conferida antes de la hora del apostolado, a esta anciana de 84 años. Sí; ella hablará, gritará a su manera, a todos aquellos que esperan quizás, aunque sin gran esperanza: "¡Ved que viene! ¡Viene pobre! ¡Viene humilde! ¡Viene a evangelizar a los pobres!".

Ana era uno de esos centinelas que desde lejos veía Isaías: "Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto centinelas, que nunca callarán, ni de día ni de noche. ¡No os deis descanso, los que recordáis a Yahvé! Ni le concedáis reposo hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por gloria de la tierra" (Is. LXII, 6-7).

Si nosotros no dejáramos reposo a Jesús gritando sin cesar: "No tardes" (Sal. LXX, 6) ¿acaso no se apresuraría a responder a nuestro clamor?...

Pensemos que si El bajó al seno de la Virgen de Nazaret, prefiriéndola a toda otra virgen judía, es porque ella era la más "vigilante", la que más ansiaba encontrar su Salvador. "¡Y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador!" dice ella en el "Magnificat" (Lc. I, 47).

El ardor de su llamado fué la gotita de agua que saturó la nube e hizo llover al Justo la primera vez (Is. XLV, 8). ¿Quién hará abrirse la nube la segunda vez?

El cumplimiento de la profecía será aún más exacto en cuanto a los términos de ella, pues: "HE AQUÍ, VIENE CON LAS NUBES" (Apoc. I, 7).




[1] He aquí algunos textos muy característicos:

"Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, otra vez aparecerá, sin pecado, a los que le están esperando para salvación" (Heb. IX, 28).

Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido… para que vivamos… en este siglo actual, aguardando la bienaventurada esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tito, II, 11-13).

Las palabras del ángel Gabriel a María son notablemente significativas, para señalar los dos advenimientos: “He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Primer Advenimiento)… y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin (Segundo Advenimiento)” (Lc. I, 31-33).