lunes, 29 de enero de 2024

Introducción al Libro de lo justo, por L. B. Drach, rabino converso (III de XII)

   12. Todos estos libros, por lo tanto, fueron escritos en épocas posteriores a los acontecimientos que relatan, según las Memorias, los Comentarios dejados por profetas contemporáneos a los hechos; es decir, por escribas públicos. En la paráfrasis caldea escriba, ספרא, y profeta, נביאה, son, en este sentido, sinónimos. Es por esta razón que la colección de los libros puramente históricos de Josué, Jueces, Samuel y Reyes se denomina profetas, porque estos libros fueron tomados de las Memorias de los profetas que habían escrito cada uno los acontecimientos de su tiempo. Estos escritores y oradores públicos, llamados en la Escritura hijos de los profetas (I Reg. XX, 35; II Reg. II, 3.5.7.15, etc.), formaban colegios bajo un régimen de vida común (I Sam. X, 5-6.11; XIX, 20 etc.). Dejaron una cantidad de material histórico que se ha perdido, parte del cual se cita en la Escritura: el Libro de las Guerras de Jehová[1], el Libro de lo Justo, las Historias o Crónicas, «Verba dierum» de varios reyes judíos (I Reg. XIV, 19.29; XV, 7; I Par. XVII, 24; XXIX, 29; II Par. IX, 29; XII, 15; XX, 34; XXVI, 22; XXXIII, 19).

13. Josefo (C. Ap. I, 6, 7), después de nombrar varias naciones antiguas que tuvieron el mayor cuidado en escribir sus anales, los egipcios, que dieron la responsabilidad a sus sacerdotes, los babilonios, etc., añade: 

«Me contentaré con mostrar brevemente que nuestros antepasados tuvieron el mismo cuidado, si no mayor; que era el oficio de los Sumos Sacerdotes y profetas; que ha continuado con la misma exactitud hasta nuestros días, y, me atrevo a decir, continuará por siempre… La facultad de escribir estas cosas no se ha dado a todos, para que no sean discordantes, sino sólo a los profetas, que siempre han escrito de forma precisa lo que sucedía en su tiempo». 

14. Vemos, por el propio contexto, que Josefo habla aquí de las Memorias, Anales, diarios redactados en todo momento hasta sus días por los profetas y Sumos Sacerdotes, y no del canon sagrado que se había establecido desde Esdras, y que, además, será objeto del siguiente n. 8 de su refutación a Apión. Esperaba la continuación de estas Memorias. Veremos más adelante que coloca nuestro Libro de lo Justo entre los documentos antiguos conservados en los archivos del templo.

15. Teodoreto, en su comentario a Josué, cuestión 14, aprovecha la oportunidad de la cita del Libro de lo Justo para inferir que el Libro de Josué fue escrito por un autor posterior, según una antigua Memoria. Y en la cuestión 4 sobre II Reyes, hablando de nuevo del Libro de lo Justo, dice: 

«De esto se deduce evidentemente que el Libro de los Reyes fue extraído de varios libros proféticos». 

El erudito obispo llega a la conclusión de que hubo una vez unos libros en los que los profetas habían registrado los acontecimientos de su tiempo, y que más tarde sirvieron de material para la composición de las diversas partes de la Biblia. Lo explica con más detalle en su Prefacio a I Reyes. Por último, en su comentario III Reyes II, cuestión 49, repite que la historia de los Reyes fue tomada de otros libros proféticos más antiguos, de las actas recopiladas por los profetas o escritores públicos que les precedieron, que fueron los únicos encargados de escribir lo que sucedió en su tiempo. 

«¿Cómo hemos de entender, dice, las palabras: ‘¿No están escritas estas cosas en el Libro de los Días de los Reyes de Judá’?[2]. Resulta evidente que todos los acontecimientos se escribieron en la misma época en que tuvieron lugar, y que es de estos libros de donde se nutrieron nuestro autor (de los Libros de los Reyes) y los autores de los Paralipómenos». 

16. El famoso exégeta Rabí Isaac Abarbanel apoya esta tesis con gran calidez en el Prefacio de su comentario sobre los primeros profetas. Abicht, y después de él Richard Simon y varios otros, se equivocan cuando sostienen que Abarbanel no está de acuerdo con el Talmud en este punto. Si hubieran leído una docena de líneas más, habrían visto que este rabino, que se habría cuidado de no contradecir el Talmud, declara que no se desvía en nada de la enseñanza de este código, y que el significado del pasaje del tratado Baba Bathra que hemos dado más arriba es, como hemos explicado, éste: Moisés, Josué, Samuel escribieron las Memorias que, después de ellos, iban a servir de base para la composición del Pentateuco, los libros de Josué y Samuel. Además, el texto de I Par. XXIX, 29 nos enseña que, además de Samuel, otros dos profetas, Natán y Gad, contribuyeron con sus comentarios a proporcionar material para la historia de David, tema de casi todos los dos libros de Samuel.

17. Más de un siglo antes de Abarbanel, otro famoso exégeta, Rabí Levi-ben-Gerson, apoyó la misma tesis. Según él, el Libro de lo Justo, citado en el Libro de Josué con motivo de la detención milagrosa del sol, no era otra cosa que una Crónica cuya pérdida atribuía a las vicisitudes de la dispersión de Israel. Por lo tanto, Levi-ben-Gerson debe admitir que el Libro de Josué en su forma actual no es obra de Josué. Porque, además del hecho de que un escrito contemporáneo no añade nada a la autoridad de la declaración relativa a un hecho de ayer, el líder de los hebreos no tenía necesidad de invocar este testimonio en presencia de una generación que a su vez había sido testigo del milagro. El mismo rabino también estaba persuadido que el Talmud que citamos anteriormente sólo hablaba de los autores de las primeras Memorias. Porque antes se verá a un mahometano destrozar el Corán que a un rabino de esos tiempos atreverse a contradecir el Talmud.

18. Entre los eruditos modernos, muchos, y los más juiciosos, admiten que hubo Memorias antiguas anteriores a la redacción de los libros de los que se compone la Biblia hebrea: Masio (Prefacio a Josué y comentario al cap. X del mismo libro), Richard Simon (Hist. crit. du V. T., Prefacio y Lib. I, cap. 2), Pereyra (queremos decir, el jesuita, pues no aceptamos, ni damos como autoridad a Isaac Pereyra, el famoso pre-adamita), Gesenio (De Pentateucho Samaritano, pp. 6-8), Spanhemius, o Spanheim (Hist. Eccl. V. T., ep. 6, n. 5, 52), Rosenmueller, en sus Prefacios sobre el Pentateuco y sobre el Libro de Josué, nombra a un gran número de otros eruditos que estaban persuadidos de la verdad de las actas preexistentes.

19. Es necesario señalar que los escritores inspirados a los que debemos el presente canon, extrajeron de los monumentos antiguos que tenían ante sus ojos sólo lo que Dios juzgó apropiado para nuestra instrucción, con el fin de conducirnos a la observancia de su ley salvadora. Recortaron acontecimientos, hechos y circunstancias que los escritores ordinarios de la historia no habrían pasado por alto, y también, por inspiración, hicieron cambios y adiciones a los documentos originales. En todo lo que se refiere a la naturaleza de las cosas creadas, se expresaron de acuerdo con las ideas del vulgo. Porque, hay que saberlo, Dios no ha querido hacer de su Libro por excelencia, la Biblia, un curso regular ni de historia ni de física para satisfacer nuestra curiosidad sobre estas cuestiones. Su único objeto es conducirnos al amor y adoración de Dios, y mostrarnos, por medio de la enseñanza infalible de nuestra santa madre Iglesia, cómo podemos llegar a la salvación eterna gracias al Mediador, ese sol divino cuya luz se anuncia desde los primeros capítulos del Génesis, y crece a lo largo de todo el Antiguo Testamento, hasta que, llegada la plenitud de los tiempos, aparece con todo su esplendor en el Testamento de la Nueva Alianza.



 [1] El Libro de lo Justo, hacia el final del Libro de Josué, dice: «Y en el Libro de las Guerras de Jehová, que escribieron Moisés y Josué y los hijos de Israel». Estas Actas o Memorias continuaron de generación en generación. No hay duda de ello, y Josefo, a quien citaremos, lo afirma positivamente. 

[2] El texto está más adelante.