domingo, 21 de enero de 2024

Introducción al Libro de lo justo, por L. B. Drach, rabino converso (I de XII)

 LIBRO DE LO JUSTO - LIBRO DE YASCHAR 

Yaschar (Sepher Haiyaschar) o Libro de lo justo 

Traducido por primera vez del texto hebreo rabínico, con notas y precedido de un ensayo sobre este libro,

Por el Caballero Paul L. B. Drach 

Nota del Blog: Damos a continuación la introducción que nuestro Drach hizo a la traducción de un apócrifo judío citado por dos veces en la Biblia. Creemos que es de mucha utilidad para entender algunas cuestiones relativas a la composición de los libros canónicos. El libro de lo justo presenta, además, muchos agregados que no están en la Biblia y que, como dice Drach, están como faltando. 


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Tomado del Dictionnaire des apocryphes, vol. II, col. 1069-1310, de Jacques-Paul Migne, 1858. 

PRÓLOGO 

1. El libro, cuya primera traducción ofrecemos al público, se conoce generalmente con el título de Yaschar, הישר ספר, es decir, Libro de lo justo; pero él mismo se titula en la primera línea del texto: Libro de la Generación de Adán, אדם תולדת ספר. Este título, tomado de Gén. I, 1, también puede traducirse: Libro de la Historia del Hombre. Un autor antiguo lo cita bajo otro título: הימים דברי, Crónica o Anales, y הארוך הימים דברי, Crónica larga, Anales largos[1]. La explicación de estos diversos títulos se encontrará en lo que tendremos que decir más adelante sobre el propio libro.

2. El título Yaschar, que aparece dos veces en el texto original del Antiguo Testamento (Jos. X, 13 y II Sam. I, 18), ya atrajo la atención de los Doctores de la Sinagoga y Padres de la Iglesia, y hasta hoy ha seguido siendo objeto de investigación y meditación de los estudiosos que se ocupan de las cuestiones bíblicas. La mayoría de ellos, dominados por ideas preconcebidas, como ocurre con demasiada frecuencia, en lugar de buscar la luz en los documentos antiguos, y penetrar hasta el fondo de la cuestión, se han dejado llevar por la imaginación, esa loca de la casa, como la caracterizó Santa Teresa. El Yaschar, un auténtico Proteo, adopta todo tipo de formas bajo sus plumas. Algunos lo convierten en una colección de odas heroicas en honor a los fuertes o a un solo fuerte de Israel. Abre los libros de los demás, y te parecerá unas veces una elegía fúnebre, έπικήδειον, otras, una colección de himnos sagrados; y luego, cambiando la fantasmagoría, es un ritual que regula los deberes religiosos y las ceremonias del culto. No acabaríamos aquí si quisiéramos mostrar al lector todas las metamorfosis que ha sufrido el pobre Yaschar.

3. Son sobre todo los exegetas alemanes los que dan rienda suelta a su imaginación cuando se les pregunta qué era este libro. Porque ninguna hipótesis, por muy extraña que sea, les detiene, siempre que impacte por su extrañeza, y, sobre todo, que anule las creencias admitidas por todas las generaciones desde la más alta antigüedad. Un doctor inglés, ministro de la palabra de Dios, se ha vuelto un apasionado discípulo de estos racionalistas temerarios para aprender de ellos el modo de demoler pieza por pieza, por medio de paradojas, todo el edificio de las Sagradas Escrituras. Los maneja con una audacia y utopías que demuestran lo mucho que se ha beneficiado de las lecciones de sus maestros. Y, para convertirse él mismo en maestro, ha creado su propia obra maestra. Encontró el Yaschar, no enterrado bajo un montón de manuscritos polvorientos en alguna biblioteca inexplorada, sino en el Pentateuco, que, según el ministro anglicano y sus Gamalieles germanos, no llegó a existir hasta la época de Josías, rey de Judá, es decir, más de ochocientos años después de Moisés. Así es como sucedió: Helcías, el Sumo Sacerdote de la época, fusionó las leyes del legislador del Horeb precisamente con nuestro Yaschar. Tal es el origen asignado al Pentateuco por la sagacidad de las autoridades racionalistas del otro lado del Rin. Se trataba, pues, de la simple operación de sacar al Yaschar de esta amalgama. Esto es lo que ha hecho valientemente el ministro anglicano en un libro publicado en Berlín con el título: Yashr fragmenta archetypa carminum Hebraicorum. El P. Cruice, superior de la École des Hautes Etudes Ecclésiastiques, ha hecho justicia a esta excéntrica obra, así como a los excesos y quimeras de la exégesis racionalista alemana en general, en un ingenioso artículo escrito con el talento y erudición que distinguen a este eclesiástico, una de las más bellas glorias del clero francés[2].

4. Leemos en el mismo artículo: 

«Más allá del Rin, la imaginación lo domina todo, la historia, la filosofía, incluso la teología. Existe, bajo el cielo germánico, no sé qué poderoso encanto que lleva a vagos ensueños». 

En efecto, quien no conoce los libros publicados en Alemania no puede hacerse una idea de los desvaríos, de los desenfrenos del espíritu del racionalismo en ese país. Y estas desviaciones impías, fruto de la libre interpretación del sistema protestante, se difunden bajo el pomposo título de hermenéutica y exégesis bíblica. El mito juega un papel importante: las verdades más positivas, las creencias más fundadas se convierten en mitos, en concepciones poéticas, en vanas alegorías. Estos tristes excesos no dejan de aumentar. Strauss ha mitificado la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo. Se le podría mostrar, siguiendo su ejemplo, que se puede hacer un mito más exacto de Napoleón I y su familia que el que él hizo, pero, sin embargo, encontró una sucesión de imitadores que siguieron sus pasos, hasta Feuerbach, del que se pensaba que había llegado al límite extremo de las utopías ridículas, pero se vio sobrepasado por otros. Sin embargo, la existencia de Jesucristo, atestiguada por tantos monumentos y una tradición que se remonta sin interrupción a la época de la vida terrestre del Verbo hecho carne, interfirió desagradablemente en su manía de convertirlo en un ser fantástico, en un mesías imaginario. Pero al final uno de estos cerebros X arregló el asunto de la siguiente manera, para gran aplauso de los demás racionalistas: sí, Jesús existió; pero fue un hombre nacido como cualquier otro, de un padre y una madre. Sólo Dios, asombrado o, si se quiere, encantado por su virtud y ciencia excepcional, lo asoció a su divinidad. Aconsejamos al ingenioso autor de este expediente que no solicite una patente. Otros herejes le precedieron hace casi mil ochocientos años. Según Cerinto, Jesús, nacido a la manera ordinaria de los hombres, había llegado a la dignidad de Cristo por el progreso de su virtud[3]. Carpócrates enseñó que Jesucristo era por naturaleza lo que son todos los hombres, pero se diferenciaba de ellos por la santidad de su vida, por su sabiduría, virtud y justicia. Su alma, habiendo cumplido todos sus deberes, se unió al Padre celestial[4]. Los ebionitas decían que Jesús era un profeta de verdad, que se había convertido en Cristo, Hijo de Dios por progresión y conjunción con Dios, efecto de su tendencia hacia Él[5].

5. Desde hace algún tiempo, los enemigos de la religión se encargan de aclimatar en Francia las más extrañas divagaciones de las delirantes imaginaciones de la Alemania racionalista; y los que prostituyen con estas extravagancias exegéticas con un cierto talento para escribir son, por desgracia, defendidos y alentados.



 [1] El adjetivo הארוך es singular porque la palabra ספר, libro, está implícita. 

[2] Revue contemporaine, marzo de 1856. Un erudito de Burdeos, el Sr. Brunet, nos dice que hay un folleto en inglés, impreso en un pequeño número, y no entregado al comercio: Bibliographical notes on the book of Jasher, Londres, 1833. Once páginas in-8°. No hemos podido encontrar este trabajo.

El Galignani`s Messenger, del 12 de noviembre de 1828, anuncia que se ha encontrado el libro de Yaschar. «Esta antigua obra, escribía, fue obtenida a gran costo por Alcazius, el hombre más ilustre de su tiempo, en Gazan, Persia, donde parece haberse conservado desde la época del regreso de los judíos del cautiverio babilónico, habiendo sido llevada por Ciro a su propio país». Dudamos que el hecho sea cierto, pues un libro de esta importancia no habría dejado de ser publicado. 

[3] Epif. Adv. haer. Lib. I, p. 53, C, de la edición de Colonia. 

[4] Id. p. 102 D y 103 A. 

[5] Id. p. 142 C. El error de Berruyer, condenado por la Santa Sede bajo Benedicto XIV y Clemente XIII, contiene algo del veneno de estas antiguas herejías.