lunes, 28 de febrero de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Con el rollo del Libro (III de IV)

   b) El año de Gracia 

Sucedió en Nazaret, al comienzo de la vida pública del Señor. Jesús entró en la sinagoga el sábado. La costumbre quería que se leyera un pasaje de los profetas, después de la oración. Cuando un extraño o una eminencia asistía a la reunión, el jefe de la sinagoga lo invitaba a hacer esa lectura en el rollo manuscrito de uno de los profetas y comentarlo. 

“Le entregaron el libro del profeta Isaías, y al desarrollar el libro halló el lugar en donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre Mí,

porque Él me ungió –me hizo Cristo;

Él me envió a dar la Buena Nueva (evangelio) a los pobres,

a anunciar a los cautivos la liberación,

y a los ciegos vista,

a poner en libertad a los oprimidos,

a publicar el año de gracia del Señor”.

Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se sentó; y cuantos había en la sinagoga, tenían los ojos fijos en Él.

Entonces empezó a decirles: “Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros”. Y todos le daban testimonio, y estaban maravillados de las palabras llenas de gracia, que salían de sus labios” (Lc. IV, 17-22). 

“Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros”. O bien Cristo venía como usurpador –a la manera de Satanás– o bien decía la verdad. 

Si, pues, se había cumplido esta palabra de la Escritura, Jesús era el Mesías. Dispensaba “la buena nueva”; venía a curar, librar, publicar el año jubilar –el año de gracia del Señor– y, por lo tanto, a traer la remisión de las deudas, el perdón. 

Ahora bien, para darse semejante misión, una misión que sitúa a quien está investido de ella fuera del cuadro habitual, es preciso ser, lo repetimos, o un usurpador o el Ungido del Eterno. Qué importancia le atribuye Jesús al hecho de que se haya cumplido la Palabra de la Escritura. Es sobre semejante testimonio –el suyo– que intentamos cada vez más escrutar, penetrar esta Palabra de verdad, pureza, santidad y alegría. 

La profecía de Isaías continúa, pero Jesús hizo un corte brusco. ¿Por qué no leyó el final del v. 2 del cap. LXI de Isaías?: 

“Y el día de la venganza de nuestro Dios”. 

Viene a publicar “un año de gracia”, el año de la remisión de las deudas; pero no ha llegado el tiempo de anunciar “el día de la venganza de nuestro Dios”, ni lo que sigue, la consolación de los “afligidos de Sión... el óleo de gozo en vez de tristeza y un manto de gloria en lugar del espíritu de abatimiento”. 

Jesús no hubiera podido decir del día de la venganza, de ese “tiempo de la cólera” del que había hablado Juan: 

“Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros”. 

Pone el acento sobre “el año de gracia”, sobre la “buena nueva”, que trae la curación, la libertad y la realización de las profecías de su Primera Venida. 

Isaías había anunciado también la misericordiosa bondad del Siervo del Eterno, en palabras citadas por san Mateo:

            “He aquí mi Siervo, a quien sostengo,

mi escogido, en el que se complace mi alma.

Sobre Él he puesto mi Espíritu,

y Él será Legislador de las naciones.

No gritará, ni levantará su voz,

ni la hará oír por las calles [1].

No quebrará la caña cascada,

ni apagará la mecha humeante;

hará justicia conforme a la verdad.

No desmayará ni se desalentará,

hasta que establezca en la tierra la justicia;

su ley esperan las islas” (Is. XLII, 1-4; Mt. XII, 15-21). 

Esta indulgente dulzura del Mesías es característica de los tiempos de su misión terrestre y su poder misericordioso está listo para extenderse hasta las naciones. 

Pero, unos versículos más adelante, oímos una vez más al profeta proclamar un mensaje que parece contradecir todo lo que expresó sobre el “Siervo” del Eterno, de aquel que no grita, que no eleva la voz, no quiebra la caña, no apaga la pequeña mecha. 

“Pues Jehová avanza como un héroe,

como un guerrero despierta su furor,

vocea y lanza gritos,

y muestra su fuerza contra sus enemigos.

“Mucho tiempo estuve callado,

guardé silencio, me contuve,

mas ahora doy voces como una mujer que da a luz,

lanzo ayes y suspiro jadeando.

Devastaré los montes y los collados” (Is. XLII, 13-15)[2]. 

Se trata aquí de un tiempo totalmente diferente: el del Mesías que vendrá como Juez, para establecer el Reino de Dios sobre la tierra. 

Estos ejemplos nos ayudarán a entender mejor la complejidad de los anuncios proféticos antes que tuvieran un primer cumplimiento. ¿Pero ahora no es fácil distinguir los tiempos, dado que las primeras profecías ya se cumplieron? Las debilidades del “Siervo” y los esplendores del “Rey”, las condescendencias del Hijo del hombre y los juicios terribles del Verbo de Dios (Apoc. XIX, 11-16) se oponen, pero no se contradicen. Dos dispensaciones diferentes son colocadas ante nosotros.


 [1] Por lo tanto, no es todavía el juicio, no hay gritos, como había anunciado Juan el Bautista

[2] Éstos son los juicios y la guerra de la Segunda Venida. Apagará la mecha que todavía humea, “todo al mismo tiempo”. La lámpara que se apaga es siempre signo de calamidad.