miércoles, 2 de febrero de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Hijo de David y el Emmanuel (III de IV)

   a) Las genealogías de Cristo 

Los orígenes mesiánicos son complejos a causa de la anchura, largura, alteza y profundidad del misterio de Cristo; no hay que negarlo. Las dos genealogías de Mateo y Lucas presentan algunas dificultades y parecen contradecirse[1], pero la primera quiere establecer sobre todo el carácter real del Mesías, por medio de David: “Genealogía de Jesucristo, hijo de David”, tal es el comienzo del Evangelio de Mateo, que pondrá siempre el acento sobre el Mesías-Rey. 

Lucas quiere indicar sobre todo el carácter del Mesías, Hijo del hombre; su genealogía se remonta hasta Adán. 

Juan comienza su Evangelio con el prólogo de la generación eterna de la Palabra, o del Verbo, Hijo de Dios, Dios Él mismo. He aquí, pues, al Mesías Dios. 

El Evangelio de Marcos se caracteriza por la ausencia de toda genealogía. ¿No es para señalar el signo sacerdotal del Mesías-sacerdote, según el orden de Melquisedec, “que es... sin genealogía”? (Heb. VII, 3). 

Los profetas y los evangelistas se unen pues para revelar los diversos aspectos del misterio de Cristo. 

Mateo nos presenta el Rey-Profeta 

Marcos nos presenta el Siervo-Sacerdote 

Lucas nos presenta el Siervo-Hijo del hombre 

Juan nos presenta el Verbo-Hijo de Dios. 

Cinco siglos antes, los hijos de Israel oyeron anunciar a su Mesías bajo estos mismos títulos por parte del profeta Zacarías: 

“Hija de Jerusalén, he aquí que viene a ti tu Rey (Zac. IX, 9). 

“Y será revestido de gloria; y se sentará para reinar sobre su trono. Él será sacerdote sobre su solio, y habrá espíritu de paz entre ambos (el Rey y el Sacerdote)” (Zac. VI, 13). 

“He aquí el hombre cuyo nombre es Pimpollo - He aquí que haré venir a mi Siervo, el Pimpollo (el retoño de Jesé)” (Zac. VI, 12; III, 8). 

Como Dios, como el Ángel de Jehová (Cristo)” (Zac. XII, 8)[2]. 

b) La profecía del Emmanuel 

En tiempos de Isaías, Jerusalén fue amenazada por Rasin, rey de Siria, y por Facee, hijo del rey de Israel (el reino separado del Norte). 

La llegada de los sirios era un peligro. Acaz, el rey de Judá, estaba inquieto; tembló “como tiemblan los árboles de la selva agitados por el viento”, pero Dios tuvo piedad de su miedo. Le envió a Isaías, quien lo encontró en el camino del campo del batanero. Le dijo: 

“Quédate tranquilo; no temas ni se desaliente tu corazón”.

 Isaías le reveló que, al cabo de sesenta y cinco años, Efraín (el reino del Norte) ya no sería pueblo; no tenía, pues, nada que temer de esa guerra llevada a cabo por reyes ya debilitados. 

Para poner a prueba su palabra, el Eterno dijo a Acaz: 

“Pide para ti una señal de parte de Jehová tu Dios; en lo profundo del scheol, o arriba en lo alto”. 

Dios está dispuesto a hacer grandes cosas para afianzar la fe de Acaz, pero, indiferente e hinchado por el orgullo, Acaz responde: 

“No pediré, ni tentaré a Jehová”. 

Entonces Isaías proclama un mensaje que sobrepasa infinitamente a quien habla: 

“Oíd, pues, casa de David: ¿acaso os es poca cosa molestar a los hombres, que molestáis también a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is. VII, 1-14)[3]. 

La continuación de la profecía de Isaías se relaciona con el niño que será dado a luz en el mundo y que será también un primer signo. 

Este anuncio de la Virgen que debe dar a luz se extendió mucho más allá de Israel. Las diosas-madres egipcias y druidas llevaban la marca, el signo del Emmanuel, y la transmitían entre las naciones como una radiante esperanza. 

Ahora bien, el Evangelio señala, desde la primera página, el cumplimiento de esta profecía. El ángel del Señor, que aparece en sueños a José, le dice: 

“José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo”. 

Y el Evangelista Mateo agrega: 

“Todo esto sucedió para que se cumpliese la palabra que había dicho el Señor por el profeta: “Ved ahí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel”, que se traduce: “Dios con nosotros” (Mt. I, 20-23).


 [1] Ver nuestro estudio: Apéndice II. 

[2] Isaías anuncia también el Mesías: “He aquí a mi siervo” (Is. XLII, 1; LII, LIII); Dios: “He aquí nuestro Dios” (Is. XXXV, 42; XL, 9); Rey: “Tus ojos contemplarán al Rey en su belleza” (Is. XXXIII, 17). 

[3] Immanû - El = Dios con nosotros. Ver el desarrollo en el Apéndice II.