lunes, 14 de febrero de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Con el rollo del Libro (I de IV)

    12. Con el rollo del Libro 

En el brillante vitral del transepto sur de la catedral de Chartres, resplandecen cuatro gigantescos personajes; llevan sobre sus espaldas a otros cuatro, más pequeños. Esta extraña figuración, en el resplandor de sus relucientes colores, es un magnífico símbolo. 

Los cuatro grandes Profetas –Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel– están tan unidos a los Evangelistas –Mateo, Marcos, Lucas, Juan– que los presentan al mundo, subidos a sus robustas espaldas, al igual que las mujeres de oriente llevan a sus hijos. 

¡Ingenuidad y grandeza, tan características de la Edad Media! Nos hablan y gritan que el Antiguo Testamento está unido al Nuevo que, a pesar de los cuatro siglos que corren entre el último de los profetas, Malaquías, y Juan el precursor, profeta él mismo, no hay interrupción. 

La Palabra es una, como Cristo; es un organismo vivo y perfecto al que nada le falta, y al cual nada se le debe quitar. 

Dios puede abrir o cerrar los paréntesis, pero ninguno de los lazos de unión ha roto la cadena de oro de la variedad y el amor, de la justicia y la paz, desde el origen hasta la nueva Jerusalén. 

El Antiguo Testamento termina con la evocación escatológica de Elías, el profeta de fuego; el Nuevo Testamento se abre con la aparición de Juan, profeta del Altísimo, el que viene “con el espíritu y el poder de Elías”. Elías es el lazo, el hilo conductor que lleva a Cristo[1].

a) El Precursor 

“He aquí que os enviaré al profeta Elías,

antes que venga el día grande y tremendo de Jehová.

Él convertirá el corazón de los padres a los hijos,

y el corazón de los hijos a los padres” (Mal. IV, 5-6) 

Así termina el Antiguo Testamento[2]. 

Y de esta manera el Ángel Gabriel anuncia a Zacarías, el sacerdote, el futuro nacimiento de su hijo Juan: 

“Porque será grande delante del Señor... y será colmado del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre; y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios. Caminará delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y los rebeldes a la sabiduría de los justos, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc. I, 15-17). 

El Ángel retoma las palabras de Malaquías y establece su consecuencia, en el orden de la revelación, cerrada desde hace cuatro siglos. 

Leamos ahora, en Malaquías, otro anuncio de la misión de Juan el Bautista, que el Señor Jesús relaciona también con el profeta Elías, cuando dice a la multitud, hablando de aquel que preparó su camino: 

Entonces ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Éste es de quien está escrito: «He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti»” (Mal. III, 1). 

“En verdad, os digo, no se ha levantado entre los hijos de mujer, uno mayor que Juan el Bautista… Todos los profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y, si queréis creerlo, él mismo es Elías, el que debía venir. ¡Quién tiene oídos oiga!” (Mt. XI, 9-15). 

Esta relación de Juan con el profeta Elías es extremadamente significativa. Juan venía “con en el espíritu y el poder de Elías”. Venía para ser el reformador de un pueblo infiel; venía como taumaturgo[3]; venía, finalmente, como el “precursor” antes del Rey. 

Elías había puesto formidables cimientos en tiempos de Acab, el más malvado de los reyes de Israel, y de Jezabel, la más idólatra de las reinas. Esta época se debe poner en paralelo con los tiempos futuros de la Tribulación[4], pues hubo terrible hambre durante tres años y medio. Elías había cerrado el cielo a fin de que no lloviera; pero cuando llegó la hora de regar la tierra, rogó sobre el Carmelo. Advirtió a Acab que partiera a Jesreel y él mismo se ciñó los lomos y corrió delante del rey para abrirle el camino y para que fuera recibido favorablemente (III Rey. XVIII, 45-46). 

En esto, Elías era figura de Juan el Bautista, el precursor del Mesías. Malaquías lo había designado como debiendo preparar el camino del Mesías-Rey: 

“He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mal. III, 1). 

Juan merece su nombre de “precursor”: el que precede, el que va adelante. Pero el profeta Isaías había precisado la modalidad de la misión de Juan: sería una “voz que clama”. 

El clamor es siempre el anuncio de la gran nueva, sobre todo en el sentido de juicio y guerra. Los reyes tenían también sus pregoneros para transmitir sus órdenes de puesto en puesto (IV Rey. VII, 11). Juan será, pues, el “precursor” y el “pregonero” del Rey para el tiempo de la gran nueva. 

“Voz de uno que clama:

“Preparad el camino de Jehová en el desierto,

enderezad en el yermo

una senda para nuestro Dios.

Que se alce todo valle,

y sea abatido todo monte y cerro;

que la quebrada se allane

y el roquedal se torne en valle.

Y se manifestará la gloria de Jehová,

y la verá toda carne a una;

pues ha hablado la boca de Jehová” (Is. XL, 3-5 y Lc. III, 4-6). 

No toda carne vio la gloria del Eterno en Cristo, en su Primera Venida, pero “le verán todos los ojos, y aun los que le traspasaron” (Apoc. I, 7), en su Retorno. 

La profecía de Isaías fue aplicada sin hesitación por los cuatro evangelistas a Juan, que venía a preparar el camino real de Cristo. Pero sobrepasa en mucho este primer período y nos deja entrever el día de la venida del Rey de la gloria. Solamente los reyes tenían su precursor. Si, pues, Juan venía “con el espíritu de Elías”, precursor de Acab, entonces era precursor de un rey. ¿De cuál?


 

[1] Creemos que Elías será uno de los Dos Testigos del Apocalpsis. 

[2] Nota del Blog: Está claro que, cronológicamente, los dos libros de los Macabeos son posteriores en el tiempo, pero como la autora no va a negar algo tan burdo, pues entonces habría que decir que lo que está queriendo explicar es que es la última palabra de los Profetas. 

[3] Nota del Blog: En realidad, San Juan Bautista no hizo ningún milagro, según las expresas palabras del Evangelio: 

“Y muchos vinieron a Él, y decían: «Juan no hizo milagros, pero todo lo que dijo de Éste, era verdad»” (Jn. X, 41). 

[4] La gran Tribulación debe durar tres años y medio. Acab y Jezabel son figuras del Anticristo y el Falso Profeta.