jueves, 23 de diciembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Misterio de los primeros Reyes (I de III)

    9. El Misterio de los primeros Reyes 

“Tu ruina, oh Israel, viene de ti,

y sólo de Mí tu socorro.

¿Dónde está tu rey?

¡Que te salve en todas tus ciudades!

¿Y tus jueces, puesto que dijiste:

“Dame rey y príncipes”?

Yo te doy rey en mi ira,

y te lo quito en mi indignación”,

Os. XIII, 9-11 

El rey, pedido por Israel y que Dios le dio en su cólera será, sin embargo, el depositario, después del sacerdote, del poder misericordioso y justo, y si es, como David, “según el corazón de Dios”, presentará la figura de Cristo Rey. 

Por medio de su magnífica fuerza, el Eterno restablece sobre un plan más maravilloso lo que Satanás y el hombre, muy a menudo esclavo de la Serpiente antigua, quisieron aniquilar. Si el gobierno teocrático pierde su unidad, si la dirección ya no es en “sentido único” sino en “sentido triple”, sin embargo, por medio de este nuevo organismo –la realeza– Dios manifestará su poder. 

Apoyado sobre el sacerdocio, esclarecido por el profetismo, el rey debía conducir a Israel, mantenerle abierto el camino de la salvación, hacerle progresar en la espera del Mesías-Salvador. Éstos son los modos de vida que debía realizar la realeza, mucho más que salvaguardar a Israel de las naciones conquistadoras y de hacer de él un pueblo guerrero. 

Es preciso comprender la realeza de Israel por medio de una visión mística del plan divino y no por medio de consideraciones humanas, políticas o sociales[1]. 

El óleo de la unción se derramará sobre la cabeza del elegido, como sobre la del sacerdote, para hacer de él, el “ungido del Eterno”, un “cristo”, y, por lo tanto, un rey de justicia y de paz, no un rey de sangre, de compromisos idolátricos y de guerra. Es debido a que la familia de David, de la tribu de Judá, será elegida para ser la línea mesiánica, que cada retoño del tallo de Jesé –el padre de David –será marcado con un signo sagrado. 

La página del “rollo del Libro” consagrada a los esplendores mesiánicos que los reyes debían prefigurar, podía ser una de las más admirables: superior ciertamente a la página sacerdotal, tal vez incluso a la página profética, pues la realeza de Jesús es su título más vasto, después de Verbo de Dios y de Hijo de Dios. Pero es al profetismo que volverá, sin embargo, el inmenso privilegio de proclamar los sufrimientos y las glorias venideras de Cristo con la mayor magnificencia; pues luego de la infidelidad sacerdotal, la culpabilidad real, a su vez, será profunda. ¡Será preciso “el espíritu de profecía”: es el testimonio personal de Jesús (Apoc. XIX, 10) para conservar en Israel la invencible esperanza! 

“He aquí que vengo con el Rollo del Libro escrito por mí”. 

Si, pues, la realeza tenía una misión muy extendida y un rol mesiánico cierto, entendemos muy bien por qué Satanás se ensañó contra la Casa de David, que portaba sobre sí un tallo lleno de esperanza. Intentó quebrarla, luego, arrancar sus retoños, pero ninguna de estas astucias logró marchitar la flor, la Virgen María, ni corromper el fruto, Jesucristo. 

El primer rey consagrado por Samuel fue Saúl. Habiendo recibido junto con la unción real, el poder profético (I Rey. X), quiso arrogarse también el poder sacerdotal ofreciendo él mismo, en lugar de Samuel, el holocausto y los sacrificios de acción de gracias (I Rey. XIII, 8-14). 

A causa de este gesto inconsiderado que recuerda el de los Rubenitas, Saúl fue rechazado. ¿No quiso, como Satanás, apoderarse de los tres poderes, concentrar en sí mismo el sacerdocio, la realeza y el profetismo, que solamente el Señor unirá perfectamente en Él? Cristo será profeta, sacerdote y rey; Saúl era un usurpador parecido a Satanás que, por medio de la astucia, siempre busca tomarse las prerrogativas arrancadas a los demás. 

El segundo rey, David, consagrado por Samuel, aparece, por el contrario, como una figura de Cristo bajo muchos aspectos, a pesar de sus faltas y la sangre que derramó; pero es la imagen de Jesús en su Primera Venida. Perseguido, doloroso, abandonado, David es claramente el rey desconocido que llevará los estigmas de la pasión; sus Salmos, por lo demás, serán la expresión viva, la expresión sufrida. Prestará su carne a Dios para que grabe allí, con diez siglos de antelación, el alma dolorosa del Mesías rechazado, abandonado por los suyos. 

El tercer rey, Salomón, en contraste con David, llevará las insignias de la gloria real de Cristo, agrupando a Israel en una unidad, relacionando a su pueblo con las naciones, extendiendo la justicia y la paz en su Reino. 

a) La Ley de la preeminencia del Segundo sobre el Primero 

Los tres primeros reyes, Saúl, David y Salomón, marcados cada uno con una particular efigie, ¿no ofrecen a nuestro pensamiento interrumpido un triple misterio? 

Saúl, apenas consagrado, es reemplazado. El primer rey no será el que tenga descendencia mesiánica sino el segundo, David. 

Un lector atento tal vez esté sorprendido al constatar que en las Escrituras el primogénito es siempre un criminal como Caín, o un maldito como Cam, en la persona de su hijo Canaán, o alguien no bendito como Esaú, o uno removido de la preeminencia como Rubén. Al comenzar la realeza en Israel constatamos inmediatamente que Saúl, el primer rey, es rechazado por Dios. Muy pocos estudios bíblicos han remarcado esta ley. Es una mera casualidad, dirán los racionalistas. 

Dios no conoce el azar. Creemos que hay una doble razón de esta desgracia del primogénito, de una profundidad insigne. El ángel ha sido el hermano mayor del hombre, el cual parece que fue creado para reemplazar a los ángeles infieles. El segundo “hijo de Dios”, Adán, tomó, pues, el lugar del primero, del ángel caído, del “hijo de la aurora” que se volvió rebelde. 

Existe, pues, una substitución del hombre al ángel, del segundo al primero. Tal es la primera substitución. 

Ahora bien, Dios estableció al hombre como cabeza y rey de toda la tierra. Adán, con relación a la nueva creación, es “el primero”. Pero, infiel a su vez, cayó de su posición y es Cristo, el segundo Adán, el que lo reemplazará (I Cor. XV, 45-47). Nueva substitución del segundo al primero, en este caso sin ninguna posibilidad de controversia teológica. 

Ahora bien, si relacionamos estos datos con lo que hemos dicho sobre el rechazo de los primogénitos en beneficio del menor, creo que tenemos la explicación. Si aplicamos a la trilogía real –Saúl, David y Salomón– las leyes de substitución, ¿no constatamos que Saúl es suplantado por David y Salomón[2], que no hacen más que uno en la persona de Cristo a quien prefiguran? 

En efecto, ¿no se unen David y Salomón de la misma manera que se relacionan en las visiones proféticas las dos venidas de Cristo, concerniente a un solo y mismo Mesías? 

Nos es presentada en una pequeña síntesis la exposición del gran misterio de la Redención, en sus dos tiempos, pero en sentido inverso. 

Cristo, el segundo Adán en su Primera Venida, suplanta al primer Adán, el pecador, por medio de su humillación, sufrimiento y muerte. 

Cristo, después de su retorno, suplantará al primer ángel, el caído, por medio de su triunfo sobre el “príncipe de este mundo”, y le arrancará definitivamente sus poderes usurpados.


 [1] Es lamentable que Daniel Rops en su Historia Sagrada, tan remarcable por otra parte, haya hablado como Renán o E. Montet en su Historia del pueblo de Israel

[2] Señalemos además que David es el más pequeño de los hijos de Jesé, y que Salomón no es el mayor de la unión de David con Betsabee. El hijo del pecado, el mayor, murió, y Salomón es el segundo.