lunes, 6 de abril de 2020

Sobre algunos grupos de personas en el Apocalipsis (II edición) (XI de XV)


VI. Los Santos

Nota del Blog: Hemos modificado un tanto la opinión que dimos en su momento[1], así que sirva esta nueva entrada como una Retractatio.


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Contrariamente a lo que pensábamos antes, este nombre parece incluir nada más que un solo grupo. Primero veamos los textos:

Apoc. V, 8: “Y cuando hubo recibido el libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron ante el Cordero, teniendo cada cual una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos”.

Apoc. VIII, 3-4: “Y otro ángel vino y se puso de pie ante el altar, teniendo un incensario de oro y se le dio muchos perfumes para que diese a las oraciones de todos los santos sobre el altar, el de oro, el que (está) delante del trono. Y subió el humo de los perfumes por las oraciones de los santos de mano del ángel ante Dios”.

Apoc. XI, 18: “Y las naciones se airaron y vino tu ira y el tiempo para que los muertos sean juzgados; y para dar la recompensa a tus siervos: los profetas y los santos; y a los que temen tu Nombre: los pequeños y los grandes; y para destruir a los que destruyen la tierra”.

Apoc. XIII, 7.10: “Y se le dio hacer guerra contra los santos y vencerlos y se le dio autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación… si alguno a cautiverio, a cautiverio va; si alguno a cuchilla ha de ser muerto, a cuchilla ha de ser muerto. Aquí está la perseverancia y la fe de los santos”.

Apoc. XIV, 12-13: “Aquí la perseverancia de los Santos está, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Y oí una voz del cielo diciendo: “Escribe: ¡Bienaventurados los muertos, los que en Señor mueren, desde ahora!”. “Sí, dice el Espíritu: que descansen de sus trabajos[2]; en efecto, sus obras les siguen”.

Apoc. XVI, 6: “Porque sangre de santos y profetas derramaron y sangre les has dado a beber: dignos son”.

Apoc. XVII, 6: “Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús; y me maravillé, al verla, con maravilla grande”.

Apoc. XVIII, 20.24: “¡Alégrate sobre ella, cielo y (¿esto es?) los santos y los apóstoles y los profetas, pues ha juzgado Dios vuestro juicio contra ella!... Y en ella sangre de profetas y santos fue hallada y (¿esto es?) de todos los que fueron degollados sobre la tierra”.

Apoc. XIX, 7-8: “Regocijémonos y exultemos y le daremos la gloria, porque ha llegado la boda del Cordero y su mujer se ha preparado. Y se le dio vestirse de lino fino, resplandeciente, puro; en efecto, el lino fino, las justicias de los santos son”.

Apoc. XX, 9: “Y subieron sobre la latitud de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad, la amada, y descendió fuego del cielo y los devoró”.

Apoc. XXII, 11: “El que daña, dañe más y el sucio, ensúciese más y el justo justicia haga más y el santo santifíquese más”.

Apoc. XXII, 21: “La gracia del Señor Jesús (sea) con todos los santos. Amén”.


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Empecemos primero por los textos más claros:

En XIII, 7 se identifica claramente a los santos con aquellos que son vencidos por la Bestia del Mar, es decir, muertos por ella y lo mismo se dice, con otras palabras, en otros pasajes al afirmar que la Bestia está ebria de la sangre de los santos y que será castigada por haber derramado su sangre (XVI, 6; XVII, 6; XVIII, 20.24), ante lo cual son invitados a alegrarse los santos en forma particular, por obvias razones (XIX, 7-8) y se les promete una recompensa (XI, 18).

En XIII, 10 y en XIV, 12 habla de la perseverancia de los santos, a los que identifica con los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, perseverancia que consiste en resistir hasta la muerte.

Un último argumento no será menos definitivo: en

Apoc. XII, 17 leemos:

“Y se airó el Dragón contra la Mujer y se fue a hacer guerra contra los restos de su simiente, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”.

Mientras que en XIII, 7 ya habíamos visto:

Y se le dio hacer guerra contra los santos y vencerlos y se le dio autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación”.

Identificando una vez más a los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús con los santos.


Si esto es así, entonces la profecía sobre el campamento de los Santos que será atacada hacia el fin del Milenio por Gog-Magog (XX, 9), tal vez haga referencia a la Jerusalén Celeste y no a la Terrestre, que podría estar aludida en lo que sigue inmediatamente a continuación: “La ciudad, la amada”.

Las dos citas del capítulo XXII no dicen nada ni a favor ni en contra, pero sí es importante que veamos las de los capítulos V y VIII.

Apoc. V, 8: “Y cuando hubo recibido el libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron ante el Cordero, teniendo cada cual una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos”.

Apoc. VIII, 3-4: “Y otro ángel vino y se puso de pie ante el altar, teniendo un incensario de oro y se le dio muchos perfumes para que diese a las oraciones de todos los santos sobre el altar, el de oro, el que (está) delante del trono. Y subió el humo de los perfumes por las oraciones de los santos de mano del ángel ante Dios”.

Si la Bestia aparece a la mitad de la Septuagésima Semana (Dan. IX, 27), entonces los Mártires del Anticristo no pueden ser anteriores a este período, y puesto que, en estas dos citas, los Santos aparecen ora al comienzo, ora ya avanzada la primera mitad, uno se pregunta qué hacemos con estos pasajes.

Pues bien, creemos que estos Santos son siempre el mismo grupo, los Mártires del Anticristo, pero son nombrados antes de su muerte, durante la primera mitad de la última Semana, en razón de la importancia que ha de tener su oración.

En esto no estamos solos, como vemos por lo que dice Wikenhauser comentando VIII, 3:

Durante el silencio de media hora las oraciones de los santos son llevadas a la presencia de Dios. Estos santos son los fieles de la tierra que, al recibir el sello de Dios, acaban de ser armados de fuerza sobrenatural en previsión de la prueba que se avecina. Dirigen a Dios sus fervientes oraciones. Según los conceptos que sirven de fondo a la descripción, las oraciones de los santos llegan ante todo al altar del cielo, dónde, con el perfume del incienso, se ven purificadas de toda imperfección y convertidas en ofrenda agradable a Dios (…) Este altar, el único que el Apocalipsis parece conocer en el cielo, corresponde al altar de los perfumes que existía en el templo de Jerusalén, pero, en parte, tiene también el carácter y la función del altar de los holocaustos, ya que en él se hace como el ofrecimiento de las almas de los mártires a Dios (Apoc. VI, 9). Desde el altar se elevan ahora las oraciones como densas nubes de humo perfumado hasta Dios, y son recibidas por él como sacrificio acepto (en V, 8 las oraciones están simbolizadas en las nubes de humo, Sal. CXL, 2). La escena busca dar a los cristianos que combaten y resisten con paciencia la seguridad de que sus oraciones llegan hasta Dios y son por él escuchadas”[3].

Repárese, por lo demás, que en ninguna parte de las Escrituras se dice de los santos que ya están en el cielo que su oración sea presentada por medio de los ángeles, sino que este oficio de mediación lo vemos exclusivamente para con los viadores; piénsese si no en las bellas palabras del ángel Rafael a Tobías (XII, 12):

Cuando tú orabas con lágrimas y enterrabas a los muertos y dejabas tu comida y escondías de día los muertos en tu casa y los sepultabas de noche, yo presentaba tu oración al Señor”.

O si no, recuérdense las palabras que se dicen diariamente en la Misa:

“Te pedimos humildemente Dios todopoderoso, que estas ofrendas sean llevadas por manos de tu santo Ángel hasta tu altar del Cielo, ante tu divina majestad, y así, todos los que participando de este altar, recibamos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, seamos colmados de gracias y bendiciones celestiales…”[4].

Por lo demás, que no puede tratarse, por anticipación, de los Mártires del quinto Sello, se ve por el hecho de que el pasaje del cap. VIII tiene lugar, inmediatamente antes de la primera Trompeta y, por lo tanto, después de su Martirio.

En conclusión, este grupo se identifica con los Mártires del Anticristo que ve San Juan entrando en procesión en el Templo Celestial (cap. VII), es decir, con el que el mismo Apocalipsis llama Los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.

Puesto que el juicio de las siete copas es un castigo por haber dado muerte a estos Santos, entonces se sigue, lógicamente, que la primera copa no se derrama hasta después de la persecución del Anticristo[5].



[1] Ver AQUI el grupo VI.

[2] Notemos al pasar que en el Apocalipsis descansan los dos grandes grupos de Mártires, los del quinto Sello y los del Anticristo:

VI, 9-11: “Y cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los degollados a causa de "la Palabra de Dios" y a causa de "el testimonio que tenían". Y clamaron con voz grande diciendo: “¿Hasta cuándo Soberano, santo y verdadero, no juzgas y (¿esto es?) vengas nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?”. Y se les dio a cada uno una túnica blanca y se les dijo que descansen todavía poco tiempo hasta que se completen sus consiervos y sus hermanos, los que van a ser matados como ellos también”.

A este descanso alude sin dudas San Pablo en el pasaje en la Epístola a los Hebr. III, 7 – IV, 13. Cfr. Mt. XI, 28 y Mc VI, 31.
  
[3] El Apocalipsis de San Juan, Herder (1969).

[4] “Supplices te rogamus, omnipotens Deus: iube haec perferri per manus sancti Angeli tui in sublime altare tuum, in conspectu divinae maiestatis tuae; ut, quotquot ex hac altaris participatione sacrosanctum Filii tui Corpus et Sanguinem sumpserimus, omni benedictione caelesti et gratia repleamur”.

Canon de la Misa. Ver también la oración de la segunda incensación.

[5] Hay otras razones para defender este punto, pero este sólo basta y sobra por ahora para descartar la teoría de la recapitulación tal como la proponen autores como Castellani y Eyzaguirre.