domingo, 1 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (II de VII)


La Naturaleza del Anticlericalismo

En sí mismo, el anticlericalismo no es nada más que una antipatía u oposición de parte de los Católicos a la jerarquía o sacerdocio en general y a sus líderes espirituales en particular, por cualquier razón que se adopte semejante actitud. Es esencialmente una falta de los Católicos, aunque las personas culpables de ello no tienen que ser necesariamente laicos y ciertamente no necesitan ser ciudadanos de un país predominantemente Católico. Los ataques de los que están fuera de la Iglesia, por más que se dirijan principalmente contra los líderes espirituales de la Iglesia, no se designa propiamente como una actividad anticlerical.

De hecho, la mayoría de los asaltos y persecuciones que los enemigos de la Iglesia dirigen contra ella, se centra en última instancia en la jerarquía. Aquellos que tienen como fin intentar destruir el reino de Dios sobre la tierra saben perfectamente bien que su trabajo sería no solamente posible sino fácil si pudieran lograr deshacerse de aquellos a quienes Dios puso como gobernantes y maestros de la Iglesia o al menos minimizar su influencia. Tenemos un ejemplo inequívoco del manejo de esta táctica en la conducta de los diversos dictadores comunistas en Europa oriental en este momento. Esos dictadores tienen como política matar o exiliar a los obispos y a los destacados líderes espirituales en los territorios que han tomado por la fuerza, y no han escatimado esfuerzos para hacer que el pueblo Católico se aleje de los que hablan en nombre de Cristo. El anticlericalismo representa, en los rangos Católicos, una tendencia hacia la misma división en la Iglesia de Dios que la que buscan los enemigos de la Iglesia. Es un movimiento dentro de la membrecía de la Iglesia objetivamente hostil a la Iglesia, sea que el individuo anticlerical se dé cuenta o no de la importancia de esta hostilidad. Como tal, difiere esencialmente de la oposición o persecución del clero Católico por parte de los que no son miembros.

La antipatía u oposición por parte de un Católico para con sus líderes espirituales, lo que constituye la esencia del anticlericalismo, es una violación directa de esa caridad o “amor de hermandad” que el discípulo de Cristo está obligado y posee el privilegio de tener para con sus hermanos en la casa de Dios. Donde la caridad demanda una alegre y entusiasta participación en el trabajo corporativo de la Iglesia bajo la dirección de los hombres comisionados por Nuestro Señor para dirigir a los fieles, el anticlericalismo ofrece, cuanto mucho, solamente una respuesta reticente y desconfiada de ese liderazgo. Al quejarse de la posición y el liderazgo de la jerarquía y del clero en general, el anticlerical fomenta discordia y desunión en el Cuerpo Místico de Cristo y dificulta la actividad de la Iglesia Militante que trabaja por la gloria de Dios en contra de la oposición siempre presente de la Ciudad del hombre.

Una manifestación clara del anticlericalismo se encuentra cada vez que, y por la razón que sea, los Católicos hablan y escriben de tal forma que derogan la autoridad e influencia de aquellos responsables ante Dios para guiar a su Iglesia en este mundo. Bajo este título debemos clasificar las quejas y críticas al clero como grupo y a los líderes espirituales individuales, dirigidos por Católicos a sus co-miembros con el fin de disuadirlos del apoyo leal e incondicional debido a la autoridad eclesiástica. Semejante actitud o movimiento de parte de los Católicos, contrario a las exigencias de una sincera caridad para con los líderes de la Iglesia Militante, debe ser tomado como una verdadera expresión del anticlericalismo.


Ahora bien, al tratar este tema, es importante notar que la generosa y leal cooperación exigida por la caridad cristiana en la vida de la Iglesia Católica bajo la dirección de la jerarquía no implica necesariamente la creencia en el sacerdote o laico en concreto que todos los detalles de la política de los líderes de la Iglesia militante son en teoría los más sabios que se pueden adoptar. A pesar del hecho de que un prominente defensor de “un saludable anticlericalismo Católico”, el inglés Edward Ingram Watkin, ve como alternativa a su amado sistema “un clericalismo que teme el escándalo como el peor de los males y pretende que cualquier acción que tome la jerarquía o incluso por un prelado en particular es la mejor y más sabia”[1], lo cierto es que la caridad en la casa de Dios no exige tal cosa. Los Católicos no tienen que creer que, en abstracto, el principio particular adoptado por los líderes eclesiásticos en una localidad o con respecto a un problema individual es absolutamente la mejor posible. Vemos la aplicación de esta verdad en el hecho de que, una y otra vez durante el transcurso de la historia de la Iglesia, un hombre que ha trabajado sincera y lealmente bajo un líder espiritual por el éxito de un programa determinado, cambió él mismo algunos detalles de la política eclesiástica cuando fue llamado a ese liderazgo. Para no irnos tan lejos con un ejemplo, tenemos el caso del obispo Vaughan, que cooperó leal y genuinamente con el liderazgo del Cardenal Manning en temas tales como el rechazo a la aprobación de la presencia de estudiantes Católicos en Oxford y que, como Cardenal Vaughan, sucesor del Cardenal Manning, adoptó una política completamente nueva sobre este tema[2].

Pero incluso aunque un Católico, sea laico o sacerdote, pueda ser capaz de concebir un modo más efectivo o brillante para proceder que el adoptado por la jerarquía de su propio tiempo y país, está obligado en consciencia a dar su leal e incondicional cooperación a la obra de la Iglesia, según es dirigida. La Iglesia de Cristo en este mundo es la Iglesia militante. El lugar del Católico, sacerdote o laico es, por esta razón, bastante similar a la del soldado y oficial en un ejército en guerra. Sin dudas puede suceder que el soldado u oficial esté convencido (tal vez con una razón no muy convincente), que la batalla en la que está luchando podría haberse planeado mejor por aquellos que están a cargo del ejército en conjunto. Sin embargo, la lealtad de ese soldado depende directamente, aquí y ahora, de su completa disposición en hacer bien el trabajo específico que se le ha asignado. De la misma manera, bien puede suceder que el mediocampista de un equipo de fútbol americano se imagine que la jugada particular ideada por su mariscal de campo en ese punto determinado en el partido es, en abstracto, menos aconsejable que alguna otra maniobra. Aun así, su importancia para el equipo depende de su cooperación en el juego al que ha sido llamado. Si intentara tomar la parte que le hubiera sido asignada en otro juego, o si simplemente descuidara hacer su parte en la jugada concreta que se le ha asignado, solamente puede lograr hacer daño a su propia causa.

Precisamente de la misma manera, la dirección dada a la Iglesia por la jerarquía por medio del sacerdocio Católico constituye el único conjunto de órdenes por los que la viva y visible Iglesia de Jesucristo vive y actúa en el mundo como una unidad, aquí y ahora. Aquel que da solamente una obediencia reticente y minimalista a esas órdenes, o aquel que intenta dirigir su actividad de acuerdo a una política que cree ser en abstracto más efectiva que la adoptada por la jerarquía, lo único que logra es impedir la actividad corporativa de la Iglesia militante en este mundo. O, para decir las cosas de otra manera, lo único que logra es ayudar a la causa de aquel líder que está perpetuamente en conflicto con Nuestro Señor y su Iglesia, el líder a quien Cristo designó como “el príncipe de este mundo”.



[1] The Catholic Centre (Londres: Sheed and Ward, 1943), p. 148. El Sr. Watkin parece haber olvidado que el escándalo es en realidad un pecado contra la caridad y uno de los mayores males.

[2] Nota del Blog: Damos en apéndice una importante carta de León XIII al Cardenal de París en la cual desarrolla este tema en cuanto a los principios y a sus necesarias distinciones.