sábado, 7 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (III de VII)


Los Motivos del Anticlericalismo

Una supuesta incursión de los clérigos en el dominio puramente civil, lo que Belloc mencionó como la causa original que incitó el anticlericalismo, ha tenido poco que ver con la oposición al liderazgo eclesiástico de parte de Católicos equivocados en países como el nuestro. Dos causas en particular parecen haber motivado en mayor medida semejantes deslealtades entre los miembros de la verdadera Iglesia. La primera es un juicio adverso sobre las conductas o políticas de los eclesiásticos individuales o grupos de eclesiásticos. La segunda es más bien un manifiesto deseo de ser aceptado por el mundo anticatólico.

Lo que es visto como una conducta impropia de parte de los eclesiásticos individuales o grupos de eclesiásticos, objetivamente hablando, no es excusa para adoptar una actitud anticlerical. Si existe un hecho fundamental del que el Católico es perfectamente consciente, por medio de las diversas Parábolas del Reino sacadas de los Evangelios para diversos domingos del año, es la verdad que la Iglesia de Dios en este mundo está formada tanto de miembros buenos como malos. Si el Católico está dispuesto a obedecer a la jerarquía y reverenciar al clero solamente bajo condición que todos los miembros de las diversas órdenes vivan una vida de perfección, entonces la persona está obrando de acuerdo a un postulado radicalmente herético. Podríamos decir que es el punto central en el misterio de la Iglesia que el Cuerpo Místico de Cristo, la casa y familia del Dios vivo es, en este mundo, una sociedad visible y organizada dentro de la cual los malos van a estar mezclados con los buenos hasta el fin de los tiempos.

Nuestro Señor ofreció su oración sacerdotal por esta sociedad, y sólo por ella, con sus miembros buenos y malos. Por su divina constitución es tan visiblemente una en sí misma y con Él que los hombres pueden ver, examinando la Iglesia misma, el carácter de sus miembros como discípulos de Cristo y el propio status de Cristo como el auténtico portador del mensaje de su Padre. Únicamente dentro de esta sociedad los hombres encuentran la hermandad y compañía de Cristo en este mundo. Así, es el único receptor divinamente designado de nuestra lealtad corporativa y sobrenatural a Cristo. El hecho de que haya miembros imperfectos de Cristo tanto entre los laicos como entre el clero de la Iglesia Católica de ninguna manera cancela la deuda de lealtad y caridad que los discípulos de Cristo deben a esta sociedad y a su liderazgo.


Además, la creencia por parte del sacerdote o laico individual de que la política de los líderes eclesiásticos en su actual dirección de la Iglesia pueda ser tal vez mejorada no excusa en manera alguna a ese sacerdote o laico del deber cristiano fundamental de entrar incondicionalmente en la actividad de la Iglesia según las instrucciones dadas aquí y ahora por la jerarquía como líderes de la Iglesia. La infalibilidad que Dios le dio a su Iglesia de ninguna manera garantiza que la designación de este pastor en particular, la dirección de esta escuela (sistema) en particular, o la confección de este concordato en concreto, sean en teoría lo mejor para el bienestar del Cuerpo Místico como un todo. Sin embargo, la decisión de los Ordinarios de la Iglesia Católica aquí y ahora es la decisión de Nuestro Señor mismo. Él quiere que sus discípulos le muestren su obediencia y lealtad viviendo la vida de la gracia dentro de su Iglesia, bajo la dirección y mandatos actuales de los hombres que gobiernan por su autoridad. El escritor equivocado que intenta persuadir a sus hermanos Católicos que vea a su clero y jerarquía como sal que ha perdido su sabor o que insinúa que la Iglesia docente y los doctores acreditados que actúan como sus instrumentos han perdido la competencia para dar instrucciones en la vida espiritual, trabaja real, aunque tal vez inconscientemente, en contra de la autoridad viva de Cristo en su reino.

Una gran parte de lo que podría llamarse modernos escritos anticlericales parece surgir por un deseo más o menos consciente por parte de algunos escritores Católicos menores que quieren obtener el aplauso del mundo literario anticatólico. El autor Católico que es verdaderamente maestro de su oficio (Chesterton podría ser tomado como un brillante ejemplo) parece que nunca es tentado de esta manera. Aún así, al menos en lo principal, las condiciones no han cambiado mucho con respecto a la recepción que un anticlerical puede esperar por parte de un mundo no Católico o anticatólico desde que el Cardenal Manning comentó la actividad anticlerical de Acton y otros semejantes, que estaban entonces muy ocupados en la tarea de intentar desacreditar a Pío IX y a la gran mayoría de la jerarquía Católica.

“La prensa anticatólica ha incentivado con entusiasmo esta escuela de pensamiento. Si sucede que el Católico se encuentra fuera de tono con respecto a la autoridad en media nota, inmediatamente es ensalzado por tener un conocimiento sin igual y por una lógica irrefragable. Los periódicos anticatólicos están a su servicio y descarga por escrito su oposición a las enseñanzas comunes de la Iglesia escribiendo con animosidad contra ellas. Por más triste que sea, no es algo extraordinario”[1].

Hoy en día, cuando el conocimiento y la lógica son tenidos en menor estima, el mundo opuesto a Cristo prefiere saludar al escritor anticlerical como un “visionario” o un “progresista”. Incluso puede darle su mejor galardón y apodarlo “Liberal”, y darle recompensas temporales no despreciables. En cualquier caso, la tentación de buscar la aprobación del mundo no-Católico de esta forma relativamente fácil es real y peligrosa para el escritor. Es algo sobre lo cual deben ser advertidos los Católicos con inclinación literaria.


La Base Teórica del Anticlericalismo

Un escritor Católico puede caer en la actitud del anticlericalismo si está mal informado o instruido sobre la naturaleza y unidad de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica es una sociedad sobrenatural, la compañía de los discípulos de Jesucristo, unida por su imponente presencia en esta sociedad como su cabeza y por la inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de ella. En este mundo se le oponen ferozmente no sólo los poderes humanos y los que trabajan, sino todo el poder y rencor del líder de los enemigos de Dios, el “príncipe de este mundo”. El Católico que ha permitido descuidarse en las prácticas de su religión puede cegarse con respecto a estas verdades esenciales y fundamentales sobre su Iglesia, y puede llegar a verla simplemente como algo igual a las otras organizaciones con las que se encuentra en su vida diaria. Puede llegar a imaginarse que la Iglesia de Cristo es una especie de partido Republicano glorificado. Afirma que un miembro del partido Republicano o Demócrata (aunque, por supuesto, no uno del partido Comunista) puede estar abiertamente en desacuerdo con las políticas de los líderes del partido, puede criticarlos y rechazar cooperar en ciertas iniciativas del partido, y aún así no ser para nada peor persona o menos miembro del partido. Si no se ha dado cuenta de la unidad especial y sobrenatural de la Iglesia Católica, puede engañarse a sí mismo imaginándose que la Iglesia Católica no tiene mayores derechos prácticos sobre sus miembros que el partido Republicano sobre sus afiliados.

De hecho, la actitud anticlerical es completamente incompatible con la unidad que Dios instituyó y mantuvo dentro de la Iglesia Católica. Siendo la Iglesia de las promesas, y por lo tanto la receptora de la promesa de indefectibilidad por parte de Jesucristo, la Iglesia Católica nunca va a ser destruida y nunca va a ser dañada esencialmente por el anticlericalismo en sus miembros. Aun así, aunque esta actitud no es temible para la Iglesia Católica, destruye la vida espiritual en el Católico que es engañado para que la adopte, y puede ser una fuente de profunda desedificación e incluso de ruina para otros que caen bajo esta influencia. Es una nefasta enfermedad espiritual, y la doctrina específica que puede vencerla se encuentra en un examen de la verdadera unidad Católica.



[1] The Vatican Decrees in their Bearing on Civil Allegiance (New York, 1875), p. 27.