domingo, 27 de noviembre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (X de X)

2. Como se sabe, la Epifanía era primitivamente, la fiesta del nacimiento del Señor. Pues bien, lo propio de una "epifanía" es ser una aparición pública, una manifestación gloriosa. Por lo tanto, está claro que si la Iglesia celebra como tal la entrada de su Señor en el mundo, es porque tiene en vista algo distinto del hecho preciso del nacimiento de Cristo; hecho en el cual casi nada deja traslucir esta gloria real. ¡En realidad, es la totalidad del misterio "epifánico" lo que la Iglesia celebra y en ese conjunto, la primera venida del Señor en la humildad de la carne, nos aparece revestida de todo el esplendor de su venida en gloria y majestad! Y justamente, lo que da a esta fiesta una profundidad sin igual es que celebra, bajo forma sacramental, la manifestación final de Cristo que será, el coronamiento de la Redención.

La celebración presente es testimonio de la realidad futura. Testimonio tan cierto para nosotros, como lo fuera para los contemporáneos de Jesús, aquellos acontecimientos de su vida que nosotros celebramos hoy. Porque no uno sino "tres prodigios han señalado este día que honramos. Hoy, la estrella guió a los magos hasta el Pesebre; hoy, el agua se hizo vino, en la fiesta nupcial; hoy día, Cristo quiso ser bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos. Alleluia" (Antífona del Magnificat, 2° Vísperas).

¿Qué hay de común entre estos tres sucesos? Que en cada uno de ellos se manifiesta la gloria del Señor. Manifestación evidente en la adoración de los Magos; testimonio del Padre en el Bautismo de este hombre que acaba de contarse a sí mismo entre los pecadores. En las bodas de Caná, el mismo evangelista es quien se encarga de dar la evidencia: "Este fué el primer milagro que hizo Jesús en Caná de Galilea; y manifestó su gloria, y creyeron en El sus discípulos" (Jn. II, 11).


Así pues, en cada uno de estos hechos, se refleja algo de la Parusía del Señor. Al celebrarlos, la liturgia celebra en cierto modo, por anticipado, el advenimiento glorioso de Cristo, así como en la Cena, Jesús realizó, también por anticipado, su muerte redentora en la cruz. He aquí por qué la Epifanía es la fiesta del triunfo de la Iglesia a través de todas las vicisitudes de su peregrinación sobre la tierra.

3. Pero hay todavía otro lazo entre los tres sucesos que se festejan en este día. La Epifanía de Cristo no es sólo una visita pasajera como la de un César romano a una de sus ciudades. Es propiamente Cristo que viene a tomar su Esposa, la Iglesia. Es una vez más todavía, la celebración por anticipado de las bodas del Cordero. Esta idea tan profundamente dogmática está desarrollada por San Agustín en su Homilía sobre las Bodas de Caná. El breviario que nos da algunos extractos en el tercer Nocturno de II Domingo después de la Epifanía, ha omitido desgraciadamente las partes más interesantes. Sólo se encuentra una simple alusión al desarrollo hecho más arriba sobre el alcance místico del texto, que precisamente determinó su elección:

"Nuestro Señor acepta la invitación que se le ha hecho de asistir a unas bodas, y con ello, independientemente de toda significación mística, El ha querido...".

Pero mejor es conocer lo que precede:

"Respondiendo a una invitación, el Señor viene a las bodas. ¿Qué maravilla si unas bodas han atraído al Señor a esta casa, a Él, que entró en el mundo atraído por unas bodas? Porque si Cristo no ha venido atraído por unas bodas, es porque no tiene acaso, Esposa aquí en la tierra. Pero, entonces ¿qué ha querido decir el Apóstol: "Os he prometido al Esposo único, Jesucristo, para presentaros a Él como una virgen pura?". Tiene pues, aquí una Esposa que El ha rescatado con su sangre y a la cual ha dado en prenda el Espíritu Santo. La ha librado de la esclavitud del demonio, ha muerto por sus pecados, ha resucitado para su justificación. ¿Qué esposo ofrecerá tales presentes a su esposa? Que ofrezcan los otros hombres adornos mundanos, oro, plata, piedras preciosas… ¿habrá uno solo que ofrezca su sangre? Porque si hubiera uno solo que lo hiciera no podría casarse con la esposa. Pero el Señor no tuvo este temor a la hora de su muerte. La esposa a la cual dió su sangre y a la cual se unió en el seno de una Virgen será suya después de su resurrección. El Esposo es el Verbo, la Esposa es la naturaleza humana y la reunión de ambos es Jesucristo, Hijo de Dios, al mismo tiempo que hijo del Hombre. La cámara nupcial donde se hizo cabeza de la Iglesia es el seno de la Virgen María; de ahí es que siguiendo la profecía de las Escrituras: "Semejante a un esposo saliendo del tálamo se lanzó como un gigante a correr su camino".

A la luz de esta doctrina, los tres acontecimientos conmemorados por la liturgia de Epifanía, pierden su carácter de simples hechos transitorios y pasan a ser símbolos permanentes que expresan, cada uno en su forma propia, el misterio de las bodas de Cristo con su Iglesia.

Los dones de los Magos son los presentes de esta boda. El bautismo en el Jordán aparece como el baño nupcial sagrado — todavía en uso entre los orientales — en el cual lava sus manchas la humanidad representada por el nuevo Adán. En Caná, Jesús mismo es el esposo que sirve a la Iglesia, su Esposa, y a los convidados el vino de la nueva Vida: todo esto está reunido en un cuadro encantador en un texto de la liturgia:

"Hoy se une la Iglesia a su Esposo celestial, porque sus pecados han sido lavados en el Jordán: los Magos acuden con presentes a las bodas reales; y habiéndose transformado el agua en vino se regocijan los convidados, alleluia".

Esta es la admirable Antífona "ad Benedictus" de la Epifanía. Para comprender toda la importancia que tiene, hay que recordar que los Laudes son la preparación inmediata a la Cena eucarística, es decir, al festín de que se habla en la Antífona: los fieles son los invitados a las bodas reales donde gustarán el "Pan y el Vino" que El les ha preparado.

Y así volvemos a encontrar el sentido del Ofertorio que ya hemos señalado más arriba: el cortejo de reyes, cargados de presentes simboliza el cortejo de los fieles que llevan sus ofrendas al altar.

A esta misma luz, la Comunión del II Domingo después de la Epifanía, adquiere toda su significación:

"El Señor, dijo: llenad de agua estos odres y llevadlos al maestresala. Cuando el maestresala hubo gustado el agua hecha vino, dijo al esposo: tú has reservado el vino bueno hasta ahora".

El agua hecha vino es, para decirlo una vez más, nuestra humanidad divinizada por la Encarnación del Hijo de Dios.


Este es el sentido de la Epifanía: así lo entendieron los mismos que compusieron la liturgia de este tiempo. Es el coronamiento espléndido del ciclo de Navidad, o más exactamente, el ciclo "epifánico" puesto que tiene por objeto la manifestación del Hijo de Dios en el mundo. Durante este ciclo, la Iglesia nos hace vivir, en forma resumida y altamente conmovedora todo el misterio de "la venida del Señor" desde su advenimiento en la humildad de la carne, hasta el día glorioso de las eternas Bodas del Cordero.