sábado, 5 de noviembre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (VIII de X)

5. Por consiguiente, para celebrar en toda su amplitud la fiesta de Navidad, es necesario pasar más allá de las circunstancias exteriores del nacimiento del Salvador, y coger aquello que constituye la realidad permanente de este misterio. El hecho histórico nos ha revelado que: "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; que hemos visto su gloria, la gloria del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad".

La unión del Verbo a la carne, que se llevó a efecto en la Encarnación es, por lo tanto, substancial e indisoluble. Es decir, que la plenitud de la vida penetra en la naturaleza humana, a través del cuerpo de Jesús, y la une así para siempre a la Segunda Persona de la Trinidad Santa. Esto es lo que con fuerza y concisión expresa el Martirologio Romano al decir: que "Jesucristo quiso consagrar el mundo por su misericordioso advenimiento".

En este sentido, consagración significa la comunicación que hace Dios de su vida divina a las cosas o personas de este mundo. Comunicación de una virtud divina, de la gracia divina. En este sentido también, la Encarnación es la consagración fundamental por la cual el mundo, salido de la mano de Dios, recibe una nueva santificación, es decir, una nueva participación a la propia vida del Creador tal como se encuentra en la Segunda Persona Divina. Toda la liturgia de Navidad está construida sobre esta idea de la "consecratio mundi". Durante el Adviento se anunció ya este reflorecimiento. Navidad habla de él como de algo ya realizado:

"Que los cielos se regocijen y que la tierra se alegre ante la faz del Señor, pues he aquí que viene".

"Todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios. Hoy nos ha iluminado un día santo porque la luz ha descendido sobre la tierra. Dios ha establecido el Universo y no temblará".


Para entender bien el sentido particular de estos textos dentro del marco de la liturgia de Navidad, es necesario recordar el lazo íntimo que existe entre la Encarnación y la creación. A esta luz se revela la admirable profundidad del Ofertorio de la Segunda Misa: "Dios asentó firmemente el globo de la tierra que no será conmovida".

En realidad, la firmeza del universo, la eternidad del mundo tiene de aquí en adelante su fundamento último en la unión de la Segunda Persona divina con la materia creada. Si el Hijo de Dios no puede cesar de existir, la carne que le está unida tampoco puede perecer. Esta unión garantiza en forma definitiva la eternidad de la carne: glorificada en Jesucristo. En esto celebramos verdaderamente el triunfo de Dios. Tan bien ha superado la fragilidad y la debilidad humanas que les ha infundido la vida divina en la persona del Logos, sin destruir ni debilitar la intensidad de esta vida ni la potencia de su Verbo. Aquí está la "consecratio mundi" de que habla el martirologio.

6. Además, hay que hacer notar que el sujeto de esta consagración no es el mundo en toda su pureza original como lo estableció Dios en el momento de la Creación. Es un mundo caído, desordenado después de la falta de Adán, y sometido al imperio de Satanás. Por esto mismo, la consagración que de él hace la Encarnación, se lleva a efecto con alguna dificultad ya que supone la victoria sobre el imperio del mal. Esto es lo que da a la fiesta de Navidad, el carácter de un combate, de un duelo con las potencias del mal. Desde el Introito se inicia un canto guerrero que es al mismo tiempo un canto de triunfo.

"El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. ¿Por qué temblaron las naciones y por qué los pueblos han meditado vanas conspiraciones?".

El cristiano que haya seguido fielmente la liturgia del Adviento, y que se haya apropiado los mismos acentos de la Iglesia en su preparación a la venida de Cristo, no se verá sorprendido por esta exclamación y otras semejantes. Ya durante el Adviento la Iglesia insiste con mucha frecuencia en el duelo que ha de librarse entre el Señor y el príncipe de este mundo. Habla no solamente de la "Corona del Señor" sino de su dominación o de la "liberación que nos trae gracias al poder de su brazo", sino que además, da a Cristo el nombre de "Señor de la venganza". El pensamiento del rescate por la lucha, queda así ligado en forma indisoluble al misterio de Navidad. ¡Pero esta lucha es para el cristiano una victoria, un triunfo!


7. Comprendido así, el misterio de Navidad se nos presenta como el cumplimiento real aunque imperfecto todavía, de lo que el Adviento ha preparado. Esta realización, ya lo hemos visto más arriba, no consiste en un cambio de actitud psicológica de parte de los que lo celebran. Esta fiesta trae verdaderamente algo nuevo a la vida de la Iglesia. Cada nueva celebración señala una nueva infusión de vida divina en el seno de la humanidad, y el culto de la Iglesia, su palabra y sus sacramentos son los instrumentos, productores de esta comunicación de vida divina. En este sentido, la Encarnación del Hijo de Dios es y será una "consecratio mundi" que va adquiriendo siempre una perfección mayor, pues "el Hijo de Dios hecho hombre se desarrolla en la Iglesia que es su plenitud" (Ef. I, 23). Este crecimiento señala igualmente la retirada del demonio. Después de la Encarnación, la suerte del príncipe de este mundo está echada, aunque tenga todavía que desempeñar su papel. Se bate en retirada. Puede aún movilizar sus tropas, pero aún su resistencia y sus avances mismos, deben llevarlo irremediablemente a la ruina final. Podemos, por lo tanto, celebrar con alegría la fiesta de Navidad; por medio de ella, Cristo siempre vivo en la Iglesia, la hace dar un paso más hacia su divinización, hacia ese día en que con toda verdad y realidad "toda carne verá la salvación de Dios". Entonces la Encarnación del Hijo de Dios no será ya más sólo objeto de la fe de "los hombres de buena voluntad" sino que será objeto de la visión de todo el universo.