VI
SEREIS RECOGIDOS UNO POR UNO ¡OH HIJOS DE
ISRAEL!
Is. XXVII, 12
Acabamos de nombrar al
Apóstol Pablo. Sobre su enseñanza vamos a apoyarnos para probar que la reunión
milagrosa de Israel, que comienza a nuestra vista, ha sido anunciada por los
profetas.
Asistiremos tal vez al
restablecimiento completo de Israel sobre la tierra prometida, a la
proclamación de su independencia como verdadera nación políticamente reconstituida,
y nuestros hijos, ¿verán un día la conversión en masa de los judíos al
Evangelio de Cristo?
La manera que el Apóstol
Pablo habla de la reagrupación judía prueba que los profetas del Antiguo
Testamento la tenían ciertamente en vista. Ellos veían en primer plano la
restauración parcial de Jerusalén, después de la cautividad de Babilonia, pero
franqueando los siglos sus anuncios proféticos se extienden más lejos, hasta
tiempos como los nuestros.
Estas profecías han
resonado en tiempos que deben preceder a aquellos que San Pedro llama "los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de
las que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas"
(Hech. III, 21).
Pues bien, en la época de
San Pablo y San Pedro ya no se trataba de la restauración de Israel después de
las cautividades, sino del tiempo que seguiría a la gran dispersión, aquél en
el cual nosotros entramos. "Jerusalén
será pisoteada por (las) naciones hasta que se cumplan (los) tiempos de (las)
naciones" (Lc. XXI, 24)[1].
Además San Pablo anuncia una gloria tal para Israel,
que si queremos seguir el desarrollo del capítulo XI de la Epístola a los
Romanos, nos es preciso aceptar en el mismo sentido que él, las palabras
proféticas de Isaías, Ezequiel, Jeremías, Zacarías sobre el agrupamiento de los
judíos.
Estos anuncios son propios de Israel y no conciernen a
la Iglesia sino en un sentido puramente simbólico. Numerosos exégetas aplican a
la Iglesia, en un sentido literal, todas las bendiciones proféticas anunciadas
sobre Israel y no le dejan a éste sino las maldiciones.
San Pablo habla de una
manera completamente diversa. ¿No deberemos seguirle en su interpretación
profética?[2]
La reconciliación de los judíos vista por San Pablo
"Ahora digo: ¿Acaso tropezaron para que cayesen? Eso no; sino que por
la caída de ellos vino la salud a los gentiles para excitarlos (a los judíos) a emulación. Y si la caída
de ellos ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de
los gentiles, ¿cuánto más su plenitud?... Pues si su repudio es reconciliación
del mundo, ¿qué será su readmisión sino vida de entre muertos?"
(Rom, XI, 11-15)[3].
Por lo tanto San Pablo recomienda a los cristianos permanecer en la humildad.
"Si te engríes (sábete que), no
eres tú quien sostienes la raíz, sino la raíz a ti. Pero dirás: Tales ramas
fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien, fueron desgajadas a causa
de su incredulidad, y tú, por la fe, estás en pie. Mas no te engrías, antes
teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti perdonará” (Rom.
XI, 18-21).
"Y de esta manera todo Israel será salvo; según está escrito: “De Sión
vendrá el Libertador; Él apartará de Jacob las iniquidades; y ésta será mi
alianza con ellos, cuando Yo quitare sus pecados” (Rom.
XI, 26-27).
Aquí el Apóstol Pablo se apoya en Isaías (LIX, 20 y XXVII, 9) y anuncia
esta maravillosa conversión en el momento de la vuelta del Señor Jesús. "De
Sión vendrá El Libertador ".
Siguiendo siempre el
ejemplo de San Pablo, citaremos algunos textos proféticos concernientes al reagrupamiento
de Israel, "de quienes es la filiación, la gloria, las
alianzas, la entrega de la Ley, el culto y las promesas; cuyos son los padres,
y de quienes, según la carne, desciende Cristo…” (Rom. IX, 4-5).
Vendrán tiempos de gloria para Israel, no dudemos, pues a él pertenecen
"las promesas" y de él ha nacido el Cristo según la carne[4].
La reunión de los judíos vista por los profetas
Moisés que anunciaba la caída de Israel en términos
tan reales, habló también de su gloria venidera:
"Entonces Yahvé, tu
Dios, te hará volver del cautiverio, y se compadecerá de ti, y de nuevo te
congregará de en medio de todos los pueblos, entre los cuales te habrá dispersado.
Aun cuando tus dispersados estuviesen en las extremidades del cielo, de allí te
recogerá Yahvé, tu Dios, y de allí te sacará; y te llevará Yahvé, tu Dios, al
país que poseyeron tus padres; tú lo poseerás…" (Deut. XXX, 3-5).
Amós es no menos explícito: "En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que está por tierra; repararé
sus quiebras y alzaré sus ruinas, y lo reedificaré como en los días antiguos… Yo
los plantaré en su propio suelo; y no volverán a ser arrancados de su tierra, que
Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Amós IX, 11.15).
Zacarías en nombre del mismo Dios nos dice: "Los
llamaré con un silbido, y los congregaré; porque los he rescatado, y se
multiplicarán como antes se multiplicaron. Los he dispersado, sí, entre los
pueblos, pero aun en (países) lejanos
se acordarán de Mí; y vivirán juntamente con sus hijos, y volverán. Los traeré
de la tierra de Egipto, y de Asiria los recogeré; los conduciré a la tierra de
Galaad, y al Líbano; pues no se hallará lugar para ellos” (Zac. X, 8-10).
El profeta Isaías compara la reunión de Israel a
la cosecha; ésta es una imagen familiar que Jesús empleará también para
designar el fin del los tiempos.
"Desde el curso del río hasta el torrente de
Egipto; y vosotros, oh hijos de Israel, seréis recogidos uno por uno. Y
sucederá en aquel día que sonará la gran trompeta" (Is. XXVII, 12-13).
Isaías es el gran
anunciador de la gloria de los judíos; los últimos capítulos de su profecía —
que es preciso leer entera — tienen tal potencia que no se han realizado sino
muy parcialmente, después de la vuelta de la cautividad, antes de Jesucristo.
Hay pues mucho que esperar todavía.
En cuanto al profeta Ezequiel, las páginas que consagra al reagrupamiento
de Israel son impresionantes. Hemos dado aquella de los "huesos
disecados"[5]; sería preciso citar muchas
otras[6].
El mismo canto de triunfo
se repite:
"Los reuniré de todas
partes", "Habitarán sus tierras", "Los plantaré en el
suelo", "No habrá bastante sitio para ellos". ¿Y no es ésto precisamente
lo que empezamos a ver?
[1] Nota del Blog: parte la autora en todo su razonamiento de un falso supuesto, a saber,
que la vuelta a Jerusalén tras el edicto de Ciro marcó el fin del Cautiverio judío.
Sobre este tema ver, por supuesto, el Fenómeno VII de Lacunza “Babilonia y sus
Cautivos”. Ver AQUI.
[2] Se acostumbra en los comentarios
sobre los profetas no extender las profecías del Antiguo Testamento más allá de
la vuelta de los cautiverios, de la restauración de Jerusalén y del reino de
Judá. Los exégetas que prolongan las profecías hasta la Iglesia, las extienden
hasta la maravillosa expansión del cristianismo en la época de Constantino y no
van más lejos. Creemos, sin, embargo, con San Pedro (Hech. III, 21) y con San
Pablo (Rom. XI, 26) que los profetas han hablado de la reunión de los judías en
los últimos tiempos y de la restauración de su raza y de su tierra.
[3] Subrayemos esta expresión de San Pablo:
"su caída ha sido la riqueza... por lo tanto... ¡cuál no será su reintegración!".
[4] Es interesante constatar que
después de muchos años la actitud de los judíos respecto a Jesús Nazareno se ha
modificado; empiezan a interesarse por Él, a contarlo entre los judíos célebres. Constantino Brunner ha publicado una obra
titulada "Nuestro Cristo". José Klausner ha escrito en hebreo un
estudio sobre Jesús de Nazaret. Se sabe también que en Jerusalén se ha
procedido a la revisión del proceso de Jesús. En la universidad hebraica de
esta ciudad, se estudia el Nuevo Testamento; en San Luis de los EE. UU., un
rabino ha organizado, en la Sinagoga, un oficio para conmemorar la muerte de
Jesús en la Cruz "porque murió por nuestro pueblo".
[5] Cf. Cap. XV de la Primera Parte “Con mi carne veré a Dios".
[6] Leer
también: Sof. III, 20; Os. III, 4-5; Miq.
II, 12.