El segundo tema fundamental de Bloy, es el de la justicia. La perla de la justicia está en el corazón
de la misericordia, decía santa Catalina de Siena. La obra de Bloy nos trae
a la memoria esas palabras. Una gran parte de su obra no es más que la
paráfrasis inflamada y elocuente del terrible infortunio del rico del
Evangelio.
He aquí, precisamente
sobre la maldición de la riqueza, una página de Le Sang du Pauvre:
Podemos
figurarnos el alma del rico bajo estratos de tinieblas, en un abismo comparable
al fondo de los mares más Profundos. Está en la noche absoluta, en un silencio
inimaginable, infinito, dentro de la caverna de los mismos monstruos del silencio.
Ya pueden rugir y estallar arriba todos los truenos y todos los cañones. El alma
acurrucada en ese abismo, nada podrá oír. Es permitido suponer que a los lugares
subterráneos más oscuros lleguen algunos pálidos hilos de luz, venidos de no se
sabe dónde, como esas telarañas que flotan al viento sobre los campos, en
verano. Para un oído atento, es perceptible un lejano rumor, que muy bien puede
ser el de los latidos del corazón de la tierra. Pero el que no perdona es el
Océano. Luz, ruido, movimiento, vibraciones apenas perceptibles: todo lo
absorbe para siempre.
Sobre la indignación de
Dios:
Pero todo se paga, y es necesario que esto
termine alguna vez; puesto que no hay refugio para evitar la indignación de
Dios. Es una muchacha huraña y hambrienta que nadie deja entrar en su casa; una
verdadera hija del desierto, de cuya vida nadie sabe nada. Los leones, en medio
de los cuales fué dada a luz, han muerto asesinados a traición por el hambre y
las pulgas. Dolorida, delante de todos los umbrales ha suplicado que se le
diese albergue, y no ha habido nadie que se apiadara de la Indignación de Dios.
Y es hermosa, por cierto; pero irreductible a
la seducción e infatigable. Y pone tanto miedo, que a su paso la tierra se
estremece. La Indignación de Dios está andrajosa y casi no le queda con qué
cubrir su desnudez. Anda descalza, ensangrentada y sin lágrimas. Sus ojos son
profundos y sombríos, y su boca guarda silencio. Sabe que en lo sucesivo todo
será inútil. Ha llegado a veces a tomar algún niño en los brazos, y lo ha ofrecido
al mundo; y el mundo ha arrojado esos inocentes a la basura, diciéndole:
— Eres demasiado libre para gustarme. Tengo
leyes, agentes de policía, alguaciles y caseros. Ya te someterás y pagarás el
alquiler como cualquiera, cuando llegue su hora.
— Mi hora está muy próxima, y pagaré
puntualmente, ha contestado la Indignación de Dios. (Le Sang du Pauvre).