V
COMO TAMO DE TRIGO QUE LLEVA
EL VIENTO EN LAS ERAS DE VERANO
Dan. II, 35
Cuando Cristo vuelva a
reinar, a "levantar nuevamente la
tienda de David…" (Oseas citado en Hech. XV, 16), a "reparar las brechas y a restaurar los caminos"
(Is. LVIII, 12), se manifestará bajo un doble aspecto. Traerá la paz definitiva a la tierra, pero para restablecer este reino
de paz, aplastará el poder de sus enemigos.
"PORQUE ES NECESARIO QUE
ÉL REINE “HASTA QUE PONGA A TODOS LOS ENEMIGOS BAJO SUS PIES… DESPUÉS CUANDO
HAYA DERRIBADO TODO PRINCIPADO Y TODA POTESTAD Y TODA VIRTUD” (I Cor. XV, 25 y 24).
El Apóstol Pablo da una importancia extrema a este triunfo de Cristo
sobre sus enemigos. Si se consideran atentamente estas luchas
finales de Cristo contra los poderosos, los reyes, las naciones y Satanás, se
puede constatar lo incomprendidas que son para tantos lectores de la Biblia.
Las profecías relativas a
estos tiempos y las descripciones de estos combates están sobre todo referidas
en los Salmos, en los Profetas y en el Apocalipsis.
Por no comprender su verdadero alcance, acusamos a Dios de ser un Dios
vengativo, cruel, que cede a sentimientos de humana violencia.
Estos textos, que son impresionantes amenazas, descripciones de
terribles matanzas, no pueden explicarse sino a la luz de la perfecta justicia
que se establecerá bajo el reinado de Cristo. El tiempo de la gracia habrá
pasado.
Si Cristo debe establecer
un reino de paz, vendrá primero a destruir las falsas autoridades y a fundar su
reino sobre la justicia. "Reinará un rey con justicia"
(Is. XXXII, 1).
Nos detendremos un poco en
describir esos "tiempos de la cólera",
y en los próximos capítulos trataremos de medir la profundidad de la "cólera del Cordero" (Apoc. VI, 16).
Estos textos, cargados de misterios para nuestras almas tan débiles,
vendrán a esclarecernos cuando los comprendamos mejor, otras páginas bíblicas,
y aun facilitarán para nosotros la inteligencia de toda la Biblia.
***
En la Escritura la expresión "LOS
REYES DE LA TIERRA", designa a los más grandes enemigos del reino de
Cristo. Jesús, "el príncipe de la
paz" quiere su destrucción; y la dulce Virgen, después de Ana, madre
de Samuel, predice su ruina: "Desplegó
el poder de su brazo y bajó del trono a los poderosos" (Lc. I, 52; I Rey. II,
1-11).
Estos poderosos parecen encarnar la oposición del mundo a Dios, único
Rey y a Jesús, "Príncipe de los
reyes de la tierra" (Apoc. I, 5) porque "han puesto su esperanza en la vara de su mando y en su gloria"[1].
"Dios es terrible", cantaba el Salmista, "para los reyes de la tierra" (Sal.
LXXVI, 13). ¡Qué fin les espera, a ellos, a todos aquellos que se hacen
"reyezuelos", es decir, rebeldes a la dominación de Dios que es soberana
y sin límites!
Nos levantamos contra su
reino de gracia cada vez que ponemos condiciones a sus órdenes, ya sea que
estas se nos manifiesten por los acontecimientos, ya sea que se nos den en lo
más secreto del alma por la conciencia que nos habla. ¿Qué pasará entonces el
día del reino de gloria?
***
Encontramos una primera
respuesta muy precisa en la interpretación dada por el profeta Daniel a un
sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia.
Nabucodonosor había visto
en sueños una gran estatua cuya cabeza era de oro, el pecho y los brazos de
plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies en
parte de hierro y en parte de barro. El rey la estaba mirando, "SE DESGAJÓ UNA PIEDRA —NO DESPRENDIDA POR
MANO DE HOMBRE— e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro, y
los destrozó". La estatua se desplomó y la piedra que la golpeó "se hizo una gran montaña y llenó toda la
tierra".
Daniel llevado delante del
rey le explicó la significación simbólica de esta estatua: "Tú, oh rey, eres rey de reyes, (los reyes
babilonios llevaban este título y aquí Nabucodonosor representa en cierto modo
a Adán antes de la caída) a quien el Dios del cielo ha dado el imperio, el
poder, la fuerza y la gloria. Dondequiera que habiten los hijos de los hombres,
las bestias del campo y las aves del cielo. Él los ha puesto en tu mano, y a ti
te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres la cabeza de oro"[2].
“Después de ti se
levantará otro reino inferior a ti” (porque es hecho de plata)[3]; y otro tercer reino de
bronce, que dominará sobre toda la tierra[4]".
“Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que
el hierro rodo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él
desmenuzará y quebrantará todas estas cosas”[5].
En cuanto a los pies y a sus dedos[6], Daniel explica que la mezcla de hierro y barro
junto con darles fuerza les da también fragilidad. El cuarto reino será, pues,
en parte fuerte y en parte frágil. Estará dividido y muchos reyes se establecerán
en lugar de la autoridad única que presidía.
Y el profeta añade: "EN
LOS DÍAS DE AQUELLOS REYES (que corresponden a los dedos) el Dios del cielo
suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro
pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo
subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una
piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la
plata y el oro (Dan. II, 44-45) serán arrebatados como el tamo de las eras de
verano: “y levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar" (Dan. II,
25).
La "piedra" es
evidentemente Cristo. Pero no es posible, como dicen muchos exégetas católicos
que sea Cristo en el tiempo de su primera venida. El imperio romano estaba entonces en toda su fuerza; cinco siglos
transcurrieron después de la muerte de Jesús antes que fuese arruinado y
substituído por los reinos bárbaros en Occidente. No es pues el nacimiento de
Cristo lo que causó el derrumbe del imperio romano.
En cuanto al poder de los reinos que le han sucedido, no ha sido destruído
aun. ¿Han sido acaso arrebatados como "el
tamo de trigo que se eleva en la era?" Actualmente, ¿es Cristo acaso
el único Rey? Evidentemente que no. "Al
presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas" (Heb. II, 8).
Parece seguro que los
dedos de los pies de la estatua — mezcla de hierro y arcilla — representan todos los estados nacidos de Roma,
dictaduras y repúblicas, reinos debilitados, pero subsistentes todavía, más
inclinados a arruinar el reino de Dios que a ofrecerle sumisión.
Nuestros estados occidentales,
¿no son nacidos de Roma? Aún siendo Repúblicas, la ley romana las rige. Roma
prolongará su acción en los "dedos de los pies" hasta el día en que
la "piedra" que es Cristo a su vuelta para el reino de gloria,
golpeará al coloso triturando los dedos de sus pies.
Entonces será derrumbado.
Si la estatua maravillosa de oro, plata, bronce, hierro y barro existe
siempre, no es más que una estatua de ceniza, guardada al abrigo del aire. EL DIA EN QUE CRISTO APARECERA, TODOS LOS
REINOS Y TODAS LAS DICTADURAS PASADAS Y PRESENTES SERAN DESTRUIDAS EN UN ABRIR
Y CERRAR DE OJOS; los brillantes metales no serán más que un tamo sin consistencia
que arrebata un viento de verano.
El sueño de Nabucodonosor
y su interpretación nos muestran la destrucción, a la vuelta de Cristo, de la
reyecía, tomada en su acepción más general.
Toda autoridad será
recogida por Cristo.
Sí, toda autoridad. En él se concentrarán todos los poderes celestes y terrestres.
Todas las autoridades de la tierra, que han sido ejercidas desde Adán hasta el
fin, autoridades imperfectas, menguadas, a menudo, culpables, injustas y
violentas; todas estas autoridades débiles o falseadas, usurpadas o degeneradas
serán restablecidas según la justicia de Cristo, cuyo trono se asentará sobre
la "justicia y equidad"
(Sal. LXXXIX, 15).
Serán restauradas estas autoridades en cada uno de los redimidos, de los
vencedores porque, al lado del Rey de los reyes, cada elegido será rey. Restablecimiento
incomparable del poder de Adán y de todos los poderes conferidos por Dios a los
hombres en el curso de los siglos.
Jesús será realmente el
"PRINCIPE DE LOS REYES DE LA TIERRA".
[1] "Le Livre d'Hénoch".
Trad. Francois Martin, Letouzey, 1906. Este libro apócrifo merece, sin
embargo, seria consideración puesto que el Apóstol Judas Tadeo no teme citarlo.
[2] Reino babilónico.
[3] Reino de los medos y persas.
[4] Imperio de Alejandro.
[5] El
imperio romano con toda su fuerza, después su división: oriente y occidente,
que corresponde a las piernas.
[6] Reinos que han sucedido al romano.
Nota
del Blog: es una pena que la
autora no hubiera leído a Lacunza, pues la exégesis que da, si bien es la
comúnmente aceptada por los autores, fue refutada definitivamente por el genial
exégeta chileno.