Dejemos esta digresión, y volvamos a ocuparnos del
sentido profundo que Bloy tenía del misterio y del dolor, y que he señalado
como principal característica de su obra. He aquí dos pasajes que dan una idea
precisa de ese aspecto, sacados de La
Femme Pauvre y de L'Ame de Napoléon.
Después de haber descripto la casa, de una miseria
repugnante, en que se acaban de alojar los dos héroes de La Femme Pauvre, Clotilde y Leopoldo, con el hijito de ambos, Bloy
describe la muerte de este último:
Fué entonces que ella
advirtió, sorprendida, que desde hacía una semana su hijito estaba durmiendo
casi continuamente, y que siempre tenía los pies fríos. Reprimiendo una crisis
de sollozos, lo tomó en sus brazos con mucho cuidado, y se acercó al fuego.
¿Qué hora podía ser? Nunca lo supo. Un silencio enorme caía como lluvia; uno de
esos silencios que hacen perceptible el rumor de las pequeñas cataratas
arteriales. El niño exhala una débil queja. La madre ha tratado, inútilmente,
de hacerlo beber. Después de una breve agitación, parece, de pronto, como
perdido; arroja sus lindos bracitos contra lo Invisible, con el ademán de los
fuertes al morir, y comienza el estertor de su agonía. Clotilde, llena de espanto, pero sin comprender todavía que ese es el
fin, apoya en su hombro la cabeza de su querido enfermo, en una posición que
algunas veces le ha dado alivio, y se pasea un largo rato, suplicándole que no
la abandone, invocando en su auxilio a las Vírgenes Mártires que fueron devoradas
por las fieras para recreo del populacho. Bien quisiera que su marido estuviese
allí en ese momento; pero no se atreve a levantar la voz, y es tan difícil
subir esa escalera en plena oscuridad, sobre todo con el niño en brazos. Al
fin, la pequeña cabeza se desliza por el cuello de la madre hasta el pecho, y
ella comprende.
- ¡Leopoldo, nuestro hijo se
muere!, exclama, con una voz terrible.
Leopoldo ha contado, mucho tiempo después, que aquel clamor había llegado
hasta él a través del sueño, como cae un bloque de piedra sobre un buzo en el
fondo del mar. Bajó la escalera velozmente, y apenas alcanzó a recoger el
último estremecimiento de aquella vida que empezaba, la última mirada sin luz
de aquellos ojos hermosos, cuyo color celeste se resolvió en un blancor
vidrioso de porcelana o de esmalte, que terminó por apagarlos.
Ante la muerte de un niño, qué miserables son el Arte y la Poesía. Algunos
soñadores, comparables en su grandeza a la gran Miseria de este mundo, hicieron
por su parte lo que pudieron. Pero el gemido de las madres, y más aún la ola
silenciosa del pecho de los padres, van mucho más allá que las palabras: tan
cierto es que el dolor del hombre pertenece al mundo invisible.
No es justamente el contacto con la muerte lo que hace sufrir tanto,
puesto que ese castigo ha sido santificado por Aquel que dijo de Sí mismo Yo soy la Vida. Es toda la alegría
pasada que se levanta y ruge como un tigre, y se desencadena como una
tempestad. Para decirlo de una manera más precisa, es el recuerdo magnífico e
insoportable de la visión de Dios. Tú lo has dicho muchas veces, Señor; todos
los pueblos son idólatras. Tus tristes imágenes, después de tanto tiempo que no
te ven, sólo saben adorar aquellos bienes tuyos que creen ver, y sus niños son
para ellas el Paraíso de deleite.
No habiendo otro dolor que el que has narrado en tu Libro, in capite Libri scriptum est de me, por
más que se busque, no se hallará un sufrimiento que no sea el de la Espada
flamígera alrededor del Jardín Perdido. Todas las aflicciones del cuerpo y del
alma son males del destierro; y la piedad desgarradora, la compasión devastadora
inclinada sobre los más pequeños féretros, es la que nos recuerda con mayor
energía aquella primera Expulsión, que la humanidad sin inocencia nunca termina
de llorar (La Femme Pauvre).
En realidad, todo hombre es simbólico; y de la importancia de lo que
simboliza, depende su grado de vida en la existencia. Pero también es cierto
que no podemos conocer la importancia simbólica de cada hombre, tan misteriosa
como el tejido de las combinaciones infinitos de la Solidaridad universal.
Aquel que por un prodigio de ciencia infusa llegara a saber con toda exactitud
el peso de la vida de un individuo cualquiera, tendría a la vista, como en un
planisferio, todo el orden divino. (L'Ame de Napoléon).
Es así como penetra en la noche sobrenatural de una
realidad más alta que la que investiga el filósofo, realidad que desborda
nuestras palabras, y apenas condesciende en reflejarse en el lenguaje de los
santos y de los poetas. Sólo comprendo
aquello que adivino, solía decir. En efecto, si recurría a los signos del
idioma y de la razón, era únicamente para resarcirse de la imposibilidad de ver
a Dios en este valle; y sus palabras eran menos enunciativas de alguna verdad
particular, que significativas del misterio y de su real presencia. El lenguaje
místico se propone hacer percibir la realidad, tocándola, en silencio. El
lenguaje filosófico se aplica a nombrar la realidad, sin tocarla. El más
auténtico León Bloy, es el que se esfuerza por ponernos en contacto con la
realidad de que habla; y es de este Bloy que debía haberme ocupado con preferencia.
En cierto modo, puede decirse que es del único que me ocupo desde hace una
hora.
A continuación, trataré de indicar algunos de los
temas principales que le servían para ordenar sus pensamientos y el ritmo de su
voluntad. El primero de esos temas lo
constituye el amor de Dios. Sobre la mesa en que escribió todos sus libros, había
grabado con un cortaplumas esta frase de san Pablo: Todas las cosas cooperan en bien de los que aman a Dios. Toda
su ambición consistía en llegar a ser amigo de Dios.
Ser amigo de Dios. Poco me falta para ponerme a sollozar cada vez que
pienso en eso. Ya no se sabe en qué tajo apoyar la cabeza; ya no se sabe por
dónde se camina, ni a dónde se debe ir. Ganas dan de arrancarse el corazón, que
tanto arde; y no se puede mirar a las criaturas sin temblar de amor. Quisiéramos
caminar arrodillados, yendo de iglesia en iglesia, con un collar de pescados
podridos, como decía la sublime Ángela. Y al salir de esas iglesias, después
que el alma se ha estado horas y horas hablando con Dios, como la amada y el
amado, nos vemos caminar y gesticular piadosamente sobre un fondo de oro, como
esos pobres hombres tan mal dibujados y tan mal pintados de los Via Crucis. (Mon Journal).