domingo, 11 de octubre de 2015

La Devoción al Papa, por el P. Faber (II de III)

I Parte - 

Pero su amor abarca toda la creación y sintió que esta habitación invisible con nosotros no era suficiente. Por necesidad, todos los ministerios hacia el Santísimo Sacramento deben ser adoraciones, y la facultad de adoración del hombre es intermitente. Nuestros pobres corazones desearían estar adorando siempre al Santísimo Sacramento, pero el esfuerzo sería excesivo.
Además nuestro servicio al Santísimo Sacramento representa o aquellas grandes acciones públicas de homenaje en los cuales todos los fieles se unen solemnemente y que por lo tanto son pocas en número, y que ocurren con intervalos según lo permitan los negocios de la vida diaria, o representan nuestra vida de comunión con Dios interna, escondida. Nuestros dolores secretos son derramados a la puerta del Tabernáculo; llevamos allí nuestras alegrías para que sean bendecidas, purificadas y aseguradas. Allí nos quejamos de nuestras tentaciones; allí, con tímida osadía, nos aventuramos a mostrar familiaridades de amor, seguros que solamente serán escuchadas por el oído indulgente de nuestro amado Señor; allí discutimos con Él sin vergüenza, como antiguamente Job, e incluso cuando temblamos ante Su majestad, no nos retraemos de asaltarlo con las petulancias de nuestra oración parcialmente confiada.

Pero nuestro amor necesita más que esto; nuestras almas tienen otros deseos que deben ser saciados. Nuestra vida depende mucho de la materia, del sentido y de las cosas exteriores. En el Santísimo Sacramento Jesús está invisible. En ese sentido quienes conversaron con Él en Judea están en una mejor situación que nosotros. Ellos vieron su amor, lo conocieron de vista. Leían los amables misterios del Sagrado Corazón por medio de los amables aspectos de su hermosa Faz. La luz de sus ojos era un lenguaje para ellos, el sonido de su voz era una revelación, su belleza exterior un auxilio para su amor interior.
El Santísimo Sacramento es mejor en muchos sentidos. Para usar las palabras de Nuestro Señor mismo, su presencia invisible era “más conveniente”. Pero en algún sentido el Jesús visible era más dulce, más amable. No podemos evitar sentir esto; pero aún así deberíamos sorprendernos en la forma en que Jesús reparó esa pérdida, si no fuera que esa constante experiencia de su amor ha hecho que dejemos de sorprendernos por cualquier cosa que haga.


¿Puede un alma conocer una manera en que pueda amar a Jesús y no abrasarse de amor por Él? ¿Puede un alma conocer una manera en que pueda amar a Jesús y aún así descubrir que Jesús no tuvo los recaudos para que la ame de esa manera? Sabía que una vez que su amor toma posesión de nuestros corazones y obtiene allí un delicioso dominio, anhelaríamos servirlo por medio de nuestra vida exterior, a fin de acumular sobre Él infinitas pruebas de nuestro afecto, y producirle esos artilugios de cariño de las cuales el corazón puede ser tan fértil cuando se complace.
Su infinita sabiduría es siempre la sierva de Su infinita compasión. Miró sobre su creación para encontrar un representante adecuado de su propio ser bendito. Buscó en la tierra, por medio de su amor infalible, a fin de elegir un monumento adecuado sobre el cual, como sobre el pilar de un trofeo, pudiera suspender sus propias insignias, y hacerse substituir por ellas.
Debe ser tan parecido a Él que todos los hombres puedan reconocer rápidamente la semejanza; debe tener tanto parecido con Él de forma de ser capaz de provocar con seguridad un amor entusiasta y perdurable. Debe ser un compendio visible de sus treinta y tres años. Así como todo Belén y toda Nazareth y toda la Galilea y todo el Calvario están invisibles en el Santísimo Sacramento, así también en esta nueva presencia visible de Jesús, todo Belén, toda Nazareth, y toda Galilea y todo el Calvario deben ser sencillo y visible, real y patético.

¡Oh elección propia de Aquel que eligió todas las cosas desde la eternidad! El Creador eligió al Pobre. Cuando estaba por venir a la tierra, eligió la pobreza como su suerte, como la condición de su vida privada. Ahora, cuando escondió su Rostro de nosotros en las nubes del cielo, elige al Pobre para que lo represente, y lleve para nuestro bien todas aquellas ocasiones de veneración y oportunidades de santidad que pertenecieron a los treinta y tres años.
De aquí que la Iglesia se ha aferrado siempre al Pobre, como María se aferró al Bebé de Belén en el frío y en la noche y en la lluvia. De aquí que los generosos desvelos para con el Pobre son la medida infalible de nuestro amor interior a Jesús, y que la espiritualidad se ve dificultada de engañarse a sí misma y de poder siempre probar su propia realidad por la abundancia de sus limosnas.

¡Qué revelación de Jesús la de su elección del pobre! Sentimos que conocemos mucho más de Él desde que tenemos esta nueva revelación suya. Revela su carácter por la peculiaridad de su selección, mientras que al dejarnos ese su “otro yo” visible, nos manifiesta todavía más sorprendentemente que sus treinta y tres años no han de cesar y que el ministerio personal para con Él es la única forma de nuestra santificación.
Sería bueno para todos que permaneciéramos en esta materia pero debemos pasar adelante.

En verdad, Nuestro Señor ha hecho mucho para satisfacer nuestro apetito de amor. Pero hay muchos que no tienen el poder de servirlo en las obras corporales de misericordia y por lejos el mayor número incluso de las obras espirituales de misericordia hacia el Pobre dependen de las limosnas. Además, los Pobres deben tener un “otro yo” de Jesús a quien puedan adornar con las solicitudes de su amor creyente.
Además, aún quedan anhelos y amores en los corazones humanos que de buen grado serían elevados a la dignidad sobrenatural de amor de Jesús y que no se satisfacen en la devoción al Pobre. Jesús, pues, eligió otro “yo” invisible a fin de poder cubrir todo el campo que el corazón humano es capaz de abarcar. Fue una apreciada invención del amor parecida a la que hizo del matrimonio un sacramento. Eligió a los Niños. Tomó a los pequeños, que llenan nuestras moradas, que juegan en nuestras calles, que llenan los bancos de nuestras escuelas. Antes que nada nos amonestó para que los reverenciemos hablándonos de la venganza de los grandes ángeles que están a cargo de las almas de los niños y del poder de castigarnos, a causa de la imponente Visión de Dios que siempre contemplan, y luego nos dijo que todos los actos de bondad religiosa al menor de estos débiles pequeñuelos son actos de bondad para con Él mismo.

De esta elección también ha venido el instinto a la Iglesia por los intereses de los pequeños. Lucha con los gobiernos del mundo por sus almas; se expone a sus ataques; pone en riesgo su paz; pierde la protección de los grandes; rechaza obedecer leyes inicuas; se contenta con mirar como fanáticos ininteligentes o pretenciosamente falsos a quienes no pueden creer en la sinceridad de semejante celo puramente sobrenatural.

Sin dudas lo que le llevó a hacer de los Niños otro Yo visible fue el amor de Nuestro amado Señor hacia nosotros. Aun así, a veces me atrevo a pensar que fue tanto para gratificar su propio amor como para satisfacer el nuestro.
De alguna manera Belén se adhirió más a nuestro Santísimo Señor que el Calvario. Hay más de Belén en el Calvario que de Calvario en Belén. El Santísimo Sacramento es el memorial de su Pasión: sin embargo ¿quién no admitirá que está más lleno de luces de Belén que de sombras del Calvario?

Hubo algo en su Sagrado Corazón que anunciaba una Infancia eterna; y su carácter humano se adhirió con especial amor a los niños. Hubo más libertad en su elección del Pobre. Hubo menos necesidad de otro “Yo” visible. Esta última elección fue más gratuita. Por lo tanto, creo que fue especialmente para Sí mismo que la hizo.
El mismo gran principio – la continuación de los treinta y tres años- todavía se manifiesta y la garantía de los ministerios personales para consigo mismo. Hacer de los Pobres y los Niños algo así como un segundo “yo” fue una emanación de la misma sabiduría y benignidad, de cuyo abismo salió el aplastante misterio del Santísimo Sacramento.

¡Oh gloriosa capacidad del corazón humano para amar! Ni siquiera todo esto fue suficiente.

Cuando servimos a nuestro amadísimo Señor en las personas del Pobre y de los Niños somos, por así decirlo, sus superiores. Le servimos con lo que nos sobra. Viene a nosotros en un deplorable aprieto, y nosotros estamos llenos de piedad y corremos para apiadarnos de Él, corremos para rescatarlo y socorrerlo. ¡Dulce tarea, en efecto y un maravillosísimo alivio para el aumento de nuestro amor, que siempre crece tan grande hasta ser una carga para sí mismo!

Aún así hay otras clases de amor que alcanzamos a medida que crecemos en gracia, amores más altos que denotan gracias más altas, más robustas como más apropiadas a la plenitud de nuestra madurez en Cristo. Queremos obedecer. Queremos recibir órdenes, prestar atención a la enseñanza, practicar la sumisión. Tenemos nuestros propios deseos que queremos abandonar por la voluntad de Aquel que amamos. Nos adherimos a nuestras opiniones y le ponemos un precio alto a nuestros juicios, y queremos abandonarlos por su amor.III Parte