domingo, 30 de noviembre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (II Parte)

Sin embargo, según la enseñanza de Nuestro Señor, el vero reino sobrenatural de Dios existe y vive en esta tierra solo en un status transitorio y preparatorio. Su patria real está en el cielo, a donde pertenece y donde va a existir por siempre en la gloria de la Visión Beatífica. En las ciudades de este mundo vive solo en peregrinación. Aquí es la ecclesia militans, luchando contra las fuerzas que se le oponen y que han de hacer dificultosas sus operaciones hasta el fin de los tiempos. En el cielo va a ser la ecclesia triumphans, habiendo vencido completamente y para siempre estas fuerzas opositoras.
Para entender esta sección de la doctrina Católica es preciso recordar que la unidad social que es ahora la Iglesia militante es la misma comunidad que un día será la Iglesia triunfante. Nuestro Señor nos enseñó esta lección en su explicación de la parábola de la cizaña en el campo, una de las grandes parábolas del reino:

"Respondióles y dijo: "El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre.
El campo es el mundo. La buena semilla, ésos son los hijos del reino. La cizaña son los hijos del maligno.
El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles.
De la misma manera que se recoge la cizaña y se la echa al fuego, así será en la consumación del siglo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los que cometen la iniquidad,
Y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre"[1].

En el día del juicio, según Nuestro Señor, Su reino va a ser purificado. Aquellos que han vivido y muerto en ese reino como "los hijos del maligno" serán apartados de él por siempre. Son los Católicos que han salido de esta vida en pecado mortal, trabajando por objetivos diversos al amor de Dios y en resistencia y desprecio a Dios. Tales individuos se han puesto a trabajar definitivamente por los objetivos del reino de Satán.
Dentro del reino permanecerán, para ser glorificados por toda la eternidad, aquellos que han muerto en estado de gracia, sea como miembros deste reino sobre la tierra, sea como personas que sincera y genuinamente desearon ser miembros a pesar del hecho de no haber podido entrar en este mundo a la Iglesia como miembros. El deseo que este último grupo expresó a Dios en forma de oración será escuchado. Dios les dará lo que pidieron. El reino de Dios, así purificado y glorificado, existirá por siempre como Iglesia Triunfante.
La comunidad que existe en este mundo como la ecclesia militans va a ser la Iglesia triunfante a pesar de los cambios en su condición que serán afectados en el último día. Después de su purificación y glorificación ya no va a estar plagada de miembros desleales y pecadores que han impedido su trabajo en la tierra. Ya no estará sujeta a persecución y sufrimiento por parte de externa oposición. Finalmente, y es lo más importante, ya no estará sujeta a las condiciones internas que le están unidas precisamente en razón de su estadía terrena.
Y así, ya no va a tener que funcionar el gobierno humano de la Iglesia en la ecclesia triumphans. Ya no habrá necesidad de sacramentos, que son esencialmente signos, en la Iglesia cuando esa sociedad posea el Bien del cual son signos los sacramentos. Estas palabras del Apocalipsis se aplican a la Iglesia en su status final y triunfante:

"Y templo no ví en ella, pues Yahvé, el Dios, el Todopoderoso es su templo, y el Cordero.
Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna para que alumbren sobre ella, pues la gloria de Dios la iluminó y su lumbrera es el Cordero.
Y las naciones andarán a la luz de ella y los reyes de la tierra llevan su gloria a ella.
Y sus puertas no se cerrarán de día, ya que noche allí no habrá.
Y llevarán la gloria y el honor de las naciones a ella.
Y no entrará en ella nada impuro, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que han sido inscriptos en el libro de la vida del Cordero"[2].

La cita del Apocalipsis habla de la Iglesia triunfante como una ciudad. Sin embargo, el término “ciudad” es empleado en los escritos de los antiguos eclesiologistas para mostrar otro aspecto de la enseñanza divina sobre el concepto de la vera Iglesia. Estos escritores hablaron de la Iglesia como la ciudad de Dios precisamente en cuanto es una unidad social establecida contra y opuesta al reino de Satán. Resumieron bajo el título “la Ciudad de Dios” esa parte de la doctrina divina sobre la Iglesia con que León XIII comienza su encíclica Humanum genus.
Según esta parte de la doctrina Católica, toda la raza humana desde el pecado de Adán ha sido dividida en dos comunidades distintas y mutuamente opuestas. Una es el reino de Satán, el dominio de “el príncipe de este mundo”. El otro es el reino de Dios, la vera Iglesia de Jesucristo. Durante toda la historia estas dos comunidades han luchado entre sí. Continuarán así hasta el día del juicio final.
Es esencial a esta sección de la doctrina Católica la verdad de que todo ser humano que ha vivido desde el pecado de Adán ha pertenecido a una de estas dos sociedades. Nunca ha habido, hay, ni habrá, ningún grupo de seres humanos que no esté en alguno de estos dos grupos.
El reino de Dios está compuesto de aquellos que profesan aceptar Su ley sobrenatural, incorporada en su mensaje revelado. Su misión es el cumplimiento de la gloria de Dios por medio de la santificación y salvación de las almas.
La obra de la salvación corresponde al Verbo Encarnado, Jesucristo Nuestro Señor. El reino de Dios es, pues, la sociedad de aquellos que han sido incorporados a Cristo, que componen el Cuerpo de quien Él es la Cabeza. En el estado del Nuevo Testamento, es la Iglesia Católica visible.
El reino de Satán abraza, pues, a todos los que no han sido incorporados a Cristo, y aquellos que han dejado o han sido expulsados de Su comunidad. Desde el pecado de Adán, toda persona que ha nacido, excepto Nuestro Señor y su Santísima Madre, ha entrado a este mundo en estado de pecado mortal. Como tales, han comenzado sus vidas dentro del reino de Satán, puesto que es una de las consecuencias del pecado o aversión de Dios que inevitablemente lleve consigo un tipo de sujeción al líder en la obra del pecado, el principal entre los enemigos del Dios vivo.
De aquí que, según la enseñanza Católica, no exista tal cosa como la entrada al reino de Dios si no es un traslado desde el reino de Satán. Y, por otra parte, nadie deja el reino de Satán si no es para entrar en el vero y sobrenatural reino de Dios. Así, solo dentro de la ciudad de Dios se obtiene la salvación del pecado y de la muerte eterna del pecado.

Cuando los antiguos eclesiologistas describían la Iglesia como la casa de la fe (Domus fidei), mostraban la relación a Dios, a Nuestro Señor y a todos los demás que se les ha dado estar dentro del reino. Los que viven dentro de la vera ecclesia son quienes han recibido a Nuestro Señor. Son las personas descritas de esta manera en el Evangelio de San Juan:

“Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció. Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre. Los cuales no han nacido de la sangre, ni del deseo de la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”[3].

Nuestro Señor mismo describió a estas personas, sus discípulos, como a Su propia familia. Así se narra en el Evangelio según San Mateo:

Díjole alguien: “Mira, tu madre y tus hermanos están de pie afuera buscando hablar contigo”. Mas Él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: “He aquí a mi madre y mis hermanos. Quienquiera que hace la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, hermana o madre”[4].

La casa de la fe tiene su propio ágape familiar, el banquete Eucarístico, la realidad que es el sacrificio de la vera ecclesia del Nuevo Testamento. Aquellos que pertenecen a ella son los amigos y los íntimos del Señor.

Cuando consideramos a la Iglesia como el Cuerpo de Nuestro Señor, somos llevados a ver cómo es Su Fundador, Sostenedor y Santificador. Como Cabeza de Su Cuerpo Místico, rige y enseña a los que están dentro de él. Cada uno de ellos coopera en su lugar asignado, en un trabajo que es de Él. Obran como Sus instrumentos en sus logros por la gloria de Dios.

Como el Templo de Dios, la Iglesia es la comunidad dentro de la cual reside la Santísima Trinidad, en una morada apropiada al Espíritu Santo. Es la sociedad a la cual se le hicieron las promesas de Nuestro Señor y en la cual se cumplen.





[1] Mt. XIII, 37-43.

[2] Apoc. XXI, 22-27.

[3] Jn. I, 10-13.

[4] Mt. XII, 47-50.