Para hacer la cosa más inteligible, reconstituyo en dos palabras toda esta historia conforme a los principios que he establecido y a las pruebas que he aportado.
Al planear Moisés hacer salir cuanto antes a los Hebreos de Egipto, ordenó que cada padre de familia a la cabeza de todos los de la casa, inmolase un Cordero al comienzo del día catorce que comenzaba a la noche, que todos lo comieran con ciertas ceremonias que les señaló, a saber, que lo comieran de pie, teniendo los bastones en la mano, equipados como viajeros listos para ponerse en camino, que lo comieran con hierbas amargas y con pan sin levadura. Les ordenó además que tiñeran las puertas de sus casas con la sangre del Cordero, y que permanecieran encerrados en sus casas, porque a medianoche el Ángel del Señor iba a pasar para matar a los primogénitos en todas las casas cuyas puertas no estuvieren teñidas con la sangre del Cordero. Lo cual sucedió, en efecto, a la medianoche. Los egipcios, aterrorizados con tan terrible desastre, viendo bien que Dios los castigaba por haber maltratado y retenido a los Hebreos, no sólo les permitieron sino que incluso les rogaron salir cuanto antes de Egipto. De manera que los Judíos, dejando todos los pueblos de la tierra de Gosen, donde habitaban, vinieron a reunirse en Ramesés a fin de salir todos juntos.
Todo el día no fue lo bastante largo para eso. Seiscientos mil hombres sin contar las mujeres y niños, el rebaño y el equipaje del que iban cargados, no podían recogerse en un momento; y no fue sino a la noche, en que comenzaba el quince del mes, que salieron como en batalla de Ramesés.
Pero a fin de que un
recuerdo tan memorable fuera eterno, Dios ordenó que todos los años en la noche
del catorce de la luna, los Hebreos inmolaran un Cordero, y que lo comieran con
las ceremonias que he enumerado, en testimonio de que la sangre del Cordero
había librado sus casas de la espada del Ángel Exterminador. Además de eso,
Dios quiso que al comienzo del día quince le sacrificaran todos los años
becerros, un carnero y siete corderos en memoria del día que habían sido
librados de la esclavitud al dejar Egipto, y además, que los seis días
siguientes se repitiese el mismo sacrificio, que durante los siete días se
abstuvieran de comer pan con levadura; todos esos días fueron llamados “días de
la Pascua”, y dos, a saber, el primero, que era el quince, y el último, que era
el veintiuno, fuesen días de fiesta. Este mandato está expresado
largamente en el libro de los Números en estos términos:
“El día catorce del primer mes será la Pascua de Jehová. El día quince de este mes será día de fiesta. Durante siete días han de comerse panes ácimos. El día primero habrá asamblea santa, y no haréis ningún trabajo servil. Ofreceréis en sacrificio de combustión un holocausto a Jehová: dos novillos, un carnero y siete corderos primales, sin tacha; y como oblación correspondiente, flor de harina amasada con aceite. Ofreceréis tres décimos por cada novillo, dos décimos por el carnero, y un décimo por cada uno de los siete corderos; también un macho cabrío en sacrificio por el pecado, para hacer expiación por vosotros. Ofreceréis esto, además del holocausto de la mañana, que es el holocausto perpetuo. Esto haréis diariamente durante siete días. Es alimento para el sacrificio que se consume por el fuego en olor grato a Jehová y que ha de ofrecerse además del holocausto perpetuo y su libación. El séptimo día celebraréis asamblea santa, y no haréis ningún trabajo servil” (XXVIII, 16-25).
Hay que hacer una observación a estas palabras: Durante siete días han de comerse panes ácimos, eso quiere decir que, durante los siete días no se servirán en sus comidas más que pan sin levadura, de manera que esos siete días son perfectamente ázimos; en lo cual se diferencian del día catorce que los precedía inmediatamente. Pues, aunque les fue mandado a los Israelitas que se sirvieran pan ázimo o sin levadura al comer el Cordero Pascual, sin embargo, no había ley que les prohibiera usar pan fermentado ese día al comer otras comidas; de donde es fácil comprender que había más días de Ázimos que de Pascua. Pues se podían contar ocho días de ázimos comenzando desde el comienzo de catorce que se hacía la inmolación del Cordero hasta el veintiuno inclusive, y no había propiamente más que siete días de Pascua, pues la fiesta solemne de Pascua no empezaba sino el quince, que era contado como el primer día de esta solemnidad. Y esto es conforme al testimonio de Josefo que, en calidad de judío y de hombre muy hábil en el derecho de los Hebreos, no ignoraba sus usos y disciplina.
“En recuerdo de aquella escasez, celebramos durante ocho días la fiesta que llamamos los Ázimos” (Libro II, cap. V de las Antigüedades Judaicas).
De todo lo que hemos dicho me parece fácil concluir que es un error colocar al fin del día catorce la inmolación del Cordero ordenado por la Ley. Pero una vez disipado este error, la verdad aparece con claridad y varios pasajes del Evangelio que han parecido hasta ahora tan obscuros, se vuelven claros y fáciles de entender; y esta es incluso la mejor prueba de la veracidad de este Sistema.
Pues de lo que San Juan escribe, que Nuestro Señor hizo la Pascua con sus discípulos e inmoló el Cordero, antes de la fiesta de Pascua (Jn. XIII, 1) muchos se imaginaron que hizo la Pascua un día antes del tiempo prescripto por la Ley, confundiendo la inmolación del Cordero con la fiesta de la Pascua, que son dos cosas muy diferentes. Pues la fiesta de la Pascua era el quince, y el Cordero se inmolaba y se comía el catorce.
“El día catorce del primer mes será la Pascua de Jehová. El día quince de este mes será día de fiesta” (Num. XXVIII, 16-17).
Así, lo que dice San Juan se compagina perfectamente con lo que dicen los otros tres Evangelistas. Jesucristo hizo el festín Pascual antes de la fiesta de Pascua según San Juan, y la hizo también el primer día de los Ázimos, en que se debía inmolar la pascua (Mc. XIV, 12; Lc. XXII, 7); ambas cosas son muy ciertas, dado que el primer día que portaba el nombre de Ázimos, al comienzo del cual los Hebreos comían el Cordero, era el catorce del mes, de la forma en que lo he explicado, y precedía inmediatamente la fiesta de la Pascua que se hacía el quince. La inmolación del Cordero ordenada por la Ley precedía un día completo el sacrificio de becerros que se hacía la noche siguiente, es decir al comienzo del día quince, fiesta de la Pascua, según estas palabras expresas del Deuteronomio:
“Has de sacrificar la pascua por la tarde, al ponerse el sol, a la hora en que saliste de Egipto” (Deut. XVI, 6).
Pero no fue el catorce cuando los Hebreos salieron de Egipto, sino el quince, veinticuatro horas después de la inmolación del Cordero: Al día siguiente a la Pascua (Num. XXXIII, 3). Por lo tanto, el sacrificio que se hacía el quince se llamaba también phase o Pascua. Esta reflexión sobre el nombre de este segundo sacrificio es infinitamente importante para la inteligencia de otro pasaje de San Juan, el cual siempre ha parecido de lo más difícil para conciliar con los otros Evangelistas.
San Juan escribe que los Fariseos y Pontífices, cundo conducían a Jesús ante Pilatos, no querían entrar en el pretorio para no contraer una impureza legal que les hubiera impedido comer la Pascua, para no contaminarse, y poder comer la Pascua (Jn. XVIII, 28); de donde muchos concluyeron que los Judíos debían hacer ese día el festín del Cordero Pascual, y que, por lo tanto, Nuestro Señor había adelantado un día el tiempo de la Pascua legal. Pero no se trataba de eso: habían hecho la cena legal la noche anterior, que era el comienzo del día catorce; y la Pascua que querían estar en estado de comer eran las carnes de los sacrificios que se hacían la noche al comienzo del día quince, tiempo en el cual los Israelitas habían salido de Egipto, y que Moisés, en el capítulo XVI del Deuteronomio, llama con el nombre Pascua:
“Has de sacrificar la pascua por la tarde, al ponerse el sol, a la hora en que saliste de Egipto” (Deut. XVI, 6).
Circunstancia, digo, que marca claramente que esa pascua no era el Cordero Pascual.
Supuesta la veracidad de toda esta doctrina, ya nada obliga a decir, contra los testimonios expresos de los tres Evangelistas, que Nuestro Señor hizo la Pascua legal un día antes que los judíos. Esta traslación siempre ha parecido violenta en esta materia. Por ella se quita a los Judíos toda ocasión de calumniar a los Evangelios por el hecho de que parecen decir que Nuestro Señor fue crucificado el día de la fiesta de Pascua, es decir, el quince del mes; pues se burlan de nosotros y nos ridiculizan de que podamos persuadirnos que sus Sacerdotes y Pontífices hayan podido hacer el proceso a Jesucristo, condenarlo y hacerlo morir el día de la fiesta de la Pascua, no solamente porque estaba prohibido hacer algo semejante ese día, sino además porque Jesucristo murió el día viernes, día sobre el cual siempre tenían cuidado que no cayera nunca la fiesta de Pascua, usando para ello un día intercalar, como se ve por su calendario.
Pero, digo, esta calumnia ya no tiene lugar en nuestro Sistema, pues los Evangelistas no dicen que Nuestro Señor fue puesto en la cruz el día quince del mes, sino que, habiendo hecho la cena legal el primer día de los Ázimos, y antes de la fiesta de la Pascua, fue condenado la mañana siguiente y crucificado. Pero esa mañana era todavía el día catorce, que no era la fiesta, y no el quince cuando comenzaba la fiesta de la Pascua; de forma que el verdadero Cordero y aquel que era la figura, fueron inmolados el mismo día. Éste al comienzo del catorce, es decir a la noche, y aquél dieciocho horas después hacia la hora sexta, es decir, según nuestra manera de contar, hacia el mediodía. Así era cómo debían suceder las cosas, a fin de que la figura correspondiera con la cosa figurada y la sombra con la realidad, lo cual no sucede en la opinión de aquellos que dicen que Jesucristo adelantó el tiempo de la Pascua legal, ni en aquellos que pretenden que murió el quince del mes.
Resta ahora resolver algunas
dificultades que se pueden hacer contra mi opinión, de las cuales estas son las
dos principales.