lunes, 21 de junio de 2021

La designación Neotestamentaria de la verdadera Iglesia como Templo de Dios, por Mons. Fenton (III de V)

 La Santidad del Templo 

La santidad consiste en una adhesión firme y decidida a Dios y una completa aversión a todo mal moral. Es preeminentemente una característica de la verdadera Iglesia precisamente a causa de la inhabitación especial, única y sobrenatural del Dios Trino dentro de esta sociedad. Es una cualidad de la Iglesia, considerada precisamente como templo de Dios, resaltada en nuestro pasaje de la I Epístola a los Corintios. 

No debemos perder de vista el hecho de que la Iglesia es una sociedad santa en razón del hecho de que, única entre todas las unidades sociales o instituciones que existen entre los hombres, vive una vida corporativa dominada y motivada por la caridad sobrenatural, el amor de Dios conocido en la Trinidad de sus Personas y en la absoluta Unidad de Su Naturaleza, junto con el amor de las creaturas intelectuales exigido por este amor sobrenatural de Dios. En otras palabras, la Iglesia es intrínsecamente santa precisamente porque es la unidad social que actúa como el vehículo corporativo de la vida sobrenatural de la gracia santificante. Ahora bien, la especial y sobrenatural inhabitación divina en la creatura intelectual en estado de gracia es la causa de ese estado de gracia, y de la caridad de la creatura, y por lo tanto de la santidad de la creatura. De la misma manera, la inhabitación divina sobrenatural dentro de la Iglesia, el hecho en razón del cual la Iglesia puede ser designada con razón como templo de Dios, es la fuente de la vida de la gracia, la caridad y la santidad, de la Iglesia. 

 

Estima especial de Dios por el templo 

Al escribir San Pablo: 

“Si alguno destruyere el templo de Dios, le destruirá Dios a él; porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros”. 

está indicando el hecho de que está reservado un castigo especial y grave por parte de Dios para quienes dañan o intentan dañar a la Iglesia. Y señala la íntima relación entre este aspecto o parte de la doctrina revelada sobre la Iglesia, y la enseñanza sobre la santidad de la Iglesia. 

A fin de entender esta doctrina, debemos tener en cuenta que cuando San Pablo aplicó el nombre “templo de Dios” a la sociedad de los discípulos de Nuestro Señor, se refería al templo de Jerusalén. Estaba diciendo que la relación entre la verdadera Iglesia del Nuevo Testamento para con el Dios Trino es algo similar a la relación del templo de Jerusalén, bajo de la antigua dispensación, para con Dios. Obviamente, el punto más importante de esta comparación estaba en el hecho de que, así como Dios estaba presente de manera especial y sobrenatural únicamente en el templo de Jerusalén bajo el período de la dispensación que terminó con la muerte de Nuestro Señor en la Cruz, Dios habita de manera especial y sobrenatural únicamente dentro de la unidad social conocida como Iglesia Católica. Así como el antiguo templo, la verdadera Iglesia de Jesucristo es santa antes que nada en razón del hecho de que Dios habita dentro de ella de una manera especial, sobrenatural y única. 

La presencia divina en el templo de Jerusalén estaba básicamente en línea con esa religión que es parte integral y esencialmente necesaria de la vida sobrenatural de la gracia santificante. El templo era, desde siempre, el único lugar dentro del cual se podían ofrecer legítimamente a Dios los sacrificios de Israel, los sacrificios autorizados y ordenados por Dios dentro del ámbito de la antigua dispensación. Dios se dignó acceder a la oración de Salomón que las peticiones ofrecidas a Dios por el pueblo de Israel serían respondidas con eficacia especial y singular cuando se ofrecieran dentro de los confines de ese templo (III Rey. VIII). 

La oración y el sacrificio son esencialmente actos de culto o religión. Están entre los actos por los cuales el hombre tiende a pagar a Dios la deuda de reconocimiento y gratitud que se le debe estrictamente a Dios por razón de su suprema y soberana excelencia y de nuestra completa dependencia para con Él. Los actos de culto o religión son los más sagrados y significativos de todos los actos que el hombre es capaz de cumplir. El lugar consagrado para estos actos era de manera especial caro a Dios y gozaba de su protección, de tal forma que cualquier hombre que profanaba ese edificio se arriesgaba a los más severos castigos de Dios. 

La sociedad de los discípulos de Jesucristo, que estaba organizada y formada alrededor de Él por Nuestro Señor durante el curso de su vida pública sobre la tierra, y que pasó a ser el único reino sobrenatural sobre la tierra al momento de la muerte salvífica de Nuestro Señor sobre la Cruz, es igualmente algo directa e inmediatamente consagrado al culto del Dios vivo. El sacrificio de la Misa, que es la continuación y como si fuera la aplicación del único sacrificio de la Cruz, es en realidad algo destinado a ser ofrecido dentro de los límites de esta sociedad, y solamente dentro de esos límites. Es en realidad el acto esencial de esta sociedad. Todo ofrecimiento de este sacrificio Eucarístico fuera de los límites de esta comunidad, constituye una profanación del sacrificio. Y la oración que Nuestro Señor ordenó a sus discípulos que ofrecieran entra en la estructura misma de la fórmula dentro de la cual es efectuado el sacrificio Eucarístico, el Acto del Cuerpo Místico. 

Así, la Iglesia puede ser considerada con razón como una realidad dentro de la cual Dios habita sobrenaturalmente y únicamente como objeto del único culto autorizado. Puesto que está de una manera especial consagrada a la obra de religión es, en un sentido muy preciso, santa y dedicada a Dios. El mal uso de la Iglesia y la profanación de sus funciones y doctrinas constituyen ofensas que Dios va a castigar ciertamente de manera muy severa. 

 

*** 

La II Epístola de San Pablo a los Corintios contiene un largo pasaje en el cual los miembros de la verdadera Iglesia son designados con el nombre metafórico “templo del Dios vivo”. 

“No os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen. Pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿O que comunión puede tener el que cree con el que no cree? ¿Y qué transacción entre el templo de Dios y los ídolos? Pues templo del Dios vivo somos nosotros, según aquello que dijo Dios: “Habitaré en ellos y andaré en medio de ellos; y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os acogeré; y seré Padre para vosotros, y vosotros seréis para Mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (II Cor. VI, 14-18). 

En este texto, San Pablo insta a los miembros de la Iglesia a no casarse con quienes están fuera de esta sociedad. Acentúa su llamado resaltando la dignidad especial de la Iglesia como templo de Dios y el contraste y oposición entre la Iglesia y el mundo. En el curso de su enseñanza resalta estos aspectos de la Iglesia considerada como Templo de Dios. 

1) Existe una oposición clara y fundamental entre la Iglesia y la asociación de quienes no pertenecen a ella. 

2) La única alianza sobrenatural de Dios con los hombres según la dispensación del Nuevo Testamento es el convenio de Dios con la Iglesia Católica. Los miembros de la verdadera Iglesia del Nuevo Testamento son el pueblo de la alianza, el pueblo elegido de Dios, el verdadero Israel de la nueva ley. 

3) En razón de la antigua alianza, el pueblo del antiguo templo de Jerusalén era de una manera especial los hijos de Dios. Por lo tanto, en razón de la nueva alianza, el pueblo de la Iglesia Católica son los hijos e hijas adoptivos de Dios.