Nota del Blog: Publicamos, como lo prometimos, este hermoso estudio
del P. Pinsk anexado al final de la traducción de la obra de M. Chasles que
estamos publicando.
LA VENIDA DEL SEÑOR EN LA LITURGIA
por
J. Pinsk,
Doctor en teología
Publicado en: "Liturgische Zeitschrift
Jahrgang",
1932-1933 y
reproducido en el "Bulletin
Paroissial Liturguique" (N.o 1, 1938),
de la Abadía de
"Saint André les Bruges", de Bélgica.
El advenimiento
del Señor es el objetivo verdadero de la predicación cristiana, de la fe, de la
esperanza y del triunfo cristiano. Es también la idea central de toda fiesta
cristiana. Se puede decir que una fiesta llega a ser verdaderamente cristiana según
la relación que tenga con este advenimiento, pues la Redención entera en su
principio, en su curso y en su consumación descansa sobre la venida del Señor.
Todas las fiestas de la Iglesia encierran así, en sí mismas, una relación
necesaria con este advenimiento.
Los hechos confirman esta afirmación. Bajo una u otra forma, cada sacrificio
eucarístico contiene la idea de la venida del Señor. En las fórmulas
antiguas, la oración de después de la Consagración "Unde et memores"
mencionaba al lado de los grandes hechos de la Redención "beata passio,
resurrectio et ascensio" la "nativitas" y el "adventus
Domini". En cuanto a los sacramentos, el fin de su institución está siempre
en función con el advenimiento de Cristo.
Esta idea de la
Parusía llena igualmente las grandes fiestas del año litúrgico. Fijemos nuestra atención por
ejemplo, cuán a menudo ella reaparece en el tiempo comprendido entre Semana
Santa y la fiesta de Pascua. En el transcurso del desarrollo de la liturgia, la
Iglesia ha logrado expresarse plenamente en fiestas propias: el Adviento, la
Natividad y la Epifanía, fiestas todas que tienen como objeto principal la venida
del Señor, dejando, por así decirlo, en segundo plano los otros hechos de la Redención.
Este
advenimiento de Cristo es ante todo un misterio. Considerado desde un punto de
vista general es la irrupción del Hijo de Dios en el mundo a fin de hacerle
participante de la vida divina. Pero esta irrupción puede revestir diversos
aspectos según que se considere la Encarnación de Cristo (su nacimiento en
Belén), su venida sacramental (Bautismo, Eucaristía y los otros Sacramentos) o
aún su manifestación gloriosa al fin de los tiempos.
Es realmente justo que consideremos esta entrada del
Hijo de Dios en el mundo, esta "Encarnación" bajo diferentes formas:
(la liturgia en realidad no es más que una continuación de la Encarnación
aunque esto sea bajo una forma distinta del misterio de Belén). Podemos
considerar esta Encarnación como un descenso de las alturas de la gloria y de
la majestad divina y en consecuencia como un rebajamiento del Hijo de Dios y
por otra parte la elevación y la glorificación de la carne y de la materia, ya
que el Verbo uniéndose a una carne humana formada de polvo y destinada a volver
al polvo ha llenado a esta carne de su gloria divina y la ha hecho por lo tanto
divinizada. He aquí por qué apoyándonos en la Encarnación podemos en adelante
hablar en todo rigor de términos de una "carne divina", de un
"corazón divino", etc, y no solamente por antropomorfismo como en el
antiguo testamento.
Nos encontramos frente a la siguiente pregunta: ¿Qué punto de vista prevalecerá si se
quiere establecer un juicio decisivo sobre el valor de la Encarnación: el
rebajamiento del Hijo de Dios o la elevación de la naturaleza humana? La
respuesta es bien clara, pues el rebajamiento del Hijo de Dios no representa en
el conjunto de su venida más que un episodio pasajero, treinta años de su vida
terrestre antes de su Resurrección. En cambio, tanto el Cristo resucitado como
el Cristo glorificado sentado a la diestra del Padre vive siempre en la carne
puesto que El no se ha despojado de la naturaleza humana y nadie sostendrá que
este estado actual rebaja a Cristo. En consecuencia, la verdadera significación
de la Encarnación del Verbo debe buscarse, no tanto en el hecho de que Dios se
haya hecho hombre sino en la deificación del hombre que de ella se desprende.
Esta concepción
pasa más y más a segundo plano en la piedad moderna. En el advenimiento de
Cristo ya no se ve más que el nacimiento de un pequeño niño en un establo. He
aquí una diferencia esencial entre la actitud religiosa de los primeros siglos
cristianos, y aquella de la baja Edad Media y de los tiempos modernos. Los
cristianos de los primeros siglos se apoyaban y edificaban sobre el fundamento
de la venida de Cristo en carne (Nazaret--Belén) y esto es muy natural puesto
que la realidad de nuestra Redención no tiene otra base. Sus miradas, sin
embargo, no estaban vueltas hacia el pasado sino exclusivamente hacia el
porvenir. En la piedad moderna por el contrario, si esta idea de la venida de
Cristo pudiera tener todavía algún lugar, lo tiene en forma mínima. Lo probaré más aún por
varios ejemplos en el curso de este trabajo. Para hacer resaltar más claramente
lo que hemos expresado se podría caracterizar del siguiente modo esta
diferencia de actitud religiosa: la
piedad cristiana de los primeros siglos se siente como un ejército escogido,
seguro de su triunfo y de su victoria futura; la piedad moderna, por el
contrario, se parece más bien a un monarca viejo y destronado que vive del
recuerdo del pasado. Los
cristianos de los primeros siglos esperaban la venida del Señor como una
realidad futura mientras los de nuestros días meditan este advenimiento como un
hecho ya pasado, del cual a fuerza de detalles psicológicos se ha llegado a
formar un cuadro lo más completo posible. La piedad antigua aspiraba a la
segunda venida de Cristo, a su triunfo definitivo: "¡que desaparezca la forma
de este mundo y que la gloria del Señor aparezca!" (Maranahta); la de los
tiempos modernos por el contrario teme a esta venida: "dies irae, dies
illa…".
Para dar una idea más completa es preciso señalar que
al mismo tiempo ha nacido en el curso de la evolución del sentimiento
religioso, una tercera concepción de la venida de Cristo que ha nacido: es
aquella que tiene su expresión más fina y más individualista en lo que se ha
llamado "mística de las bodas espirituales": el alma en estado de
abandono, espera la venida espiritual de Cristo, su Esposo.
Esta simple exposición basta para mostrar el número de
formas y significaciones que puede revestir la idea de la venida del Señor.
Para nosotros es necesario saber al proponer esta
cuestión: ¿qué venida de Cristo
celebramos durante el Adviento, cómo es preciso comprender la Natividad, qué
significa la Epifanía?
La respuesta a esta pregunta no es, me parece, tan
superficial que podamos encontrarla en las muchas lecturas piadosas y
meditaciones como las hay, particularmente sobre el Adviento.
Es indispensable tener en cuenta el hecho de que esta
celebración del Adviento nos es transmitida por la Iglesia, desde hace más de
mil años, en forma precisa y bien ordenada. Como tendremos ocasión de decirlo
más adelante no es el individuo quien celebra el Adviento, es la Iglesia como
tal. Nuestra celebración del Adviento no es posible sino en la medida en que
tomemos parte en la celebración de la Iglesia. Por consiguiente, para tener una
idea clara y nítida sobre la celebración litúrgica del Adviento será necesario
juntar todos los textos del misal, del breviario y del martirologio que la
Iglesia ha compuesto especialmente para este tiempo. Sólo después de tomar en
cuenta el conjunto de estos materiales podremos responder a la cuestión propuesta.
Cuando
recorremos ciertas introducciones y descripciones que se refieren a la liturgia
de Adviento nos espantamos de ver cuán lejos están de indicar su verdadera significación.
Las definiciones que dan algunos autores no dejan, por así decirlo, sospechar
nada de la verdadera riqueza de su liturgia. Hablan de la triple venida de
Cristo en una forma convencional y banal por no decir que expresan solamente
lugares comunes que aburren. Me refiero aquí no solamente a trabajos de
predicación sino también a numerosos libros litúrgicos que se consideran como
autoridad en la materia.
Lamento mucho no poder en el marco de este trabajo
transcribir simplemente el conjunto de textos, puesto que sólo basándose
continuamente sobre éstos puede una exposición revestir un carácter
verdaderamente objetivo y probatorio, y este es mi fin. Tengo la absoluta convicción que en todos estos textos, cantos,
ejercicios y meditaciones, la piedad moderna se aparta considerablemente de la
celebración litúrgica del Adviento y que la idea principal de este, tal como la
entiende la Iglesia, está lejos en ella de alcanzar su pleno desenvolvimiento.
Por el contrario, la piedad moderna ha
acentuado fuertemente y de una manera unilateral y casi exclusiva, elementos de
segundo y tercer orden.
En consecuencia,
el alcance y sentido del Adviento se han embrollado y oscurecido en forma tan
lamentable, que su objeto verdadero, la venida de Cristo, ha sido alterado. Quiera Dios que este trabajo
pueda contribuir a revisar en este sentido nuestra concepción y nuestra
celebración del Adviento. Esta revisión debe ser emprendida según el espíritu
de la exhortación de Pío X: "Revertimini ad fontes", recurriendo a
las primeras fuentes. Estas fuentes son los textos litúrgicos tales como se
encuentran en los libros oficiales de la Iglesia y que actualmente son accesibles
a todos, ya sea en los originales o en las traducciones.