IX
Y NO APRENDERÁN
MÁS LA GUERRA
Is. II, 4
El reinado pacífico del Mesías es probablemente la profecía más neta y
más frecuentemente renovada. Casi todos los escritos de los profetas mayores y
menores terminan anunciándole. Es como el sello que cierra el rollo sobre el
cual con su pluma consignaron la palabra de Dios.
Hasta el siglo V de nuestra era se creyó generalmente en la Iglesia que
este reino mesiánico tan netamente descrito sería sin duda el reino de mil años,
anunciado por el Apocalipsis.
Después se cambió de
opinión y la mayoría de los exégetas católicos dicen que actualmente estamos
bajo el reino mesiánico, aquél de los mil años apocalípticos.
¡Extraño reino de Cristo
desde hace quince siglos! ¡La Iglesia, sin embargo, parece no ignorar la persecución!
¡Las naciones preparan la guerra o la hacen, y con qué barbarie! Los individuos
no conocen la paz del cuerpo ni la del alma: ¿No está la guerra en cada uno de
nosotros? "La carne conspira contra
el espíritu", decía el apóstol. El combate existe en todas partes:
"He combatido el buen combate"
¿no es nuestra suerte cotidiana? Y así será hasta la vuelta de Cristo.
El mundo no puede
encontrar la paz, y el apóstol Pablo considera que esta búsqueda excesiva de la
paz entre las naciones es una señal del fin de los tiempos. “Cuando digan: “PAZ Y
SEGURIDAD”, entonces vendrá sobre ellos de repente la ruina (…) y no escaparán”
(I Tes. V, 3).
¿Ha habido acaso un tiempo
más incierto que el nuestro, en que se haya repetido más a menudo por una
especie de ironía "PAZ Y SEGURIDAD"?
Este modo de hablar
responde evidentemente a una necesidad de todo nuestro ser que reclama la
seguridad y la paz, esa "abundancia
de paz" (Sal. LXXII, 7) que señalará la pacificación universal, bajo
un jefe único: paz establecida primeramente
en el individuo, después en la familia y entre las naciones; la paz, por fin,
en toda la creación animal y vegetal.
***
El "pacifismo", el "internacionalismo" no son
utopías sino en las condiciones de nuestra sociedad terrena;
bajo la apariencia de nobles sentimientos son el efecto de una secreta cobardía.
Pero, en sí, bueno es aspirar al tiempo en que "no se ensayará más la
guerra".
Isaías lo sabía bien.
Oigamos hablar a este
profeta tan actual. Si se transpusieran sus palabras no se hallarían fuera de
lugar en las sabias conferencias internacionales para la paz. ¡Pero no hay más
que un solo árbitro de las naciones y éste es el que siempre rechazan!
"ÉL (el Mesías) SERÁ ÁRBITRO ENTRE LAS
NACIONES, y juzgará a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán rejas de arado,
y de sus lanzas hoces. No alzará ya espada pueblo contra pueblo, ni aprenderán
más la guerra” (Is. II, 4).
Jesús, en su primera venida traía esta esperanza de paz que los ángeles
anunciaban a los pastores: "Gloria
Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hombres (objeto) de la buena voluntad" (Lc. II, 14).
Zacarías, el padre de Juan
Bautista había dicho de él:
"Viene para dirigir nuestros pies por el camino de la paz"
(Lc. I, 79).
Antes de su muerte Jesús quiso dejar este don a los suyos: "Mi paz os dejo" (Jn. XIV, 27).
Después de la resurrección renovó este anhelo: "La paz sea con vosotros" (Lc. XVII, 36).
Pero es necesario el segundo advenimiento para que esta paz prometida
sea una realidad duradera y universal. Un individuo aislado puede ser — por la
gracia de Dios — "el que procura la
paz"[1] y de él hablan las bienaventuranzas del Evangelio, mas no obran así las
masas.
Es preciso esperar el día
en que Dios dispersará a "a los pueblos que se gozan en las guerras"
(Sal. LXVIII, 31).
Hay que esperar el día en
que Jesús realizará, a la letra, lo que anunciaba David:
"Hace cesar las
guerras hasta los confines del orbe, cómo quiebra el arco y hace trizas la
lanza, y echa los escudos al fuego. “Basta ya; sabed que Yo soy Dios, sublime
entre las naciones, excelso sobre la tierra” (Sal. XLVI, 10-11).
Entonces podrá extenderse
por el mundo esa era de paz, de justicia y de felicidad anunciada por Isaías.
"Lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará (…) Príncipe de la paz. SE DILATARÁ SU IMPERIO,
Y DE LA PAZ NO HABRÁ FIN. (Se sentará)
sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y
consolidarlo mediante el juicio y la justicia, desde ahora para siempre jamás.
El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto” (Is. IX, 5-6).
Transportémonos ya a este reino en que no aprenderán más la guerra. Por una fe ardiente, por una luminosa
esperanza, corramos con el pensamiento, en nombre de su advenimiento y de su
reino, a ese lugar de paz y de alegría.
***
La tierra entera se llenará de gozo, recobrará los derechos que perdió
por la culpa de Adán.
"Sabemos, en efecto, que ahora la creación entera gime a una, y a una
está en dolores de parto. La creación está aguardando con ardiente anhelo esa
manifestación de los hijos de Dios; pues si la creación está sometida a la
vanidad, no es de grado, sino por la voluntad de aquel que la sometió; pero con
esperanza, porque también la creación misma será libertada de la servidumbre de
la corrupción para (participar de) la
libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 22, y 19-21).
Así, pues, a la gloria y a la paz de los Hijos de Dios - de esos hijos
resucitados "en Cristo — vendrá a unirse la gloria y la paz dada por
Jesucristo a toda la tierra, tanto al mundo animal como al mundo vegetal.
Es entonces cuando el
profeta Isaías, que había contemplado desde muy lejos estas horas "de refrigerio" y "estos tiempos de la restauración de todas
las cosas", — recordados por San Pedro (Hech. III, 20-21) — escribía:
"Habitará el lobo con el cordero, y el
leopardo se acostará junto al cabrito; el ternero y el leoncillo andarán
juntos, y un niñito los guiará. La vaca pacerá con la osa y sus crías se echarán
juntas (…) No habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte; porque la
tierra estará llena del conocimiento de Yahvé, como las aguas cubren el mar” (Is.
XI, 6-9).
Sí, "¡todo ojo le verá!".
Y la tierra, maldita en el
Edén, será la que se regocije y cubra de flores.
Las fuentes brotarán en el
desierto y en la cima de los montes (Is. XXX, 25).
Serán cantos de alegría,
gritos de triunfo, porque la viña dará su fruto.
Los lagares rebalsarán y
las eras estarán llenas. Cada cual podrá sentarse bajo su higuera y bajo su
viña (Véase Is. XXXV; Am. IX, 13; Miq. IV, 4).
¡Qué magnífica visión! La
paz ha invadido al mundo celestial y terrestre.
"LA JUSTICIA Y LA PAZ SE BESARAN" (Sal. LXXXV, 11).
[1] "Que procura la paz" y no
"pacifico", como se traduce habitualmente. Ver el texto griego (Mt.
V, 9).