2. Con la exposición de estos conceptos
se comprende bien que el Adviento es ante
todo un tiempo de alegría, precisamente porque en él se celebra el advenimiento
del Señor. Por eso es
absolutamente falso decir, como lo hacen ciertas explicaciones banales, que el
Introito del III Domingo de Adviento: "Regocijaos siempre en el
Señor" es una excepción a la tristeza y penitencia general de este período
litúrgico. Aún históricamente es errado considerar el Adviento como un
tiempo de tristeza y penitencia; en el siglo XII se celebraba todavía como
tiempo de alegría. Contentémonos, para ilustración, con dos textos tomados entre
muchos:
"Levantaos, Jerusalén, y ponte en lo alto
y vé la alegría que te viene de tu Dios. Hija de Sión regocíjate y tiembla de
una alegría perfecta, hija de Jerusalén, alleluia".
Además todos los textos que hablan del poder y de
"Aquél que viene" bastan para dar al Adviento esa tonalidad alegre
que predomina en él. Así pues, el tercer Domingo, lejos de constituir una excepción
corresponde a la misma alegría del conjunto y forma, por así decirlo, la
cumbre.
3. Llama la atención ver cuántas veces Jerusalén, Sión, el pueblo de
Israel, son apostrofados en los textos de Adviento:
"Jerusalén, tu salvación vendrá pronto: ¿por qué
estas consumida por el dolor? ¿No tienes consejero ahora que el dolor te ha invadido?
Te salvaré y te libraré, no temas. Pues es el Señor, tu Dios; el santo de
Israel, tu Redentor. No llores, hija de Jerusalén, pues el Señor se ha conmovido
con tus males y te quitará toda aflicción. He aquí que el Señor vendrá en su
poder y su brazo dominará. Nuestra ciudad fuerte es Sión: el Salvador será
puesto como muro y antemuro. Abrid las puertas porque Dios está con nosotros.
Tú, pueblo de Sión, mira al Señor que viene para rescatar a las naciones, y
lleno de majestad el Señor hará resonar su llamado para alegría de vuestros
corazones. De Sión parte el resplandor de su gloria. Dios vendrá visiblemente,
reunid alrededor de Él sus santos que han sellado con Él su alianza por santas
ofrendas. Tiembla de una alegría perfecta, hija de Sión: regocíjate, hija de
Jerusalén, he aquí que tu Rey viene a ti. De Sión sale la Ley y de Jerusalén la
Palabra del Señor. Alza tus ojos, Jerusalén y mira el poder real. Ved, el
Redentor viene para librarte de tus ligaduras. Sobre ti, Jerusalén, se
levantará el Señor, y su gloria resplandecerá en ti. Como una madre consuela a
sus hijos, así os consolaré, dice el Señor: de Jerusalén, mi ciudad escogida,
os vendrá el socorro y vosotros le veréis y vuestro corazón se regocijará.
Quiera derramar la salvación sobre Sión, y mi gloria sobre Jerusalén".
Esta, serie de textos podría prolongarse
indefinidamente pero bastará con los citados. Para comprenderlos es necesario
saber que en la liturgia, las expresiones empleadas para designar al pueblo de
Dios son frecuentemente aplicadas a la Iglesia. Efectivamente, ésta estaba
prefigurada por el pueblo escogido y en ella se termina la obra empezada por
Dios en el pueblo judío. Esta conexión nos hace comprender que la venida del
Señor está ligada a la Iglesia (de Sión saldrá la gloria), que esta venida se
realiza en cuanto salvación para la Iglesia y que despliega en la Iglesia su
plena eficacia. Sólo en la Iglesia, por ella y con ella es posible celebrar el
Adviento. El mundo, como tal, es incapaz de hacerlo.
Por esta relación esencial con la Iglesia, la venida
del Señor, tal como la celebra la Iglesia en el Adviento, adquiere una
significación mucho más grande que aquélla que reviste en la forma mística de
la unión privada con Cristo, mencionada ya en la introducción.
Justamente estos
textos que ponen el advenimiento del Señor en relación con su
"ciudad", con su "reinado" y a los cuales corresponden los
títulos de "Dominador", "Rey", "Príncipe",
"Libertador", "Señor de la Venganza" (todos empleados por
la liturgia de Adviento), muestran que este advenimiento tiene un carácter
público, más aún, político y jurídico. Esto se encuentra aún subrayado por fórmulas como
éstas: "La corona real estará sobre su cabeza"; "Sión será como
una joya real en la mano de su Dios", etc.
Ya no nos encontrarnos aquí en la esfera incontrolable
e íntima de la mística privada e individual (la venida del Esposo en el alma),
nos encontramos que es en la Iglesia y por la Iglesia donde el individuo, como
miembro del pueblo de Dios, participa de los efectos y bendiciones de la venida
del Señor. Por eso es que no se encuentra en la liturgia: "regocíjate alma
bien amada", en cambio sí que encontramos: "Jerusalén (o pueblo de
Sión) mantente bien alto sobre la montaña (enteramente en colectividad),
contempla la alegría…”. El individuo,
como tal, es tan incapaz de celebrar Adviento como el mundo. Por otra parte, nada sería más falso que
querer restringir este aspecto "político" a un pueblo determinado. La
liturgia hace resaltar muy especialmente el carácter universal del imperio del
"que viene". Toda la tierra debe participar de la bendición de su
venida:
"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector,
el Santo de Israel, llevando la corona real sobre su cabeza. Y dominará desde
un mar al otro y desde el río hasta las extremidades de la tierra. Belén, ciudad
del Dios Altísimo, de ti saldrá el dominador de Israel y su generación es del
principio de los días de la eternidad; y la paz reinará en vuestra tierra
cuando El haya venido. Publicará la paz a las naciones y su poder se extenderá
desde un mar al otro mar. En esos días se levantará la justicia y una abundancia
de paz, y todos los reyes de la tierra le adorarán, todas las naciones le
servirán. Todas las naciones verán tu Justo y todos los reyes tu Rey
ilustre".
Quien quiera reflexionar sobre estos textos, verá toda
la importancia del papel histórico que asume la Iglesia en la vida y actividad
de los pueblos. En tiempos como los nuestros en que la vida colectiva está
enteramente laicizada, en que todo lo tocante a la vida religiosa se ve cada día
más arrojado dentro del exclusivo ámbito[1]
privado, es un deber afirmar este rol de la Iglesia por la palabra y la pluma.
4. A la luz de esta conexión
entre el Adviento y la Iglesia conviene examinar además, y más de cerca esta
vez, el lugar que ocupa la Madre de Dios en la liturgia de Adviento. Como lo he
mostrado más arriba, en cuanto a persona, permanece en un plano mucho más
retirado del que se pudiera suponer en un principio. En las misas de Adviento,
sólo rarísimos textos se refieren a ella. Pero no hay que perder de vista que la misión que debía cumplir la Madre de
Dios respecto a Cristo encarnando la Iglesia continúa y se prolonga. Esta
relación íntima entre la Virgen y la Iglesia está claramente indicada en la
liturgia. Los Salmos que cantan la Ciudad de Dios y por lo tanto a la Iglesia
en primer lugar son igualmente aplicados a María. El caso es a la inversa en la
liturgia de Adviento: aquí la Virgen aparece como imagen de la Iglesia. Lo que
se dice de María se aplica a la Iglesia en el sentido de que es precisamente
por la venida del Señor que la Iglesia es constituida "Esposa de
Cristo" y "Madre de los fieles". En efecto, considerado
desde el punto de vista formal, el hecho de venir en cuanto significa
"acercarse" y "entrar" implica evidentemente una relación
mayor a la Esposa que, por ejemplo, el hecho de "sufrir" o
"resucitar" aún cuando en este mismo hecho pueda descubrirse también
una cierta idea de venida.
Esta relación entre María y la Iglesia aparece sobre
todo en la Misa del cuarto Domingo de Adviento; precisamente el Ofertorio y la
Comunión se refieren directamente a la Virgen, pero el rol de esta última, la
preparación que debe hacer para recibir a Cristo, la recepción en ella de su
vida y la fecundidad producida en ella por esta concepción, todo esto lo
encontramos en el conjunto de la liturgia eucarística del Adviento aplicado a
la Iglesia. Es que en realidad ella también durante este período se prepara con
sus fieles a recibir en ella la vida de Cristo por su advenimiento y a penetrarse
de esta misma vida. Así que estos
textos: "Ave María" y "Ecce virgo concipiet" deben entenderse
también de la Iglesia y de la comunidad reunida para la celebración de la Eucaristía
de la cual María debe ser considerada como la figura más perfecta.
Además de todo esto, María y la Iglesia aparecen
representando el conjunto del Universo que, preparado como una Esposa, se
presenta a su Creador ya que él también por medio del Verbo debe participar de
la gloria divina y realizar su perfección final.
Esta actitud de la Iglesia durante el Adviento
encuentra ya su entera expresión en la Comunión del primer Domingo de Adviento:
"El Señor dará su bendición y nuestra tierra producirá su fruto".
Así como el Verbo es simplemente la bendición del Señor,
así el Hijo del Hombre es el fruto de la tierra. Esta unión se realiza en el advenimiento
del Señor por la mediación de la Virgen-Madre. Esta fecundidad de una Virgen
ante todo le es propia a María, pero también le es propia a la Iglesia. Desde
luego, la una y la otra representan el universo, es decir nuestra tierra que da
su fruto.
Así es cómo en los textos sobre Judá, Sión, Jerusalén,
etc., la Madre de Dios siempre Virgen, se nos hace presente y viva también, ya
que nosotros, en tanto formamos parte de la Iglesia recibimos al Verbo como lo
hizo María y, como ella, lo damos al mundo. Esta es propiamente la vocación y
la misión de la Iglesia, como en otro tiempo fué la del pueblo escogido.
[1] Nota del Blog: en el texto leemos “camino”, lo cual no parece tener mucho sentido.