sábado, 17 de septiembre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (III de X)

2. Con la exposición de estos conceptos se comprende bien que el Adviento es ante todo un tiempo de alegría, precisamente porque en él se celebra el advenimiento del Señor. Por eso es absolutamente falso decir, como lo hacen ciertas explicaciones banales, que el Introito del III Domingo de Adviento: "Regocijaos siempre en el Señor" es una excepción a la tristeza y penitencia general de este período litúrgico. Aún históricamente es errado considerar el Adviento como un tiempo de tristeza y penitencia; en el siglo XII se celebraba todavía como tiempo de alegría. Contentémonos, para ilustración, con dos textos tomados entre muchos:

 "Levantaos, Jerusalén, y ponte en lo alto y vé la alegría que te viene de tu Dios. Hija de Sión regocíjate y tiembla de una alegría perfecta, hija de Jerusalén, alleluia".

Además todos los textos que hablan del poder y de "Aquél que viene" bastan para dar al Adviento esa tonalidad alegre que predomina en él. Así pues, el tercer Domingo, lejos de constituir una excepción corresponde a la misma alegría del conjunto y forma, por así decirlo, la cumbre.

3. Llama la atención ver cuántas veces Jerusalén, Sión, el pueblo de Israel, son apostrofados en los textos de Adviento:

"Jerusalén, tu salvación vendrá pronto: ¿por qué estas consumida por el dolor? ¿No tienes consejero ahora que el dolor te ha invadido? Te salvaré y te libraré, no temas. Pues es el Señor, tu Dios; el santo de Israel, tu Redentor. No llores, hija de Jerusalén, pues el Señor se ha conmovido con tus males y te quitará toda aflicción. He aquí que el Señor vendrá en su poder y su brazo dominará. Nuestra ciudad fuerte es Sión: el Salvador será puesto como muro y antemuro. Abrid las puertas porque Dios está con nosotros. Tú, pueblo de Sión, mira al Señor que viene para rescatar a las naciones, y lleno de majestad el Señor hará resonar su llamado para alegría de vuestros corazones. De Sión parte el resplandor de su gloria. Dios vendrá visiblemente, reunid alrededor de Él sus santos que han sellado con Él su alianza por santas ofrendas. Tiembla de una alegría perfecta, hija de Sión: regocíjate, hija de Jerusalén, he aquí que tu Rey viene a ti. De Sión sale la Ley y de Jerusalén la Palabra del Señor. Alza tus ojos, Jerusalén y mira el poder real. Ved, el Redentor viene para librarte de tus ligaduras. Sobre ti, Jerusalén, se levantará el Señor, y su gloria resplandecerá en ti. Como una madre consuela a sus hijos, así os consolaré, dice el Señor: de Jerusalén, mi ciudad escogida, os vendrá el socorro y vosotros le veréis y vuestro corazón se regocijará. Quiera derramar la salvación sobre Sión, y mi gloria sobre Jerusalén".


Esta, serie de textos podría prolongarse indefinidamente pero bastará con los citados. Para comprenderlos es necesario saber que en la liturgia, las expresiones empleadas para designar al pueblo de Dios son frecuentemente aplicadas a la Iglesia. Efectivamente, ésta estaba prefigurada por el pueblo escogido y en ella se termina la obra empezada por Dios en el pueblo judío. Esta conexión nos hace comprender que la venida del Señor está ligada a la Iglesia (de Sión saldrá la gloria), que esta venida se realiza en cuanto salvación para la Iglesia y que despliega en la Iglesia su plena eficacia. Sólo en la Iglesia, por ella y con ella es posible celebrar el Adviento. El mundo, como tal, es incapaz de hacerlo.

Por esta relación esencial con la Iglesia, la venida del Señor, tal como la celebra la Iglesia en el Adviento, adquiere una significación mucho más grande que aquélla que reviste en la forma mística de la unión privada con Cristo, mencionada ya en la introducción.

Justamente estos textos que ponen el advenimiento del Señor en relación con su "ciudad", con su "reinado" y a los cuales corresponden los títulos de "Dominador", "Rey", "Príncipe", "Libertador", "Señor de la Venganza" (todos empleados por la liturgia de Adviento), muestran que este advenimiento tiene un carácter público, más aún, político y jurídico. Esto se encuentra aún subrayado por fórmulas como éstas: "La corona real estará sobre su cabeza"; "Sión será como una joya real en la mano de su Dios", etc.

Ya no nos encontrarnos aquí en la esfera incontrolable e íntima de la mística privada e individual (la venida del Esposo en el alma), nos encontramos que es en la Iglesia y por la Iglesia donde el individuo, como miembro del pueblo de Dios, participa de los efectos y bendiciones de la venida del Señor. Por eso es que no se encuentra en la liturgia: "regocíjate alma bien amada", en cambio sí que encontramos: "Jerusalén (o pueblo de Sión) mantente bien alto sobre la montaña (enteramente en colectividad), contempla la alegría…”. El individuo, como tal, es tan incapaz de celebrar Adviento como el mundo. Por otra parte, nada sería más falso que querer restringir este aspecto "político" a un pueblo determinado. La liturgia hace resaltar muy especialmente el carácter universal del imperio del "que viene". Toda la tierra debe participar de la bendición de su venida:

"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector, el Santo de Israel, llevando la corona real sobre su cabeza. Y dominará desde un mar al otro y desde el río hasta las extremidades de la tierra. Belén, ciudad del Dios Altísimo, de ti saldrá el dominador de Israel y su generación es del principio de los días de la eternidad; y la paz reinará en vuestra tierra cuando El haya venido. Publicará la paz a las naciones y su poder se extenderá desde un mar al otro mar. En esos días se levantará la justicia y una abundancia de paz, y todos los reyes de la tierra le adorarán, todas las naciones le servirán. Todas las naciones verán tu Justo y todos los reyes tu Rey ilustre".

Quien quiera reflexionar sobre estos textos, verá toda la importancia del papel histórico que asume la Iglesia en la vida y actividad de los pueblos. En tiempos como los nuestros en que la vida colectiva está enteramente laicizada, en que todo lo tocante a la vida religiosa se ve cada día más arrojado dentro del exclusivo ámbito[1] privado, es un deber afirmar este rol de la Iglesia por la palabra y la pluma.

4. A la luz de esta conexión entre el Adviento y la Iglesia conviene examinar además, y más de cerca esta vez, el lugar que ocupa la Madre de Dios en la liturgia de Adviento. Como lo he mostrado más arriba, en cuanto a persona, permanece en un plano mucho más retirado del que se pudiera suponer en un principio. En las misas de Adviento, sólo rarísimos textos se refieren a ella. Pero no hay que perder de vista que la misión que debía cumplir la Madre de Dios respecto a Cristo encarnando la Iglesia continúa y se prolonga. Esta relación íntima entre la Virgen y la Iglesia está claramente indicada en la liturgia. Los Salmos que cantan la Ciudad de Dios y por lo tanto a la Iglesia en primer lugar son igualmente aplicados a María. El caso es a la inversa en la liturgia de Adviento: aquí la Virgen aparece como imagen de la Iglesia. Lo que se dice de María se aplica a la Iglesia en el sentido de que es precisamente por la venida del Señor que la Iglesia es constituida "Esposa de Cristo" y "Madre de los fieles". En efecto, considerado desde el punto de vista formal, el hecho de venir en cuanto significa "acercarse" y "entrar" implica evidentemente una relación mayor a la Esposa que, por ejemplo, el hecho de "sufrir" o "resucitar" aún cuando en este mismo hecho pueda descubrirse también una cierta idea de venida.

Esta relación entre María y la Iglesia aparece sobre todo en la Misa del cuarto Domingo de Adviento; precisamente el Ofertorio y la Comunión se refieren directamente a la Virgen, pero el rol de esta última, la preparación que debe hacer para recibir a Cristo, la recepción en ella de su vida y la fecundidad producida en ella por esta concepción, todo esto lo encontramos en el conjunto de la liturgia eucarística del Adviento aplicado a la Iglesia. Es que en realidad ella también durante este período se prepara con sus fieles a recibir en ella la vida de Cristo por su advenimiento y a penetrarse de esta misma vida. Así que estos textos: "Ave María" y "Ecce virgo concipiet" deben entenderse también de la Iglesia y de la comunidad reunida para la celebración de la Eucaristía de la cual María debe ser considerada como la figura más perfecta.

Además de todo esto, María y la Iglesia aparecen representando el conjunto del Universo que, preparado como una Esposa, se presenta a su Creador ya que él también por medio del Verbo debe participar de la gloria divina y realizar su perfección final.

Esta actitud de la Iglesia durante el Adviento encuentra ya su entera expresión en la Comunión del primer Domingo de Adviento: "El Señor dará su bendición y nuestra tierra producirá su fruto".

Así como el Verbo es simplemente la bendición del Señor, así el Hijo del Hombre es el fruto de la tierra. Esta unión se realiza en el advenimiento del Señor por la mediación de la Virgen-Madre. Esta fecundidad de una Virgen ante todo le es propia a María, pero también le es propia a la Iglesia. Desde luego, la una y la otra representan el universo, es decir nuestra tierra que da su fruto.

Así es cómo en los textos sobre Judá, Sión, Jerusalén, etc., la Madre de Dios siempre Virgen, se nos hace presente y viva también, ya que nosotros, en tanto formamos parte de la Iglesia recibimos al Verbo como lo hizo María y, como ella, lo damos al mundo. Esta es propiamente la vocación y la misión de la Iglesia, como en otro tiempo fué la del pueblo escogido.




[1] Nota del Blog: en el texto leemos “camino”, lo cual no parece tener mucho sentido.