miércoles, 4 de mayo de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (XII de XVI)

XII

EL MISTERIO DE INIQUIDAD YA ESTA OBRANDO

II Tes. II, 7

Jesús recomienda a sus discípulos como a nosotros mismos, — "lo digo a todos" — redoblar la atención cuando aparezca "la abominación de la desolación, de la que habló Daniel, el profeta, estando de pie en lugar santo" (Mt. XXIV, 15).

¿Hablaba acaso Jesús de la ruina próxima de Jerusalén? ¿Hablaba del fin de la edad presente? Daniel había hablado de Antíoco Epífanes, que vendría a destruir el templo y a levantar ídolos (Dan. XI, 31).

No es, pues, imposible que, bajo las palabras "abominación de la desolación" tengamos el anuncio de grandes horas dolorosas, como fueron a la vez aquellas de Antíoco y de Tito, y como lo serán aquellas de los tiempos en que aparecerá el Anticristo.

El hombre de pecado, el impío, el hijo de perdición, querrá de tal manera "remedar" a Dios que vendrá semejante al "Señor en su templo" (Mal. III, 1)[1].

Si los católicos hablan muy poco de la vuelta de Jesús, sin embargo, todavía piensan en el Anticristo.

No trataremos de precisar los tiempos de su venida y su verdadera personalidad, porque es un "misterio de Iniquidad".

En el curso de los siglos se ha dado el nombre de Anticristo a todos los perseguidores, dominadores o reformadores de la religión cristiana. Cuando se han acumulado insultos contra un adversario, se le ha arrojado a la cara: "¡Anticristo!". Fueron "Anticristos" para los católicos: Nerón, Juliano el Apóstata, Mahoma, Lutero, Calvino, Napoleón.

Los protestantes han visto como tipo del Anticristo a los Papas. Ahora se refutan a sí mismos y declaran que "este hombre de pecado" estará contra Cristo, mientras que el Papa no puede ser considerado como el adversario de Cristo.

Sería de desear que los católicos cambiaran también de actitud y que no volvamos más a leer encabezando un capítulo, en el libro de un conocido autor el siguiente título: "Los Anticristos del Renacimiento". Esta lucha de palabras, entre los cristianos (otros Cristos) ha durado ya demasiado.


El apóstol Pablo ha caracterizado este "adversario" de Cristo en términos precisos, en una carta a los Tesalonicenses. Acaba de decir que el día del Señor no es inminente y agrega: "Nadie os engañe en manera alguna, porque primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse el mismo en el templo de Dios, ostentándole como si fuera Dios… El misterio de la iniquidad ya está obrando ciertamente, sólo (hay) el que ahora detiene hasta que aparezca de en medio[2].

Y entonces quedará descubierto el impío, que el Señor Jesús "matará con el aliento de su boca y reducirá a la inactividad por la manifestación de su Parusía".

En su aparición este impío será, por el poder de Satanás, acompañado de toda clase de milagros, señales y prodigios engañosos, con todas las seducciones de la iniquidad para los que se pierdan, porque no han abierto su corazón al amor de la verdad, que los hubiese salvado (II Tes. II, 3-11).

El Anticristo será como una encarnación satánica, será como el "Príncipe de este mundo". "El se levantará", dice todavía Daniel, "contra el príncipe de los príncipes" -- es decir Jesús, — "pero será quebrado sin mano" (Dan. VIII, 25) dispersado por el soplo de la boca de Cristo: "con el aliento de sus labios matará al impío" (Is. XI, 4).

Dios permitirá, pues, un despertar de la potencia de las tinieblas, un "misterio de iniquidad" antes de la consumación del "misterio del reino". Esta será la gran seducción del mundo, la gran tribulación. San Mateo pone en guardia por tres veces a aquéllos que verán falsos Cristos, falsos profetas, seductores, y estarán tentados de decir: " Ved, aquí (está) el Cristo” o “aquí”, (Mt. XXIV, 5.11.23-26).

En fin, nosotros tenemos una impresionante imagen de lo que podrá ser el Anticristo, en las BESTIAS DEL APOCALIPSIS: Bestias de la tierra y bestias del mar. Reúnen en sí la potencia, la autoridad y la fuerza.

La bestia que sube del mar es adorada y se exclama: "¿quién es semejante a la bestia?".

Su autoridad se extiende. Seduce a los habitantes de la tierra, hace prodigios, habla, es herida y revive; en fin, hace morir a aquéllos que rehúsan adorarla (Apoc. XIII).

Un poder de seducción, una psicosis colectiva marcarán, pues, la venida del Anticristo.

En todos los siglos ha habido, por cierto, tiempos difíciles. San Juan dice que el espíritu del Anticristo está "ya en el mundo" (I Jn. IV, 3) ¿No vemos surgir ya siglos que anuncian su venida?

Así lo creemos. La apostasía de los "sin Dios" en Rusia soviética, y el neo-paganismo hitleriano parecen encaminarnos hacia la manifestación del seductor de toda la tierra.

Estudiaremos más adelante estos signos evidentes de la proximidad de los tiempos del fin.




[1] Ver el capítulo: "Esperaba la consolación de Israel".

[2] Los comentadores han agotado su ciencia en busca de lo que puede retener la aparición del Anticristo. Es el Espíritu Santo, dicen unos; se ha pensado en otro tiempo que sería el imperio romano. San Agustín reconoce su ignorancia: "Los Tesalonicenses sabían lo que retenía al hijo de perdición, nosotros ignoramos lo que ellos sabían ("Ciudad de Dios", XX, 9, 2).

Nota del Blog: ¿Y si estamos en presencia de otro caso parecido al del Discurso Parusíaco donde de entrada se está planteando mal el asunto? ¿Si se trata, como dice un magnífico comentador, de una exégesis viciada de entrada, que adolece de un “pecado priginal”…?